EL DIOS REDENTOR
(Respuesta
intuitiva) El cerebro sabe cómo ser activo y cómo estar en reposo.
Entonces ¿por qué no termina aquí la cosa? ¿Adonde podría ir la
mente cuando ha encontrado paz consigo misma? Las fases más elevadas
de espiritualidad parecen misteriosas cuando están expresadas de
esta forma, porque no hay ningún sitio a donde ir más allá del
silencio. Tenemos que mirar qué silencio puede crecer en nuestro
interior, y éste es la sabiduría.
Los
psicólogos saben muy bien que la sabiduría es un fenómeno real. Si
planteamos una batería de problemas a diversos sujetos en una amplia
gama de edades, es perfectamente predecible que los de más edad
darán respuestas más sabias que los jóvenes. Los problemas
planteados pueden ser de cualquier tipo: decidir si hemos sido
engañados en un trato de negocios, o cómo solucionar un incidente
internacional que podría conducir a una guerra. Una respuesta sabia
podría ser esperar a ver qué pasa antes de actuar de forma
impulsiva, pedir consejo a diversas personas, o no hacer
presuposiciones. No importa cuál es el problema, la sabiduría es una
perspectiva aplicada a cualquier situación.
Del mismo
modo que la fase tres contempla el nacimiento de un Dios de paz, la
fase cuatro contempla el nacimiento de un Dios sabio que no desea
actuar siguiendo sus impulsos vengativos, que ya no esgrime nuestros
pecados contra nosotros y cuyas miras van más allá del bien y del
mal.
En el papel
de Dios Redentor, empieza a considerar todas las sentencias que
lastran la vida y, por lo tanto, su sabiduría crea el sentimiento de
ser amado y mimado. En este aspecto, la soledad del mundo interior
comienza a suavizarse. Las cualidades de Dios Redentor son todas
positivas: Comprensivo Tolerante Misericordioso No crítico Completo
Acogedor Démonos cuenta de que ninguna de estas cualidades es el
resultado de pensar y que, si las 61 encontrásemos en una persona,
las llamaríamos cualidades o carácter. La versión psicológica de la
sabiduría es que nos interesa para nuestros fines. Para un
psicólogo, la sabiduría tiene una relación directa con la edad y la
experiencia, aunque hay también algo más profundo. Los maestros
espirituales hablan de una misteriosa facultad conocida como la
«segunda atención». La primera atención tiene relación con lo que
estamos haciendo, y con los datos aportados por los cinco sentidos,
y se expresa a sí misma como pensamientos y sentimientos. La segunda
atención es diferente, ya que mira más allá de lo que estamos
haciendo, algo así como ver la vida desde una perspectiva más
profunda. Desde esta fuente se deriva la sabiduría y el Dios de la
fase cuatro sólo aparecerá cuando se ha cultivado la segunda
atención.
Conozco a un
escritor ambicioso que tuvo un golpe de suerte inesperado con un
libro que sorprendió a todo el mundo al llegar a ser un bestseller.
En su euforia por los cientos de miles de dólares, decidió
arriesgarlo todo en una compañía petrolera de alto riesgo. Sus
amigos le hacían ver que la inmensa mayoría de oportunidades de este
tipo pluman a sus inversores antes de que se llegue a descubrir una
sola gota de petróleo, pero el escritor ni se inmutó y, sin tener
experiencia ninguna, se lanzó a invertir, llegando al extremo de
visitar los pozos de petróleo que le proponían y que estaban
diseminados por todo el estado de Kansas.
Cuando le
volví a encontrar en un acto editorial seis meses más tarde, parecía
muy afligido porque todo su dinero se había evaporado. «Todo el
mundo está muy amable conmigo —me dijo bastante turbado—. Mis amigos
se aguantan las ganas que tienen de decirme que ya me lo habían
advertido. Pero lo peor de todo esto no es ni perder el dinero ni la
humillación que he sufrido. El problema es otro. Desde el principio,
yo ya sabía que las inversiones no iban a funcionar y no tenía ni la
menor duda de que estaba tomando una decisión terrible. Sin embargo,
día tras día actuaba como un esquizofrénico, con una confianza
ciega, por una parte, y sabiéndome destinado a fracasar, por otra.»
Esto es un ejemplo dramático del hecho de que vivimos en más de un
nivel de realidad al mismo tiempo. La primera atención organiza la
superficie de la vida, mientras que la segunda tiene relación con
los niveles más profundos. Tanto la intuición como la sabiduría
surgen de la segunda atención y, por lo tanto, no pueden compararse
con el pensamiento ordinario. Nuestro hombre no prestó atención a su
intuición y siguió adelante con su fatal proyecto, ignorando la
parte subconsciente de sí mismo que ya sabía de antemano lo que
sucedería. El Dios de la fase cuatro sólo entra en nuestras vidas
cuando nos hemos hecho amigos de él con el subsconsciente.
Los
terapeutas tienen un ejercicio para esto, que consiste en
imaginarnos a nosotros mismos en una cueva oscura en la que hemos
entrado para encontrar al mentor perfecto que nos está esperando al
final de un túnel. Empezamos a andar hacia él por la cueva, que es
cálida y en la que nos sentimos fuera de peligro, con sentimientos
de calma y de esperanza. A medida que nos vamos acercando al final
del túnel se abre una habitación y vemos a nuestro mentor vuelto de
espaldas a nosotros. Se vuelve lentamente y éste es el momento en
que parece que vamos a darnos cuenta de quién es la persona con la
que vamos a encontrarnos, de entre todas las que podamos haber
conocido. Sea quien sea, nuestro abuelo, un antiguo profesor o
incluso una persona a la que no conozcamos, como Einstein o el Dalai
Lama, esperaremos encontrar algunas virtudes en nuestro mentor:
*??Un mentor debe saber quiénes somos y cuáles son nuestras
aspiraciones. El Dios Redentor es comprensivo.
*??Un mentor
debe aceptarnos incluso con nuestras faltas. El Dios Redentor es
tolerante.
*??Cuando
hablamos de cosas que nunca hemos dicho a nadie porque nos hacen
sentir culpables y avergonzados, un mentor debe absolver esta culpa.
El Dios Redentor es misericordioso.
*??Como es
sabio, un mentor no debe interferir en nuestras decisiones o
decirnos que son equivocadas. El Dios Redentor no es crítico.
*??Un mentor
debe ser capaz de entender toda la naturaleza humana. El Dios
Redentor es completo.
*??Con
nuestro mentor nos sentimos fuera de peligro y propensos a intimar
con él. El Dios Redentor es acogedor.
El papel de
mentor no implica género alguno. El Mentor original, que se apareció
como tutor y guía del hijo de Ulises, tomó forma masculina pero en
realidad era Atenea, diosa de la Sabiduría. De hecho, podemos decir
por primera vez que el Dios de la fase cuatro tiene una inclinación
hacia la hembra ya que la intuición y la inconsciencia han sido
generalmente vistos como femeninos en contraste con la fuerza y la
razón masculinas. La misma división se expresa biológicamente como
dominio de los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro. El hecho
de que el hemisferio derecho del cerebro controle la música, el
arte, la imaginación, la percepción espacial y quizá la intuición no
significa que el Dios de la fase cuatro viva ahí, aunque esto es una
implicación fuerte. Por todas partes hay mitos en los que
encontramos héroes que hablan directamente con los dioses, y algunos
antropólogos han especulado que, del mismo modo que el hemisferio
derecho del cerebro puede evitar al hemisferio izquierdo para
recibir percepciones no verbales y no racionales, así los antiguos
humanos podían evitar la racionalidad y percibir dioses, hadas,
gnomos, ángeles y otros seres cuya existencia material pone en duda
el hemisferio izquierdo.
Hoy en día
estamos más inhibidos, por lo que muy pocas personas podrán decir
que han estado hablando con la Virgen María, mientras que los demás
diremos que hemos internalizado voces divinas como la intuición. Los
instintos están muy cerca del oráculo de Delfos y muchas personas
pueden tenerlos. Es muy cierto que podemos evitar la razón para
ganar en percepción, una intuición que no implica reflexión o
ejercicio, sino que destella en la mente, arrastrando un sentido de
la veracidad que desafía cualquier explicación.
Opino que
los dos hemisferios del cerebro podrían muy bien ser la mejor fuente
de la primera y de la segunda atención, porque «dominante» no
significa dominador, y podemos intuirlo y razonarlo todo al mismo
tiempo. Los médicos han tenido pacientes que han sabido de antemano
si tenían o no cáncer o si una operación saldrá bien o no. En mis
primeros años de práctica, conocí a una mujer que abrigaba temores
por la vida de su esposo, el cual estaba a punto de ingresar en el
hospital para someterse a una intervención de cirugía menor que en
modo alguno amenazaba su vida. «Todo esto ya lo sé —insistía ella—,
pero no es la operación en sí lo que me preocupa. Hay algo que no me
gusta.» Todos, incluyendo su marido y yo mismo, tratamos de
tranquilizarla y aunque el mismo cirujano era una eminencia y muy
hábil, ella siguió con sus temores.
Pero sucedió
un hecho inesperado: en mitad de la intervención, su marido tuvo una
extraña reacción a la anestesia y murió en la mesa de operaciones
sin posibilidad de reanimación. Fue una conmoción; la viuda estaba
desconsolada porque sabía que iba a suceder aunque a nivel racional
no tenía motivo alguno para dudar de la cirugía. Este conflicto
entre la primera y la segunda atención forma el drama central de la
fase cuatro. La gran pregunta es cómo podremos aprender a tener
confianza en la segunda atención si el inconsciente tiene la
reputación de no ser digno de crédito sino, bien al contrario, se le
considera oscuro y amenazador. Una vez que nos hemos identificado
con el conocedor, que es esta parte de nosotros mismos que se siente
intuitiva, sabia y que actúa como si el mundo cuántico fuera su
propia casa, entonces Dios toma una nueva forma y se vuelve
todopoderoso y omnisciente.
¿Quién soy?
El conocedor
interno.
Nunca nos
fiaremos de nuestra intuición hasta que nos identifiquemos con ella,
cosa que tiene relación con la autoestima. En las primeras fases del
crecimiento interior, se estima a una persona que pertenece al grupo
y que mantiene sus valores. Si el conocedor interno intenta hacer
objeciones es sofocado. La intuición se vuelve un enemigo, porque
dice cosas horrorosas que se supone que no debemos escuchar, por
ejemplo, un soldado que sacrifica su vida en las líneas del frente
no puede permitirse pensar sobre la barbaridad que es la guerra y
estimar que lo correcto es el pacifismo. Si su voz interior le dice:
«¿Cuál es la cuestión? El enemigo no es más que yo mismo en la piel
de otro hombre», la autoestima se hace añicos.
Una persona
que ha llegado a la fase cuatro hace tiempo que ha abandonado los
valores de grupo, y para ella han dejado de existir las seducciones
de la guerra, la competencia, la bolsa de valores, la fama y la
fortuna. Sin embargo, el aislamiento no es cosa buena y, por lo
tanto, el conocedor interno acude para ayudar, dándonos una nueva
fuente de autoestima basada en cosas 63 que no pueden saberse de
ningún otro modo. Si nos estremecemos con las siguientes líneas del
gran místico persa Rumi, significa que entendemos de qué modo el
mundo interior puede ser más conmovedor que cualquier otra cosa
exterior: Cuando yo muera me elevaré con ángeles.
Y cuando
muera para los ángeles, no puedo imaginar qué será de mí.
En la fase
cuatro, la vacuidad de la vida exterior se vuelve irrelevante porque
se ha empezado un nuevo viaje. Los sabios no se sientan para
contemplar lo sabios que son, sino que están volando por el espacio
y el tiempo, guiados en un viaje del alma que nada puede impedir.
Las ansias de soledad, característica de cualquiera que esté en la
fase cuatro, viene del suspense total. La persona no puede esperar a
descubrir cuál es el próximo paso en la revelación del drama del
alma.
La palabra
redención nos da sólo una pálida sensación de cuan implicatoria es
esta expedición.
Para el
conocedor interno existen muchas más cosas aparte de sólo estar
libre de pecado, ya que una persona que siente todavía la carga de
la culpa y la vergüenza nunca se embarcará en el viaje.
No tenemos
que ser perfectos para intentar alcanzar a los ángeles, sino que
tenemos que poder vivir con nosotros mismos teniendo nuestra propia
compañía durante largos períodos de tiempo. Tener un sentido de
pecado afectará esta capacidad. Como suele decir un psiquiatra amigo
mío, que es algo cínico: «Sabrás mucho más sobre las motivaciones
humanas cuando te des cuenta de una cosa: el noventa y nueve por
ciento de la humanidad pasa un noventa y nueve por ciento de su
tiempo intentando evitar las verdades dolorosas.» Las personas que
pasan el tiempo en otras cosas pueden parecer misteriosas. El
conocedor interno poco puede hacer con los cinco sentidos y le
preocupa poco lo racional que pueda parecer una situación, porque el
conocedor interno lo sabe. Este misterio es el tema de una famosa
parábola zen: un joven monje se dirige a su maestro, el abad del
monasterio, y le dice: «Tengo que conocer el significado de la vida.
¿Me lo diréis, señor?» El maestro, que tenía una gran reputación
como calígrafo, tomó su pincel y escribió rápidamente la palabra
«atención» en un papel. El discípulo esperó, pero no sucedió nada.
«Señor, estoy decidido a permanecer aquí sentado hasta que me digáis
el sentido de la vida», repitió.
Se sentó y,
al cabo de un momento, el maestro volvió a tomar su pincel y volvió
a escribir la palabra «atención» en el papel.
«No lo
entiendo —protestó el discípulo—. Se dice que habéis alcanzado la
más alta revelación y yo estoy ansioso por saber. ¿No me diréis el
secreto?» Pero, por tercera vez, el maestro no dijo nada y se limitó
a mojar el pincel en la tinta negra y a escribir la palabra
«atención». La impaciencia del joven monje se volvió desánimo.
«O sea que
¿no tiene nada que enseñarme? —dijo tristemente—. Si al menos
supiera adonde ir; he estado buscando durante tanto tiempo.» Se
levantó y se fue mientras el viejo maestro le siguió con una mirada
compasiva. Luego tomó el pincel y de un solo trazo escribió la
palabra «atención».
Esta pequeña
historia pierde su carácter zen en el momento en que nos damos
cuenta de que el maestro está hablando de la segunda atención y que
no puede responder la pregunta más seria del discípulo porque no hay
respuestas a nivel de la primera atención. El discípulo tampoco
podía imaginarse la emoción que sentía el maestro porque desde el
exterior no puede verse signo alguno.
Hicimos la
misma observación cuando vimos que Dios no deja huellas en el mundo
material. En la fase cuatro nos sentimos fascinados por Dios, no
porque necesitemos protección o consuelo, sino porque somos un
cazador que va tras sus huellas y la caza es tanto más interesante
cuanto la presa no deja huellas en la nieve.
¿Cómo encajo
en esto?
Entiendo.
En la fase
tres, el mundo interior evidencia poca actividad. Los veleros no
pueden navegar con 64 poco viento por lo que descansan y esperan. El
mundo interior se hace vivo en la fase cuatro, en el que la calma y
la paz se vuelven algo mucho más útil, se empieza a entender cómo
funciona la realidad y la naturaleza humana comienza a desvelarnos
sus secretos. Veamos algunos ejemplos: No hay víctimas.
Todo está
bien ordenado y las cosas suceden como es debido.
Una
sabiduría superior guía los acontecimientos aleatorios.
El caos es
una ilusión; hay orden total en todos los acontecimientos.
Sin razón no
sucede nada.
Llamémosle a
esto un paquete de percepciones, centradas en la cuestión de por qué
todo funciona del modo en que lo hace, cosa que es una pregunta
profunda, que todos nos planteamos pero que tendemos a hacerlo de
forma superficial, porque nuestra pasión no es explicarnos de qué
modo trabaja el destino. Si algunas cosas parecen preordenadas
mientras que otras son accidentales, es que es así. Sin embargo, en
la fase cuatro el destino se convierte en una cuestión candente,
porque la persona percibe suficientes ejemplos de que «una mano
invisible» debe estar haciendo algo. Los ejemplos pueden ser
pequeños, pero no podemos volverles la cara.
Hace poco,
cometí alguna torpeza con el ordenador como consecuencia de la cual
perdí una cantidad considerable de un trabajo muy importante. Por la
noche apenas pude dormir pensando en que el único remedio era un
programa que pudiera recuperar mis capítulos perdidos, si ello era
posible. Estaba muy angustiado esperando el servicio de mensajería
nocturno que, como siempre, llegaba tarde. Alcancé el teléfono y
cuando ya había marcado el número de la empresa de mensajeros, un
vecino llamó a la puerta. «Me parece que esto tiene que ser para
usted», dijo, sosteniendo en la mano un paquete que había encontrado
mientras cruzaba nuestro jardín. Al parecer el mensajero había
llegado por la puerta de atrás de la casa, que es vieja y la tenemos
sellada, y no había podido llamar al timbre sencillamente porque no
hay ninguno allí.
Aparte del
hecho de encontrarme en el momento en que estaba a punto de crear
una buena confusión por teléfono, el paquete lo encontró alguien que
nunca había venido por casa anteriormente, y yo me pregunto cómo
pudieron llegar a coincidir todos estos factores aunque fueran tan
minúsculos.
En la fase
cuatro no descansaremos hasta que entendamos la respuesta. Una vez
que hayamos prestado suficiente atención, que es siempre la palabra
clave, empezaremos a ver que los acontecimientos toman la forma de
modelos y vemos que también contienen lecciones, mensajes o signos
con los que el mundo exterior está intentando de alguna manera
comunicar con nosotros, y entonces vemos que estos acontecimientos
externos son en realidad símbolos de los acontecimientos interiores.
En mi caso, el acontecimiento interior era una furiosa tensión de la
que quería escapar. Las ondas discurren desde el centro hacia
afuera, y se van haciendo cada vez más anchas, hasta que empezamos a
darnos cuenta de que detrás de la «mano invisible» hay una mente con
una gran sabiduría en todo lo que hace.
La
conclusión de este paquete de percepciones es que no hay víctimas.
Las personas sabias ya lo dicen a menudo pero, cuando declaran que
todo está sabia y justamente ordenado, sus oyentes se quedan
perplejos. Entonces ¿qué ocurre con las guerras, los incendios, los
asesinatos indiscriminados, las catástrofes aéreas, el despotismo,
los gángsters y muchas más cosas? Todo esto implica víctimas y, muy
a menudo, también crueles ejecutores. ¿Cómo pudo el poeta Browning
tener la audacia de proclamar que Dios está en el cielo y que todo
va bien en el mundo? Esto lo descubrió de Dios mismo, pero un Dios
que no se conoce hasta la fase cuatro.
Ahora es un
buen momento para preguntar qué sabe realmente el conocedor interno.
Tal como lo definimos habitualmente, el conocimiento es la
experiencia que ha ido registrándose en la memoria.
Nadie sabía
que el agua hervía a cien grados centígrados hasta que hubo memoria
de ello. Por lo tanto, el sabio tiene que tener mucha más
experiencia que el resto de todos nosotros, o bien ha nacido con más
capacidad cerebral. Pero ¿es realmente éste el caso? Después de un
divorcio, una persona puede lamentar que ya en el viaje de novios se
dio cuenta de que era evidente que el matrimonio no iba a funcionar.
Sin embargo, como sólo la comprensión a posteriori nos muestra la
importancia de una intuición, ¿cómo alguien puede fiarse de ella
para tomar medidas?
Sólo los
sabios, al parecer, pueden hacer tal cosa. La sabiduría consiste en
sentirse cómodo con 65 la certidumbre y con la incertidumbre. En la
fase cuatro la vida es espontánea y, aunque tiene un determinado
plan, los acontecimientos llegan por sorpresa y con una lógica
inexorable.
Extrañamente, la sabiduría a menudo no llega hasta que hemos dejado
de pensar. En lugar de darle vueltas a una situación desde todos los
puntos de vista, llegamos al punto en que nace la simplicidad.
En presencia
de una persona sabia, podemos sentir una calma interior, que está
viva, respira su propia atmósfera, no necesita de validaciones
externas y para ella los altibajos de la existencia son todo uno. El
Nuevo Testamento lo llama la «paz que sobrepasa el entendimiento»
porque va más allá del pensamiento y por muchas vueltas que le demos
no la alcanzaremos.
¿Cómo
encontraré a Dios?
Autoaceptación.
El mundo
interior tiene sus tempestades, pero aún son mucho más terribles sus
dudas. Un santón hindú dijo que «La duda es la podredumbre de la
fe». En efecto, nadie puede llegar muy lejos en la fase cuatro si
duda de sí mismo, porque el ego es todo lo que tenemos digno de
confianza y el apoyo externo ya no tiene ningún efecto
tranquilizador. En la vida ordinaria una pérdida de este tipo es
aterradora por lo que nadie quiere representar los papeles del
proscrito, del apatrida y del traidor. Una vez, en un cine, oí a
docenas de personas romper en sollozos cuando el hombre elefante,
con su horrible cabeza cubierta por un saco de lona, es perseguido
en una estación de tren por una multitud curiosa; cuando finalmente
es acorralado en un rincón se vuelve a sus perseguidores y grita
angustiado: «¡No soy un animal, soy un ser humano!» Es nuestro
inconsciente el que habla desde el terror más profundo. Hay un
componente de miedo hacia los demás, porque definimos la normalidad
desde la premisa de ser aceptados. Sin embargo, en la fase cuatro
soltamos todas las amarras. Un amigo mío que había pasado algunos
años en un monasterio me contaba una vez: «Hace mucho tiempo, cuando
yo aún no tenía ningún tipo de experiencia, en una ocasión estuve
casi comprometido con una mujer. Una noche estábamos sentados en el
sofá, en la oscuridad; ella tenía su cabeza recostada en mi pecho y
yo me sentí tan cerca de ella que le dije: "Sabes, te quiero tanto
que pienso que amo a toda la humanidad lo mismo que a ti."
»Ella se
levantó con una expresión horrorizada pintada en su rostro y
exclamó: "¿No te das cuenta de que eso es lo peor que podrías
haberme dicho?" Pero yo no lo entendí. Pronto rompimos nuestras
relaciones, pero aún hoy no entiendo realmente por qué estaba tan
disgustada.» En aquel momento había habido una colisión entre dos
cosmovisiones distintas. A los ojos de la mujer, las palabras de su
novio eran una traición puesto que, en aquel momento, ella buscaba
apoyo en él porque, al escoger amarla a ella en lugar de a cualquier
otra persona, la hacía más completa, revalorizando su identidad con
una validación externa. En cambio, el hombre pensaba justamente lo
contrario porque, a sus ojos, incluir a la humanidad en su amor la
hacía a ella más grande. En el fondo, él no entendió el tipo de
apoyo que ella necesitaba. Él quería percibir un estado en que todo
el amor está incluido en un amor. Este propósito es difícil de
alcanzar y la mayoría de las personas no aprecian su valor (por lo
menos no para ellos, aunque sí para san Francisco o para un
bodhisattvá).* Desde la infancia todos nosotros hemos ganado
seguridad por el hecho de tener una madre, un padre, nuestros
propios amigos, un cónyuge, una familia propia. Este sentido de
apego refleja una necesidad de apoyo para toda la vida.
En la fase
cuatro toda la estructura del apoyo de desvanece porque se deja a la
persona que encuentre el apoyo internamente, a partir de sí mismo.
La autoaceptación se convierte en el camino hacia Dios, no en el
sentido de una voz interior que nos arrulle con palabras
tranquilizadoras o que busquemos una nueva familia espiritual.
Cuando Jesús dice a sus discípulos que tienen que morir, se refiere
a experimentar el estado de desapego interior. No se trata de un
desapego frío y sin corazón, sino que es el tipo de expansión que ya
no necesita distinguir entre tú y yo, tuyo y mío, y lo que tú
quieres y lo que yo quiero. Estas dualidades tienen sentido
perfectamente para el ego, aunque en la * Bodhisattvá significa en
sánscrito «ser iluminado». Es un ser destinado a la iluminación que
está a punto de alcanzar.
Es una
calificación aplicada en el budismo mahayana al futuro buda, es
decir, al hombre que ha llegado al umbral de la redención por una
serie de grados ascéticos y de perfecciones conseguidas a lo largo
de diversas existencias y que ya posee todas las cualidades y
características de un buda y al cual sólo le falta renacer una sola
vez para entrar en el nirvana. (N. del T.) 66 fase cuatro, el
objetivo es ir más allá de todo límite. Si esto involucra abandonar
los antiguos sistemas de apoyo, la persona pagará gustosamente el
precio. El viaje del alma estará guiado por una pasión interna que
pide su plena realización.
¿Cuál es la
naturaleza del bien y del mal?
Dios es
claridad y ve la verdad.
El mal es
ceguera y niega la verdad.
Vista desde
el exterior, una persona que esté en la fase cuatro parece haber
decidido no tener una vida participativa ya que, sin ataduras
sociales, tampoco hay papel social. El grupo de inadaptados que se
reúnen en los límites de todas las culturas está compuesto por
locos, videntes, sabios, psíquicos, poetas y visionarios. El hecho
de que no puedan ser distinguidos fácilmente y que parezca que todos
ellos van por su cuenta molesta a muchas personas. Sócrates fue
condenado a muerte simplemente por ser sabio, y fue acusado por las
autoridades de «corruptor de la juventud de la ciudad» y de seguir
«nuevas creencias religiosas». A lo largo de la historia de la
humanidad se ha ido repitiendo este tipo de hechos una y otra vez.
Las percepciones más profundas no son, por lo general, socialmente
aceptadas y, por lo tanto, son tenidas por insensatas, heréticas o
criminales.
En la fase
cuatro, el bien y el mal están aún contrastados, pero con mucha
menos dureza que anteriormente. El bien es claridad de mente, que
nos trae la capacidad de ver la verdad. El mal es ceguera o
ignorancia, que hace que la verdad sea imposible de ver. En ambos
casos, estamos hablando de cualidades centradas en uno mismo. La
persona acepta la responsabilidad de definir «la verdad» tal como la
ve, pero ello suscita otra acusación. ¿Qué pasaría si la verdad
fuera cualquier cosa que fuera conveniente? Quizá el hecho de robar
una hogaza de pan se vuelve correcto porque «mi verdad» es que tengo
hambre. Sin embargo, este tipo de ética coyuntural no es la cuestión
real, ya que la verdad en la fase cuatro es mucho más difícil de
encontrar y es incluso mística, conteniendo una especie de pureza
espiritual que resulta complicado definir. Cuando Jesús enseñó a sus
seguidores que «la verdad os hará más libres», no se refería a un
conjunto de hechos o de dogmas sino a la verdad revelada. En
lenguaje moderno, podríamos darle distintas traducciones como: busca
al conocedor interno y él te liberará.
En otras
palabras, la verdad se hace una búsqueda de la cual nadie puede
disuadirnos. La bondad significa seguir en la verdad de nuestra
búsqueda; el mal es ser apartado de ella. En el caso de Sócrates,
incluso una sentencia de muerte le dejó impávido, y al ofrecérsele
una ruta de escape por mar si huía de Atenas con sus amigos, la
rehusó. Su idea del mal no era la de morir en manos de una corte
corrupta, sino que, para él, el mal hubiera sido traicionarse a sí
mismo. Nadie podía comprender por qué no tenía miedo de la muerte
cuando, rodeado por sus alumnos deshechos en lágrimas, les explicó
que la muerte era un resultado inevitable. Era como un hombre que
hubiera tomado tranquilamente el camino hacia el borde de un
precipicio, sabiendo exactamente adonde se dirigía y lo que iba a
hacer y, llegado el momento de saltar, ¿por qué tendría que temer el
último paso? Esto es un ejemplo perfecto del razonamiento en la fase
cuatro. La búsqueda tiene una finalidad y la contemplamos como la
fase final; por tanto, al beber de la copa de cicuta, Sócrates murió
como traidor al estado que había mantenido un compromiso total con
él mismo, y esto fue un gesto de bondad definitiva.
¿Cuál es mi
reto en la vida?
Ir más allá
de la dualidad.
He guardado
el tema del pecado, que es una cuestión espinosa, hasta que
entendamos mejor el mundo interior. Todos llevamos el estigma de la
culpa y de la vergüenza, porque ninguno de nosotros fue perfecto en
su infancia. La culpa la encontramos incluso en culturas que no
tienen la leyenda de la caída con su herencia de pecado original. La
pregunta es si la culpa es inherente, es decir, si hemos hecho
alguna cosa para merecer el sentimiento de culpabilidad, o es que la
naturaleza humana ya ha sido creada así.
El pecado
puede ser definido como algo incorrecto que deja una impresión. Los
hechos incorrectos que olvidamos no tienen consecuencias, junto con
aquellos que fueron cometidos 67 inadvertidamente: que se incendie
una olla dejada en el fuego es un hecho accidental, no pecaminoso.
En Oriente, a cada acto que deja una impresión se le llama karma,
que es una definición mucho más amplia que la de pecado y que no
acarrea culpa moral. Se habla a menudo de mal karma, pensando en el
aspecto de incorrección, pero en su forma más pura, el karma puede
ser bueno o malo y aún dejar una huella.
La
importancia de esta distinción se hace más clara en la fase cuatro
porque, como lo que está bien y lo que está mal se ve con menos
severidad, surge el deseo de liberarnos de ambas cosas, porque
tendría poco sentido tener esta intención antes de la fase cuatro.
En las fases anteriores hemos invertido un esfuerzo tremendo
intentando ser buenos. Dios castiga a aquellos que no lo son, y lo
que no consigue él, lo consigue una conciencia culpable. Pero el
Dios de la fase cuatro, en su propósito de redención, contempla a
los pecadores y a los santos de la misma manera y a todas las
acciones del mismo modo, en una valoración escandalosa. La sociedad
existe para trazar la línea entre lo correcto y lo incorrecto, no
para borrarla. Cuando Jesús confraternizaba con leprosos y
marginados, menospreciaba las normas religiosas y reducía los
cientos de leyes judías a dos (no tendrás otro Dios más que a mí y
ama a tu prójimo como a ti mismo), la buena gente que estaba a su
alrededor pensaba que estaba loco o que era un criminal.
De hecho,
era extremadamente responsable. En su frase «Recogeréis según hayáis
sembrado», Jesús manifestó la ley del karma de forma sucinta. No
tenía intención de quitar de en medio el pecado sino que, en lugar
de ello, nos enseñó una norma espiritual elevada: tus acciones de
hoy definen tu futuro el día de mañana. Independientemente de si un
acto es considerado bueno o malo, esta norma no puede dejarse de
lado, y los que piensan que sí es porque no han profundizado lo
suficiente. En la fase cuatro ya hay bastantes percepciones como
para darse cuenta de que todas las acciones pasadas tienen tendencia
a volver a casa a descansar, y esta dinámica resulta ser más
importante que el hecho de identificar el pecado.
Si es así,
entonces ¿qué importancia tiene el perdón de los pecados? ¿Cómo
redimimos nuestra alma? Encontrar la respuesta será nuestro reto de
vida en esta fase. Un alma redimida se ve a sí misma como nueva e
inmaculada y alcanzar este estado de inocencia sería imposible de
acuerdo con la ley del karma, porque el ciclo de sembrar y recoger
nunca termina (a diferencia del pecado, el karma se nos aferra
incluso en el caso de accidentes y errores inadvertidos, incluso
independientemente de las circunstancias, porque cada acción es una
acto y tiene sus consecuencias).
El problema
se vuelve mucho más complejo por el hecho de que cada persona, en el
curso de su vida, lleva a cabo millones de acciones que se solapan a
todos los niveles. Las emociones y las intenciones están unidas. Si
un hombre da dinero a un pobre, ¿es virtuoso aunque le mueva el
deseo egoísta de salvar su alma? ¿Es correcto casarse con una mujer
que lleva a un hijo nuestro en sus entrañas aunque no la amemos? La
distinción entre el bien y el mal es extremadamente complicada y la
doctrina del karma hace la estimación más difícil en lugar de
facilitarla, porque la mente puede siempre encontrar algún pequeño
detalle que previamente nos había pasado por alto.
Puede
costamos toda una vida solucionar este enigma pero es sencillo, al
menos en teoría: el alma se redime dirigiéndola a Dios. Un Dios
redentor es el único ser en el cosmos que está exento de karma (o
pecado) o, para ser más exactos, Dios trasciende karma porque sólo
él no está en el cosmos. A una persona que esté en la fase cuatro no
le interesa rezar para librarse de todo lo que hizo mal
anteriormente, sino que lo que desea es la forma de salir del
cosmos; en otras palabras, quiere revocar aquello de «Recogeréis
según hayáis sembrado».
¿Cómo puede
suceder esto? Es evidente que nadie puede revocar la ley de causa y
efecto. En Oriente dicen, usando la terminología del karma, que las
malas acciones persiguen el alma a través del tiempo y del espacio
hasta que la deuda ha sido pagada. Incluso la muerte no puede abolir
una deuda kármica, que sólo se salda volviéndonos víctimas de la
misma mala acción que cometimos o borrando malas huellas con buenas
acciones.
Sin embargo,
a nivel de la segunda atención, este ciclo no tiene importancia, y
no necesitamos de ningún modo revocar la ley del karma. A pesar de
toda la actividad que se ve en la superficie de la vida hay una
partícula de conciencia interior que no se toca. En el momento en
que se levantan por la mañana, un santo y un pecador están en la
misma posición; ambos se sienten vivos y conscientes.
Este lugar
está fuera del alcance de premio o castigo, no conociendo dualidad.
Por lo tanto, en la fase cuatro, el reto es encontrar este lugar,
retenerlo y vivir en él. Una vez que esta labor ha sido 68
realizada, la dualidad ha terminado. En términos cristianos, el alma
se ha redimido y hemos vuelto a la inocencia.