BUSCANDO
A BUDA
A veces, volvía a preguntarme si el fundamento filosófico gestáltico
no era demasiado egoísta.
Parecía que la ideología daba tanta libertad, que alguien podía
elegir cagarse en el resto del mundo y estaba bien. Alguien podía
vivir mirándose el ombligo y no había problema.
Parecía en fin, que los valores positivos de nuestra educación no
eran valores para la Gestalt.
Así que se lo pregunté al gordo.
—Es verdad –me dijo—, a veces parece que fuera así.
—¿Y no es así?
—Sí. Es así... por eso parece que fuera así.
—¡Qué gracioso!
—No, en serio, es así. En todo caso, de la Gestalt no sé. Pero yo,
yo sí creo que cada uno debe ser como es, aunque ese “como es” sea
una mierda.
—¿Tú prefieres vivir entre la mierda?
—No, pero imagínate qué pasaría si cada uno viviera como es.
Exactamente fiel a como es...
Yo creo que pasaría lo siguiente:
Los que son una mierda, seguirían siéndolo y el cambio no aportaría
nada. Pero los que actúan como mierda, sólo porque viven
esforzándose por mejorar, esos, se volverían gentes muy
agradables... y como si esto fuera poco, los bondadosos de corazón,
dejarían de cuestionarse y tendrían mucho tiempo libre para hacer
las cosas bien.
—Pero el final es lo mismo.
—No, no lo es. La educación en que vivimos cree que hay que educar
la solidaridad, yo creo que hay que dejarla salir.
—¿Qué tal educar para dejarla salir?
—Quizás pudiera ser útil, pero sin forzar a nadie a ser solidario.
Eso es empujar al río para que fluya... y no me calza.
—Pero entonces existen mejores y peores personas, existen el egoísmo
y la solidaridad, existen el bien y el mal..—Es probable, pero
prefiero pensar que existen alturas de vuelo. Prefiero pensar que
andamos por el mundo caminando y caminando. Que hay algunas pocas
personas que vuelan, como los maestros; que hay algunas, menos aún,
que vuelan muy alto, como los sabios, y que hay también, qué pena,
quienes se arrastran. Son los que ni siquiera tienen altura para
levantar su cabeza del suelo; son los que tú y yo llamamos malos
tipos.
Incluso admitiendo que no todos tienen alas, yo creo que cada uno
puede aceptar su camino; o tratar de crecer para ganar altura.
Pero la locura existe y hay algunos que, en lugar de alzar vuelo,
dedican su esfuerzo a trepar para parecer más altos; y quienes,
aunque suene increíble viven enterrándose más y más abajo buscando
no sé qué respuestas.
—En todo caso, me parece que todo depende de lo elevado del
objetivo.
—No sé, ¿te cuento un cuentito?
Buda peregrinaba por el mundo para encontrarse con aquellos que se
decían sus discípulos y hablarles acerca de la Verdad.
A su paso, la gente que creía en sus decires venía por cientos para
escuchar su palabra, tocarlo o verlo, seguramente por única vez en
sus vidas.
Cuatro monjes que se enteraron de que Buda estaría en la ciudad de
Vaali, cargaron sus cosas en sus mulas y emprendieron el viaje que
llevaría, si todo iba bien, varias semanas.
Uno de ellos conocía menos la ruta a Vaali y seguía a los otros en
el camino.
Después de tres días de marcha, una gran tormenta los sorprendió.
Los monjes apuraron el paso y llegaron al pueblo, donde buscaron
refugio hasta que pasara la tormenta.
Pero el último no llegó al poblado y debió pedir refugio en casa de
un pastor, en las afueras. El pastor le dio abrigo, techo y comida
para pasar la noche.
A la mañana siguiente, cuando el monje estaba pronto para partir fue
a despedirse del pastor. Al acercarse al corral,.vio que la tormenta
había espantado las ovejas del pastor y que éste trataba de
reunirlas.
El monje pensó que sus cofrades estarían dejando el pueblo y si no
salía pronto, los demás se alejarían. Pero él no podía seguir su
camino, dejando a su suerte al pastor que lo había cobijado. Por
ello decidió quedarse con él hasta juntar el ganado.
Así pasaron tres días, tras los cuales se puso en camino a paso
redoblado, para tratar de alcanzar a sus compañeros.
Siguiendo las huellas de los demás, paró en una granja a reponer su
provisión de agua.
Una mujer le indicó dónde estaba el pozo y se disculpó por no
ayudarlo, pero debía seguir con la cosecha... mientras el monje
abrevaba sus mulas y cargaba sus odres con agua, la mujer le contó
que tras la muerte de su marido, era difícil para ella y sus
pequeños hijos llegar a recoger la cosecha antes de que se pudriera.
El hombre se dio cuenta de que la mujer nunca llegaría a recoger la
cosecha a tiempo, pero también supo que si se quedaba, perdería el
rastro y no podría estar en Vaali cuando Buda arribara a la ciudad.
Lo veré algunos días después, pensó, sabiendo que Buda se quedaría
unas semanas en Vaali.
La cosecha llevó tres semanas y apenas terminó la tarea, el monje
retomó su marcha...
En el camino, se enteró de que Buda ya no estaba en Vaali. Buda
había partido hacia otro pueblo más al norte.
El monje cambió su rumbo y se dirigió hacia el nuevo poblado.
Podría haber llegado aunque más no fuera para verlo, pero en el
camino tuvo que salvar a una pareja de ancianos que eran arrastrados
corriente abajo y no hubieran podido escapar de una muerte segura.
Sólo cuando los ancianos estuvieron recuperados, se animó a
continuar su marcha sabiendo que Buda seguía su camino...
...Veinte años pasaron con el monje siguiendo el camino de Buda... y
cada vez que se acercaba, algo sucedía que retrasaba su andar.
Siempre alguien que necesitaba de él evitaba, sin saberlo, que el
monje llegara a tiempo..Finalmente se enteró de que Buda había
decidido ir a morir a su ciudad natal.
Esta vez, dijo para sí, es la última oportunidad. Si no quiero
morirme sin haber visto a Buda, no puedo distraer mi camino. Nada es
más importante ahora que ver a Buda antes de que muera. Ya habrá
tiempo para ayudar a los demás, después.
Y con su última mula y sus pocas provisiones, retomó el camino.
La noche antes de llegar al pueblo, casi tropezó con un ciervo
herido en medio del camino. Lo auxilió, le dio de beber y cubrió sus
heridas con barro fresco. El ciervo boqueaba tratando de tragar el
aire, que cada vez le faltaba más.
Alguien debería quedarse con él, pensó, para que yo pueda seguir mi
camino.
Pero no había nadie a la vista.
Con mucha ternura acomodó al animal contra unas rocas para seguir su
marcha, le dejó agua y comida al alcance del hocico y se levantó
para irse.
Sólo llegó a hacer dos pasos, inmediatamente se dio cuenta que no
podría presentarse ante Buda, sabiendo en lo profundo de su corazón
que había dejado solo a un indefenso moribundo...
Así que descargó la mula y se quedó a cuidar al animalito. Durante
toda la noche veló su sueño como si cuidara a un hijo. Le dio de
beber en la boca y cambió paños sobre su
frente.
Hacia el amanecer, el ciervo se había recuperado.
El monje se levantó, se sentó en un lugar apartado y lloró...
Finalmente, había perdido también su última
oportunidad.
—Ya nunca podré encontrarte –dijo en voz alta.
—No sigas buscándome –le dijo una voz que venía desde sus espaldas—
porque ya me has encontrado.
El monje giró y vio cómo el ciervo se llenaba de luz y tomaba la
redondeada forma de Buda.
—Me hubieras perdido si me dejabas morir esta noche para ir a mi
encuentro en el pueblo... y respecto a mi muerte, no te inquietes,
el Buda no puede morir mientras haya algunos como tú, que son
capaces de seguir mi camino por años,.sacrificando sus deseos por
las necesidades de otros. Eso es el Buda, y Buda está en ti.
—Creo que entiendo. Un objetivo supuestamente elevado puede ser un
incentivo para levantar vuelo, pero puede también ser usado para
justificar a algunos de los que se arrastran.
—Eso es, Demi. Eso es.