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EL ESTADO DE LA UNIÓN
Lo creamos o no, ahora nos encontramos muy cerca del alma. Hemos
reducido gradualmente las objeciones científicas hechas a Dios
colocándolas fuera del alcance de toda medida. Esto significa que la
experiencia subjetiva de una persona no puede ser puesta en duda,
aunque a nivel cuántico la objetividad y la subjetividad se funden
la una con la otra. El punto de fusión es el alma; por lo tanto,
conocer a Dios se reduce a esto: nuestra mente choca contra una
pared cuando intenta pensar sobre el alma, del mismo modo que un
fotón cuando se acerca a un agujero negro. El alma se siente cómoda
con la incertidumbre, acepta que podemos estar en dos sitios, tiempo
y eternidad, 157 simultáneamente, observa cómo trabaja la
inteligencia cósmica y no se preocupa por el hecho de que la fuerza
creativa esté fuera del universo. Entonces tenemos un sencillo
gráfico de la situación: Mente Alma Dios La mente se va acercando
lentamente al alma, que reside en el límite del mundo de Dios, en el
horizonte de los acontecimientos. Cuando no hay percepción por parte
del espíritu, el espacio de separación es grande, aunque se va
haciendo más pequeño a medida que la mente se va imaginando qué es
lo que está pasando. Puede darse el caso de que lleguen a acercarse
tanto que la mente y el alma no tengan otra opción que fundirse, y
cuando esto sucede, es impresionante la similitud que hay con el
agujero negro. Para la mente, será como si el caer en el mundo de
Dios fuera para siempre, una eternidad en consciencia de éxtasis.
Desde el punto de vista de Dios, esta fusión tiene lugar en una
fracción de segundo y desde luego, si estamos por completo dentro
del mundo de Dios donde el tiempo no tiene significado alguno,
entonces resulta que este proceso nunca ha tenido lugar, sino que la
mente ha formado parte del alma desde el principio, aunque sin
saberlo.
Podríamos
pretender con toda la razón que las palabras de Jesús «Pedid y se os
dará, llamad a la puerta y se os abrirá» son una ley de hierro. En
el mismo instante en que nuestra mente presta atención al alma, es
arrastrada hacia ella, con el resultado inevitable de que se cerrará
cualquier separación. Subjetivamente, este viaje hacia el alma, que
es una expresión más adecuada que viaje del alma, se percibe como
las siete fases de las que ya hemos hablado, pero objetivamente el
proceso se parece mucho más a una partícula de luz cruzando el
horizonte de los acontecimientos.
Es
sorprendente el hecho de que nuestras mentes puedan registrar este
viaje, porque durante todo el tiempo durante el cual se está
produciendo continúa habiendo pensamientos ordinarios y percepción.
Dos clientes de un supermercado que estén empujando carritos de
compra están haciendo lo mismo a nivel material, pero uno de ellos
puede estar experimentando una epifanía. La palabra éxtasis deriva
del griego y significa estar aparte o fuera, y éste es el papel de
la segunda atención: quedar fuera de la vida material y ser testigo
del amanecer del éxtasis. Si contemplamos el alma como un tipo de
campo de fuerza que va tirando firmemente de la mente hacia sí, cada
una de las siete fases puede ser descrita como la que cierra el
espacio de la separación:
Fase uno:
Estoy tan separado que siento un gran temor.
Fase dos: No
me siento tan separado y crece en mí un sentimiento de poder.
Fase tres:
Algo más grande que yo me atrae cada vez más y me siento mucho más
en paz.
Fase cuatro:
Empiezo a intuir qué es esto tan grande: puede ser Dios.
Fase cinco:
Mis acciones y pensamientos atraen el campo de fuerza de Dios como
si ambos estuviéramos involucrados en todo.
Fase seis:
Dios y yo estamos ahora casi juntos. No siento separación alguna, mi
mente es la mente de Dios.
Fase siete:
No veo diferencia entre Dios y yo.
En la
antigua India, el hecho de cerrar esta abertura se describía como
yoga o unión (la misma raíz sánscrita que nos daba el verbo «unir»).
Como los sabios indios tuvieron miles de años para analizarlo, todo
este proceso de unirse al alma se convirtió en una ciencia. El yoga
precede al hinduismo, que es una religión particular. En sus
inicios, se pretendía que las prácticas de yoga fueran universales.
Los sabios antiguos tenían a su disposición el poder de testimoniar
su propia evolución espiritual, que se reducía a observar el
acercamiento de la mente al alma. Lo que descubrieron puede
detallarse en los puntos siguientes: *?La evolución tienen lugar en
el interior. No es una cuestión de peregrinación, observancia u 158
obediencia de las normas religiosas, y no hay códigos que puedan
alterar el hecho de que cada mente está efectuando un viaje del
alma.
*?La
evolución es automática. Desde un punto de vista absoluto, el alma
siempre tira de nosotros y no podemos escapar a su campo de fuerza.
*?Hace falta
la atención de la persona. Como el viaje al alma solamente tiene
lugar en estado de consciencia, si bloqueamos nuestra consciencia,
impedimos nuestro progreso, pero si estamos atentos, creamos un
impulso.
*?La meta
final es inevitable. Nadie puede resistir al alma siempre. Los
santos y los pecadores están en el mismo camino.
*?Es mejor
cooperar que resistir. El alma es la fuerza de la verdad y del amor.
Si intentamos evitar el alma, la verdad y el amor no van a crecer en
nuestra vida; pero si cooperamos, nuestra vida se organizará con la
ayuda de la fuerza y de la inteligencia infinitas que fluyen de
Dios.
*?Las
acciones externas se tienen en cuenta. La acción es un proceso
físico relacionado con la mente y ambas cosas no pueden separarse,
por lo que aunque éste sea un viaje de la mente, la actividad
externa o la ayuda o la desvirtúa.
Ninguna de
estas afirmaciones es sorprendente (o especialmente india). El hecho
de que más tarde se identificara el yoga con prácticas
extremadamente esotéricas es puramente secundario. El yoga no es ni
más ni menos objetivo que nuestro modelo cuántico, porque empezó
como una forma neutral de describir la realidad del despertar
espiritual; en ambos casos nos preocupamos por la forma en que se
altera la realidad ordinaria a medida que nos vamos acercando al
horizonte de los acontecimientos. Para aquellos que todavía no lo
saben, éste podría ser un buen momento para mencionar que los
ejercicios físicos reunidos bajo el nombre de hatha yoga constituyen
una ínfima parte de un inmenso todo de comprensión y que no son
necesarios para el viaje espiritual, aunque son muy útiles para
aquellos que se sienten atraídos en esta dirección.
Si aceptamos
que la descripción del yoga es exacta, entonces podemos filtrar a
través de él cualquier aspecto de la vida. Tomaré el aspecto de la
identidad y lo contemplaré en términos de la separación inicial que
se convierte gradualmente en el estado de la unión: IDENTIDAD Fase
uno: Soy pequeño e insignificante, y estoy entretejido en la
inmensidad de la naturaleza. Espero poder sobrevivir Fase dos: Puedo
hacer algo más que sobrevivir; puedo competir y satisfacer más mis
necesidades.
Fase tres:
Mi interior está en paz y mi mundo interior empieza a satisfacerme
más que las cosas externas.
Fase cuatro:
Soy autosuficíente. Las cosas no suceden del modo que yo quiero,
pero ya no me afecta.
Fase cinco:
He descubierto cómo manifestar mis deseos desde el interior y
resulta que mi mundo interior tiene poder.
Fase seis:
Estoy en el centro de un inmenso esquema de poder e inteligencia que
emana de Dios.
Fase siete:
Existo.
Podemos
trazar muy exactamente el crecimiento espiritual de una persona sólo
a partir de esta escala, porque el ego se mueve desde un estado de
aislamiento e impotencia a una realización que puede tener fuerza, y
busca de dónde le viene esta fuerza. En primer lugar decide que
tiene que venir del exterior, en forma de dinero y de estatus, pero
con el tiempo se da cuenta de que el origen de la fuerza es interno.
A medida que transcurre el tiempo, se disuelve la diferencia entre
la fuerza interior y la exterior y se percibe toda la realidad como
proveniente de un origen común que somos nosotros mismos. Veamos
otro punto, el de la fe: 159 FE Fase uno: La fe es un asunto de
supervivencia. Si no ruego a Dios, éste puede destruirme.
Fase dos:
Empiezo a tener fe en mí mismo. Ruego a Dios para que me ayude a
obtener lo que quiero.
Fase tres:
La fe me da la paz. Ruego para que no haya desorden ni angustia en
la vida.
Fase cuatro:
Tengo fe en que el conocimiento interior me sostendrá. Ruego para
tener más percepciones de los caminos de Dios.
Fase cinco:
La fe me dice que Dios me apoyará en todos mis deseos. Ruego para
ser merecedor de su fe en mí.
Fase seis:
La fe mueve montañas. Ruego para ser el instrumento de Dios en las
transformaciones.
Fase siete:
La fe se funde en el ser universal. Cuando ruego, descubro que me
ruego a mí mismo.
Démonos
cuenta de lo sorprendentemente distinta que es la misma palabra en
cada una de las fases. Cuando la gente dice que tiene fe o que cree
en la plegaria, no podemos estar seguros de lo que quiere decir si
no entendemos nada más. Ésta ha sido la razón por la cual existe tal
divergencia de opiniones sobre si Dios escucha las oraciones y las
atiende, porque en términos relativos todo depende de nuestro nivel
de consciencia. A niveles inferiores, los pensamientos que se
esconden detrás de la plegaria pueden ser demasiado difusos para
crear un resultado. Como se cierra la separación, también disminuye
el espacio entre la oración y el resultado, por lo que se da
respuesta a todas las plegarias. A nivel de los milagros, la
plegaria tiene el poder de alterar los acontecimientos exteriores.
Finalmente, en el estado de la consciencia unitaria, no hay
necesidad de orar, porque cada uno de nuestros pensamientos viene
del alma y, por lo tanto, no haríamos otra cosa que rezarnos a
nosotros mismos.
Un límite es
lo mismo que un horizonte. Si intentamos andar alrededor del mundo,
el horizonte es el límite más lejano que tenemos a la vista y, sin
embargo, va avanzando por delante de nosotros a medida que nos vamos
moviendo. El equivalente espiritual está expresado de forma muy
elocuente en unos versos del monje místico católico Thomas Merton:
El Señor viaja en todas direcciones al mismo tiempo.
El Señor
llega de todas partes al mismo tiempo.
Dondequiera
que estemos, descubrimos que él acaba de partir.
Dondequiera
que vayamos, descubrimos que él ha llegado antes que nosotros.
En términos
literales, estos versos afirman dos cosas. Una que ya sabemos: Dios
es difícil de encontrar porque existe en el terreno de la
incertidumbre, donde el tiempo y el espacio no son fijos.
La otra es
que a Dios se le percibe siempre dentro de unos límites. Solamente
tenemos una idea limitada de él y esta idea limitada va
desplazándose. No hay cura para esta percepción errónea hasta la
fase final de la unidad; hasta entonces el espacio de separación
hace que la mente piense que conoce a Dios cuando de hecho sólo
tiene de él un conocimiento parcial. Veamos de forma resumida cuáles
son los horizontes que limitan nuestra visión: Fase uno: Horizonte
de miedo Cubro mis necesidades y tengo cuidado de mí mismo, pero
cuando estoy ansioso, me siento perdido. Sólo Dios sabe por qué
suceden cosas negativas en este mundo. Limitado por la ansiedad, la
inseguridad y la dependencia.
Fase dos:
Horizonte de control Ejerzo el poder y me gusta la competencia como
forma de satisfacer mis ambiciones, pero cuando las cosas escapan a
mi control me siento totalmente frustrado. Sólo Dios sabe por qué
las cosas no se desarrollan de la forma que yo lo había previsto.
Limitado por la culpabilidad, las obligaciones y la victimización.
160 Fase
tres: Horizonte de fatalismo Estoy en paz conmigo mismo y sé qué es
lo que está sucediendo en mi interior, pero me descentro cuando ya
nada tiene sentido. Sólo Dios sabe por qué el destino puede ser tan
cruel y caprichoso. Limitado por el karma, la introversión y la
falta de poder.
Fase cuatro:
Horizonte, de autodecepción Navego por el mundo con mucha más
intuición y percepción que la mayoría de las personas, pero algunas
veces puede engañarme mi voz interior. Sólo Dios sabe por qué mi
intuición me decepciona cuando más la necesito.
Limitado por
los secretos ocultos, condicionantes pasados y necesidades del ego.
Fase cinco:
Horizonte de la fantasía Mi mundo interior es rico en nuevos
descubrimientos y tengo consciencia suficiente para ver cómo se
hacen realidad mis pensamientos, pero alguno de mis deseos más
íntimos está en el nivel de las fantasías inalcanzables. Sólo Dios
sabe por qué sucede esto. Limitado por la autoabsorción, la
grandiosidad y la representación del papel de Dios.
Fase seis:
Horizonte de la identidad Toda mi vida está dedicada al servicio y
puedo ser desinteresado de cara a las exigencias de los demás, pero
algunas veces el sufrimiento de la humanidad hace que quiera escapar
de este mundo. Sólo Dios sabe por qué no puedo perderme siempre en
él. Limitado por el pensamiento, el ego personal y restos de
antiguos condicionamientos.
Fase siete:
El infinito. No hay horizonte No veo diferencia alguna entre mi
mente y la mente en todas las cosas. Mi identidad es una con todo el
mundo. Sólo Dios sabe que estoy fundido con él en todas las
dimensiones y constantemente. Sin límites.
Éste es
quizá el gráfico más explícito de todos, porque lo identificamos
completamente con nuestros límites. Sin embargo, el horizonte es
fluido y cada fase rompe los límites de la fase anterior.
Para alguien
que esté en la fase dos, donde la culpa nos sirve para evitar que el
ego enloquezca a causa del poder, la ausencia de culpa no parece
posible. Un signo seguro de que la fase tres está surgiendo sería
que una persona próspera encontrase la misericordia real, que es la
señal de dicha fase, donde aquellos que llegan han llevado sus
proyecciones de Dios un poco más allá.
La sociedad
tiende a agruparse, las personas buscan a sus semejantes. En una
reunión de psiquiatras, todos creen en la percepción; en una reunión
de empresarios, todos creen en el éxito.
Todo esto
hace que sea difícil aceptar que los valores de Dios son diferentes
de éstos. Todos conocemos matrimonios en los que ambos cónyuges
están seguros de que el mundo es de una forma determinada, ya sea
peligroso, inseguro, abundante, benigno o bendecido. ¿Es esto una
forma de decepción organizada? Sí y no. Aunque nuestros límites nos
definen, esto no debería tomarse como un factor negativo; cada fase
de crecimiento interior nos permite tener la oportunidad de ver las
cosas que cuestan de ver. La proyección es inevitable y muy
poderosa.