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CONOCER A DIOS

EL VIAJE DEL ALMA HACIA EL MISTERIO DE LOS MISTERIOS

El Estado de la Union

DEEPAK CHOPRA 

 

EL ESTADO DE LA UNIÓN

Lo creamos o no, ahora nos encontramos muy cerca del alma. Hemos reducido gradualmente las objeciones científicas hechas a Dios colocándolas fuera del alcance de toda medida. Esto significa que la experiencia subjetiva de una persona no puede ser puesta en duda, aunque a nivel cuántico la objetividad y la subjetividad se funden la una con la otra. El punto de fusión es el alma; por lo tanto, conocer a Dios se reduce a esto: nuestra mente choca contra una pared cuando intenta pensar sobre el alma, del mismo modo que un fotón cuando se acerca a un agujero negro. El alma se siente cómoda con la incertidumbre, acepta que podemos estar en dos sitios, tiempo y eternidad, 157 simultáneamente, observa cómo trabaja la inteligencia cósmica y no se preocupa por el hecho de que la fuerza creativa esté fuera del universo. Entonces tenemos un sencillo gráfico de la situación: Mente Alma Dios La mente se va acercando lentamente al alma, que reside en el límite del mundo de Dios, en el horizonte de los acontecimientos. Cuando no hay percepción por parte del espíritu, el espacio de separación es grande, aunque se va haciendo más pequeño a medida que la mente se va imaginando qué es lo que está pasando. Puede darse el caso de que lleguen a acercarse tanto que la mente y el alma no tengan otra opción que fundirse, y cuando esto sucede, es impresionante la similitud que hay con el agujero negro. Para la mente, será como si el caer en el mundo de Dios fuera para siempre, una eternidad en consciencia de éxtasis. Desde el punto de vista de Dios, esta fusión tiene lugar en una fracción de segundo y desde luego, si estamos por completo dentro del mundo de Dios donde el tiempo no tiene significado alguno, entonces resulta que este proceso nunca ha tenido lugar, sino que la mente ha formado parte del alma desde el principio, aunque sin saberlo.

Podríamos pretender con toda la razón que las palabras de Jesús «Pedid y se os dará, llamad a la puerta y se os abrirá» son una ley de hierro. En el mismo instante en que nuestra mente presta atención al alma, es arrastrada hacia ella, con el resultado inevitable de que se cerrará cualquier separación. Subjetivamente, este viaje hacia el alma, que es una expresión más adecuada que viaje del alma, se percibe como las siete fases de las que ya hemos hablado, pero objetivamente el proceso se parece mucho más a una partícula de luz cruzando el horizonte de los acontecimientos.

Es sorprendente el hecho de que nuestras mentes puedan registrar este viaje, porque durante todo el tiempo durante el cual se está produciendo continúa habiendo pensamientos ordinarios y percepción. Dos clientes de un supermercado que estén empujando carritos de compra están haciendo lo mismo a nivel material, pero uno de ellos puede estar experimentando una epifanía. La palabra éxtasis deriva del griego y significa estar aparte o fuera, y éste es el papel de la segunda atención: quedar fuera de la vida material y ser testigo del amanecer del éxtasis. Si contemplamos el alma como un tipo de campo de fuerza que va tirando firmemente de la mente hacia sí, cada una de las siete fases puede ser descrita como la que cierra el espacio de la separación:

Fase uno: Estoy tan separado que siento un gran temor.

Fase dos: No me siento tan separado y crece en mí un sentimiento de poder.

Fase tres: Algo más grande que yo me atrae cada vez más y me siento mucho más en paz.

Fase cuatro: Empiezo a intuir qué es esto tan grande: puede ser Dios.

Fase cinco: Mis acciones y pensamientos atraen el campo de fuerza de Dios como si ambos estuviéramos involucrados en todo.

Fase seis: Dios y yo estamos ahora casi juntos. No siento separación alguna, mi mente es la mente de Dios.

Fase siete: No veo diferencia entre Dios y yo.

En la antigua India, el hecho de cerrar esta abertura se describía como yoga o unión (la misma raíz sánscrita que nos daba el verbo «unir»). Como los sabios indios tuvieron miles de años para analizarlo, todo este proceso de unirse al alma se convirtió en una ciencia. El yoga precede al hinduismo, que es una religión particular. En sus inicios, se pretendía que las prácticas de yoga fueran universales. Los sabios antiguos tenían a su disposición el poder de testimoniar su propia evolución espiritual, que se reducía a observar el acercamiento de la mente al alma. Lo que descubrieron puede detallarse en los puntos siguientes: *?La evolución tienen lugar en el interior. No es una cuestión de peregrinación, observancia u 158 obediencia de las normas religiosas, y no hay códigos que puedan alterar el hecho de que cada mente está efectuando un viaje del alma.

*?La evolución es automática. Desde un punto de vista absoluto, el alma siempre tira de nosotros y no podemos escapar a su campo de fuerza.

*?Hace falta la atención de la persona. Como el viaje al alma solamente tiene lugar en estado de consciencia, si bloqueamos nuestra consciencia, impedimos nuestro progreso, pero si estamos atentos, creamos un impulso.

*?La meta final es inevitable. Nadie puede resistir al alma siempre. Los santos y los pecadores están en el mismo camino.

*?Es mejor cooperar que resistir. El alma es la fuerza de la verdad y del amor. Si intentamos evitar el alma, la verdad y el amor no van a crecer en nuestra vida; pero si cooperamos, nuestra vida se organizará con la ayuda de la fuerza y de la inteligencia infinitas que fluyen de Dios.

*?Las acciones externas se tienen en cuenta. La acción es un proceso físico relacionado con la mente y ambas cosas no pueden separarse, por lo que aunque éste sea un viaje de la mente, la actividad externa o la ayuda o la desvirtúa.

Ninguna de estas afirmaciones es sorprendente (o especialmente india). El hecho de que más tarde se identificara el yoga con prácticas extremadamente esotéricas es puramente secundario. El yoga no es ni más ni menos objetivo que nuestro modelo cuántico, porque empezó como una forma neutral de describir la realidad del despertar espiritual; en ambos casos nos preocupamos por la forma en que se altera la realidad ordinaria a medida que nos vamos acercando al horizonte de los acontecimientos. Para aquellos que todavía no lo saben, éste podría ser un buen momento para mencionar que los ejercicios físicos reunidos bajo el nombre de hatha yoga constituyen una ínfima parte de un inmenso todo de comprensión y que no son necesarios para el viaje espiritual, aunque son muy útiles para aquellos que se sienten atraídos en esta dirección.

     

Si aceptamos que la descripción del yoga es exacta, entonces podemos filtrar a través de él cualquier aspecto de la vida. Tomaré el aspecto de la identidad y lo contemplaré en términos de la separación inicial que se convierte gradualmente en el estado de la unión: IDENTIDAD Fase uno: Soy pequeño e insignificante, y estoy entretejido en la inmensidad de la naturaleza. Espero poder sobrevivir Fase dos: Puedo hacer algo más que sobrevivir; puedo competir y satisfacer más mis necesidades.

Fase tres: Mi interior está en paz y mi mundo interior empieza a satisfacerme más que las cosas externas.

Fase cuatro: Soy autosuficíente. Las cosas no suceden del modo que yo quiero, pero ya no me afecta.

Fase cinco: He descubierto cómo manifestar mis deseos desde el interior y resulta que mi mundo interior tiene poder.

Fase seis: Estoy en el centro de un inmenso esquema de poder e inteligencia que emana de Dios.

Fase siete: Existo.

Podemos trazar muy exactamente el crecimiento espiritual de una persona sólo a partir de esta escala, porque el ego se mueve desde un estado de aislamiento e impotencia a una realización que puede tener fuerza, y busca de dónde le viene esta fuerza. En primer lugar decide que tiene que venir del exterior, en forma de dinero y de estatus, pero con el tiempo se da cuenta de que el origen de la fuerza es interno. A medida que transcurre el tiempo, se disuelve la diferencia entre la fuerza interior y la exterior y se percibe toda la realidad como proveniente de un origen común que somos nosotros mismos. Veamos otro punto, el de la fe: 159 FE Fase uno: La fe es un asunto de supervivencia. Si no ruego a Dios, éste puede destruirme.

Fase dos: Empiezo a tener fe en mí mismo. Ruego a Dios para que me ayude a obtener lo que quiero.

Fase tres: La fe me da la paz. Ruego para que no haya desorden ni angustia en la vida.

Fase cuatro: Tengo fe en que el conocimiento interior me sostendrá. Ruego para tener más percepciones de los caminos de Dios.

Fase cinco: La fe me dice que Dios me apoyará en todos mis deseos. Ruego para ser merecedor de su fe en mí.

Fase seis: La fe mueve montañas. Ruego para ser el instrumento de Dios en las transformaciones.

Fase siete: La fe se funde en el ser universal. Cuando ruego, descubro que me ruego a mí mismo.

Démonos cuenta de lo sorprendentemente distinta que es la misma palabra en cada una de las fases. Cuando la gente dice que tiene fe o que cree en la plegaria, no podemos estar seguros de lo que quiere decir si no entendemos nada más. Ésta ha sido la razón por la cual existe tal divergencia de opiniones sobre si Dios escucha las oraciones y las atiende, porque en términos relativos todo depende de nuestro nivel de consciencia. A niveles inferiores, los pensamientos que se esconden detrás de la plegaria pueden ser demasiado difusos para crear un resultado. Como se cierra la separación, también disminuye el espacio entre la oración y el resultado, por lo que se da respuesta a todas las plegarias. A nivel de los milagros, la plegaria tiene el poder de alterar los acontecimientos exteriores. Finalmente, en el estado de la consciencia unitaria, no hay necesidad de orar, porque cada uno de nuestros pensamientos viene del alma y, por lo tanto, no haríamos otra cosa que rezarnos a nosotros mismos.

Un límite es lo mismo que un horizonte. Si intentamos andar alrededor del mundo, el horizonte es el límite más lejano que tenemos a la vista y, sin embargo, va avanzando por delante de nosotros a medida que nos vamos moviendo. El equivalente espiritual está expresado de forma muy elocuente en unos versos del monje místico católico Thomas Merton: El Señor viaja en todas direcciones al mismo tiempo.

El Señor llega de todas partes al mismo tiempo.

Dondequiera que estemos, descubrimos que él acaba de partir.

Dondequiera que vayamos, descubrimos que él ha llegado antes que nosotros.

En términos literales, estos versos afirman dos cosas. Una que ya sabemos: Dios es difícil de encontrar porque existe en el terreno de la incertidumbre, donde el tiempo y el espacio no son fijos.

La otra es que a Dios se le percibe siempre dentro de unos límites. Solamente tenemos una idea limitada de él y esta idea limitada va desplazándose. No hay cura para esta percepción errónea hasta la fase final de la unidad; hasta entonces el espacio de separación hace que la mente piense que conoce a Dios cuando de hecho sólo tiene de él un conocimiento parcial. Veamos de forma resumida cuáles son los horizontes que limitan nuestra visión: Fase uno: Horizonte de miedo Cubro mis necesidades y tengo cuidado de mí mismo, pero cuando estoy ansioso, me siento perdido. Sólo Dios sabe por qué suceden cosas negativas en este mundo. Limitado por la ansiedad, la inseguridad y la dependencia.

Fase dos: Horizonte de control Ejerzo el poder y me gusta la competencia como forma de satisfacer mis ambiciones, pero cuando las cosas escapan a mi control me siento totalmente frustrado. Sólo Dios sabe por qué las cosas no se desarrollan de la forma que yo lo había previsto. Limitado por la culpabilidad, las obligaciones y la victimización.

160 Fase tres: Horizonte de fatalismo Estoy en paz conmigo mismo y sé qué es lo que está sucediendo en mi interior, pero me descentro cuando ya nada tiene sentido. Sólo Dios sabe por qué el destino puede ser tan cruel y caprichoso. Limitado por el karma, la introversión y la falta de poder.

Fase cuatro: Horizonte, de autodecepción Navego por el mundo con mucha más intuición y percepción que la mayoría de las personas, pero algunas veces puede engañarme mi voz interior. Sólo Dios sabe por qué mi intuición me decepciona cuando más la necesito.

Limitado por los secretos ocultos, condicionantes pasados y necesidades del ego.

Fase cinco: Horizonte de la fantasía Mi mundo interior es rico en nuevos descubrimientos y tengo consciencia suficiente para ver cómo se hacen realidad mis pensamientos, pero alguno de mis deseos más íntimos está en el nivel de las fantasías inalcanzables. Sólo Dios sabe por qué sucede esto. Limitado por la autoabsorción, la grandiosidad y la representación del papel de Dios.

Fase seis: Horizonte de la identidad Toda mi vida está dedicada al servicio y puedo ser desinteresado de cara a las exigencias de los demás, pero algunas veces el sufrimiento de la humanidad hace que quiera escapar de este mundo. Sólo Dios sabe por qué no puedo perderme siempre en él. Limitado por el pensamiento, el ego personal y restos de antiguos condicionamientos.

Fase siete: El infinito. No hay horizonte No veo diferencia alguna entre mi mente y la mente en todas las cosas. Mi identidad es una con todo el mundo. Sólo Dios sabe que estoy fundido con él en todas las dimensiones y constantemente. Sin límites.

Éste es quizá el gráfico más explícito de todos, porque lo identificamos completamente con nuestros límites. Sin embargo, el horizonte es fluido y cada fase rompe los límites de la fase anterior.

Para alguien que esté en la fase dos, donde la culpa nos sirve para evitar que el ego enloquezca a causa del poder, la ausencia de culpa no parece posible. Un signo seguro de que la fase tres está surgiendo sería que una persona próspera encontrase la misericordia real, que es la señal de dicha fase, donde aquellos que llegan han llevado sus proyecciones de Dios un poco más allá.

La sociedad tiende a agruparse, las personas buscan a sus semejantes. En una reunión de psiquiatras, todos creen en la percepción; en una reunión de empresarios, todos creen en el éxito.

Todo esto hace que sea difícil aceptar que los valores de Dios son diferentes de éstos. Todos conocemos matrimonios en los que ambos cónyuges están seguros de que el mundo es de una forma determinada, ya sea peligroso, inseguro, abundante, benigno o bendecido. ¿Es esto una forma de decepción organizada? Sí y no. Aunque nuestros límites nos definen, esto no debería tomarse como un factor negativo; cada fase de crecimiento interior nos permite tener la oportunidad de ver las cosas que cuestan de ver. La proyección es inevitable y muy poderosa.

Los límites de las creencias son verdaderos horizontes de los acontecimientos, porque la mente no puede traspasarlos, incluso aunque para alguien de fuera no existan tales límites. Un cristiano fundamentalista puede ser incapaz de concebir el divorcio sin el convencimiento de que será arrojado fuera de la gracia de Dios, del mismo modo que para un judío ortodoxo sería inconcebible quebrantar las leyes kosher, o para un musulmán permitir que su mujer salga de casa sin cubrirse la cara. Una interpretación de Cristo de la fase uno que refleje miedo se centraría en las veces que el Hijo de Dios avisa de que los pecadores «serán arrojados a las tinieblas exteriores donde todo será llanto y crujir de dientes». Una interpretación de Alá de la fase uno se centraría en la promesa del Corán de que un solo pecado contra la ley de Dios es suficiente para merecer la condena eterna.

Estas creencias desafían la razón, y ésta es su finalidad porque las religiones han temido siempre el fin de la fe. (Recientemente, algunas sectas protestantes han intentado eliminar cualquier referencia que se haga en la liturgia del pecado original y de las imperfecciones humanas, pero han 161 fracasado, incluso entre los teólogos más liberales. El argumento definitivo fue que solamente Dios es perfecto y que nosotros no debemos olvidarlo nunca.) La obediencia es lo que mantiene unido el mundo religioso y hace posible la redención. Para que Dios tenga su lugar, los seres humanos tienen que saber cuál es el suyo.

En cada fase, el punto esencial es el mismo: creemos que Dios nos retiene por alguna razón y, mientras estemos en esa fase, lucharemos por saber cuál es la razón, lo cual forma parte de la esencia de nuestro drama personal. En la realidad estamos proyectando todos nuestros límites, y esto es evidente cuando vemos que otras personas tienen límites totalmente distintos de los nuestros.

El final de la separación está predestinado y puede que ya no haya necesidad de tener límites. El horizonte de los acontecimientos se lleva tan lejos como vaya la mente y, después de esto, Dios tiene que encargarse de todo. La palabra místico se usa descuidadamente para describir muchas cosas distintas, pero yo diría que en cada fase del crecimiento interno, sea lo que sea lo que está fuera de nuestros límites, para nosotros es místico. Así, los isleños de Trobrian, en el Pacífico, cuando los aviones aliados dejaron caer suministros desde el cielo durante la Segunda Guerra Mundial, como eran incapaces de comprender lo que es un aeroplano, construyeron efigies de paja de los aviones y rezaron para que volvieran. Lo que para nosotros era tecnología ordinaria, para ellos iba más allá del horizonte de los acontecimientos.

Incluso aunque estemos estancados en unas creencias fijas, siempre existirá la posibilidad de cerrar el espacio de separación, ya que cada mañana tenemos una nueva oportunidad de conocer a Dios, con un punto de partida que podría ser el del miedo y la culpa, o quizá también el de la consciencia expandida; pero todo esto es relativo. Según nuestras tres maneras de encontrar a Dios, nadie está atrapado de forma permanente sin esperanza de escapar:

1. Siempre podemos cruzar el horizonte hacia una nueva realidad.

2. Hay pistas para decirnos cómo debemos crecer.

3. La segunda atención nos permite leer estas pistas.

En este aspecto, el santo es igual que el pecador, porque ambos son guiados por Dios a través del espacio de separación.

En este aspecto, el santo es igual que el pecador, porque ambos son guiados por Dios a través del espacio de separación.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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