MEMORIA DE VIDAS ANTERIORES
¿Quiénes
éramos antes de ser nosotros? La posibilidad de una vida posterior
ha sido ampliamente contestada en Occidente, pero la existencia de
una vida anterior es igualmente probable. Si sólo creemos en una
vida posterior, quedamos restringidos a una visión de tiempo
dualista y muy limitada, porque sólo hay un «aquí» y un «después»,
pero si la vida es continua y el alma nunca cesa en su viaje, se
abre una cosmovisión totalmente diferente.
Como parte
de nuestra preparación médica, en la India se manda a todos los
jóvenes médicos destacados a un pueblo, lo que es equivalente a
hacer el servicio sanitario público. La India rural es exactamente
como era hace siglos y, después de vivir la cultura urbana de Nueva
Delhi, establecerse en un pueblo es como hacer un viaje en el
tiempo. Un día los pacientes empezaron a salir corriendo sin razón
aparente. Yo también salí y vi que una multitud rodeaba a una niña
de unos cuatro o cinco años que estaba descalza en mitad de la
polvorienta calle y que, aparentemente, había salido de la nada.
Según decía, su nombre era Neela, un nombre muy común en el norte de
la India. Pero al cabo de un momento, la niña empezó a llamar a uno
o dos de los aldeanos, a los que nunca había visto, por su nombre.
Alguien la cogió en brazos y la llevó hasta una casa cercana; por el
camino, la niña señaló la vivienda e hizo algunos comentarios sobre
ella como si la conociera.
Al cabo de
una hora aparecieron sus padres como locos. Al parecer, habían
detenido su coche en la carretera principal para comer, y mientras
preparaban la comida la madre se dio cuenta de que Neela había
desaparecido. El reencuentro con la niña fue de lo más lacrimoso y
luego empezaron las preguntas: ¿cómo había podido andar Neela una
distancia tan larga, casi dos kilómetros, desde el punto donde se
habían detenido hasta el pueblo? ¿Cómo se les había ocurrido a sus
padres buscarla en aquel lugar?
La respuesta
fue muy extraña e incluso muy india, porque resultó que Neela no era
el nombre real de la niña, que se llamaba Gita. Apenas había
aprendido a hablar, pero se señalaba frecuentemente a sí misma
diciendo «Neela, Neela».
Naturalmente, todos creyeron que Gita era una reencarnación. Los
aldeanos consideraron el asunto y al poco rato alguien se acordó de
otra Neela, una niña que había muerto de pequeña en una de las
granjas de los alrededores. Alguien hubiera salido corriendo a
buscar a la familia que vivía allí, pero los padres de Gita se
pusieron muy nerviosos y, a pesar de las protestas, cogieron a la
niña y se fueron rápidamente hacia el coche. Gita iba llorando
mientras se la llevaban, mirando por la ventanilla trasera del
coche, mientras éste se alejaba en medio de una nube de polvo. Por
lo que yo sé, Gita nunca más volvió.
Hay muchos
incidentes similares de vidas que se solapan, y no sólo en Oriente.
Hace algunos años se supo que la búsqueda de la reencarnación de un
lama tibetano llevó a una delegación de sacerdotes a España, donde
un niño católico fue identificado como el candidato adecuado. ¿Cómo
pueden ser tan pequeños los límites entre la vida y la muerte? Las
personas que dedican su tiempo a los genios y a los niños prodigio
los consideran a menudo sobrenaturales, de alguna manera
preternaturales, como si un alma muy vieja hubiera sido confinada
dentro de un nuevo cuerpo y le aportara una experiencia mucho mayor
que la que hubiera podido obtener de otra forma. Es fácil conceder
que algún tipo de vida anterior arroja su influencia sobre el
presente. Hablando de su propia experiencia, un prodigio musical
afirmó: «Es como si estuviera tocando desde fuera de mi propia
conciencia. La música pasa por mí, yo soy el conducto, no el
origen.» ¿Participamos todos de esta misma experiencia? La
reencarnación es un tema sobre el que se sigue discutiendo; Oriente
cree en la reencarnación desde hace miles de años, mientras que la
tradición judeocristiana solamente ha coqueteado con este concepto y
siempre lo ha rechazado.
Durante la
Edad Media, creer en vidas anteriores se consideraba una herejía.
El campo no
manifiesto nos permite plantear la cuestión de las vidas anteriores
de una forma diferente, como un tema relacionado con la conciencia.
Ser consciente significa que podemos activar una pequeña parte o una
gran parte de nuestro cerebro. Algunas personas son plenamente
conscientes de sus motivaciones más profundas, de sus emociones
subconscientes, y de su capacidad creativa, pero para otras personas
se trata de cuestiones algo crípticas. Profetas y sabios activan
regiones profundas y cuando lo desean, pueden ver en el interior de
la naturaleza humana mucho más allá de sus propias vidas. Un humilde
monje del Himalaya podría ser capaz de penetrar en mi alma mucho más
claramente que yo (de hecho yo ya he tenido esta experiencia). Por
lo tanto, 132 parecería que la mente no está limitada por lo vivido
(todos hemos tenido momentos en que nos hemos sentido poseedores de
un conocimiento mayor al que cabría esperar por nuestra
experiencia).
Hay muchas
pruebas de que la mente no está limitada por el tiempo y el espacio.
Como el cerebro está dentro de la cabeza, suponemos que la mente
también lo está y mira el mundo exterior como lo haría un prisionero
desde una torre. Cuando decimos: «Me ha pasado esta idea por la
cabeza», trabajamos a partir de esta suposición, pero la consciencia
es algo más que ideas e incluso mucho más que la función cerebral.
Recuerdo que una vez estaba en un motel barato mirando en la
televisión la escena de un crimen real. Yo tenía veinticuatro años,
era mi primera noche en América, y la violencia que vi en las
noticias de las once fue una experiencia nueva para mí. Me incliné
hacia adelante mirando cómo se llevaban al hospital cercano a las
víctimas del tiroteo. De repente se me revolvió el estómago.
Las víctimas
iban al hospital al que yo debía presentarme al día siguiente y la
sala de emergencias en la que se estaba luchando por extraer las
balas y donde se abrían los pechos en canal para dar masaje directo
a los corazones parados iba a ser mi lugar de trabajo al cabo de
doce horas. Tuve un sentimiento irreal al verme a mi mismo absorbido
por toda esta violencia americana.
Aquella
sangre que manchaba la acera estaría muy pronto en mis manos y yo
estaría salvando pacientes que podían ser policías o asesinos.
En aquel
momento me emocioné mucho, atrapado entre la fascinación y el
terror, y como las emociones crean fuertes recuerdos, puedo ver
aquella escena vividamente cada vez que lo deseo.
Esta memoria
¿está dentro de mi cabeza? Si es así, ¿cómo puede percibirla usted
mientras lee esta página? Le he transferido alguna versión de mi
memoria, aunque débil, y usted ha visto una imagen y ha sentido
algo. ¿Cómo un acontecimiento supuestamente encerrado en el interior
de mi cráneo ha podido pasar al de usted así, sin más?
Rupert
Sheldrake, un brillante biólogo británico e investigador de la
teoría de la evolución, ha imaginado experimentos extremadamente
ingeniosos que giran en torno a este enigma. Por ejemplo, a un grupo
de niños anglófonos les dio varios grupos de palabras japonesas y
les preguntó cuáles eran poesía. Aunque no sabían ni una palabra de
japonés, los niños pudieron captar los versos con notable exactitud,
como si pudieran oír la diferencia entre las frases ordinarias o
incluso los monosílabos inconexos y los delicados haikus. ¿Cómo
llegó este conocimiento a sus cabezas? ¿Está flotando en el aire o
está disponible en una mente planetaria que todos compartimos?
Del mismo
modo que un cuanto de energía puede saltar entre dos puntos sin
cruzar el espacio entre ellos, aparentemente también puede hacerlo
un pensamiento. Hay un campo de conciencia que fluye a dentro,
alrededor y a través de cada uno de nosotros. Una parte de esta
conciencia está localizada. Nosotros decimos «mi» memoria y «mis»
pensamientos, pero aquí no acaba la cosa. Una neurona no puede
pretender que una idea determinada sea suya hasta que millones de
células se unen para formar cada imagen o pensamiento. Su capacidad
de comunicarse no necesita que entren en contacto, del mismo modo
que millones de células son capaces de mantener el mismo ritmo
cardíaco sin tocarse. Esta coordinación del cerebro y del corazón
depende de un campo invisible de energía cuyos ínfimos cambios
establecen modelos para miles de millones de diminutas células
individuales. Un corazón cuyo campo eléctrico se confunde empieza a
retorcerse agónicamente porque cada una de sus células pierde
contacto con las otras y el efecto es como un saco lleno de gusanos
retorciéndose violentamente, hasta que el corazón se priva a sí
mismo de oxígeno y muere.
Este
fenómeno es conocido como fibrilación, que es un síntoma del ataque
de corazón.
Al parecer,
la conciencia es un campo aún más sutil, que no sólo es invisible
sino que, además, no necesita energía. Cuando usted se entera de
algo que está en mi vieja memoria, entre nosotros no ha circulado
corriente eléctrica. El simple acto de reconocer a un amigo por la
calle contiene un misterio similar ya que, cuando vemos una cara
familiar, el cerebro no recorre todo su catálogo de caras conocidas
para llegar a la conclusión de quién es nuestro amigo. En cambio, un
ordenador tendría que hacerlo, para lo cual tendría que consumir
energía. Pero el cerebro no repasa todo su banco de memoria cuando
ve una cara familiar o una extraña, sino que lo que llamamos
reconocimiento se produce instantáneamente, a un nivel de conciencia
más profundo.
La
conciencia no necesita de conexiones químicas. En nuestro sistema
inmunológico, si una célula T pasa flotando al lado de un virus
invasor, lo reconoce y pasa al ataque; determina al enemigo por el
código químico del exterior del germen, que debe coincidir con otro
código del exterior de la célula T antes de enviar la señal de
alerta por medio de las moléculas mensajeras que están por todo 133
el cuerpo. Con esto, unos cuantos virus del resfriado o neumococos
son suficientes para alertar a miles de millones de células inmunes.
Sin embargo, esta explicación química sobre el sistema inmunológico
fracasa a la hora de explicar algunas cuestiones, como, por ejemplo,
¿por qué las células T dejan entrar el virus del sida sin atacarlo?
La respuesta
que nos han dado los virólogos se centra en la capa exterior del
VIH, que es un confuso código de moléculas que se disfraza a sí
mismo de tal forma que puede ser aceptado por el código
correspondiente de la parte exterior de la célula T, como lo hace un
guerrillero que utiliza tácticas de escaramuza en lugar de hacer un
ataque frontal. Si esto es así, ¿cómo ha aprendido el VIH a actuar
de esta manera? Los productos químicos son neutrales y no llevan
integrada una conciencia; por lo tanto, les es igual si es el virus
o es la célula T el que sobrevive, aunque evidentemente para las
células esto es de la mayor importancia. Esto nos lleva a
preguntarnos en primer lugar cómo aprenden a reproducirse las
células, porque el ADN está formado por azúcares simples y
fragmentos de proteínas que nunca se dividen o se reproducen, aunque
existan miles de millones de años. ¿Qué es lo que hizo que estas
simples moléculas se unieran, se organizaran en un modelo con miles
de millones de delgadísimos segmentos y aprendieran de repente a
dividirse?
Una
respuesta plausible es que nos encontramos ante una fuerza
organizadora invisible. La necesidad que tiene la vida de
reproducirle es fundamental, y en cambio, la necesidad que tienen
los productos químicos de reproducirse es nula. Por lo tanto,
incluso a este nivel tan básico, vemos que entran en juego algunas
cualidades de la consciencia como el reconocimiento, la memoria, la
autoconservación, la identidad y, también, el elemento tiempo. Para
el ADN no es suficiente reproducirse aleatoriamente; el cáncer actúa
de esta forma, se reproduce de forma descontrolada hasta tragarse a
su huésped, lo que le lleva a su propia muerte.
Para formar
un niño, una simple célula fertilizada tiene que ser un maestro en
el control del tiempo. Cada órgano del cuerpo existe en forma
embrionaria dentro de un simple tramo de ADN y sin embargo, para
emerger correctamente, tiene que esperar a que sea su hora. Durante
los primeros días y semanas, al embrión se le llama zigoto y no es
más que una masa amorfa de células similares.
Pero muy
pronto una de estas células empieza a despedir productos químicos
que son originales en sí mismos, y aunque las células madres son
idénticas, algunos de los descendientes saben, por ejemplo, que van
a ser células cerebrales y como tales tendrán que especializarse.
Así pues, las células crecen hasta tomar formas distintas,
convirtiéndose algunas en células musculares, otras en células
óseas, etc. Esto lo hacen con sorprendente precisión pero es que,
además, emiten señales para atraer a otras células iguales a ellas.
De esta forma las células protocerebrales, por ejemplo, viajan para
encontrarse entre sí, aunque se topan por el camino con células
protocardíacas, protorrenales y protoestomacales, ninguna de ellas
se pierde o se confunde de identidad.
Este
espectáculo es mucho más sorprendente de lo que el ojo puede
apreciar, porque aunque aparentemente no hay más que una sopa de
células nadando y formando modelos, debemos tener presente que la
célula del cerebro de un niño sabe por adelantado lo que va a ser.
Una neurona que desarrolla su estructura durante varias semanas aún
no está madura, pero ya se halla bien diferenciada. ¿Cómo puede
seguir fielmente su designio en la vida a pesar de los miles de
señales que se están emitiendo a su alrededor? Se trata de un hecho
tan misterioso como el modo en que una célula T aprende a reconocer
por primera vez a un enemigo con el que nunca antes ha tenido
contacto. La memoria, el aprendizaje y la identidad preceden a la
materia y la gobiernan. Si un racimo de células cerebrales pierde
aunque sea un solo latido, si una célula cerebral que viaja hacia el
lugar previamente asignado en el cerebro se atasca un poco en el
tráfico y al colocarse deja un espacio en lugar de quedar repartida
en una capa regular, el resultado es que el niño nacerá con
dislexia.
¿Cómo puede
ocurrir un contratiempo así, si los cerebros llevan diez millones de
años evolucionando, mientras que leer un libro tiene como mucho una
antigüedad de tres mil años? Para el cerebro de un hombre de
Neanderthal no tendría mucha importancia si la palabra Dios se
parecía a la palabra tíos y, sin embargo, una neurona recién nacida
ha tenido la capacidad de evitar este error desde muchos eones antes
de la invención del lenguaje.
Yo saco la
conclusión de que el campo de la consciencia es nuestro verdadero
hogar, y que es la consciencia la que contiene los secretos de la
evolución, no el cuerpo ni, incluso, el ADN. Este hogar compartido
es «la luz» de la que hablan los místicos, es el potencial para la
vida y la inteligencia, y es vida e inteligencia una vez que ha
aparecido. Nuestras mentes son un punto de concentración de esta
consciencia cósmica, pero no nos pertenecen como una posesión, y del
mismo modo que 134 nuestro cuerpo se mantiene junto por la
consciencia interior, hay un flujo de consciencia fuera de nosotros.
Si nos paramos a pensar un momento, podremos enumerar muchas
experiencias comunes que requieren que estemos fuera de nuestro
cerebro. ¿Hemos tenido alguna vez la sensación de que alguien nos
está mirando por detrás para descubrir al darnos la vuelta que sí
había alguien allí? Y desde luego, todos hemos terminado la frase
pronunciada por un amigo exclamando: «¡Estaba pensando exactamente
lo mismo!», sin dejar que terminara de hablar.
Una mujer me
contaba que en una ocasión estaba en la costa pacífica de Oregón,
preocupada por su padre agonizante. Al mirar al sol poniente vio
mentalmente la cara del padre, mientras oía distintamente su voz que
decía: «Perdóname.» Aquella noche la mujer llamó a su hermana y
resultó que también había tenido la misma visión y oído las mismas
palabras. Algunas veces, yo animo a un grupo de personas a que
intenten ir más allá de su percepción limitada, es lo que yo llamo
«ir a nuestro cuerpo virtual». Cada persona se sienta con los ojos
cerrados y se da permiso a sí misma para viajar a cualquier parte a
la que el impulso quiera ir. Las imágenes que vienen a la mente no
deben ser juzgadas, sino solamente aceptadas y permitirles que
noten. Una mujer soltera que vivía con su novio lo vio limpiando y
ordenando el armario, cosa que le asombró porque él nunca había
hecho una cosa así. Era una imagen tan vivida como si ella estuviera
allí mismo con él, y aparentemente lo estaba porque cuando lo llamó
a casa, él le tenía reservada la sorpresa de haber limpiado y
ordenado el armario de ella para que le cupieran sus cosas más
fácilmente.