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LAS SIETE FASES DE DIOS
Si no te
haces a ti mismo igual a Dios, no podrás percibir a Dios.
Hereje
cristiano anónimo, siglo III A cada persona se le permite tener
alguna versión de Dios que parezca real. Aunque muchas versiones se
contradigan con otras. En un largo viaje a la India, hace unos años,
detuvimos el coche para mirar a tina familia de monos del Himalaya
que jugaba al lado de la carretera. Treinta segundos después de
salir del coche, toda la manada de mohos, probablemente un centenar,
se nos echó encima. Mientras todo él mundo hacía fotos y les
arrojaba trozos de fruta y de pan, vi, no lejos de allí, a una
anciana campesina sola, arrodillada ante una urna improvisada debajo
de un árbol. Rezaba a Hanuman, un dios con forma de mono, y entonces
me di cuenta de que los monos merodeaban por los alrededores para
robar comida del altar y mendigar a costa de turistas como nosotros.
¿Cuál es la
diferencia, pensé, entre estos inteligentes animales que conocen
todos los trucos para llamar nuestra atención y un dios? Hanuman,
que volaba y era conocido como el «hijo del viento», viajó en una
ocasión a este mismo Himalaya. Cuando el hermano del príncipe Rama
estaba agonizando a causa de una profunda herida recibida en
combate, el rey mono volador fue enviado a buscar una hierba
especial que le salvaría. Hanuman buscó por todas partes pero no
encontró la hierba por lo que, en su desesperación, arrancó toda la
montaña en la que crecía la planta y la llevó a los pies de Rama.
La anciana
arrodillada ante la desvencijada urna conocía ciertamente la
historia desde su infancia pero ¿por qué adoraba a un mono, aunque
fuera un mítico mono volador e incluso rey? La cara de la anciana
expresaba tanta devoción como la de cualquiera que rezara a la reina
o al rey o al hijo de Dios. ¿Iba a perderse esta plegaria sólo por
el hecho de ir dirigida a quien iba? ¿Iba a ir a alguna parte?
En este
momento estamos preparados para contestar la pregunta más sencilla
pero más profunda: ¿Quién es Dios? ¿No puede que sea sólo
impersonal, un principio o un nivel de realidad, o un campo? Ya
hemos ido a los campos cuántico y virtual para fundar las bases de
lo sagrado, aunque ha sido solamente el principio. En todas las
religiones, Dios es descrito como infinito e ilimitado, lo que crea
un problema enorme: un Dios infinito no está en ninguna parte y está
en todas partes al mismo tiempo; trasciende la naturaleza y, por lo
tanto, no podemos encontrarlo. Tal y como ya dijimos al principio,
debemos aceptar que Dios no deja huellas dactilares en el mundo
material.
Esto no nos
da otra elección sino encontrar un sustituto para la infinidad que
retiene algo de Dios, lo suficiente como para sentir su presencia.
El Génesis declara que Dios creó a Adán según su propia imagen, pero
hemos tenido que devolverle el favor casi desde el principio,
reproduciendo a Dios a nuestra imagen y semejanza una y otra vez. En
la India, estas imágenes incluyen casi todas las criaturas, hechos o
fenómenos. El rayo puede ser adorado porque proviene del dios Indra,
una moneda de rupia reproduce un símbolo de Lakshmi, la diosa de la
prosperidad. Los taxis de Delhi y de Bombay se protegen con figuras
de plástico de Ganesh, un alegre elefante sonriente con una
pronunciada barriga, danzando en el retrovisor. En todos estos
casos, sin embargo, se entiende perfectamente que hay una única cosa
que es adorada: el yo. El mismo «yo» que da noción de la identidad a
una persona, extendiéndose más allá del cuerpo físico, creciendo
para abrazar la naturaleza, el universo y, finalmente, el espíritu
puro.
En Occidente
seria exótico adorar a un mono, pero resultaría escandaloso adorar
el yo. Se cuenta la anécdota de un antropólogo inglés que
investigaba las creencias del hinduismo. Un día, avanzaba por la
selva y divisó a un anciano bailando en un bosquecillo. En su
éxtasis, el anciano abrazaba los troncos de los árboles y decía:
«Señor, cómo te amo.» Luego se dejó caer al suelo y cantó: «Bendito
seas, mi Señor.» Volvió a ponerse en pie y levantando los brazos al
cielo gritó: «Siento un gran júbilo de poder oír tu voz y ver tu
rostro.» 30 Incapaz de resistir el espectáculo por más tiempo el
antropólogo salió de entre las malezas y dijo: —Debo decirle, buen
hombre, que está completamente loco.
—¿Por qué?
—preguntó el anciano, confuso.
—Porque está
usted solo en los bosques y piensa que está hablando con Dios —dijo
el antropólogo.
—¿Qué quiere
decir: solo? —replicó el anciano.
Para
cualquiera que adore a Dios como el yo, es evidente que ninguno de
nosotros está solo. El «yo» no es el ego personal sino una presencia
omnipresente a la que no podemos escapar. En Oriente no parece haber
dificultades en este aspecto, pero en cuanto vamos a Occidente, se
nota una desazón. En el siglo ni de la era cristiana un hereje
desconocido escribió: «Si no te haces a ti mismo igual a Dios, no
podrás percibir a Dios.» Esta creencia no tuvo éxito como dogma,
porque la herejía consiste en que, en el cristianismo, lo humano y
lo divino no son cosas iguales, pero a otros niveles es innegable.
El Dios de
cualquier religión es sólo un fragmento de Dios. Esto tiene que ser
verdad, porque un ser que es infinito no tiene imagen, no desempeña
ningún papel, no tiene lugar ni dentro ni fuera del cosmos, mientras
que las religiones ofrecen muchas imágenes: padre, madre,
legislador, juez o gobernante del universo. Hay siete versiones de
Dios que pueden asociarse con la fe organizada.
Cada una es
un fragmento, pero suficientemente completo como para crear un mundo
único: Fase uno: Dios Protector Fase dos: Dios Todopoderoso Fase
tres: Dios de Paz Fase cuatro: Dios Redentor Fase cinco: Dios
Creador Fase seis: Dios de Milagros Fase siete: Dios Ser Puro: «yo
soy» Cada una de las fases concuerda con una necesidad humana, que
es sólo natural. Enfrentado con las sobrecogedoras fuerzas de la
naturaleza, el hombre necesita de un Dios que lo proteja de todo
mal. Cuando saben que han infringido la ley o actuado mal, los
hombres y «as mujeres se vuelven a un Dios que por una parte los
juzgue pero que por otra parte redima sus pecados. En este sentido y
por puro interés personal, continúa constantemente el proceso de
crear un Dios a tu propia imagen y semejanza.
Algunas de
estas fases, como la de Redentor y Creador, nos suenan familiares
gracias a la Biblia y, ahora que el budismo se ha hecho más popular
en Occidente, la última fase, en la que Dios es percibido como el
silencio eterno y el ser puro, ya no nos es tan extraña como pudo
serlo antes. De todos modos, no estamos comparando religiones y
ninguna de las fases es absoluta en su pretensión de verdad. Sin
embargo, cada una de ellas implica una relación distinta. Si nos
consideramos los hijos de Dios, esta relación con nosotros será la
de protector o de gobernante; si nos vemos a nosotros mismos como
creadores, entonces esta relación se desplaza y empezamos a
compartir algunas de las funciones de Dios, porque estamos en una
fase más igual, hasta que, finalmente, en la fase de «yo soy», el
mismo ser puro es común a Dios y a los humanos. Mientras progresamos
de la fase uno a la fase siete, el espacio entre Dios y sus
adoradores se va haciendo más y más estrecho y puede llegar a
cerrarse. Por lo tanto podemos decir que seguimos creando a Dios a
nuestra imagen y semejanza por una razón que es más que vanidad;
deseamos traerlo a casa con nosotros para conseguir una intimidad,
aunque si vemos a Dios como a un juez todopoderoso que castiga o
como una fuente benigna de paz interior, cabe señalar que Dios
tampoco es esto exclusivamente.
Para un
ateo, todas las formas de deidad son una proyección falsa, pura y
simple. Atribuimos rasgos humanos a Dios, como la piedad y el amor,
ponemos estos rasgos en un altar y les rezamos.
En este
caso, cada imagen de Dios, aún la más abstracta, está completamente
vacía (cuando digo abstracta quiero decir el Dios del islam y el del
judaismo ortodoxo, ninguno de los cuales puede ser representado con
cara humana). Según el ateo, la religión es la ilusión definitiva ya
que nos estamos perdonando a nosotros mismos mediante una segunda
mano.
Hay dos
formas de responder a esta acusación. La primera es el argumento de
que un Dios infinito debería ser perdonado en todos los aspectos; la
segunda es el argumento de que debemos 31 dirigirnos a Dios por
fases ya que de otro modo nunca cerraríamos el inmenso espacio entre
él y nosotros. Por mi parte, creo que este segundo argumento es el
más explícito porque, a no ser que podamos vernos a nosotros mismos
en el espejo, nunca veremos en él a Dios. Consideremos de nuevo la
lista y veremos cómo Dios mueve su respuesta para cada una de las
situaciones humanas: Dios es un protector para aquellos que se ven
en peligro.
Dios es
todopoderoso para aquellos que desean poder (o a los que les falta
alguna forma de tenerlo).
Dios trae
paz a aquellos que han descubierto su propio mundo interior.
Dios redime
a aquellos que son conscientes de cometer un pecado.
Dios es el
creador cuando nos preguntamos de dónde viene el mundo.
Dios está
detrás de los milagros cuando las leyes de la naturaleza son
revocadas sin aviso.
Dios es
existencia en sí mismo —«yo soy»— para aquellos que sienten el
éxtasis y una sensación de ser puro.
En nuestra
búsqueda del único Dios, perseguimos lo imposible. El caso no es
cuántos dioses existen, sino en qué medida podrán ser satisfechas
espiritualmente nuestras propias necesidades.
Cuando
alguien pregunta «¿Hay realmente un Dios?», la respuesta más
legítima es: «¿Quién lo pregunta?» El perceptor está íntimamente
ligado a esta percepción. El hecho de que simplifiquemos rasgos como
misericordia y amor, juicio y redención, muestra que estamos
forzados a dar a Dios atributos humanos, pero que es absolutamente
correcto si estos rasgos vienen de Dios en primer lugar. Desde el
nivel virtual, que es nuestro origen, fluyen las cualidades del
espíritu hasta que nos alcanzan en el mundo material. Percibimos
este flujo como nuestros propios impulsos internos, y esto es
también apropiado ya que para cada fase de Dios existe una respuesta
biológica específica. El cerebro es un instrumento de la mente, pero
es muy convincente. Todo lo que verdaderamente sabemos sobre el
cerebro es que crea nuestras percepciones, nuestros pensamientos y
nuestra actividad motriz, que son cosas poderosas. En el plano
material, el cerebro es nuestra única forma de registrar la
realidad, y el espíritu debe ser filtrado por la biología.
Nadie
utiliza todo el cerebro a la vez, sino que seleccionamos entre toda
una gama de mecanismos incorporados, de los que hay siete, como ya
veíamos, que se relacionan directamente con la experiencia
espiritual: 1. Respuesta luchar o huir.
2. Respuesta
reactiva.
3. Respuesta
conciencia en reposo.
4. Respuesta
intuitiva.
5. Respuesta
creativa.
6. Respuesta
visionaria.
7. Respuesta
sagrada.
En el
capítulo inicial ya di una pequeña descripción de cada una de ellas
pero, aunque sea en forma abreviada, probablemente ya se ha podido
empezar a ver cuánta de nuestra vida espiritual está basada en
reflejos habituales o incluso inconscientes: Luchar o huir es una
respuesta primitiva, atávica, para protegernos, que está heredada de
los animales. Da energía al cuerpo para enfrentarse con el peligro y
las amenazas exteriores. Éste es el reflejo que envía a una madre
dentro de una casa en llamas para salvar a su hijo.
La respuesta
reactiva hace que defendamos nuestro ego y nuestras necesidades.
Cuando competimos y deseamos elevarnos por encima de los demás,
buscamos el «yo» como el opuesto al «otro». Éste es el reflejo que
da energía a la bolsa de valores, partidos políticos y conflictos
religiosos.
Conciencia
en reposo es el primer paso para alejarnos de fuerzas exteriores.
Esta respuesta aporta calma interior frente al caos y las amenazas.
La alcanzamos por la plegaria y la meditación.
La respuesta
intuitiva convoca al mundo interior para algo más que paz y calma.
Interiormente pedimos respuestas y soluciones. Este estado está
asociado con la sincronicidad, destellos de percepción y despertar
religioso.
La respuesta
creativa se libera de viejos moldes, y hace que lo conocido explore
lo desconocido.
La
creatividad es sinónimo del flujo de inspiración.
32 La
respuesta visionaria abarca el «yo» universal en lugar del ego
aislado. Mira más allá de todo límite y no está fijada por las leyes
de la naturaleza que limitan fases anteriores. Por primera vez son
posibles los milagros. Esta respuesta guía a los profetas, videntes
y sanadores.
La respuesta
sagrada está completamente libre de toda limitación y es percibida
como pura bienaventuranza, pura inteligencia y puro ser. Esta
respuesta marca la plena iluminación de cada generación.
Cada una de
estas respuestas es la respuesta natural del sistema nervioso
humano, y todos hemos nacido con la capacidad de percibir toda la
gama. Cuando estamos enfrentados al peligro, una descarga de
adrenalina crea la arrolladura urgencia de huir o de quedarnos y
luchar. Cuando se dispara esta respuesta, tienen lugar todo tipo de
cambios en la fisiología, incluyendo un aumento en el ritmo
cardíaco, de la frecuencia respiratoria, una presión sanguínea más
elevada, etc. Pero si nos sentamos a meditar no estamos en estado de
sistema nervioso, ni mucho menos. Los mismos indicadores que se
elevaron en luchar o huir ahora disminuyen, y la sensación subjetiva
es de paz y calma.
Todos estos
hechos médicos están bien documentados, pero desearía dar un paso
más, un paso bien sorprendente. Yo sostengo que el cerebro responde
de forma original en cada fase de la vida espiritual. La
investigación científica es incompleta en las fases superiores del
crecimiento interior, pero sabemos que allí donde guía el espíritu,
el cuerpo lo sigue. Existen sanadores de la fe que trascienden las
explicaciones médicas. Sólo a unos cuantos kilómetros de donde yo
estaba en el Himalaya, hay yoguis que entran en trances que a veces
duran días; otros son enterrados durante una semana en una caja casi
sin aire o hacen descender sus frecuencias respiratorias y ritmos
cardíacos hasta casi cero. Se ha podido observar que los santos de
todas las religiones han sobrevivido con poquísima o ninguna comida
y muchos de ellos declararon que sobrevivían únicamente gracias a la
luz de Dios. Las visiones de Dios han sido tan creíbles que su
sabiduría impulsó y guió las vidas de millones de seres, con
extraordinarios actos de desinterés y compasión que prueban que la
mente no está regida solamente por el propio interés.
Seleccionamos una deidad basada en nuestra interpretación de la
realidad y esta interpretación está arraigada en la biología. Los
antiguos profetas védicos lo describieron de forma muy determinante:
«El mundo es como somos nosotros.» Para alguien que viva en un mundo
de amenazas, la necesidad de luchar o huir es absoluta; esto
corresponde a un hombre de Neanderthal enfrentado a un tigre con
dientes como sables, o a un soldado en las trincheras durante la
Primera Guerra Mundial, o a un conductor frustrado y muy enojado por
el tráfico en las autopistas de Los Ángeles. Podemos confrontar cada
una de las respuestas biológicas con una imagen propia concreta:
RESPUESTA IDENTIDAD BASADA EN...
Respuesta
luchar o huir Respuesta reactiva Respuesta de la conciencia en
reposo Respuesta intuitiva Respuesta creativa Respuesta visionaria
Respuesta sagrada Cuerpo físico / entorno físico Ego y personalidad
Testigo silencioso El conocedor interior Co-creador con Dios
Iluminación El origen de todo Si miramos la columna de la derecha,
tendremos un perfil claro de las fases del crecimiento humano. El
hecho de que hayamos nacido con el potencial de ir desde la simple
supervivencia a la concienciación de Dios es el rasgo notable que
coloca nuestro sistema nervioso aparte del de las demás criaturas.
Es innegable que el crecimiento interior completo es un tremendo
reto. Si estamos atrapados en el tráfico, con la sangre hirviendo de
frustración, quedan bloqueados los pensamientos elevados. En este
momento, bajo la influencia de la adrenalina, nos identificamos con
estar confinados y somos incapaces de cualquier cosa.
En una
situación diferente, cuando estamos compitiendo por una promoción en
el trabajo, vemos las cosas desde el punto de vista del ego. En este
caso, nuestra ansiedad no es por la supervivencia —que es la base de
la respuesta luchar o huir en los animales—, sino ser los primeros.
Una vez más se bloquean las respuestas elevadas, porque nuestras
posibilidades se reducirían si dejásemos de 33 competir y
sintiéramos sólo amor por los otros candidatos al puesto de trabajo.
Cambiemos la
respuesta una vez más, y este punto de vista se desvanecerá. Cuando
en las noticias vemos un reportaje de niños que mueren en África o
una lejana guerra innecesaria puede ser que queramos encontrar una
solución creativa al problema o que simplemente reflejemos
internamente la inutilidad del sufrimiento. Estas elevadas
respuestas son más sutiles y delicadas.