Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se
detienen. Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es
deshonor.
Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez
sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión -parando, parando, y
atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera.
La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas
de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida.
Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino
comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le
importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador
Gaviota amaba volar.
Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace
popular entre los demás pájaros. Hasta sus padres se desilusionaron
al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de
planeos a baja altura, experimentando.
No comprendía por qué, por ejemplo, cuando volaba sobre el agua a
alturas inferiores a la mitad de la envergadura de sus alas, podía
quedarse en el aire más tiempo, con menos esfuerzo; y sus planeos no
terminaban con el normal chapuzón al tocar sus patas en el mar, sino
que dejaba tras de sí una estela plana y larga al rozar la
superficie con sus patas plegadas en aerodinámico gesto contra su
cuerpo. Pero fue al empezar sus aterrizajes de patas recogidas -que
luego revisaba paso a paso sobre la playa- que sus padres se
desanimaron aún más.
-¿Por qué, Juan, por qué? -preguntaba su madre-. ¿Por qué te resulta
tan difícil ser como el resto de la bandada, Juan? ¿Por qué no dejas
los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no
comes? ¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas!
-No me importa ser hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué
puedo hacer en el aire y qué no. Nada más. Sólo deseo saberlo.
-Mira, Juan -dijo su padre, con cierta ternura-. El invierno está
cerca. Habrá pocos barcos, y los peces de superficie se habrán ido a
las profundidades. Si quieres estudiar, estudia sobre la comida y
cómo conseguirla. Esto de volar es muy bonito, pero no puedes
comerte un planeo, ¿sabes? No olvides que la razón de volar es la
comida.
Juan asintió obedientemente. Durante los días sucesivos, intentó
comportarse como las demás gaviotas; lo intentó de verdad, trinando
y batiéndose con la bandada cerca del muelle y los pesqueros,
lanzándose sobre un pedazo de pan y algún pez. Pero no le dió
resultado.
Es todo inútil, pensó, y deliberadamente dejó caer una anchoa
duramente disputada a una vieja y hambrienta gaviota que le
perseguía. Podría estar empleando todo este tiempo en aprender a
volar. ¡Había tanto que aprender!