EL PODER DE LA INTENCIÓN
El propósito de la espiritualidad es aprender a cooperar con Dios,
aunque la mayoría de nosotros hemos sido educados para hacer lo
contrario. Nuestras habilidades y capacidades son fruto de la
primera atención y no de la segunda. Como resultado de ello,
nuestros problemas tienden a centrarse en las fases más bajas, en
las que el miedo y la necesidad pasan factura, por mucho que lo
neguemos. En estas primeras fases el ego hace valer sus necesidades
con una gran fuerza, y el dinero, la seguridad, el sexo y el poder
hacen sus grandes proposiciones a cada uno de los miembros de la
sociedad. Es importante que nos demos cuenta de que Dios no nos
juzga por estas cosas; cuando las personas tienen la sensación de
que deben su éxito a Dios, tienen razón. Cuando las malas acciones
quedan sin castigo y se ignoran las obras de Dios, éste sonríe. Sólo
hay una realidad, que es espiritual; no hay nada fuera de la mente
de Dios, y con cada uno de nuestros pensamientos bebemos de la
fuente de la creatividad y la inteligencia.
¿Qué es,
pues, lo que hace que la vida sea espiritual?
La
diferencia es enteramente de intención. Al principio de este libro
dije que podríamos seguir a dos personas con una cámara desde su
nacimiento hasta su muerte, y no veríamos ningún signo externo que
nos mostrara cuál es la que cree en Dios. Este hecho sigue siendo
cierto, y a menos que estemos reclusos o ingresemos en un
monasterio, nuestro papel social es irrelevante en relación con lo
espirituales que seamos, porque todo depende de la intención. Si una
persona utiliza palabras amables pero se propone hacernos un
desprecio, es la intención lo que cuenta y el regalo más caro no
puede sustituir la falta de amor. Todos nosotros sabemos
instintivamente cuándo las intenciones vienen de un lugar honesto o
de otro decepcionante.
En la vida
espiritual, la intención contiene deseo y finalidad, aspiración y
una alta visión. Si 162 dirigimos nuestras intenciones hacia Dios,
el espíritu crece, y si dirigimos nuestra intención hacia la
existencia material, es eso lo que crecerá en su lugar. Una vez que
hemos plantado la semilla de una intención, el viaje de nuestra alma
se desvela automáticamente. Veamos ahora cuáles son las intenciones
básicas que marcan una vida espiritual, manifestadas en relación con
lo que una persona desea lograr: *??Quiero sentir la presencia de
Dios. Esta intención está arraigada en el malestar de estar aislado
y separado. Cuando Dios está ausente, no podemos escapar al
fundamental sentimiento de soledad. Podemos enmascararlo
desarrollando amistades y lazos familiares, pero en definitiva cada
uno de nosotros necesita sentir una plenitud y paz interiores.
Queremos
estar satisfechos con nosotros mismos, sin importar si estamos solos
o en medio de una multitud.
*??Quiero
que Dios me ayude y me apoye. La presencia de Dios trae consigo las
cualidades del espíritu. En su origen, todas las cualidades —amor,
inteligencia, verdad, capacidad organizativa, creatividad— se hacen
infinitas. El crecimiento de estos aspectos de nuestra vida es un
signo de que nos estamos acercando más a nuestra alma.
*??Quiero
sentirme conectado al todo. El viaje del alma lleva a una persona
desde un estado fragmentario a un estado de plenitud, y esto se
experimenta estando más conectado. Los acontecimientos que
transcurren a nuestro alrededor empiezan a tejerse en modelos y los
pequeños detalles se adaptan entre sí en lugar de estar esparcidos
de forma aleatoria.
*??Quiero
que mi vida tenga sentido. La existencia se siente vacía vivida de
forma separada, y esto sólo se cura moviéndonos hacia la unidad con
Dios. En lugar de volvernos hacia el exterior para encontrar nuestro
objetivo, tenemos la sensación de que el mero hecho de estar aquí,
tal y como somos, satisface el más elevado objetivo en la creación.
*??Quiero
estar libre de restricciones. La libertad interior está muy
comprometida cuando hay miedo, y el miedo es un resultado natural de
la separación. Cuando nos vamos acercando al alma, los antiguos
límites y defensas empiezan a fundirse, y en lugar de ser cautelosos
con el futuro, fluimos con el río de la vida, esperando el día en
que no habrá límites de ningún tipo que nos retengan.
Si estas
intenciones básicas están presentes en nuestro interior, Dios se
hace cargo de la responsabilidad de llevárselas. Cualquier otra cosa
que hagamos es secundaria. Una persona que esté atenazada por el
miedo, por ejemplo, no puede ir más allá de la fase uno, a pesar de
sus buenas acciones, de tener una vida doméstica segura y de pensar
de forma positiva. Todos nosotros procuramos enmascarar nuestras
limitaciones con falsas actitudes, porque es inherente a la
naturaleza humana el intentar aparentar que somos mejores de lo que
somos en realidad, especialmente ante nuestros propios ojos. Pero
una vez que hemos establecido nuestra dirección de forma correcta,
la autodecepción deja de tener importancia. Tendremos, no obstante,
que enfrentarnos todavía a las necesidades de nuestro ego y
continuaremos dando forma práctica a nuestros dramas personales.
Esta actividad tiene lugar en la fase de la primera atención; entre
bastidores, el espíritu tiene sus propios dispositivos y nuestras
intenciones son como un anteproyecto entregado a Dios, que él
concluye a su manera. Algunas veces utiliza un milagro; otras sólo
se ocupa de que no perdamos el avión, pero el hecho de que pueda
suceder cualquier cosa es lo bello y lo sorprendente de la vida
espiritual.
Curiosamente, las personas que se sienten extremadamente poderosas y
afortunadas ven a menudo las peores intenciones en el movimiento,
por lo que a su crecimiento espiritual se refiere.
Veamos
algunas intenciones típicas que no tienen nada que ver con encontrar
a Dios: Quiero ganar.
Quiero
probarme a mí mismo asumiendo riesgos.
Quiero tener
poder sobre los demás.
Quiero ser
yo quien haga las normas.
Quiero tener
el control.
Quiero
hacerlo todo a mi manera.
Estas
intenciones deberían sernos familiares porque están repetidas hasta
la saciedad en la imaginería popular, la publicidad y los medios de
comunicación, los cuales se centran en las necesidades del ego.
Mientras nuestras intenciones sean fruto de este nivel, nuestra vida
seguirá estos ejemplos. Éste es el sino de vivir en un universo que
es un espejo, en el que nos encontramos con cientos de personas que
se equivocan en sus propias intenciones porque sus egos se han hecho
cargo por completo del control. Algunas de las figuras más poderosas
en el mundo son muy candidas espiritualmente. Si se dejan las
intenciones para el ego se pueden lograr grandes cosas, pero aún son
minúsculas comparadas con lo que puede conseguirse con la
inteligencia infinita y organizando la fuerza que está a nuestra
disposición.
Como Dios se
halla del lado de la abundancia, es una desgracia que la vida
espiritual se haya ganado la reputación de ser pobre, reclusiva y
ascética. Dios es también favorable a aumentar la felicidad, sin
embargo, la sombra del martirio ha caído sobre la espiritualidad con
resultados calamitosos. En general, ser espiritual en estos tiempos,
y mucho más que en el pasado, significa ir por libre, y en una
sociedad con concepciones erróneas de Dios y sin tradición de
maestros, somos responsables de fijarnos nuestras propias
intenciones.
Veamos las
normas básicas que para mí personalmente se han mostrado efectivas y
que pienso que podrán ir bien a muchas personas:
1. Conoce
tus intenciones. Repasemos la anterior lista de intenciones
espirituales y asegurémonos de que entendemos lo importantes que
son. Nuestro destino es movernos en la dirección de nuestra alma,
pero el combustible que hace moverse al destino es la intención.
Procuremos nosotros mismos que el espacio de separación se vaya
cerrando un poco más cada día y no dejemos que nuestras falsas
intenciones sigan enmascaradas; debemos desarraigarlas y trabajar
para anular la cólera y el miedo que nos mantienen atados a ellas.
Las falsas intenciones toman la forma de deseos culpables: quiero
que tal persona fracase, quiero resarcirme de algo, quiero ver
castigadas a las malas personas, quiero llevarme algo que no me
pertenece. Las falsas intenciones pueden ser elusivas y nos daremos
cuenta de su existencia por la sensación que sentiremos al estar
conectados con ellas, una sensación de miedo, codicia, rabia,
desesperanza y debilidad. Sintamos primero la sensación, rechacemos
el aprovisionarnos en ella y luego sigamos alerta hasta que
encontremos la intención que se esconde debajo.
2. Pongamos
nuestras intenciones a un nivel muy alto. Pongámonos por meta ser
santos o hacer milagros, ¿por qué no? Las leyes de la naturaleza
sirven para todo el mundo. Si sabemos que la meta del crecimiento
interior es adquirir la maestría, pidamos entonces esta maestría tan
pronto como sea posible, y una vez que la tengamos, no nos
esforcemos en hacer maravillas, pero tampoco nos neguemos el
hacerlas. El principio de la maestría es la visión, miremos los
milagros que se producen a nuestro alrededor y con esto haremos más
fácil que se produzcan los grandes milagros.
3. Veámonos
nosotros mismos en la luz. El ego sigue arrastrándonos y haciéndonos
sentir necesitados y sin fuerza. De este sentimiento de carencia
nace la avidez enorme de adquirir todo lo que tenemos a la vista:
dinero, poder, sexo y placer, creyendo que colmarán nuestro vacío,
pero no lo hacen. Podemos escapar a esta ilusión si nos vemos a
nosotros mismos no como si estuviéramos en la sombra luchando por
acercarnos a Dios, sino como si estuviéramos en la luz desde el
primer momento. La única diferencia entre nosotros y un santo es que
nuestra luz es pequeña y la de un santo es grande. Esta diferencia
palidece en comparación con la similitud, que es que el santo y
nosotros somos de la luz. La ironía de las experiencias de muerte
aparente es que, cuando las personas vuelven de ella, refieren lo
arrebatadamente que se sintieron bañados por una luz cegadora, y
pasan por alto que la luz estaba allí desde el principio y que es el
ego.
4. Ver a
todos los demás en la luz. La forma más ordinaria de sentirnos bien
nosotros mismos es sintiéndonos superiores a los demás. De esta
oscura semilla nace todo tipo de juicios, por lo que es vital no
emitir juicios sobre los demás. Para plantar esta semilla, tenemos
que procurar no dividir a los demás en categorías de buenos y malos,
ya que todos vivimos en la misma luz. Para entender esto, una simple
fórmula bastará: cuando estemos tentados de juzgar a otra persona,
sin importar si es evidente que lo merezca o no, recordémonos a
nosotros mismos que todos hacemos las cosas lo mejor que podemos
desde nuestro propio nivel de consciencia.
5. Reforzar
cada día nuestras intenciones. Vistos desde la superficie, los
obstáculos que surgen 164 contra el espíritu son enormes, porque la
vida diaria es como un caos arremolinado y el ego se atrinchera en
sus pretensiones. No podemos fiarnos de una buena intención para
seguir hacia adelante, hace falta una disciplina que nos recuerde
día tras día nuestra propia meta espiritual. A algunas personas les
va bien anotar sus intenciones; a otras les ayuda dedicar tiempo a
la meditación y la plegaria. No va bien ir repitiéndonos nuestras
intenciones sobre la marcha.
Debemos
encontrar nuestro punto de equilibrio, mirarnos atentamente a
nosotros mismos y no dejar salir nuestras intenciones hasta que
estén centradas en nuestro interior.
6.
Aprendamos a perdonarnos a nosotros mismos. El ego tiene una forma
de cooptar al espíritu y pretender que todo va bien. Por ello todos
nosotros caemos en las trampas del egoísmo y del engaño cuando menos
lo esperamos, como con el comentario ocasional que hiere a alguien,
con la mentira descuidada o con la necesidad irresistible de
engañar, que son todo cosas universales.
Perdonémonos
a nosotros mismos por estar donde estamos. Ser honestamente una
criatura de la fase dos, movida por la ambición y obsesionada por la
culpabilidad, es más espiritual que pretender ser un santo.
Apliquémonos a nosotros mismos la misma medida que a los demás:
estamos haciendo las cosas lo mejor que podemos desde nuestro propio
nivel de consciencia.
Aquí querría
recordar la definición que dio un maestro del discípulo perfecto:
«Es aquel que está siempre tropezando pero nunca cae.» 7. Aprendamos
a dejar ir. La paradoja de ser espiritual es que siempre estamos
equivocados y tenemos razón al mismo tiempo. Tenemos razón en
intentar conocer a Dios de todas las maneras que podamos, pero
estamos equivocados al pensar que las cosas no cambiarán mañana,
porque la vida es cambio, y debemos estar preparados para dejar ir
nuestras creencias, pensamientos y acciones actuales sin importar lo
espirituales que nos hagan sentir, porque cada fase del crecimiento
interior es una buena vida y cada una está alimentada por Dios. Sólo
nuestra segunda atención sabrá cuándo es el momento de dar un paso
hacia adelante y cuando lo sepamos, no debemos dudar en dejar ir el
pasado.
8.
Reverenciemos las cosas sagradas. Nuestra sociedad nos enseña a ser
escépticos para con lo sagrado y la actitud normal frente a los
milagros es de una confusa cautela, porque pocas personas dedican
tiempo a ahondar en la gran riqueza de las Escrituras. Pero todos
los santos son nuestro futuro y todos los maestros se giran para
mirarnos esperando que les sigamos. Los representantes humanos de
Dios constituyen un tesoro infinito y sumergirnos en él nos ayudará
a abrir nuestro corazón. En el momento en que nuestra alma quiera
florecer, las palabras de un santo o de un sabio pueden ser el
fertilizante más adecuado.
9. Dejemos
que Dios tome el control. Una vez que todo está dicho y hecho, o
bien el espíritu tiene poder o no lo tiene, y si sólo hay una
realidad, nada de lo que está en el mundo material permanece fuera
de Dios. Esto significa que si queremos alguna cosa, el espíritu nos
la dará.