EL REY
CICLOTIMICO
Cuando comencé a hablar, me di cuenta de mi aceleramiento.
Estaba eufórico.
A medida que le contaba a Jorge, me daba cuenta de cuántas cosas
había hecho durante la semana.
Como otras veces, me sentía un Supermán triunfal, un enamorado de la
vida. Le contaba al gordo mis planes para los próximos días.
Tenía tanta fuerza, tanta energía...
El gordo se sonrió alegre y acompañante.
Como siempre, me pareció que ese tipo me acompañaba en mis estados
de ánimo, cualesquiera que fueran. Compartir esta alegría con Jorge
era una razón más para estar alegre. Todo me salía bien. Seguí
planeando cosas. No me alcanzarían dos vidas para hacer lo que
estaba dispuesto a empezar.
—¿Te cuento un cuento? –dijo.
Con esfuerzo, reconozco, me callé.
Había una vez un rey muy poderoso que reinaba un país muy lejano.
Era un buen rey. Pero el monarca tenía un problema: era un rey con
dos personalidades.
Había días en que se levantaba exultante, eufórico, feliz. Ya desde
la mañana, esos días aparecían como maravillosos. Los jardines de su
palacio le parecían más bellos.
Sus sirvientes, por algún extraño fenómeno, eran amables y
eficientes esas mañanas.
En el desayuno confirmaba que se fabricaban en su reino las mejores
harinas y se cosechaban los mejores frutos.
Esos eran días en que el rey rebajaba los impuestos, repartía
riquezas, concedía favores y legislaba por la paz y por el bienestar
de los ancianos. Durante esos días, el rey accedía a todos los
pedidos de sus súbditos y amigos.
Sin embargo, había también otros días..Eran días negros. Desde la
mañana se daba cuenta de que hubiera preferido dormir un rato más.
Pero cuando lo notaba ya era tarde y el sueño lo había abandonado.
Por mucho esfuerzo que hacía, no podía comprender por qué sus
sirvientes estaban de tan mal humor y ni siquiera lo atendían bien.
El sol le molestaba aun más que las lluvias. La comida estaba tibia
y el café demasiado frío. La idea de recibir gente en su despacho le
aumentaba su dolor de cabeza.
Durante esos días, el rey pensaba en los compromisos contraídos en
otros tiempos y se asustaba pensando en cómo cumplirlos. Esos eran
los días en que el rey aumentaba los impuestos, incautaba tierras,
apresaba opositores...
Temeroso del futuro y del presente, perseguido por los errores del
pasado, en esos días legislaba contra su pueblo y su palabra más
usada era NO.
Consciente de los problemas que estos cambios de humor le
ocasionaban, el rey llamó a todos los sabios, magos y asesores de su
reino a una reunión.
—Señores –les dijo— todos ustedes saben acerca de mis variaciones de
ánimo. Todos se han beneficiado de mis euforias y han padecido mis
enojos. Pero el que más padece soy yo mismo, que cada día estoy
deshaciendo lo que hice en otro tiempo, cuando veía las cosas de
otra manera.
Necesito de ustedes, señores, que trabajéis juntos para conseguir el
remedio, sea brebaje o conjuro que me impida ser tan absurdamente
optimista como para no ver los hechos y tan ridículamente pesimista
como para oprimir y dañar a los que quiero.
Los sabios aceptaron el reto y durante semanas trabajaron en el
problema del rey.
Sin embargo todas las alquimias, todos los hechizos y todas las
hierbas no consiguieron encontrar la respuesta al asunto planteado.
Entonces se presentaron ante el rey y le contaron su fracaso.
Esa noche el rey lloró.
A la mañana siguiente, un extraño visitante le pidió audiencia..Era
un misterioso hombre de tez oscura y raída túnica que alguna vez
había sido blanca.
—Majestad –dijo el hombre con una reverencia—, del lugar de donde
vengo se habla de tus males y de tu dolor. He venido a traerte el
remedio.
Y bajando la cabeza, acercó al rey una cajita de cuero.
El rey, entre sorprendido y esperanzado, la abrió y buscó dentro de
la caja. Lo único que había era un anillo plateado.
—Gracias –dijo el rey entusiasmado— ¿es un anillo mágico?
—Por cierto lo es –respondió el viajero—, pero su magia no actúa
sólo por llevarlo en tu dedo...
Todas las mañanas, apenas te levantes, deberás leer la inscripción
que tiene el anillo. Y recordar esas palabras cada vez que veas el
anillo en tu dedo.
El rey tomó el anillo y leyó en voz alta:
Debes saber que ESTO también pasará.