¿QUÉ TERAPIA ES ESTA?
Desde hacía tiempo muchos de mis amigos me preguntaban a mí, como le
preguntaban a otros, qué tipo de terapia era esta que yo estaba
haciendo. Estaban todos tan sorprendidos por algunas cosas que yo
contaba sobre el gordo y sobre lo que pasaba en el consultorio, que
no podían encuadrar esta forma de trabajar con ningún modelo
terapéutico que ellos conocieran (y, para qué negarlo, con ninguno
que yo hubiera conocido tampoco).
...Así que aquella tarde, cuando llegué, aprovechando que mis cosas
estaban más o menos en calma (“ordenadas cada una en su lugar” como
decía el gordo), le pregunté a Jorge qué terapia era esa.
—¿Qué terapia es?... Qué sé yo... ¿Será terapia esto? –me contestó
el gordo.
¡Mala suerte!, pensé, el gordo está en esos días herméticos en que
es inútil tratar de obtener respuesta a algo... Insistí:
—En serio, quiero saber.
—¿Para qué?
—Para aprender.
—¿Para qué te serviría aprender qué tipo de terapia es esta?
—Ya no puedo zafarme de esto, ¿no? –dije, intuyendo lo que seguía.
—¿Zafarte? ¿Para qué quieres zafarte?
—Mira, me rompe las pelotas no poder preguntarte nada.
Cuando TÚ tienes ganas, te copas explicando y cuando no, es
imposible conseguir que contestes una puta pregunta. Carajo, ¡no es
justo!
—¿Estás enojado?
—¡Síííí!, estoy enojado.
—¿Y que haces con tu enojo? ¿Qué quieres hacer ahora con la bronca
que sientes? ¿Te la vas a llevar puesta?
—No, quiero putear. ¡La puta que lo parió!
—Putea otra vez..—¡La puta que lo parió!
—Otra vez. Otra vez.
—¡LA PUTA QUE LO PARIÓ!
—Sigue. ¿A quién estás puteando? ¡Sigue!
—¡La puta que te parió! Gordo de mierda. ¡La puta que te parió!
El gordo miró en silencio cómo yo recuperaba el aliento y retomaba
poco a poco mi perdido ritmo respiratorio.
Recién algunos minutos después, abrió su boca:
—Éste es el tipo de terapia que hacemos, Demi, una terapia al
servicio de comprender lo que te está pasando en cada momento. Una
terapia destinada a abrir brechas entre tus máscaras, para dejar
salir cada vez más al verdadero Demián que eres.
Una terapia, de alguna manera, única e indescriptible, porque está
armada sobre las estructuras de dos personas únicas e
indescriptibles que somos tú y yo; y que han acordado, por ahora,
prestar más atención al proceso de crecimiento de una de ellas: tú.
Una terapia que no cura a nadie, porque reconoce que sólo puede
ayudar a algunos a que se curen a sí mismos. Una terapia que no
intenta producir ninguna reacción, sino solamente actuar como un
catalizador capaz de acelerar un proceso, que se hubiera producido
de todas maneras con o sin terapeuta.
Una terapia que (al menos con este terapeuta), se parece cada vez
más a un proceso didáctico, y en fin, una terapia que jerarquiza más
el sentir que el pensar, más el hacer que el planificar, más el ser
que el tener, más el presente que el pasado o el futuro.
—Ése es el punto. El presente. Esa es la diferencia que me parece
que hay con mis terapias anteriores: el énfasis que tú pones en la
situación actual. Todos los otros terapeutas que conocí o de los que
me contaron siempre, están interesados en el pasado, en las razones,
en los orígenes del problema; tú no te ocupas mucho de todo eso. Si
no sabes dónde empezó el despelote ¿cómo puedes arreglarlo?
—Para hacerla corta, la vamos a tener que hacer larga. A ver si lo
puedo explicar: en el universo terapéutico, y hasta donde yo s
habitan más de 250 formas de terapia que se corresponden más o menos
con otras tantas posturas filosóficas.
Estas escuelas son todas diferentes entre sí, en la ideología, en la
forma o en el encuadre, pero apuntan creo, todas a un mismo fin:
Mejorar la calidad de vida del paciente. Quizás en lo que no podamos
ponernos de acuerdo es en lo que para cada terapeuta quiere decir
“mejorar la calidad de vida”... ¡pero en fin!
Sigamos. Estas 250 escuelas se podrían agrupar en tres grandes
líneas de pensamiento, según el acento que cada modelo
psicoterapéutico ponga en su exploración de la problemática del
paciente:
Escuelas que se focalizan en el pasado.
Escuelas que se focalizan en el futuro.
Escuelas que se focalizan en el presente.
La primera línea, lejos la más poblada, incluye todas aquellas
escuelas que parten (o funcionan como si partieran) de la idea de
que un neurótico es un tipo que una vez, allá lejos, cuando era
chiquito tuvo un problema y paga desde entonces las consecuencias de
aquella situación. El trabajo entonces consiste en recuperar todos
los recuerdos de la historia pretérita del paciente, hasta encontrar
aquellas situaciones que ocasionaron esta neurosis. Como estos
recuerdos están, según los analistas, “reprimidos” en el
inconsciente, la tarea es hurgar en ese inconsciente buscando los
hechos que fueron “ocultados”.
El ejemplo más claro de este modelo es el psicoanálisis ortodoxo.
Para identificar a estas escuelas, yo suelo decir que buscan el
“PORQUÉ”
Muchos analistas, como yo los veo, creen que con sólo encontrar el
motivo de este síntoma, esto es, si el paciente descubre porqué hace
lo que hace, si se hace consciente lo inconsciente, entonces todo el
mecanismo empezará a funcionar correctamente.
El psicoanálisis –por tomar la más difundidas de estas escuelas—
tiene, como casi todas las cosas, ventajas y desventajas:.La ventaja
fundamental es que no existe (o yo no creo que exista) otro modelo
terapéutico que brinde un conocimiento más profundo de los propios
procesos interiores. Ningún otro modelo es capaz, parece, de llegar
al nivel de autoconocimiento al que se podría llegar con las
técnicas freudianas.
En cuanto a las desventajas son por lo menos dos. Por un lado, la
duración del proceso terapéutico (según me dijo alguna vez un
analista, un tercio del tiempo vivido por el paciente cuando comenzó
su terapia), demasiado largo, lo cual lo hace fatigoso y
antieconómico (no sólo en dinero). Y por otro lado, la dudosa
efectividad “terapéutica” del modelo. Personalmente dudo de que el
insight alcance verdaderamente para modificar un planteo de vida,
una postura enfermiza o el motivo de consulta que trajo al paciente
a consulta.
En la otra punta, creo yo, están las escuelas psicoterapéuticas
focalizadas en el futuro. Estas líneas, muy en boga en este momento,
podría yo sintetizarlas más o menos en lo siguiente:
El verdadero problema es que el consultante equivoca la conducta
adecuada a su intención. Por lo tanto, la tarea no consiste en
descubrir por qué le pasa lo que le pasa (esto ya se lo da por
sentado), ni en saber quién es el individuo que sufre; el punto es
cómo conseguir que el paciente llegue a donde él se propone, o
consiga lo que desea o enfrente lo que teme para vivir más
productiva y positivamente.
Esta línea representada en forma clásica por el conductismo, propone
la idea de que sólo se pueden aprender nuevas conductas
ejecutándolas, cosa que el paciente difícilmente se atreverá a hacer
sin la ayuda, el apoyo y la dirección de una ayuda exterior. Esta
ayuda será preferiblemente dada por un profesional que le indicará
las conductas, recomendará en forma explícita las actitudes
adecuadas y acompañará de hecho al paciente en este proceso de
reacondicionamiento saludable.
La pregunta básica de este modelo no es: ¿por qué? Sino “¿CÓMO?”.
Esto es, cómo conseguir el objetivo buscado.
Esta escuela tiene también ventajas y desventaja: la primera de las
ventajas es la increíble efectividad de la técnica y la segunda, la
rapidez del proceso (algunos neoconductistas americanos, hablan hoy
de terapias que insumen entre una y cinco consultas). La desventaja
más obvia es que para mí el abordaje es superficial; el paciente
nunca termina de conocerse ni de descubrir sus propios recursos y
queda por lo tanto, ligado a resolver solamente la situación de
consulta y en estrecha dependencia de su terapeuta. Lo que no
tendría nada de malo, pero no alcanza para el imprescindible
contacto con uno mismo.
La tercera línea es, desde el punto de vista histórico, la más nueva
de las tres. Está integrada por todas aquellas escuelas
psicoterapéuticas que focalizan su tarea en el presente.
Desde el punto de vista general, partimos de la idea de no
investigar el origen de los sufrimientos ni elegir conductas para
saltear ese sufrimiento; más bien la tarea se centra en establecer
qué está pasando con esta peculiar persona que consulta y para qué
está ella en esta situación.
Tú sabes que esta es la línea que yo elijo para trabajar y por ello
es obvio que creo que es la mejor. No obstante lo cual, reconozco
que también este camino tiene desventajas (... y hasta ventajas):
Comparativamente, no son terapias tan largas como el psicoanálisis
ni tan cortas como las neoconductistas; una terapia de este modelo
transcurrirá en un lapso de seis meses a dos años. Sin tener la
profundidad ortodoxa, generan –a mi criterio— una buena dosis de
autoconocimiento y un buen nivel de manejo de los recursos propios.
Por otro lado, si bien es capaz de fertilizar el proceso de mejor
contacto con la realidad actual, anida el peligro de promover en los
pacientes, aunque sea por un rato, la idea de una filosofía de vida
pasatista y liviana, una postura de “vivir el momento” que no tiene
nada que ver con el “presente” que estas escuelas plantean, el que
por supuesto admite y requiere muchas veces de la experiencia y de
los proyectos de vida.
Hay un viejísimo chiste que quizás sirva para ejemplificar estas
tres líneas. La situación del chiste es muy burdamente la misma y
voy a contarte tres finales diferentes para darme el lujo de
burlarme por un ratito de estas tres líneas de pensamiento:
Situación base (común a los tres):.Un tipo tiene encopresis (en buen
romance: se caga encima). Consulta a su médico que, luego de
exámenes e investigaciones, le recomienda (no habiendo encontrado
base orgánica) consultar con un psicoterapeuta.
FINAL ALTERNATIVO UNO
(El terapeuta consultado fue un psicoanalista ortodoxo).
Cinco años después, el tipo se encuentra con un amigo:
—Che, ¿cómo te va con tu terapia?
—¡Bárbaro! –contesta el otro, eufórico.
— ¿Ya no te cagas encima?
— ¡Mira, cagar me sigo cagando, pero ahora ya sé por qué me cago!
FINAL ALTERNATIVO DOS
(El terapeuta consultado fue un conductista)
Cinco días después, el tipo se encuentra con un amigo:
—Che, ¿cómo te va con tu terapia?
—¡Bárbaro! –contesta el otro, eufórico.
— ¿Ya no te cagas encima?
—Mira, cagar me sigo cagando, pero ahora uso bombachitas de goma.
FINAL ALTERNATIVO TRES
(El terapeuta consultado fue un gestáltico)
Cinco meses después, el tipo se encuentra con un amigo:
—Che, ¿cómo te va con tu terapia?
—¡Bárbaro! –contesta el otro, eufórico.
— ¿Ya no te cagas encima?
—¡Mira, cagar me sigo cagando, pero ahora no me importa!
—Pero ese planteo me parece demasiado apocalíptico –quise defender
yo.
—Es posible, pero en todo caso este apocalipsis es real. Tan real
como que tu sesión terminó.
...¡Hacía mucho que no puteaba tanto a alguien!.