EL TESORO ENTERRADO
La sesión anterior me había dejado inquieto, por no decir
preocupado. Este tema de que el pobre señor se seguía cagando
encima, sin que importe en manos de qué terapeuta cayera, me obligó
a replantearme mi propia decisión de hacer terapia:
Después de todo, yo no quería seguir en terapia ni para llegar a
entender por qué, ni para usar bombachitas, ni para que dejara de
importarme. Así que, si esto era lo que se podía obtener de esta
inversión de tiempo y dinero, había llegado la hora de partir.
—...Entonces, gordo, ya no es un problema de escuelas terapéuticas.
Ahora mi planteo es: ¿Para qué c... estoy aquí?
—Lamentablemente, esa respuesta no la tengo yo, esa respuesta la
tienes tú.
—Estoy confundido, muy confundido. Hasta la sesión pasada, yo estaba
seguro de la utilidad de la psicoterapia; yo era uno de esos tipos
que mandaban a un terapeuta a todos sus amigos.
Pero de repente, en la sesión pasada MI PROPIO terapeuta me dice que
un tipo que llega cagándose encima, cojeando, deprimido, o loco; se
va tan cagado, rengo, triste y delirado como llegó... No
entendiendo... Esto es muy confuso...
— Nada sale de oponerse a la confusión, te molesta la situación por
el prejuicio de que deberías tenerlo claro, deberías no estar
confuso, deberías tener todas las respuestas, deberías...
deberías... Relájate, Demi, como ya te dije, en Gestalt el único
“Debería” es: Deberías saber que NO “deberías” nada en absoluto.
—Es verdad, incluso sin “deberías” hay respuestas que necesito y no
las tengo.
—¿Te cuento un cuento?
Ese día más que otros, abrí mis oídos. Yo sabía que un relato de
Jorge, una parábola y hasta un chiste me habían ayudado antes a
encontrar la claridad en la confusión.
Había una vez en la ciudad de Cracovia, un anciano piadoso y
solidario que se llamaba Izy. Durante varias noches, Izy soñó que
viajaba a Praga y llegaba hasta un puente sobre un río; soñó que a
un costado del río y debajo del puente se hallaba un frondoso árbol.
Soñó que él mismo cavaba un pozo al lado del árbol y que de ese pozo
sacaba un tesoro que le traía bienestar y tranquilidad para toda su
vida.
Al principio Izy no le dio importancia, pero después de repetirse el
sueño durante varias semanas, interpretó que era un mensaje y
decidió que él no podía desoír esta información que le llegaba de
Dios o no se sabía de dónde, mientras dormía.
Así que, fiel a su intuición, cargó su mula para una larga travesía
y partió hacia Praga.
Después de seis días de marcha, el anciano llegó a Praga y se dedicó
a buscar, en las afueras de la ciudad, el puente sobre el río.
No había muchos ríos, ni muchos puentes. Así que rápidamente
encontró el lugar que buscaba. Todo era igual que en su sueño: el
río, el puente ya un costado del río, el árbol debajo del cual debía
cavar.
Sólo había un detalle que en el sueño no había aparecido: el puente
era custodiado día y noche por un soldado de la guardia imperial.
Izy no se animaba a cavar mientras estuviera allí el soldado, así
que acampó cerca del puente y esperó. A la segunda noche el soldado
empezó a sospechar de ese hombre cerca de SU puente, así que se
aproximó para interrogarlo.
El viejo no encontró razón para mentirle. Por eso le contó que venía
viajando desde una ciudad muy lejana, porque había soñado que en
Praga debajo de un puente como éste, había un tesoro enterrado.
El guardia empezó a reírse a carcajadas:
—Mira que has viajado mucho por una estupidez –le dijo el guardia—.
Hace tres años que yo sueño todas las noches que en la ciudad de
Cracovia, debajo de la cocina de la casa de un viejo loco, de nombre
Izy, hay un tesoro enterrado. Ja... Ja... mira si yo debiera irme a
Cracovia para buscar a este Izy y cavar debajo de su cocina... Ja...
Ja... Ja....Izy agradeció humildemente al guardia y regresó a su
casa.
Al llegar, cavó un pozo debajo de su propia cocina y sacó el tesoro
que siempre había estado allí enterrado...
Después del cuento, el gordo hizo un larguísimo silencio, hasta que
sonó el timbre del próximo paciente. Jorge se acercó, me abrazó, me
besó en la frente y me fui.
Repasé la sesión mentalmente. Al comienzo de la conversación ya el
gordo me había dicho lo mismo que después, con el cuento: “la
respuesta a tus preguntas no la tengo yo, sino tú”.
Las respuestas las encontraría en mí. No en Jorge, no en los libros,
no en la terapia, no en mis amigos... en mí... sólo en mí...
En ningún otro lado... me repetía una y otra vez... en ningún otro
lado...
Y entonces me di cuenta: Nadie podía decirme si la terapia “sirve” o
no sirve. Solamente yo podía saber si “ME sirve”, y esta respuesta
sería válida sólo para mí (y sólo por ahora). Yo había vivido gran
parte de mi vida, ahora entendía, buscando a otro para que me dijera
qué estaba bien y qué estaba mal. Buscando a otros que me miraran,
para poder verme. Buscando afuera lo que en realidad siempre estuvo
adentro (debajo de mi propia cocina).
Ahora estaba claro, la terapia es nada más que una herramienta para
poder cavar en el lugar correcto y desenterrar el tesoro escondido.
El terapeuta no es más que aquel soldado que, a su modo, dice una y
otra vez dónde buscar y repite sin cansarse, que es estúpido buscar
afuera...
La confusión había cesado y como Izy me sentí afortunado y tranquilo
de saber, por fin, que el tesoro está conmigo, que siempre lo estuvo
y que es imposible perderlo.