EL LADRILLO BOOMERANG
Aquel día yo venía muy enojado. Estaba fastidioso y todo me
molestaba. Mi actitud en el consultorio era quejosa y poco
productiva. Detestaba todo lo que hacía y tenía. Pero sobre todo,
estaba enojado conmigo. Aquel día sentía que no podía soportar “ser
yo mismo”.
—Soy un tonto— dije (o me dije)— Un reverendo imbécil... Creo que me
odio.
—Te odia la mitad de la población de este consultorio. La otra mitad
te va a contar un cuento.
Había un tipo que andaba por el mundo con un ladrillo en la mano.
Había decidido que a cada persona que lo molestara hasta hacerlo
rabiar, le tiraría un ladrillazo.
Método un poco troglodita pero que parecía efectivo, ¿no?
Sucedió que se cruzó con un prepotente amigo que le contestó mal.
Fiel a su designio, el tipo agarró el ladrillo y se lo tiró.
No recuerdo si le pegó o no. Pero el caso es que después, al ir a
buscar el ladrillo, esto le pareció incómodo.
Decidió mejorar el “sistema de autopreservación a ladrillo”, como él
lo llamaba:
Le ató al ladrillo un cordel de un metro y salió a la calle.
Esto permitiría que el ladrillo no se alejara demasiado. Pronto
comprobó que el nuevo método también tenía sus problemas.
Por un lado, la persona destinataria de su hostilidad debía estar a
menos de un metro. Y por otro, que después de arrojarlo, de todas
maneras tenía que tomarse el trabajo de recoger el hilo que además,
muchas veces se ovillaba y anudaba.
El tipo inventó así el “Sistema Ladrillo III”:
El protagonista era siempre el mismo ladrillo, pero ahora en lugar
de un cordel, le ató un resorte..Ahora sí, pensó, el ladrillo podría
ser lanzado una y otra vez pero solo, solito regresaría.
Al salir a la calle y recibir la primera agresión, tiró el ladrillo.
Le erró... pero le erró al otro; porque al actuar el resorte, el
ladrillo regresó y fue a dar justo en su propia cabeza.
El segundo ladrillazo se lo pegó por medir mal la distancia.
El tercero, por arrojar el ladrillo fuera de tiempo.
El cuarto fue muy particular. En realidad, él mismo había decidido
pegarle un ladrillazo a su víctima y a la vez también había decidido
protegerla de su agresión.
Ese chichón fue enorme...
Nunca se supo si a raíz de los golpes o por alguna deformación de su
ánimo, nunca llegó a pegarle un ladrillazo a nadie.
Todos sus golpes fueron siempre para él.
—Este mecanismo se llama retroflexión y consiste básicamente en
proteger al otro de mi agresividad. Cada vez que lo hago, mi energía
agresiva y hostil es detenida antes de que le llegue al otro, por
medio de una barrera que yo mismo pongo. Esta barrera no absorbe el
impacto, simplemente lo refleja; y toda esa bronca, ese fastidio,
esa agresión me vuelve a mí mismo. A veces con conductas reales de
autoagresión (daños físicos, comida en exceso, drogas, riesgos
inútiles) otras veces con emociones o manifestaciones disimuladas
(depresión, culpa, somatización).
Es muy probable que un utópico ser humano “iluminado”, lúcido y
sólido jamás se enojara. Sería útil para nosotros no enojarnos. Sin
embargo una vez que sentimos la bronca, la ira o el fastidio, el
único camino que los resuelve es sacarlos hacia fuera transformados
en acción. De lo contrario lo único que conseguimos, antes o
después, es enojarnos con nosotros mismos.