DOS DE
DIÓGENES
—Retomemos el tema del círculo.
—¿Sí?
—Me parece comprender la parábola del rey y del sirviente, y lo peor
es que me siento muy identificado. La verdad es que creo que cada
vez que no tengo grandes complicaciones en el horizonte, empiezo a
buscar qué le falta a esto o aquello para ser perfecto. Lo digo y me
parece terrible, pero no lo puedo evitar.
—La sociedad que somos, da señales claras de que tu postura es la
que se espera que tengas.
—¿Por qué?
—Porque toda la idea de la sociedad postindustrial está basada en
tener y no en ser, como diría Erich Fromm. Y para convencernos de
que esto es verdad, nos han condicionado con un axioma que viene
naturalmente a nosotros, si no somos capaces de evitarlo. Esta frase
es a la vez usada como motor y como trampa.
—¿Una frase?
—Sí. La frase es:
“QUÉ FELIZ SERÍA YO CON LO QUE NO TENGO”
Donde lo que no tengo no es un auto, una casa, un buen sueldo, una
pareja. Lo que no tengo es “lo—que—no—tengo”; quiero decir una
unidad no posible.
Dicho de otra manera: si yo consiguiese tener lo—que—no— tengo, no
me haría feliz porque ese algo (auto, casa, novia, etc.) al tenerlo,
dejaría de ser lo—que—no—tengo y siguiendo el axioma, sólo podré ser
feliz teniendo lo—que—no—tengo.
—¡Pero esa trampa no tiene salida!
—NO, si no puedes cambiar de axioma.
—¿Y se puede?.—Todos los mandatos y pautas educativas se pueden
revisar, para ratificarlos o rectificarlos
El precio que hay que pagar es que los valores atados a un orden
determinado, se descolocan. Y nos sentimos confusos y desubicados
hasta encontrar un nuevo orden, acorde con nuestra nueva realidad.
Pero llegados allí aparece el premio: la valoración de lo que tienes
y la posibilidad de disfrutarlo a partir de lo que eres.
Dicen que Diógenes paseaba por las calles de Atenas vestido en
harapos y durmiendo en los zaguanes.
Cuentan que una mañana, cuando Diógenes estaba amodorrado todavía en
el zaguán de la casa donde había
pasado la noche, pasó por el lugar un acaudalado terrateniente.
—Buen día –dijo el caballero.
—Buen día –contestó Diógenes.
—He tenido una muy buena semana, así que he venido a darte esta
bolsa de monedas.
Diógenes lo miró en silencio, sin hacer un movimiento.
—Tómalas, no hay trampas. Son mías y te las doy a ti, que sé que las
necesitas más que yo.
—¿Tú tienes más? –preguntó Diógenes.
—Sí, claro –contestó el rico— muchas más.
—¿Y no te gustaría tener más de las que tienes?
—Sí, por supuesto que me gustaría.
—Entonces guárdate las monedas que me dabas, porque tú las necesitas
más que yo.
Y cuentan algunos que el diálogo siguió así:
—Pero tú también tienes que comer y eso requiere dinero.
—Tengo ya una moneda –y la mostró— y esta me alcanzará para un tazón
de trigo hoy por la mañana y quizá algunas naranjas.
—Estoy de acuerdo, pero también tendrás que comer mañana y pasado y
al día siguiente ¿de dónde sacarás el dinero mañana?
—Si tú me aseguras, sin temor a equivocarte, que yo viviré hasta
mañana, entonces, quizás tome tus monedas...