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Ámate a ti mismo – Osho

¿Cómo puede uno distinguir entre el iluminado amor a uno mismo y la egolatría?

¡Ámate a ti mismo!

Por Osho

¿Cómo puede uno distinguir entre el iluminado amor a uno mismo y la egolatría?


La distinción es sutil pero muy clara, no es difícil. Si tienes egolatría, ésta te producirá más y más desdicha. La desdicha indicará que estás enfermo. La egolatría es una enfermedad, un cáncer del alma. La egolatría te irá tensando más y más, te irá poniendo más y más tenso, no te permitirá el más mínimo descanso. Acabará conduciéndote a la locura.

El amor a uno mismo es justo lo contrario de la egolatría. En el amor a uno mismo no hay yo, sólo amor. En la egolatría no hay amor, sólo yo. En el amor a uno mismo empezarás a relajarte cada vez más. La persona que se ama a sí misma está completamente relajada. Amar a otra persona puede producir un poco de tensión, porque el otro no tiene por qué estar siempre en sintonía contigo. El otro, o la otra, pueden tener sus propias ideas. El otro es un mundo diferente; hay muchas posibilidades de colisión, de choque. Hay muchas posibilidades de rayos y truenos porque el otro es un mundo diferente. Siempre existe una lucha sutil. Pero cuando te amas a ti mismo, no hay nadie más. No hay conflicto, es puro silencio, es un inmenso deleite. Estás solo; nadie te molesta. No se necesita al otro para nada. Y para mí, una persona que se ha vuelto capaz de un amor tan profundo hacia sí misma se vuelve capaz de amar a los demás. ¿Cómo vas a amar a los demás si no puedes amarte a ti mismo? Para que se extienda a los demás, antes tiene que ocurrir en la cercanía, antes tiene que ocurrir en tu interior.

La gente intenta amar a los demás sin darse cuenta de que ni siquiera se han amado a sí mismos. ¿Cómo vas a amar a los demás? No se puede compartir aquello que no se tiene. Sólo se puede dar a los demás aquello que ya se tiene.

Así que el primer paso, y el más fundamental, es el amor a uno mismo; pero en eso no hay yo.

Déjame que te lo explique.

El yo sólo surge por contraste con el tú, yo y tú existen juntos. Entonces, el yo puede existir en dos dimensiones. Una dimensión es yo-ello: tú, tu casa; tú, tu automóvil; tú, tu dinero; yo-ello. Cuando está este yo, este yo de yo-ello, tu yo es casi como una cosa. No es conciencia; está dormido, roncando. Tu conciencia no está ahí. Tú eres igual que las cosas, una cosa entre cosas: eres parte de tu casa, parte de tu mobiliario, parte de tu dinero.

¿Te has dado cuenta? Cuando un hombre es demasiado avaricioso con el dinero, poco a poco empieza a tener las cualidades del dinero. Se convierte en dinero. Pierde espiritualidad, deja de ser un espíritu. Acaba reducido a cosa. Si amas el dinero, te volverás como el dinero. Si amas tu casa, poco a poco, te irás volviendo material. Uno se convierte en aquello que ama. El amor es alquímico. Nunca ames la cosa equivocada, porque te transformará. Nada es tan transformador como el amor. Ama algo que pueda elevarte a cotas más altas. Ama algo más allá de ti.

Ése es el efecto de la religión: darte a amar un objeto como Dios para que no haya forma de caer. Uno se tiene que elevar.

Un tipo de yo existe como yo-ello; otro tipo de yo existe como yo-tu. Cuando amas a una persona, surge en ti otro tipo de yo: el yo-tú. Si amas a una persona, te conviertes en una persona.

¿Pero qué ocurre con el amor a uno mismo? No hay ello ni hay tú. El yo desaparece porque el yo sólo puede existir en dos contextos: ello y tú. Yo es la figura, ello y tú funcionan como el medio. Cuando el medio desaparece, el yo desaparece. Cuando te quedas solo, eres, pero no tienes un yo, no sientes ningún yo. Eres simplemente una profunda SOYDAD. Normalmente decimos yo soy. En ese estado, cuando estás profundamente enamorado de ti mismo, el yo desaparece. Sólo queda soydad, pura existencia, puro ser. Te llenará de una gran felicidad. Hará de ti una celebración, un regocijo. No habrá ningún problema para distinguir entre lo uno y lo otro.

Si cada vez te sientes más desdichado, estás en el juego de ser un ególatra. Si cada vez te sientes más tranquilo, silente, feliz, centrado, estás en otro juego: el juego del amor a uno mismo. Si estás en el juego del ego serás destructivo para los demás, porque el ego intenta destruir el tú. Si vas en la dirección del amor a uno mismo, el ego desaparecerá. Y cuando el ego desaparece, le permites al otro ser él o ella misma; dejas una libertad total. Si no tienes ego alguno, no puedes construir una prisión para la persona que amas; no puedes construir una jaula. Permites que el otro sea un águila que vuela alto por el cielo. Permites que el otro sea él o ella misma; das total libertad. El amor da total libertad. El amor ES libertad; libertad para ti y libertad para los objetos de tu amor. El ego es una prisión, prisión para ti y prisión para tu víctima.

Pero el ego te puede jugar grandes tretas. Es muy astuto y muy sutil en sus formas: puede aparentar ser amor a uno mismo.

Déjame que te cuente una anécdota.

La cara del mulá Nasrudin se iluminó al reconocer al hombre que iba bajando las escaleras del metro por delante de él. Le dio una palmada en la espalda tan acaloradamente que el hombre casi se cae, y le dijo a gritos: ¡Goldberg, apenas te he reconocido! Has engordado quince kilos desde la última vez que te vi. Y te has arreglado la nariz, y juraría que eres medio metro más alto.

El hombre le miró enfadado. Perdón ―le dijo en un tono gélido―, pero yo no soy ese tal Goldberg.

¡Anda! ―exclamó el mulá Nasrudin―, ¡incluso te has cambiado el nombre!

El ego es muy astuto y muy auto-justificativo, muy auto-racionalizador. Si no estás muy alerta, puede empezar a ocultarse tras el amor a uno mismo. La propia expresión uno mismo se convertirá en una protección para él. Puede decir: Yo soy tú mismo. Puede cambiar su peso, puede cambiar su talla, puede cambiar su nombre. Y como sólo es una idea, no hay ningún problema: se puede hacer pequeño o grande. Sólo es tu fantasía.

Ten mucho cuidado. Si realmente quieres crecer en amor, requerirá mucha cautela. Hay que dar cada paso en plena alerta para que el ego no pueda encontrar ningún agujero en el que ocultarse.

Tu verdadero ser no es ni yo ni tú no es ni tú ni el otro. Tu verdadero ser es totalmente trascendental. Lo que llamas yo no es tu verdadero ser. El yo es impuesto en la realidad. Cuando llamas a alguien tú, no te estás dirigiendo al verdadero ser del otro. Le has vuelto a imponer una etiqueta. Cuando se retiran todas las etiquetas, queda el verdadero ser, y el verdadero ser es tan tuyo como de los demás. El verdadero ser es uno.

Por eso decimos que participamos los unos de los otros seres, que formamos parte los unos de los otros. Nuestra verdadera realidad es Dios. Puede que seamos como los icebergs flotando en el océano, parecen estar separados, pero cuando nos fundimos, no quedará nada. La definición desaparecerá, la limitación desaparecerá, y el iceberg no estará ahí. Se volverá parte del océano.

El ego es un iceberg. Fúndelo. Fúndelo en profundo amor para que desaparezca y te vuelvas parte del océano.

He oído…

El juez, con un aspecto muy severo, dijo: Mulá, su esposa dice que la ha golpeado en la cabeza con un bate de beisbol y que la ha tirado por la escalera. ¿Qué tiene que decir en su defensa?.

El mulá Nasrudin se frotó un lado de la nariz con la mano y meditó. Finalmente, dijo: Señoría, imagino que este caso tiene tres versiones: la historia de mi mujer, mi historia y la verdad.

Así es, tiene toda la razón.

Usted ha oído decir que la verdad tiene dos versiones ―dijo―, pero, en realidad, tiene tres, y tiene toda la razón. Existe tu historia, mi historia y la verdad; yo, tú y la verdad.

La verdad no es ni yo ni tú. Yo y tú es una imposición en la inmensidad de la verdad. El yo es falso, el tú es falso; útil, práctico en el mundo. Sería muy difícil desenvolverse en el mundo sin el yo y el tú. Utilízalos, pero sólo son instrumentos del mundo. Ni el tú ni el yo existen en realidad. Existe algo, alguien, alguna energía sin limitaciones, sin fronteras. Procedemos de ello, y desaparecemos en ello.


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