EL VIAJE DEL ALMA HACIA EL MISTERIO DE LOS MISTERIOS
El Manual para Santos
DEEPAK CHOPRA
UN MANUAL PARA SANTOS
Somos como
niños recién nacidos, nuestra fuerza es la fuerza de crecer.
RABINDRANATH
TAGORE Al leer las siete fases, queda claro que las religiones
difieren enormemente en la forma de conocer a Dios. Cada una de
ellas ha marcado un camino aparte, cuyos niveles han sido fijados, a
menudo de manera muy rígida, en forma de dogma. Hablo
deliberadamente de dogma, aunque sé que los cristianos no aceptan
automáticamente una creencia oriental como el karma, del mismo modo
que los hindúes y los budistas no aceptan una creencia occidental
como la del juicio final. Si es que hay un Dios, puede que no haya
un solo camino, y aunque no importa por cuál de los caminos estemos
andando, son necesarias dos cosas: la primera es una visión de la
meta a alcanzar, y la segunda es confiar en que tenemos los medios
interiores necesarios para alcanzarla.
Para probar
que hay una meta alcanzable, cada una de las tradiciones religiosas
tiene santos, que son personas que han conseguido algo en el plano
espiritual y demuestran un gran amor y una gran devoción, pero los
santos son algo más que la santidad. Todos nosotros podemos mostrar
misericordia hacia un enemigo porque sabemos que es lo que debemos
hacer, o porque surge de nuestros valores interiores, pero en ningún
momento creemos que Dios aprueba el perdón. Cuando un santo perdona
no lo hace para darse un gusto, sino que su amor es algo que sale de
su naturaleza misma, y como los santos empiezan la vida del mismo
modo que todos nosotros, el hecho de desarrollar un sentido natural
del amor, perdón y compasión, representa un éxito enorme. No se
trata simplemente de un don, que es el porqué nos justificamos al
decir que los santos han llegado tan alto, sino que podríamos decir
que son los Einstein de la conciencia. No sólo han alcanzado metas
espirituales establecidas por su religión, sino que nos demuestran a
los demás que existen los medios para que también nosotros las
consigamos.
Esto implica
que el santo nos está trazando un mapa para el futuro. La madre
Teresa y san Francisco son un yo, pero un yo que todavía no ha
emergido nunca. Los santos del budismo, a los que se les llama
bodhisattvas, son representados a veces mirando por encima de sus
hombros y sonriendo, como si dijeran «Voy a traspasar el umbral, ¿no
queréis seguirme?».
Lo que tiene
sentido es aceptar su invitación, no sólo mostrando amor o compasión
sino poniendo atención a los principios que sostienen el viaje del
alma. Estos principios se encontrarían en cualquier manual para ser
santos porque son válidos desde la fase uno a la fase siete. Un
manual de este tipo no existe, pero si existiese, serían correctas
básicamente las siguientes realizaciones: La evolución no puede
detenerse y se garantiza el crecimiento espiritual.
Dios siempre
se da cuenta de las acciones y no hay nada a lo que no se preste
atención.
No hay guía
válida para el comportamiento fuera de nuestro propio corazón y de
nuestra mente..
La realidad
cambia en las distintas jases del crecimiento.
A un
determinado nivel cada uno conoce su verdad más excelsa.
Cada uno de
nosotros hace lo mejor que puede desde su propio nivel de
conciencia.
El
sufrimiento es temporal, la iluminación es para siempre.
¿De dónde
vienen estas realizaciones? ¿Cómo sabemos que son verdad?
Ciertamente no vienen de la sociedad o de cualquier experiencia
externa, sino que vienen del hecho de prestar atención a las
innumerables pistas que nos deja el espíritu. No hay dos personas
que vean igual a Dios, porque no hay dos personas que estén al mismo
nivel de vigilia. Aún en estos momentos en que los cinco sentidos
dan paso a una intuición más profunda, cada uno de nosotros tiene
una visión de la realidad y, mientras nuestras mentes procesan
algunos acontecimientos notables o percepciones, la realidad 108 nos
da un fragmento de la realidad.
A un amigo
mío le gusta recordar lo siguiente: «Antes de ingresar en la Escuela
Superior fui a la Exposición Universal de Nueva York, en la que
había una atracción que nunca olvidaré: era un largo túnel en el
interior del cual se proyectaba una película. A medida que íbamos
pasando por el túnel, las imágenes iban moviéndose a gran velocidad,
y nos rodeaban con toda clase de cosas futuristas; sin embargo,
cuando llegabas al final, te dabas cuenta de que, en realidad, la
cinta transportadora sólo había avanzado unos quince metros. Para
mí, esto es fantásticamente significativo, porque mi vida ha sido
como este túnel. Hablando en términos cotidianos, puedo encontrarme
con miles de personas en la calle, tener miríadas de pensamientos e
ir a cualquier parte con mi imaginación, pero ¿cuánto me he acercado
a mi alma? Un par de centímetros, probablemente menos. Lo que ocurre
en el exterior es muy distinto de lo que sucede en el interior.» A
juzgar por lo que pasa en el exterior, la vida de todos nosotros se
mueve rápidamente, por no decir de forma caótica, escena tras
escena. Sin embargo, nunca podríamos sospechar que también hay un
viaje interior, cosa que nos demuestran los santos. Una vez que
hemos alcanzado esta meta, pueden mirar atrás y decir que la vida
humana sólo tiene un modelo debajo de la superficie, que es un arco
creciente. En la fase uno, la posibilidad de conocer a Dios es
débil, curiosamente, una mera sombra de una posibilidad. En la fase
dos, aunque subsisten las amenazas y los temores, la posibilidad se
hace más interesante y plausible. En la fase tres conocer a Dios se
convierte en algo que nos parecería interesante contemplar e incluso
quizá probar. En la fase cuatro, se hacen más decisivos los intentos
y empezamos realmente a arriesgarnos a tomar decisiones que desafíen
las expectativas del ego; para usar una frase maravillosa que oí una
vez, empezamos a vivir como si Dios realmente importara. En la fase
cinco, ya hemos hecho suficientes pruebas, ya queremos jugar y nos
sentimos seguros de nuestras elecciones espirituales. En la fase
seis, vamos ya teniendo dominio sobre el terreno espiritual, una
libertad que nunca antes soñamos. En la fase siete, ya no se hacen
más elecciones, el santo se fusiona con el Dios al que venera y todo
el universo actúa automáticamente según los mismos principios que
habían tenido tan poca importancia para el esfuerzo de intentar
sobrevivir.
Si leo en el
Nuevo Testamento que es bueno amar a nuestros enemigos, ¿de qué modo
puede servir esto para el ladrón que intentó robarme en mi casa o
para los golfos que me atacaron en la calle? Yo puedo perdonar de
puertas afuera al criminal, pero a un nivel más interno yo
reaccionaré según mi verdadero estado de conciencia, y podré odiarlo
y temerlo, o incluso podré hacer todo lo posible para evitar que se
cometan crímenes semejantes, y todo esto son reacciones típicas de
las fases uno y dos. Puede que yo preste más atención a mi agitación
interior para darme cuenta de que el crimen nace del miedo y del
dolor del malhechor, y entonces estamos en las fases tres y cuatro.
A medida que mi conciencia va creciendo, empiezo a ver que fue mi
propio drama interior el que proyectó el escenario en el cual yo
representé el papel de víctima, llevándome a darme cuenta de que el
criminal y yo éramos dos partes del mismo karma; esto son las
percepciones adquiridas en las fases cinco y seis. Es en este
momento que ya dispongo de un verdadero perdón al haber conectado
las enseñanzas de Jesús con mi propia alma y todo lo demás permanece
en la fase siete, en la que el criminal no es más que un aspecto de
mí mismo que puedo bendecir y entregar a Dios.
Cada uno de
los acontecimientos de nuestras vidas se sitúa en alguna parte
dentro de esta escala de reacciones y todo el modelo es un arco
creciente. El camino de la santidad empieza en circunstancias y
situaciones ordinarias porque no hay ningún atajo para llegar a
Dios, y como todos nosotros tenemos nuestro ego, nos imaginamos que
vamos simplemente a dar un salto hasta la cima de aquella montaña en
que se distribuyen las coronas de santidad, cosa que nunca sucede.
La vida interior es demasiado compleja y llena de contradicciones.
Un explorador ártico puede decir, a partir de su mapa, cuándo ha
llegado al polo, pero en la exploración espiritual el mapa va
cambiando a medida que vamos avanzando. «Tenéis que daros cuenta de
que no hay un yo fijo que busque la iluminación —dijo un gurú a sus
discípulos—, y de que no tenéis identidad fija, porque la identidad
es solamente una ficción que os compone vuestro ego. En realidad,
para cada experiencia hay un tipo distinto de experimentador.» Un
buscador se aferra tercamente a viejos hábitos, es libre y sin
embargo cautivo, se muestra curioso y apático, seguro y asustado al
mismo tiempo, porque cada uno de nosotros es un amante por un
momento y un niño al siguiente, el viaje espiritual no es nunca una
línea recta.
Los
objetivos tienen una forma de cambiar y, de hecho, tienen que
cambiar, ya que la fase uno se 109 funde con la fase dos justo en el
momento en que pensamos que hemos llegado a Dios. Por lo que a la
fase dos se refiere, desaparecerá a su debido tiempo.
Esto nos
devuelve a la misma pregunta: «¿adonde llegaré desde aquí? »
Permítanme tomar los dos primeros principios de un santo y demostrar
de qué modo se nos aplica el arco creciente. Para cada fase adoptaré
la voz de alguien que intenta entenderse con el principio.
La evolución
no puede detenerse para asegurar el crecimiento espiritual Fase uno.
Respuesta luchar o huir: «El conjunto de la idea no tiene sentido.
Hay muchas malas personas que no podrían preocuparse menos de su
alma. Mi propia vida está llena de altibajos. Doy dos pasos atrás
por cada paso que doy adelante y no tengo ni idea de por qué me
suceden desgracias y cometo errores, aunque ruego a Dios que no me
sucedan y lo dejo en sus manos.» Fase dos. Respuesta reactiva: «Mi
vida va mejorando a medida que voy trabajando más y más, y me aplico
en ello, cosa que me hace sentir optimista haciéndome interpretar la
evolución como un progreso. Desde mi infancia he ido aumentando mi
confianza y mi destreza por lo que estoy decididamente progresando,
aunque no puedo asegurar que esto sea válido para las personas que
no se han parado a pensar en cómo tener éxito. Necesitan a Dios más
que yo porque el crecimiento interior es una cosa secundaria
respecto al éxito.» Fase tres. Respuesta de la conciencia en reposo:
«Ya no me siento tan atraído hacia los acontecimientos interiores y
pienso que no son tan reales como parecen, sino que más bien son
símbolos de lo que yo tengo dentro. Desde mi infancia, mi mundo
interior se ha ido haciendo más estable, más cómodo y seguro. Parece
que la evolución tiene lugar cerca de mi corazón e intento obedecer
a mis impulsos interiores, incluso si no me proporcionan más dinero,
más estatus o poder.
Hay algo más
profundo que va avanzando.» Fase cuatro. Respuesta intuitiva: «Ya no
creo que mi ego sepa qué es lo que es bueno para mí, porque nunca me
satisfizo, sin importar la frecuencia con la que tomó decisiones en
nombre del "yo, mí, mío". Debemos profundizar más y he descubierto
que a nivel intuitivo yo sé qué es lo correcto o, por lo menos, voy
en esa dirección. Tal y como lo hacía antes, han sucedido demasiadas
cosas que no pueden explicarse. Yo formo parte de un misterio que se
mueve hacia un destino desconocido, y esto es lo que ahora me
fascina.» Fase cinco. Respuesta creativa: «En algún lugar de la
línea me he liberado. Soy quien quiero ser y hago lo que quiero.
¿Cómo he llegado a este lugar? No sucedió como resultado de un
esfuerzo o de una lucha, sino que, de algún modo, una corriente
interior me arrastró y me trajo aquí. Si esto es evolución, entonces
creo en ella, aunque sin embargo no puedo decir de forma precisa
quién es Dios o qué aspecto tiene mi alma. Basta con confiar en el
proceso.» Fase seis. Respuesta visionaria: «Mi alma me llama a cada
hora, cada día, y ahora me doy cuenta de que siempre ha sido verdad,
pero hasta ahora no lo había advertido de forma tan completa y tan
clara. Es insoportable alejarse de la luz que es el origen de mi
éxtasis. Cada vez que rezo, sé que Dios está conmigo, porque si me
hubiera despertado antes hubiera visto que cualquier otra
posibilidad es falsa.» Fase siete. Respuesta sagrada: «La evolución
lo es todo. Cada uno de los átomos del universo está guiado por una
perfección que se halla fuera del espacio y del tiempo. Nada está
fuera de lugar.
La misma
muerte y el mal forman parte del progreso eterno. Sin embargo, sé
que soy esta fuerza vital, este río infinito, que soy su origen y su
destino, y que fluye sin obstáculos que impidan su curso.
Tengo
algunos recuerdos de mi antigua vida, especialmente éste: recuerdo
el día en que Dios, la Madre Cósmica, me abrazó y me invitó a unirme
a su danza.» De forma abreviada hemos repasado algunos de los muchos
puntos espirituales decisivos que afectan a las personas y las
alejan de sus antiguas creencias. La verdad tiene muchas caras y
cuando vemos una nueva aumenta nuestro nivel de conciencia. También
hemos ilustrado dos más de los principios de los santos: todos
nosotros hacemos lo mejor que podemos en nuestro propio nivel de
consciencia y la realidad va cambiando a medida que cambia nuestra
consciencia. El arco creciente del espíritu no es siempre tan
evidente, sino que se ve oscurecido constantemente. Cuando una
reducción de plantilla amenaza nuestro empleo o cuando tenemos de
por medio papeles de 110 divorcio no son momentos adecuados para
pensar en la santidad. Pero en los momentos dramáticos el alma
también deja pistas en nuestro camino y tenemos la opción de
prestarles atención o no. No obstante, como nuestra alma estará
siempre en comunicación con nosotros, con el paso del tiempo, ya
prestaremos atención a lo que ella nos dice.
El viaje
espiritual es repetición en un 99 por ciento, porque todos estamos
condicionados para obedecer nuestras necesidades y aferrarnos a viejos
hábitos. Tenemos nuestras maneras de hacerlo, la mayo parte de las
cuales son totalmente dependientes del pasado. La inercia absoluta
vencería al alma si no fuera por su atracción magnética, por ello es
útil cooperar en nuestro propio despertar, ya que nuestro enemigo no es
el mal sino la falta de atención. Las diversas prácticas conocidas como
plegaria, meditación, contemplación y yoga han sido muy valoradas a
través de los siglos porque aguzan nuestra atención y hacen que sea más
fácil no perder las pistas de la realidad espiritual.
Una persona
espiritual tiene buenos oídos para las voces silenciosas, así como un
observador agudo ve objetos invisibles. Estas características son más
importantes que el intentar actuar de tal forma que Dios nos conceda una
estrella de oro. El segundo principio de los santos puede ser
representado como el primero, a través de las voces interiores que van
repitiendo sus creencias una y otra vez dentro de nuestra cabeza hasta
que nos desplazamos hasta una nueva creencia que nos traerá una nueva
voz.
Dios siempre se
da cuenta de la acción, nada se desatiende Fase uno. Respuesta luchar o
huir: «Quizá Dios ve la caída de un gorrión, pero no puedo decir que yo
sea capaz de lo mismo. Si no pongo nada de mi parte para adaptarme me
quedaré solo y olvidado. Los sentimientos de afecto que tengo por mi
familia son lo que da cohesión a mi vida, porque este puñado de personas
se preocupan de que yo exista. Nunca olvido que los acontecimientos son
cosas aleatorias y traidoras que pueden suceder en cualquier momento.
Cuando yo muera no seré más que un recuerdo y si tengo suerte,
descubriré si Dios sabe quién soy, aunque mi fe me dice que sí.» Fase
dos. Respuesta reactiva: «Todo tiene un precio. Si malgastamos nuestro
tiempo y nuestras energías la vida no nos dará nada a cambio, pero desde
que sé cómo organizar mi vida, puedo obtener las recompensas de la vida
a mi manera. Todo lo que hago es por algo, porque la ambición que me
motiva es dar sentido a todos los momentos de mi vida, pero cuando
llegue la hora de descansar, miraré satisfecho a mi alrededor para ver
qué es lo que he hecho por mí mismo. No tengo tiempo para pensar qué
vendrá después, pero en momentos en que siento miedo, me pregunto si
Dios me castigará por las cosas malas que he hecho.» Fase tres.
Respuesta de la conciencia en reposo: «Me pregunto si las cosas son tan
aleatorias como parecen porque he visto premiar el mal y castigar el
bien, y aunque en algunas ocasiones parece que hay un motivo oculto que
se manifiesta, necesito pensar en todo esto porque las respuestas que
tengo de la sociedad son demasiado confusas y están en conflicto. Tengo
el presentimiento de que lo realmente cierto es que alguien allá arriba
lo sabe todo.» Fase cuatro. Respuesta intuitiva: «Podría jurar que
alguien me está leyendo los pensamientos.
Si pienso en
algo, sucede o al menos, hay muchas coincidencias no explicadas. He
aprendido a ir con estas señales, vengan de donde vengan, porque soy
dueño de mis propias decisiones. Algunas veces cometo errores, pero
incluso de éstos puedo dar testimonio con una tranquila aceptación.»
Fase cinco. Respuesta creativa: «Las cosas funcionan porque tienen que
hacerlo, de no ser así el mundo sería un hervidero y no lo es. Mire a
donde mire, veo modelos y símbolos y hay una belleza y un orden
increíbles. En determinados momentos esta complejidad me intoxica porque
apenas puedo creer que exista tal potencial. Tengo el corazón de un
artista pero el alma de un brujo; quién sabe qué tipo de poder manejaré
algún día.» Fase seis. Respuesta visionaria: «El mundo tiene corazón y
el corazón es amor. En medio de toda esta lucha veo que Dios está
atento, sin interferir, pero tampoco sin perder detalle, aportando
soluciones para todos los problemas, ofreciendo una reacción para cada
acción. Es un misterio el modo en que lo hace, pero no hay nada más real
que esto. Hay una gracia en la caída de una hoja y nuestros hechos son
pesados en la balanza por un creador amoroso que nunca juzga o castiga.»
Fase siete. Respuesta sagrada: «Acción y reacción son una sola cosa,
como siempre lo han sido, y mientras que los acontecimientos salen
girando de la malla del tiempo, no aprecio diferencia 111 entre la
acción y el que la ejecuta. El ego creía que existía un yo que tiene que
vigilar y controlar, pero este yo es solamente una ilusión, porque
ninguna acción podría nunca perderse o ser pasada por alto en el tejido
de la unidad.» Estos puntos de vista parecen muy distintos en la
superficie y sin embargo son el mismo principio que se revela en un arco
creciente. En otras palabras, hay un camino espiritual secreto escondido
bajo el azar aparente de la existencia cotidiana. «Toda la realidad es
un símbolo del espíritu», dicen los sufís o, para recordar la bella
frase de Rumi, «Vengo de otro lugar y aunque no sé dónde está, estoy
seguro de que al final volveré allí». No es hasta la fase seis que el
santo se da cuenta de que la revelación de su alma se estuvo produciendo
siempre, porque hasta que aparece la luz siempre hay una cierta
confusión.
Todos nosotros
recibimos las mismas señales de Dios. El impulso de comportarnos de la
forma más espiritual nos viene de más allá de nuestros cinco sentidos.
Nos resistimos a creer que estamos conectados, pero en realidad, cuando
se exige amor, cada persona intenta exhibir una perfecta compasión, y
esto es válido para el criminal, el santo, el hombre de negocios, el
dictador y el obrero.
El mensaje es
puro, pero el filtro es impuro.
El santo percibe
que todos nosotros estamos en el mismo nivel de inteligencia,
creatividad y amor infinitos, porque Dios y nuestra alma están en
perfecta comunicación. El mensaje se rompe por razones de las que ya
hemos tratado extensamente, tales como las necesidades del ego,
distorsiones de la percepción, falta de confianza en nuestros valores y
todo tipo de traumas y heridas que derrotan a nuestras mejores
intenciones. Si las ponemos juntas, estas impurezas en la tradición
india se llaman avidya, que es una palabra sánscrita que tiene dos
componentes, la raíz de la palabra «no» y la de la palabra «saber». Al
no saber quiénes somos, ni saber qué es Dios, ni saber de qué manera
debemos conectar con el alma, caemos en el pecado y la ignorancia. Para
el uso cotidiano, a la avidya se la llama a veces pecado e ignorancia,
pero estos términos peyorativos esconden la esencia de la verdad, que es
que estos obstáculos existen en la consciencia y pueden ser eliminados.
¿Qué es lo que
podemos hacer hoy para crecer espiritualmente? Dejar de definirnos a
nosotros mismos, y no aceptar ningún pensamiento que empiece por «yo soy
esto o aquello». Nosotros no somos esto o aquello, sino que estamos más
allá de cualquier definición y, por lo tanto, cualquier intento de decir
«yo soy X» es erróneo, porque estamos de paso y en continuo proceso de
redefinirnos a nosotros mismos cada día. Si contribuimos a este proceso
no podremos ayudarnos, sino que saltaremos adelante en el camino.
Si nos miramos
atentamente, veremos que nuestra mente se parece más a un enjambre de
abejas que a una flecha volando en línea recta hacia su objetivo. Un
enjambre de abejas puede desplazarse del punto A al B, igual que una
flecha, pero lo hace de una forma vaga, arremolinada y confusa. Por
tanto retenemos en nuestra mente todo tipo de actitudes cambiantes,
muchas de las cuales se contradicen unas con las otras. Nuestro amor
está atado al odio, nuestra confianza a la sospecha, nuestro altruismo
al egoísmo y, debido a esto, el único camino claro hacia Dios es el de
la constante conciencia de nosotros mismos, para lo cual deberemos mirar
a través de nuestra propia máscara si queremos quitárnosla.
La avidya es
difícil de penetrar y hace falta mucha atención para mirar al espejo,
porque nuestras propias máscaras nos miran continuamente a nosotros.
Pero ante cualquier cuestión a la que debamos enfrentarnos, nuestras
actitudes actuales serán indicativas de cuáles son nuestras creencias
más profundas, que es donde tienen que tener lugar los cambios reales.
Una creencia está cerca del alma y es como un microchip que envía
continuamente la misma señal, haciendo la misma interpretación de la
realidad hasta que estamos preparados para sacar el chip viejo e
instalar uno nuevo.
En
las próximas páginas exploraremos todo esto con mayor
detalle.