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INSPIRACIÓN Y PERCEPCIÓN
Si el
cerebro produce pensamientos y éstos son el resultado de información
almacenada dentro de las neuronas, ¿cómo alguien puede haber tenido
alguna vez una idea nueva? ¿Por qué no estamos combinando y
volviendo a combinar antiguas informaciones? Los nuevos pensamientos
nos llegan de la mente, no del cerebro, y de los más originales se
dice que están inspirados. A nivel personal, ver alguna cosa nueva
de nosotros mismos se llama una percepción. Cuando nos sentimos
inspirados, se hallan involucrados algo más que pensamientos
ordinarios, hay un sentimiento edificante, como de abrirse paso de
repente, caen todos los límites y por un momento se siente un
destello de liberación. Si la inspiración es lo suficientemente
poderosa, toda nuestra vida puede cambiar, porque hay percepciones
tan potentes que pueden variar en un instante años enteros de
comportamiento según unos modelos.
Miremos más
atentamente cómo funciona la percepción, puesto que nos dice mucho
de la mente.
Una mujer
que estaba recibiendo tratamiento llegó a la consulta de su
psiquiatra sintiéndose muy ofendida. Manifestó que su mejor amiga,
Maxine, había cometido una terrible traición personal. Al
preguntarle por los detalles, ella refirió esta historia: en el
último año en la facultad de derecho, las dos mujeres habían
pertenecido al mismo grupo de estudio. Como era una persona muy
competente y seria, esta mujer había hecho todo lo posible para
ayudar a Maxine, pasándole apuntes, asistiendo a clases a las que su
amiga no podía asistir y llegando al extremo de llevar comida al
grupo si el estudio se prolongaba hasta altas horas de la noche.
En otras
palabras, se consideraba a sí misma un modelo de ayuda. Llegó la
época de los exámenes finales y las dos amigas pasaron muchas horas
fuera del grupo preparando todos los posibles temas que podían salir
en las pruebas. No obstante, durante el examen la mujer se sintió
angustiada al advertir que no había preparado suficientemente un
tema clave, porque había olvidado estudiar un importante caso del
Tribunal Supremo y no tenía ninguna de las preguntas relacionadas
con él. Se consoló con la idea de que al menos podría compartir su
desgracia con su mejor amiga, pero cuando se publicaron las notas,
vio que la de Maxine era mucho mejor que la de ella. Al preguntarle
cómo era posible, la amiga le dejó caer con indiferencia que había
estudiado aquel caso en concreto por su cuenta.
—Muy bien
—le dijo el terapeuta—. Entiendo lo ocurrido, pero ¿por qué está tan
ofendida?
—Y ¿usted me
lo pregunta? —protestó la mujer—. Mi amiga me traicionó. Yo creía
que era mi mejor amiga. Hice de todo lo posible para ayudarla a
sacar la carrera de derecho y mire lo que me ha hecho ahora.
—¿Lo hizo
intencionadamente? —preguntó el terapeuta—. O ¿se preocupaba sólo
por sí misma?
Quizá
pensaba decírselo, pero luego lo olvidó.
La mujer
apretó la mandíbula.
—Ésa no es
forma de tratar a tu mejor amiga —sostuvo—. Es evidente que a Maxine
no le preocupa lo que me pueda suceder.
Si miramos
debajo de la superficie, nos encontraremos con dos capas más
profundas que este incidente. La primera es psicológica y estaba
dirigida por el terapeuta, que no veía un simple disgusto entre
amigos, porque su paciente mostraba todas las señales de una grave
defensa de control: ser una perfeccionista, cuidarse de las
necesidades de otras personas aún sin que se lo pidieran,
preocuparse de situaciones suponiendo que los otros no pueden
resolver sus problemas por sí mismos, y desear implícitamente que le
dieran las gracias por lo que se había preocupado, son todo signos
claros. Pero ¿cómo pudo traspasarse esta percepción del terapeuta a
la paciente?
—Usted cree
que Maxine la ha traicionado —dijo el psiquiatra—, pero en realidad
su comportamiento es muy normal, porque es perfectamente normal
preocuparse por uno mismo. Ella no tenía ninguna obligación de
compartir con usted todos y cada uno de los detalles de sus hábitos
de estudio.
La mujer se
sorprendió muchísimo al oír esto e intentó discutirlo.
—¿Se está
poniendo de su lado? —preguntó desconcertada—. ¿Y yo qué?
—Es usted la
que me preocupa, porque lo que usted no ha sido capaz de ver es que
hay un detalle de la realidad con el que usted no puede enfrentarse.
Toda esta ayuda y estas preocupaciones por Maxine están muy bien,
pero sirven para que usted misma se defienda de aquello que no puede
aceptar.
—¿Y
qué es?
—Escuche
atentamente —replicó el terapeuta—. Otras personas tienen el derecho
de rechazarla y no puede hacer nada para evitarlo.
La mujer se
relajó, perpleja y enojada; había oído las palabras pero no había
penetrado en ellas y estaba dudando en la antesala de la percepción.
Desde su punto de vista, sus acciones eran las de un santo
traicionado, y la alternativa era verse a sí misma bajo una luz
nueva, como alguien que ha sido durante años «la que ha cuidado a
todo el mundo» para asegurarse de que nunca nadie, absolutamente
nadie, la rechazara.
Cuando esto
sucedió, hizo un gran avance: había aceptado la percepción. Quedaban
por delante varios meses con la angustia del miedo reprimido y la
ofensa vertida. Había desaparecido la defensa de su antiguo
comportamiento y ahora las energías escondidas que habían estado
atrapadas durante tanto tiempo podrían liberarse.
Antes he
mencionado que en esta historia había una segunda capa, que es
espiritual. La percepción es una cosa, pero el impulso de
encontrarla es otra. ¿Debemos aceptar que se trataba de un
acontecimiento aleatorio en la vida de esta mujer, o fue una capa
más profunda de su ego la que proporcionó la situación que abrió la
puerta? Yo creo que los acontecimientos de la vida no se desvelan al
azar, aunque nuestro punto de vista materialista pudiera insistir en
que sí, pero todos hemos reflejado puntos decisivos en nuestra vida
y hemos visto, algunas veces con desconcierto o asombro, que las
lecciones han aparecido en nuestro camino en el momento exacto en
que las necesitábamos.
En una
palabra, alguna inteligencia escondida parece saber cómo y cuándo
debe transformarnos, a menudo cuando menos lo esperamos. Por su
naturaleza, la inspiración transforma —aporta espíritu—, y ningún
modelo del cerebro ha podido explicar de qué modo un grupo de
neuronas podría transformarse a sí mismo. Hay una escuela de
neurología que sostiene la noción de que el cerebro humano es un
ordenador de enormes capacidades, pero los ordenadores no se
despiertan una mañana y deciden tener una nueva actitud frente a la
vida, ni tampoco tienen momentos de despertar espiritual, mientras
que los humanos los perciben constantemente. Los ordenadores tampoco
encuentran repentinamente que una idea es significativa. Para ellos,
cada carga de datos es lo mismo, una colección de ceros y unos
dispuestos en un lenguaje codificado. El correo electrónico recibido
ayer no tiene menos significado que el Nuevo Testamento, nada más.
La
inspiración es el ejemplo perfecto de cómo funciona el nivel
invisible de realidad. Dar todo aquello que se necesite. Puede que
una persona no esté preparada para aceptar la percepción y, por lo
tanto, perderá una oportunidad de transformación, pero ésta no es la
cuestión esencial. La mente es más grande que cualquier individuo;
no es un ordenador, es una inteligencia viva que evoluciona y por
ello se necesita una nueva percepción.
En las fases
primitivas de la evolución, la vida se hace más compleja
físicamente; por ejemplo, las algas verdes evolucionaron y se
convirtieron en plantas, desarrollando una capacidad más compleja de
utilizar la luz del sol. La evolución más elevada tiene lugar en la
mente, como cuando se produce un Einstein, por ejemplo. Pero el
cambio de algas a plantas tiene que ver con la inteligencia, con un
momento de inspiración, como ocurre con el descubrimiento de la
relatividad. A diferencia del cerebro, la mente puede evolucionar,
abriéndose paso a través de antiguas limitaciones y glorias para
sentirse libre.
En cada
nivel, estar inspirado es un paso hacia una mayor liberación, y
liberación es elección. Las células que evolucionaron para
convertirse en plantas, flores y árboles lo hicieron a partir de las
algas verdeazuladas, pero al mismo tiempo el nivel inferior de
evolución continuaba existiendo mientras servían al entorno.
En el
momento de la percepción, se produce un «¡eureka!» que nos abre
nuevas posibilidades.
En el
momento en que Buda fue iluminado, ya no hubo más razones para
cualquier forma de violencia o de sufrimiento entre la humanidad.
Buda veía que el sufrimiento y el mal están arraigados en el error
de cómo funciona la vida; vio que la lucha sin fin para obtener
placeres y evitar el dolor nunca terminará mientras estemos apegados
a las necesidades de nuestro ego, porque el egoísmo y la inseguridad
del ego nunca se curan por sí mismos, por lo que siempre queda otra
batalla que librar.
Esta
percepción le llegó a Gautama bajo el árbol Bodhi, del mismo modo
que le llegó a Jesús en el desierto cuando luchó con Satán (lo mismo
puede decirse de cualquier gran maestro o profesor). El hecho de que
una gran parte de la humanidad more aún en la ignorancia originando
todo tipo de 127 sufrimiento nos devuelve a determinados niveles de
conciencia. En el campo de la mente hay libertad y desapego y
elegimos a cuál de ellos adherirnos; cada persona establece sus
propios límites, y los atraviesa cuando siente el impulso evolutivo.
Todos
nosotros hemos conocido a personas cuyos problemas son completamente
innecesarios y, sin embargo, les falta percepción para encontrar la
evolución. Si intentamos darles esta percepción, aunque se la
sirvamos en bandeja, no la tomarán, porque la percepción y la
inspiración deben buscarse y luego dejarse crecer. Tal y como nos
indican nuestros maestros espirituales, éste es el tipo de
conocimiento con que tenemos que sintonizar. La inspiración nos
enseña que la transformación tiene que empezar confiando en que
existe una inteligencia superior que sabe de qué modo se pondrá en
contacto con nosotros.
GENIOS. NIÑOS PRODIGIO Y SABIOS
Los investigadores del cerebro pueden decir pocas cosas convincentes
de los genios.
Estadísticamente, sabemos que son raros e impredecibles, que han
nacido predominantemente en familias ordinarias y que su propia
descendencia no suele poseer una inteligencia excepcional. Esto nos
lleva a pensar que los genios se derivan de una original combinación
de genes y que es algo que unos cuantos niños llevan codificado de
una forma u otra desde su nacimiento.
Al hacer la
autopsia, raramente se encuentra algo excepcional en el córtex
cerebral de los genios.
En junio de
1999, algunos periódicos anunciaron en sus titulares que el cerebro
de Einstein, conservado durante casi medio siglo después de su
muerte, era anormal, en el sentido de que un centro que está
conectado a la capacidad matemática y la percepción espacial y que
es conocido como el lóbulo parietal inferior, era, en el caso de
Einstein, un 15 por ciento más ancho de lo normal.
Pero ¿es
esto la prueba de que era un genio? Difícilmente, pero la tendencia
casi universal es la de pensar que los genios son «diferentes». Por
mi parte, yo argumentaría que, para empezar, nuestros cerebros están
controlados por nuestras mentes, y que es la mente de Einstein, y no
el aparato de radio que tenía dentro de su cráneo para recibir
señales, lo que es fascinante.
Si el ADN no
dota a los genios de estructuras especiales en su materia gris,
entonces ¿de qué modo desempeñan los genes su papel? Después de
todo, a menos que un gen dé nacimiento a una expresión física, no
tiene ninguna influencia sobre nosotros, como tampoco podemos
convertir un cerebro ordinario en el de un genio y, de hecho, los
modelos eléctricos que pueden observarse cuando un genio está
pensando no son espectacularmente distintos de mis ondas cerebrales
cuando extiendo un cheque.
En nuestro
nuevo modelo, definiríamos el genio como algo no físico, es decir,
la capacidad de activar de una forma mucho más eficiente de lo
habitual niveles no manifiestos de la mente.
Contrariamente a la creencia popular de que los genios piensan
constantemente, sus mentes son, en realidad, más tranquilas y claras
de lo normal. Sin embargo, esta claridad puede estrecharse, porque
los genios pueden ser atormentados por los mismos obstáculos
mentales que las demás personas, con la única diferencia de que
ellos han conseguido uno o más canales abiertos de regreso al campo
de la mente.
Mozart, por
ejemplo, tenía dificultades en gestionar los asuntos financieros más
sencillos; su vida emocional estuvo desgarrada entre dos mujeres, y
ocupaba su inconsciente con sentimientos reprimidos de ira y
resentimiento hacia su padre. Pero el canal de la música estaba tan
abierto que Mozart compuso desde la edad de cuatro años y en la flor
de su vida, apenas tenía dificultades en ver mentalmente páginas
enteras de una partitura de una sola vez.
El genio
está más allá del pensamiento y del aprendizaje ordinario; algo que
llamaríamos inspiración continua. Es el mismo proceso que está
involucrado en un ramalazo de inspiración, pero un genio tiene estos
ramalazos más largos y con más facilidad que el resto de nosotros.
Esto nos trae a colación un punto importante: solamente podemos
acceder al campo de la mente a nuestro propio nivel de bienestar y
que nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso se sintonizan con
quienes somos. Si somos ingenieros civiles, nuestro cerebro se
acostumbra a diagramas esquemáticos, tensiones de materiales, etc.,
y si de repente empezáramos a recibir inspiración musical del tipo
de Mozart, nuestro mundo personal sería arrojado al caos.
Un agente de
bolsa californiano sin interés por el arte empezó a pintar telas con
elipses de 128 brillantes colores, a menudo amarillas o púrpuras y
sorprendió a sus amigos cuando empezó a vestir ropas de los mismos
tonos brillantes. Mientras sus hijos habían crecido, él había estado
emocionalmente distante de ellos pero, de repente, empezó a tenerles
más afecto y parecía mucho menos estresado de lo que había estado
durante años. Todos estos cambios iban ligados de una forma u otra a
un cambio en su percepción visual, que consistía en ver los objetos
como nunca antes los había visto. Algunas veces, un color podía ser
para él intensamente placentero hasta un punto que nunca había
experimentado, mientras que en otras ocasiones los colores eran
intensamente dolorosos o le hacían poner enfermo.
Esta
fascinación por el color le condujo a tener cada vez más deseos de
pintar y llegó a ser esta pasión tan dominante que se retiró de su
profesión para dedicarse a la pintura. Pero mientras todo esto
sucedía, emergió también un lado oscuro de esta transformación de
agente de bolsa a Picasso aficionado: empezó a tener fallos de
memoria, acompañados de la aparición de comportamientos compulsivos
como buscar obsesivamente monedas perdidas por la calle, se fue
volviendo cada vez más irritable y tuvo accesos de depresión. Cuando
estos síntomas desembocaron en deterioro del habla y más pérdida de
memoria, un neurólogo de la Universidad de California en Los Ángeles
llamado Bruce Miller le diagnosticó concretamente una enfermedad
rara, una demencia precoz o senilidad causada por la destrucción
gradual de los lóbulos frontales del cerebro.
Como norma,
los pacientes con demencia no desarrollan nada positivo como
consecuencia de su enfermedad, ni mejoran sus condiciones de vida,
pero Miller descubrió que un número significativo de pacientes de la
demencia frontotemporal adquirían súbitamente talento en música,
fotografía, arte y otras facetas creativas. Este aspecto concreto de
la demencia frontotemporal era un nuevo descubrimiento1 puesto que
esta enfermedad se conoce desde hace un siglo.
El
florecimiento del talento es siempre temporal y el deterioro del
cerebro va agravándose con el tiempo hasta que se alcanzan
resultados de completo trastorno mental. En el caso del agente de
bolsa, su talento artístico mejoró durante varios años y aquella
primera fascinación por los colores brillantes fue desarrollándose y
llegó a diseñar complejos de flores minuciosamente detalladas,
pájaros y animales que se vendieron a precios de galería de arte. De
las cenizas de un cerebro en decadencia nacía un talento obsesivo y
simplista.
Este
fenómeno tiene precedentes. Tenemos a famosos genios enfermos como
Dostoievski, que era epiléptico, o Van Gogh, que sufría una
enfermedad no diagnosticada que pudo haber sido esquizofrenia,
epilepsia o los desastrosos resultados de un alcoholismo avanzado.
Aunque nunca adquirieron fama, algunos esquizofrénicos crónicos han
pintado telas en las que asoman caras con expresiones
distorsionadas, horrendas y, sin embargo, fascinantes; algunas
veces, Van acompañadas por una obsesiva atención a los detalles más
pequeños, como telas de araña, o líneas tejidas por mentes fijas.
Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, el equilibrio entre
arte y locura se convierte en caos y los bellos motivos se
entremezclan hasta formar frenéticos rompecabezas a medida que la
enfermedad arrolla al arte.
Algunos
psiquiatras han llegado a la conclusión de que la locura tiene el
poder de incitar la creatividad, pero en el caso de la demencia, se
produce un deterioro tan desastroso del mismo córtex que uno se
pregunta de dónde puede venir el don. Algunos genios y, en casos muy
raros, algunas personas que padecen determinadas enfermedades
producen obras de arte maravillosas al abrir el cerebro a regiones
de conciencia desconocidas en la vida «normal».
Los niños
prodigio son el extremo del genio. Einstein no fue un niño prodigio,
lo que significa que no tenía las habilidades matemáticas del
cerebro completamente formadas a la edad de diez años.
Su genio
estaba más en sintonía con una visión global que con los detalles
técnicos. Sin embargo, parece ser que algunos genios están
totalmente formados desde su nacimiento sin que haya una explicación
material para ello.
Todos los
actuales modelos del cerebro nos indican que este órgano no está
formado en el momento del nacimiento y que necesita experiencia para
madurar. Si vendamos los ojos de un gato en el momento de nacer y lo
dejamos cegado durante unas cuantas semanas, su cerebro no adquirirá
la experiencia de la luz. Sin ella, los centros visuales no podrán
desarrollarse y el gato será ciego de por vida. Si no exponemos a un
niño recién nacido al lenguaje, nunca aprenderá a hablar.
Hay una
evidencia de que la privación precoz de amor y ternura deja un vacío
que no se puede llenar con experiencias posteriores o, por lo menos,
que es una carencia difícil de compensar. En todos estos casos, la
experiencia que emana de nuestro entorno exterior da forma a lo que
llamamos la 129 conformación del córtex cerebral. Aquella red de
neuronas informe y primitiva que un recién nacido trae a este mundo
no es como los circuitos de un ordenador, sino que las neuronas
tienen que estar en interacción con todo tipo de estímulos antes de
formar la red infinitamente ordenada, flexible y eficiente de un
cerebro maduro.
De acuerdo
con este modelo, al pianista ruso Evgeny Kissin, que es el más
famoso prodigio musical de esta generación (ahora tiene casi treinta
años), le seria imposible tener la capacidad musical casi desde su
nacimiento. Y sin embargo su madre, que se llevaba el niño al
mercado mientras hacía cola para conseguir alimentos, recuerda
vividamente cómo su hijo cuando tenía un año canturreaba obras de
Bach entonando perfectamente, mientras las otras madres le miraban
incrédulas. Tan pronto como Evgeny dio sus primeros pasos, se acercó
al piano de la familia y empezó a tocar los mismos ejercicios de
Bach que había oído estudiar a su hermana mayor. Esto sólo fueron
las primeras señales que dio el niño prodigio, que ya componía
música a la edad de seis años y tocaba los dos conciertos de piano
de Chopin en una sola audición a los trece, un hecho prodigioso
incluso para un virtuoso profesional.
El cerebro
aún sin formar de un niño no podía llevar a cabo estas proezas,
porque el desarrollo normal consiste en meses y meses de
experimentación aleatoria por parte del niño, que va probando sus
capacidades una tras otra hasta que las habilidades deseables
(andar, hablar, comer y hacer sus necesidades solo) van
sobreponiéndose a las no deseables (orinarse en la cama, chapurrear
sonidos o caminar a gatas). Puede haber un gen musical que permita a
una persona cantar mientras que otra no tiene siquiera oído musical,
pero un solo gen no puede coordinar todos los dones increíbles de un
niño prodigio, porque es preciso poseer una mente entrenada para
desarrollar de forma decisiva una capacidad a partir sólo de la
experiencia. Tenemos que recordar que el cerebro del niño debe
partir de sus reservas de cien mil millones de neuronas, todas ellas
dispuestas de forma intrincada pero no expuestas todavía a la
primera imagen, sonido, deseo, fantasía, sueño, frustración o
realización y, a partir de esta sopa de células, construir redes y
conexiones que duren toda una vida. Es sorprendente pensar que los
niños prodigio hacen todo esto mientras también desarrollan su
talento.
Y es aquí
donde pueden sernos de ayuda los campos no manifiestos de la mente,
porque un prodigio no sale de ninguna parte, sino que está formado
por una inteligencia invisible que de alguna manera —nadie sabe cómo
exactamente— ha decidido acelerar el proceso de aprendizaje mucho
más de lo que sería normal, no dejando nada al azar, ni tan sólo el
entorno. La familia de Kissin poseía casualmente un piano, los
genios musicales suelen nacer en familias que no tienen formación
musical y el entorno de los prodigios matemáticos es, por lo
general, no científico pero aun así, de una forma u otra, ellos
encuentran infaliblemente su don. Es la mente la que conforma al
cerebro, y no a la inversa, y es la inteligencia que fluye a través
de nosotros la que nos convierte en lo que vamos a ser.
Es aún más
raro que surjan superprodigios cuyas capacidades no se limiten a un
simple talento, sino que abarquen todas las actividades mentales; se
estima que estos niños ya están dentro del 0,25 por ciento de
coeficientes de inteligencia medidos en todo el mundo. Un ejemplo
actual es un niño que antes de cumplir un año ya podía recitar el
alfabeto; a los dieciocho meses leía y memorizaba libros. Además, su
mente demostró ser omnívora para el conocimiento y de esta forma
pudo terminar todos los cursos de la enseñanza primaria a la edad de
ocho años. «Yo ya sabía que este niño iba a sobrepasarme
intelectualmente —cuentan que dijo su madre—, pero no podía
imaginarme que lo haría a los seis años.» Sin embargo, los niños
prodigio no son el tipo más inexplicable de genios, sino que este
honor corresponde a los sabios locos, que son personas con graves
defectos mentales, pero al mismo tiempo dotados de extraordinarias
capacidades. Un sabio loco no es un genio completo, es una persona a
la que se le ha abierto un único canal a un nivel profundo del campo
de la mente, pero con fallos correspondientes en otros campos. Un
sabio puede ser capaz de multiplicar instantáneamente números de
grandes cantidades, decir el día de la semana de una fecha concreta
de dentro de miles de años o de hace miles de años, y calcular
raíces cuadradas que por su complejidad no pueden resolver potentes
ordenadores. Sin embargo, y al mismo tiempo, esta persona puede no
ser capaz de hacer correctamente un transbordo de metro o de
aprender las más elementales habilidades de lectura.