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CONOCER A DIOS

EL VIAJE DEL ALMA HACIA EL MISTERIO DE LOS MISTERIOS

Inspiracion y Percepcion

DEEPAK CHOPRA   

 

INSPIRACIÓN Y PERCEPCIÓN

Si el cerebro produce pensamientos y éstos son el resultado de información almacenada dentro de las neuronas, ¿cómo alguien puede haber tenido alguna vez una idea nueva? ¿Por qué no estamos combinando y volviendo a combinar antiguas informaciones? Los nuevos pensamientos nos llegan de la mente, no del cerebro, y de los más originales se dice que están inspirados. A nivel personal, ver alguna cosa nueva de nosotros mismos se llama una percepción. Cuando nos sentimos inspirados, se hallan involucrados algo más que pensamientos ordinarios, hay un sentimiento edificante, como de abrirse paso de repente, caen todos los límites y por un momento se siente un destello de liberación. Si la inspiración es lo suficientemente poderosa, toda nuestra vida puede cambiar, porque hay percepciones tan potentes que pueden variar en un instante años enteros de comportamiento según unos modelos.

Miremos más atentamente cómo funciona la percepción, puesto que nos dice mucho de la mente.

Una mujer que estaba recibiendo tratamiento llegó a la consulta de su psiquiatra sintiéndose muy ofendida. Manifestó que su mejor amiga, Maxine, había cometido una terrible traición personal. Al preguntarle por los detalles, ella refirió esta historia: en el último año en la facultad de derecho, las dos mujeres habían pertenecido al mismo grupo de estudio. Como era una persona muy competente y seria, esta mujer había hecho todo lo posible para ayudar a Maxine, pasándole apuntes, asistiendo a clases a las que su amiga no podía asistir y llegando al extremo de llevar comida al grupo si el estudio se prolongaba hasta altas horas de la noche.

En otras palabras, se consideraba a sí misma un modelo de ayuda. Llegó la época de los exámenes finales y las dos amigas pasaron muchas horas fuera del grupo preparando todos los posibles temas que podían salir en las pruebas. No obstante, durante el examen la mujer se sintió angustiada al advertir que no había preparado suficientemente un tema clave, porque había olvidado estudiar un importante caso del Tribunal Supremo y no tenía ninguna de las preguntas relacionadas con él. Se consoló con la idea de que al menos podría compartir su desgracia con su mejor amiga, pero cuando se publicaron las notas, vio que la de Maxine era mucho mejor que la de ella. Al preguntarle cómo era posible, la amiga le dejó caer con indiferencia que había estudiado aquel caso en concreto por su cuenta.

—Muy bien —le dijo el terapeuta—. Entiendo lo ocurrido, pero ¿por qué está tan ofendida?

—Y ¿usted me lo pregunta? —protestó la mujer—. Mi amiga me traicionó. Yo creía que era mi mejor amiga. Hice de todo lo posible para ayudarla a sacar la carrera de derecho y mire lo que me ha hecho ahora.

—¿Lo hizo intencionadamente? —preguntó el terapeuta—. O ¿se preocupaba sólo por sí misma?

Quizá pensaba decírselo, pero luego lo olvidó.

La mujer apretó la mandíbula.

—Ésa no es forma de tratar a tu mejor amiga —sostuvo—. Es evidente que a Maxine no le preocupa lo que me pueda suceder.

Si miramos debajo de la superficie, nos encontraremos con dos capas más profundas que este incidente. La primera es psicológica y estaba dirigida por el terapeuta, que no veía un simple disgusto entre amigos, porque su paciente mostraba todas las señales de una grave defensa de control: ser una perfeccionista, cuidarse de las necesidades de otras personas aún sin que se lo pidieran, preocuparse de situaciones suponiendo que los otros no pueden resolver sus problemas por sí mismos, y desear implícitamente que le dieran las gracias por lo que se había preocupado, son todo signos claros. Pero ¿cómo pudo traspasarse esta percepción del terapeuta a la paciente?

—Usted cree que Maxine la ha traicionado —dijo el psiquiatra—, pero en realidad su comportamiento es muy normal, porque es perfectamente normal preocuparse por uno mismo. Ella no tenía ninguna obligación de compartir con usted todos y cada uno de los detalles de sus hábitos de estudio.

La mujer se sorprendió muchísimo al oír esto e intentó discutirlo.

—¿Se está poniendo de su lado? —preguntó desconcertada—. ¿Y yo qué?

—Es usted la que me preocupa, porque lo que usted no ha sido capaz de ver es que hay un detalle de la realidad con el que usted no puede enfrentarse. Toda esta ayuda y estas preocupaciones por Maxine están muy bien, pero sirven para que usted misma se defienda de aquello que no puede aceptar.

 —¿Y qué es?

—Escuche atentamente —replicó el terapeuta—. Otras personas tienen el derecho de rechazarla y no puede hacer nada para evitarlo.

La mujer se relajó, perpleja y enojada; había oído las palabras pero no había penetrado en ellas y estaba dudando en la antesala de la percepción. Desde su punto de vista, sus acciones eran las de un santo traicionado, y la alternativa era verse a sí misma bajo una luz nueva, como alguien que ha sido durante años «la que ha cuidado a todo el mundo» para asegurarse de que nunca nadie, absolutamente nadie, la rechazara.

Cuando esto sucedió, hizo un gran avance: había aceptado la percepción. Quedaban por delante varios meses con la angustia del miedo reprimido y la ofensa vertida. Había desaparecido la defensa de su antiguo comportamiento y ahora las energías escondidas que habían estado atrapadas durante tanto tiempo podrían liberarse.

Antes he mencionado que en esta historia había una segunda capa, que es espiritual. La percepción es una cosa, pero el impulso de encontrarla es otra. ¿Debemos aceptar que se trataba de un acontecimiento aleatorio en la vida de esta mujer, o fue una capa más profunda de su ego la que proporcionó la situación que abrió la puerta? Yo creo que los acontecimientos de la vida no se desvelan al azar, aunque nuestro punto de vista materialista pudiera insistir en que sí, pero todos hemos reflejado puntos decisivos en nuestra vida y hemos visto, algunas veces con desconcierto o asombro, que las lecciones han aparecido en nuestro camino en el momento exacto en que las necesitábamos.

En una palabra, alguna inteligencia escondida parece saber cómo y cuándo debe transformarnos, a menudo cuando menos lo esperamos. Por su naturaleza, la inspiración transforma —aporta espíritu—, y ningún modelo del cerebro ha podido explicar de qué modo un grupo de neuronas podría transformarse a sí mismo. Hay una escuela de neurología que sostiene la noción de que el cerebro humano es un ordenador de enormes capacidades, pero los ordenadores no se despiertan una mañana y deciden tener una nueva actitud frente a la vida, ni tampoco tienen momentos de despertar espiritual, mientras que los humanos los perciben constantemente. Los ordenadores tampoco encuentran repentinamente que una idea es significativa. Para ellos, cada carga de datos es lo mismo, una colección de ceros y unos dispuestos en un lenguaje codificado. El correo electrónico recibido ayer no tiene menos significado que el Nuevo Testamento, nada más.

La inspiración es el ejemplo perfecto de cómo funciona el nivel invisible de realidad. Dar todo aquello que se necesite. Puede que una persona no esté preparada para aceptar la percepción y, por lo tanto, perderá una oportunidad de transformación, pero ésta no es la cuestión esencial. La mente es más grande que cualquier individuo; no es un ordenador, es una inteligencia viva que evoluciona y por ello se necesita una nueva percepción.

En las fases primitivas de la evolución, la vida se hace más compleja físicamente; por ejemplo, las algas verdes evolucionaron y se convirtieron en plantas, desarrollando una capacidad más compleja de utilizar la luz del sol. La evolución más elevada tiene lugar en la mente, como cuando se produce un Einstein, por ejemplo. Pero el cambio de algas a plantas tiene que ver con la inteligencia, con un momento de inspiración, como ocurre con el descubrimiento de la relatividad. A diferencia del cerebro, la mente puede evolucionar, abriéndose paso a través de antiguas limitaciones y glorias para sentirse libre.

En cada nivel, estar inspirado es un paso hacia una mayor liberación, y liberación es elección. Las células que evolucionaron para convertirse en plantas, flores y árboles lo hicieron a partir de las algas verdeazuladas, pero al mismo tiempo el nivel inferior de evolución continuaba existiendo mientras servían al entorno.

En el momento de la percepción, se produce un «¡eureka!» que nos abre nuevas posibilidades.

En el momento en que Buda fue iluminado, ya no hubo más razones para cualquier forma de violencia o de sufrimiento entre la humanidad. Buda veía que el sufrimiento y el mal están arraigados en el error de cómo funciona la vida; vio que la lucha sin fin para obtener placeres y evitar el dolor nunca terminará mientras estemos apegados a las necesidades de nuestro ego, porque el egoísmo y la inseguridad del ego nunca se curan por sí mismos, por lo que siempre queda otra batalla que librar.

Esta percepción le llegó a Gautama bajo el árbol Bodhi, del mismo modo que le llegó a Jesús en el desierto cuando luchó con Satán (lo mismo puede decirse de cualquier gran maestro o profesor). El hecho de que una gran parte de la humanidad more aún en la ignorancia originando todo tipo de 127 sufrimiento nos devuelve a determinados niveles de conciencia. En el campo de la mente hay libertad y desapego y elegimos a cuál de ellos adherirnos; cada persona establece sus propios límites, y los atraviesa cuando siente el impulso evolutivo.

Todos nosotros hemos conocido a personas cuyos problemas son completamente innecesarios y, sin embargo, les falta percepción para encontrar la evolución. Si intentamos darles esta percepción, aunque se la sirvamos en bandeja, no la tomarán, porque la percepción y la inspiración deben buscarse y luego dejarse crecer. Tal y como nos indican nuestros maestros espirituales, éste es el tipo de conocimiento con que tenemos que sintonizar. La inspiración nos enseña que la transformación tiene que empezar confiando en que existe una inteligencia superior que sabe de qué modo se pondrá en contacto con nosotros.

     

GENIOS. NIÑOS PRODIGIO Y SABIOS Los investigadores del cerebro pueden decir pocas cosas convincentes de los genios.

Estadísticamente, sabemos que son raros e impredecibles, que han nacido predominantemente en familias ordinarias y que su propia descendencia no suele poseer una inteligencia excepcional. Esto nos lleva a pensar que los genios se derivan de una original combinación de genes y que es algo que unos cuantos niños llevan codificado de una forma u otra desde su nacimiento.

Al hacer la autopsia, raramente se encuentra algo excepcional en el córtex cerebral de los genios.

En junio de 1999, algunos periódicos anunciaron en sus titulares que el cerebro de Einstein, conservado durante casi medio siglo después de su muerte, era anormal, en el sentido de que un centro que está conectado a la capacidad matemática y la percepción espacial y que es conocido como el lóbulo parietal inferior, era, en el caso de Einstein, un 15 por ciento más ancho de lo normal.

Pero ¿es esto la prueba de que era un genio? Difícilmente, pero la tendencia casi universal es la de pensar que los genios son «diferentes». Por mi parte, yo argumentaría que, para empezar, nuestros cerebros están controlados por nuestras mentes, y que es la mente de Einstein, y no el aparato de radio que tenía dentro de su cráneo para recibir señales, lo que es fascinante.

Si el ADN no dota a los genios de estructuras especiales en su materia gris, entonces ¿de qué modo desempeñan los genes su papel? Después de todo, a menos que un gen dé nacimiento a una expresión física, no tiene ninguna influencia sobre nosotros, como tampoco podemos convertir un cerebro ordinario en el de un genio y, de hecho, los modelos eléctricos que pueden observarse cuando un genio está pensando no son espectacularmente distintos de mis ondas cerebrales cuando extiendo un cheque.

En nuestro nuevo modelo, definiríamos el genio como algo no físico, es decir, la capacidad de activar de una forma mucho más eficiente de lo habitual niveles no manifiestos de la mente.

Contrariamente a la creencia popular de que los genios piensan constantemente, sus mentes son, en realidad, más tranquilas y claras de lo normal. Sin embargo, esta claridad puede estrecharse, porque los genios pueden ser atormentados por los mismos obstáculos mentales que las demás personas, con la única diferencia de que ellos han conseguido uno o más canales abiertos de regreso al campo de la mente.

Mozart, por ejemplo, tenía dificultades en gestionar los asuntos financieros más sencillos; su vida emocional estuvo desgarrada entre dos mujeres, y ocupaba su inconsciente con sentimientos reprimidos de ira y resentimiento hacia su padre. Pero el canal de la música estaba tan abierto que Mozart compuso desde la edad de cuatro años y en la flor de su vida, apenas tenía dificultades en ver mentalmente páginas enteras de una partitura de una sola vez.

El genio está más allá del pensamiento y del aprendizaje ordinario; algo que llamaríamos inspiración continua. Es el mismo proceso que está involucrado en un ramalazo de inspiración, pero un genio tiene estos ramalazos más largos y con más facilidad que el resto de nosotros. Esto nos trae a colación un punto importante: solamente podemos acceder al campo de la mente a nuestro propio nivel de bienestar y que nuestro cerebro y nuestro sistema nervioso se sintonizan con quienes somos. Si somos ingenieros civiles, nuestro cerebro se acostumbra a diagramas esquemáticos, tensiones de materiales, etc., y si de repente empezáramos a recibir inspiración musical del tipo de Mozart, nuestro mundo personal sería arrojado al caos.

Un agente de bolsa californiano sin interés por el arte empezó a pintar telas con elipses de 128 brillantes colores, a menudo amarillas o púrpuras y sorprendió a sus amigos cuando empezó a vestir ropas de los mismos tonos brillantes. Mientras sus hijos habían crecido, él había estado emocionalmente distante de ellos pero, de repente, empezó a tenerles más afecto y parecía mucho menos estresado de lo que había estado durante años. Todos estos cambios iban ligados de una forma u otra a un cambio en su percepción visual, que consistía en ver los objetos como nunca antes los había visto. Algunas veces, un color podía ser para él intensamente placentero hasta un punto que nunca había experimentado, mientras que en otras ocasiones los colores eran intensamente dolorosos o le hacían poner enfermo.

Esta fascinación por el color le condujo a tener cada vez más deseos de pintar y llegó a ser esta pasión tan dominante que se retiró de su profesión para dedicarse a la pintura. Pero mientras todo esto sucedía, emergió también un lado oscuro de esta transformación de agente de bolsa a Picasso aficionado: empezó a tener fallos de memoria, acompañados de la aparición de comportamientos compulsivos como buscar obsesivamente monedas perdidas por la calle, se fue volviendo cada vez más irritable y tuvo accesos de depresión. Cuando estos síntomas desembocaron en deterioro del habla y más pérdida de memoria, un neurólogo de la Universidad de California en Los Ángeles llamado Bruce Miller le diagnosticó concretamente una enfermedad rara, una demencia precoz o senilidad causada por la destrucción gradual de los lóbulos frontales del cerebro.

Como norma, los pacientes con demencia no desarrollan nada positivo como consecuencia de su enfermedad, ni mejoran sus condiciones de vida, pero Miller descubrió que un número significativo de pacientes de la demencia frontotemporal adquirían súbitamente talento en música, fotografía, arte y otras facetas creativas. Este aspecto concreto de la demencia frontotemporal era un nuevo descubrimiento1 puesto que esta enfermedad se conoce desde hace un siglo.

El florecimiento del talento es siempre temporal y el deterioro del cerebro va agravándose con el tiempo hasta que se alcanzan resultados de completo trastorno mental. En el caso del agente de bolsa, su talento artístico mejoró durante varios años y aquella primera fascinación por los colores brillantes fue desarrollándose y llegó a diseñar complejos de flores minuciosamente detalladas, pájaros y animales que se vendieron a precios de galería de arte. De las cenizas de un cerebro en decadencia nacía un talento obsesivo y simplista.

Este fenómeno tiene precedentes. Tenemos a famosos genios enfermos como Dostoievski, que era epiléptico, o Van Gogh, que sufría una enfermedad no diagnosticada que pudo haber sido esquizofrenia, epilepsia o los desastrosos resultados de un alcoholismo avanzado. Aunque nunca adquirieron fama, algunos esquizofrénicos crónicos han pintado telas en las que asoman caras con expresiones distorsionadas, horrendas y, sin embargo, fascinantes; algunas veces, Van acompañadas por una obsesiva atención a los detalles más pequeños, como telas de araña, o líneas tejidas por mentes fijas. Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, el equilibrio entre arte y locura se convierte en caos y los bellos motivos se entremezclan hasta formar frenéticos rompecabezas a medida que la enfermedad arrolla al arte.

Algunos psiquiatras han llegado a la conclusión de que la locura tiene el poder de incitar la creatividad, pero en el caso de la demencia, se produce un deterioro tan desastroso del mismo córtex que uno se pregunta de dónde puede venir el don. Algunos genios y, en casos muy raros, algunas personas que padecen determinadas enfermedades producen obras de arte maravillosas al abrir el cerebro a regiones de conciencia desconocidas en la vida «normal».

Los niños prodigio son el extremo del genio. Einstein no fue un niño prodigio, lo que significa que no tenía las habilidades matemáticas del cerebro completamente formadas a la edad de diez años.

Su genio estaba más en sintonía con una visión global que con los detalles técnicos. Sin embargo, parece ser que algunos genios están totalmente formados desde su nacimiento sin que haya una explicación material para ello.

Todos los actuales modelos del cerebro nos indican que este órgano no está formado en el momento del nacimiento y que necesita experiencia para madurar. Si vendamos los ojos de un gato en el momento de nacer y lo dejamos cegado durante unas cuantas semanas, su cerebro no adquirirá la experiencia de la luz. Sin ella, los centros visuales no podrán desarrollarse y el gato será ciego de por vida. Si no exponemos a un niño recién nacido al lenguaje, nunca aprenderá a hablar.

Hay una evidencia de que la privación precoz de amor y ternura deja un vacío que no se puede llenar con experiencias posteriores o, por lo menos, que es una carencia difícil de compensar. En todos estos casos, la experiencia que emana de nuestro entorno exterior da forma a lo que llamamos la 129 conformación del córtex cerebral. Aquella red de neuronas informe y primitiva que un recién nacido trae a este mundo no es como los circuitos de un ordenador, sino que las neuronas tienen que estar en interacción con todo tipo de estímulos antes de formar la red infinitamente ordenada, flexible y eficiente de un cerebro maduro.

De acuerdo con este modelo, al pianista ruso Evgeny Kissin, que es el más famoso prodigio musical de esta generación (ahora tiene casi treinta años), le seria imposible tener la capacidad musical casi desde su nacimiento. Y sin embargo su madre, que se llevaba el niño al mercado mientras hacía cola para conseguir alimentos, recuerda vividamente cómo su hijo cuando tenía un año canturreaba obras de Bach entonando perfectamente, mientras las otras madres le miraban incrédulas. Tan pronto como Evgeny dio sus primeros pasos, se acercó al piano de la familia y empezó a tocar los mismos ejercicios de Bach que había oído estudiar a su hermana mayor. Esto sólo fueron las primeras señales que dio el niño prodigio, que ya componía música a la edad de seis años y tocaba los dos conciertos de piano de Chopin en una sola audición a los trece, un hecho prodigioso incluso para un virtuoso profesional.

El cerebro aún sin formar de un niño no podía llevar a cabo estas proezas, porque el desarrollo normal consiste en meses y meses de experimentación aleatoria por parte del niño, que va probando sus capacidades una tras otra hasta que las habilidades deseables (andar, hablar, comer y hacer sus necesidades solo) van sobreponiéndose a las no deseables (orinarse en la cama, chapurrear sonidos o caminar a gatas). Puede haber un gen musical que permita a una persona cantar mientras que otra no tiene siquiera oído musical, pero un solo gen no puede coordinar todos los dones increíbles de un niño prodigio, porque es preciso poseer una mente entrenada para desarrollar de forma decisiva una capacidad a partir sólo de la experiencia. Tenemos que recordar que el cerebro del niño debe partir de sus reservas de cien mil millones de neuronas, todas ellas dispuestas de forma intrincada pero no expuestas todavía a la primera imagen, sonido, deseo, fantasía, sueño, frustración o realización y, a partir de esta sopa de células, construir redes y conexiones que duren toda una vida. Es sorprendente pensar que los niños prodigio hacen todo esto mientras también desarrollan su talento.

Y es aquí donde pueden sernos de ayuda los campos no manifiestos de la mente, porque un prodigio no sale de ninguna parte, sino que está formado por una inteligencia invisible que de alguna manera —nadie sabe cómo exactamente— ha decidido acelerar el proceso de aprendizaje mucho más de lo que sería normal, no dejando nada al azar, ni tan sólo el entorno. La familia de Kissin poseía casualmente un piano, los genios musicales suelen nacer en familias que no tienen formación musical y el entorno de los prodigios matemáticos es, por lo general, no científico pero aun así, de una forma u otra, ellos encuentran infaliblemente su don. Es la mente la que conforma al cerebro, y no a la inversa, y es la inteligencia que fluye a través de nosotros la que nos convierte en lo que vamos a ser.

Es aún más raro que surjan superprodigios cuyas capacidades no se limiten a un simple talento, sino que abarquen todas las actividades mentales; se estima que estos niños ya están dentro del 0,25 por ciento de coeficientes de inteligencia medidos en todo el mundo. Un ejemplo actual es un niño que antes de cumplir un año ya podía recitar el alfabeto; a los dieciocho meses leía y memorizaba libros. Además, su mente demostró ser omnívora para el conocimiento y de esta forma pudo terminar todos los cursos de la enseñanza primaria a la edad de ocho años. «Yo ya sabía que este niño iba a sobrepasarme intelectualmente —cuentan que dijo su madre—, pero no podía imaginarme que lo haría a los seis años.» Sin embargo, los niños prodigio no son el tipo más inexplicable de genios, sino que este honor corresponde a los sabios locos, que son personas con graves defectos mentales, pero al mismo tiempo dotados de extraordinarias capacidades. Un sabio loco no es un genio completo, es una persona a la que se le ha abierto un único canal a un nivel profundo del campo de la mente, pero con fallos correspondientes en otros campos. Un sabio puede ser capaz de multiplicar instantáneamente números de grandes cantidades, decir el día de la semana de una fecha concreta de dentro de miles de años o de hace miles de años, y calcular raíces cuadradas que por su complejidad no pueden resolver potentes ordenadores. Sin embargo, y al mismo tiempo, esta persona puede no ser capaz de hacer correctamente un transbordo de metro o de aprender las más elementales habilidades de lectura.

Entre los sabios actualmente vivos hay uno que puede recordar cualquier número de matrícula remontándose hasta doce años atrás. Otro domina quince idiomas extranjeros, con conocimientos 130 entre muy buenos y excelentes de algunas de las lenguas más difíciles, como el finés, el gales, el hindi y el mandarín. Este sabio en concreto, cuya lengua materna es el inglés, se perdió en una ocasión en las calles de París y lo encontraron más tarde actuando alegremente de traductor entre dos grupos de turistas, uno griego y el otro alemán. Sin embargo, no había sido mentalmente capaz de encontrar el camino de vuelta a su hotel, que estaba muy cerca. Este mismo sabio podía leer un texto puesto al revés o lateralmente.

Hasta hace muy poco tiempo la medicina no le ha puesto un nombre a este misterioso fenómeno, que ahora se llama «síndrome del sabio autista». Tal como el nombre indica, estos sabios son normalmente autistas y tienden a hacer gala de una extrema introversión y de un comportamiento obsesivo compulsivo. Se trata de un síndrome que afecta cinco veces más a los hombres que a las mujeres. Algunos investigadores han podido describir algunas anomalías, especialmente lesiones en el hemisferio izquierdo que provocan que el hemisferio derecho las compense con capacidades extraordinarias. El hemisferio derecho domina en música y arte y controla la capacidad de calcular inconscientemente, habilidades todas ellas comunes entre los sabios, sin embargo no se sabe por qué no existe esta compensación en todos los niños autistas.

Pero a pesar de todo, ¿tenemos con esto una explicación satisfactoria para una mezcla tan curiosa de genialidad y deficiencia mental?2 Por una parte, el conocimiento de lenguas extranjeras es una actividad regida por el hemisferio izquierdo del cerebro, por lo que la teoría de que el hemisferio derecho compensa al izquierdo no siempre es verdad y, lo que es más importante, no existe ningún mecanismo conocido que permita que un cerebro deficiente que no puede organizar capacidades sencillas de razonamiento desarrolle repentinamente habilidades complejas poco comunes. En lugar de ello podríamos especular con que el sabio loco es como un explorador temerario al que un impulso lleva a cruzar ciertas fronteras muy alejadas de las de las mentes normales pero, al mismo tiempo, no presta atención a las necesidades básicas.

Uno de estos sabios sufría un grave retraso mental, parálisis cerebral y ceguera. Estuvo internado en un orfanato desde su nacimiento hasta que fue adoptado por un matrimonio compasivo. Hasta que tuvo catorce años no se descubrió que era un prodigio musical. En una ocasión sus padres se despertaron a medianoche porque alguien estaba tocando el Concierto número 1 para piano de Tchaikovsky. Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron que era su hijo adoptivo, que nunca se había sentado ante un piano ni había recibido lecciones de música debido a su deficiencia mental.

Sin embargo, una vez que emergió su genialidad, era capaz de tocar cualquier pieza de piano, por compleja que fuera, con sólo oírla una vez, una proeza fuera incluso del alcance de profesionales avezados. Sin embargo, este muchacho era incapaz de hacer tareas tales como cocinar, comprarse ropa o conservar un empleo.

Tales diferencias son ejemplos claros de desequilibrio, no sólo a nivel material, sino al nivel en que se organiza nuestra vida interior. El campo no manifiesto está más allá del tiempo y, sin embargo, una de sus responsabilidades es organizar el mundo por encima del tiempo. Cuando una rosa hace su evolución del invierno hacia la primavera, podría no sobrevivir liberando los productos químicos que la harían aletargar cuando se necesiten los genes de la floración. Una rosa está sintonizada con el ritmo de las estaciones y responde a los más pequeños cambios de luz y de temperatura, del ángulo del sol y de la humedad del suelo.

Nosotros somos más afortunados que una rosa, porque no somos prisioneros de las estaciones, aunque en otro sentido somos mucho menos afortunados porque podemos hacer mal uso de nuestra libertad de elección y adoptar un comportamiento autodestructivo. De alguna manera, el sabio loco ha optado por unas opciones drásticas dentro de su mente, y aunque la inteligencia de la naturaleza no le arrebata el don de la genialidad, tampoco borra las decisiones erróneas. Nuestras propias vidas obedecen al mismo principio; es bastante común que una persona domine algún aspecto de la vida —por ejemplo, ganar dinero— y sea poco hábil manteniendo una relación amorosa. En todos los casos de desequilibrio, los acontecimientos se organizarán para atraer la atención sobre la parte débil, incluso si aún queda a nuestra elección el seguir a la naturaleza adonde quiera llevarnos.

Todos estos ejemplos de genios, incluso aunque no tengan una evidente lección espiritual que darnos, destacan la posibilidad de que la mente puede organizar un número infinito de ingredientes y es en este punto donde la mente de Dios se siente muy cercana. Nosotros aún no estamos ahí, pero la mente de un genio es como una ventana abierta a posibilidades infinitas.

Nosotros aún no estamos ahí, pero la mente de un genio es como una ventana abierta a posibilidades infinitas.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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