YO SOY PETER
El asunto del que mentía cuando decía la verdad y su lógica
contrapartida, esto es, la posibilidad de ser veraz diciendo
falsedades, terminó de desacomodar algunas ideas que tenían un lugar
en mi cabeza.
—Esto es terrible, Jorge –dije—. La verdad se vuelve entonces un
concepto absolutamente subjetivo y por ende, relativo.
—En todo caso, después de lo hablado, lo que se desacomoda es el
concepto de mentir, no el concepto de la verdad. Lo verdadero podría
permanecer absoluto, aunque admitiéramos que declarar como
verdaderas algunas falsedades, no es mentir. No obstante, como
nuestra idea de la verdad está íntimamente relacionada con nuestro
sistema de creencias, caeremos siempre en tu conclusión (con la que
además, coincido por esto y por otras razones):
La verdad es relativa y subjetiva; y además, déjame agregar:
cambiante y parcial.
—Es cierto –admití—, y nada cambia lo que te decía antes. Me molesta
que me mientan.
Dicho de otra manera, más allá de que sea cierto o no, me molesta
que me digan algo sabiendo que no es verdad.
Ni siquiera la “relativa”, “subjetiva” y “parcial” verdad de quien
lo dice. Me revienta que me mientan.
—Y ¿por qué piensas que te mienten?
—¿Otra vez? –dije yo—. ¿Otra vez?
—Quiero preguntar por qué piensas que TE mienten a ti.
—¿Cómo por qué? Es a mí a quien le dicen la mentira en cuestión
–dije fastidiado.
—No te enojes, yo creo que cuando alguien miente, ¡MIENTE! Es decir
no TE miente, ni ME miente. ¡MIENTE!
En el mejor de los casos, se miente.
— ¡No!
—Sííí. ¿Por qué alguien miente, Demi? Piénsalo: ¿para qué?
—¡Qué sé yo! Mil motivos....—Dime uno, el de la cosa que te trajo
mal a la consulta.
—Para ocultar algo que hizo mal.
—Y eso ¿para qué?
—Para que el otro no lo juzgue.
—Y ¿por qué no quiere que lo juzgue?
—Porque sabe que el otro lo condenaría.
—¿Y por qué no quiere la condena del otro?
—Porque el otro le importa.
—¿Y?
—Y... no quiere tener que pagar algún plato roto.
—Esto es: Para no hacerse responsable.
—Claro.
—Bien, digamos que este es el móvil del 99% de las mentiras.
—Supongo que sí.
—Bien, y ¿cómo sabe el mentiroso que resultaría responsable? ¿quién
determinó su responsabilidad?
—¡Nadie! ¡Bah! El mismo.
—Eso es. El mismo.
—¿Y?
—¿No te das cuenta? El mentiroso no es alguien que teme el resultado
del juicio de otro; ni la condena en ese juicio. El mentiroso ya se
juzgó y ya se condenó. ¿Entiendes? El asunto ya fue juzgado. El
mentiroso se esconde de su propio juicio, de su propia condena y de
su propia responsabilidad. Como te dije: el problema no es del otro,
es del que miente.
Yo estaba congelado. Todo esto era cierto, lo sabía de mi
observación del afuera y de mi observación del adentro, yo mentía
cuando ya me había juzgado y condenado.
—¡Pero es cierto que me miente!
—Tan cierto como era cierto cuando mi mamá decía de mi hermano
Cacho: “¡No me come nada!”... Mi hermano no LE comía la carne ni LE
tomaba la sopita de chuño, ni LE quería probar “el flancito que
alimenta tanto...”
—No, no es lo mismo. Cuando alguien me miente, ME lo dice a mí.
—No, Demián, acepto que creas que tú eres el centro de TU mundo (de
hecho lo eres), pero NO eres el centro de EL mundo..Él miente, no TE
miente. Lo hace porque él decide hacerlo, porque le conviene o
porque se le dio la gana.
Ese es SU privilegio. Decir que TE miente, te lleva a crear un
delirio autorreferencial donde algo que en realidad es un problema
de él, te lo hace a ti. ¡No jodas!
—¿Pero es un problema de él?
—Cuando la mentira es para evadir una responsabilidad, es el
equivalente de un síntoma. ¿Cuántas veces hemos visto juntos que, en
última instancia, la neurosis no es más que una manera de no ser
adultos? ¿De escapar a la responsabilidad que implica crecer?
—No sé. Tengo que pensarlo. En la vida de todos los días, el
mentiroso es el que se beneficia, no el que se jode.
—Aun cuando eso fuera cierto, la justicia no tiene nada que ver con
la salud. Además, todo depende de lo que tú creas que es
beneficiarse.
—Conseguir que las cosas sean de una determinada forma y no de otra
menos deseada, es beneficiarse.
—Conseguir que las cosas sean de una determinada forma por una
mentira es difícil. Creo que, cuanto mucho, una mentira puede
conseguir que las cosas sucedan por un rato, de una manera más
deseada por el que miente (aunque internamente él sepa que esta
forma es falsa, ficticia, cartón pintado, apoyado en su mentira).
—No mentimos para eso, o no nos damos cuenta. Me parece que yo, en
todo caso, cuando miento busco control sobre la situación.
—Es decir: Poder...
—Y, sí, de alguna manera Poder. Yo soy el que siempre supo la
verdad. Yo te hice actuar. Yo te engañé. Yo te estafé. Yo te
cagué... Un poder jodido, pero poder al fin.
—¿Te cuento un cuento?
Hacía mucho que Jorge no me contaba un cuento.
—¡Dale!
—Bueno, casi un cuentito.
Era un barsucho de mala muerte, en uno de los barrios más turbios de
la ciudad..El ambiente sórdido parecía extraído de una novela
policial de la serie negra.
Un pianista borracho y ojeroso golpeaba un blues aburrido, en un
rincón que apenas se divisaba entre la poca luz y el humo de
cigarrillos apestosos.
De repente, la puerta se abrió de una patada. El pianista cesó de
tocar y todas las miradas se dirigieron a la puerta.
Era una especie de gigante lleno de músculos que se escapaban de su
remera, con tatuajes en sus brazos de herrero.
Una terrible cicatriz en la mejilla le daba aun más fiereza a su
cara de expresión terrible.
Con una voz que helaba la sangre, gritó:
—¿Quién es Peter?
Un silencio denso y terrorífico se instaló en el bar. El gigante
avanzó dos pasos y agarró una silla y la arrojó contra un espejo.
—¿Quién es Peter? –volvió a preguntar.
De una mesa lateral, un pequeño hombrecito de anteojos corrió su
silla, sin hacer ruido caminó hacia el gigantón; con voz casi
inaudible, susurró:
—Yo... yo soy Peter.
—Ah, tú eres Peter, yo soy Jack, ¡hijo de puta!
Con una sola mano lo levantó en el aire y lo arrojó contra un
espejo. Lo levantó y le pegó dos cachetadas que parecía que le
arrancarían la cabeza. Después le aplastó los anteojos. Le destrozó
la ropa y por último, lo tiró al piso y le saltó sobre el estómago.
Un pequeño hilo de sangre empezó a brotar de la comisura de la boca
del hombrecito, que quedó tirado en el piso semiinconsciente.
El gigantón se acercó a la puerta de salida y antes de irse, dijo:
—¡Nadie se burla de mí, nadie! –y se fue.
Apenas la puerta se cerró, dos o tres hombres se acercaron levantar
a la víctima de la golpiza. Lo sentaron y le acercaron un whisky.
El hombrecito se limpió la sangre de la boca y empezó a reírse.
Primero suavemente y después, a carcajadas.
La gente lo miró sorprendida..¿Los golpes lo habían dejado loco?
—Ustedes no entienden –dijo, y siguió riéndose— yo sí me burlé de
ese idiota...
Los otros no podían evitar la curiosidad y lo llenaron de preguntas:
¿Cuándo?
¿Cómo?
¿Con una mina?
¿Por guita?
¿Qué le hiciste?
¿Lo mandaste preso?
El hombrecito siguió riendo.
—No, no. ¡Yo me burlé de ese estúpido ahora, delante de todos.
Porque yo... ja, ja, ja... yo...
...¡Yo no soy Peter!
Me fui del consultorio riéndome a carcajadas. Tenía la imagen del
maltrecho hombrecito creyendo que cagó al grandote.
A medida que caminaba algunas cuadras, la risa se me fue pasando y
me inundó una extraña sensación de autocompasión...