PRÓLOGO
Hace
algunos años escribí, sin darme cuenta, una serie de cartas que
dirigía a una supuesta e imaginaria amiga llamada Claudia. Esa serie
terminaba con una carta que obviamente era la última.Algunos amigos
que conocían este hobby y algunos pacientes que sobrevaloraban su
contenido, hicieron que me decidiera a publicar lo que después se
llamaría “CARTAS PARA CLAUDIA”..Sería muy difícil para mí expresar
mi gratitud para con todos ellos: amigos y pacientes, a quienes les
debo todos los placeres devenidos de las sucesivas ediciones de
aquel libro.Quizás sea por
aquellas
satisfacciones, quizás sea por vanidad, o quizás –lo dudo— sea
porque finalmente haya encontrado algo más para decir... lo cierto
es que hoy, cinco años después, vuelvo a sentarme ante una máquina
de escribir para tipear esto que aquí empieza: quizás mi segundo
libro.En los últimos años, mi tarea como terapeuta ha ido variando
más ostensiblemente que en toda la década anterior. Este viraje
sucedió, como casi todas las cosas importantes de mi vida, sin que
yo me diera acabada cuenta de lo que estaba sucediendo. Un día,
hablando con una colega con quien controlaba sus pacientes, noté que
venían a mi memoria infinitos relatos, fábulas y anécdotas con las
cuales yo explicaría a ese paciente a quien no conocía, su actitud
de vida.Me di cuenta de que, a solas con mis pacientes, había
recurrido con frecuencia a esta manera de decir lo que deseaba. Me
di cuenta de cómo mis pacientes recordaban más mis relatos que mis
interpretaciones, ejercicios, o comentarios. Recordé el impacto
profundo de los relatos del modelo Ericksoniano.Me di cuenta, en
suma, de que estaba utilizando cada vez más una poderosa arma
didáctica y por supuesto terapéutica. Esto que hoy comienzo a
escribir es una pequeña antología de relatos antiquísimos algunos y
contemporáneos otros, historias tradicionales de todas las culturas,
frases y anécdotas más o menos conocidas a las cuales decidí sumar
algunos sucesos de mi vida personal y unos pocos cuentos de mi
propia inventiva, sumados a –como no podían faltar— algunas
humoradas que me han contado y que repito a menudo (demasiado repito
y demasiado a menudo), a mis “pacientes” pacientes. Sólo para que no
sea tan fácil leerlos, agregué al principio o final de cada relato
(que a partir de ahora voy a llamar indiscriminadamente “cuentos”)
uno o dos párrafos, ilustrando el uso que hago de estos cuentos en
mi consultorio. No necesito aclarar, creo, que este uso es sólo un
ejemplo y que la sabiduría encerrada en estos cuentos excede en
mucho la aplicación supuestamente dada en estos relatos..Fue así, en
la búsqueda de la manera de mostrar estos cuentos, que inventé a
Demián, como alguna vez inventé a Claudia.
En realidad Demián ya estaba inventado. De hecho es mi hijo,
el hermano mayor de Claudia. Y digo que lo inventé, porque
ese es el nombre que le puse al supuesto paciente que se ve
obligado –pobre— a soportar una y otra vez a ese terapeuta
que se parece demasiado a mí..
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