web
analytics
Estadísticas
 
 
 

CONOCER A DIOS

EL VIAJE DEL ALMA HACIA EL MISTERIO DE LOS MISTERIOS

El Dios de Ser Puro "Yo Soy"

DEEPAK CHOPRA  

 

EL DIOS DE SER PURO. «YO SOY»

(Respuesta sagrada) Hay un Dios que solamente puede percibirse yendo más allá de toda percepción.

Por debajo de nosotros, el río era puro como cristal verde, pero como la carretera de montaña era muy tortuosa yo no miraba el agua a pesar de su belleza por temor a perder de vista nuestra meta, que era una puerta en la ladera del precipicio. Aunque pueda parecer extraño, es lo que nos habían dicho que debíamos buscar, pero ¿qué precipicio? El Ganges corta una garganta rugiente a un par de centenares de kilómetros de su nacimiento en el Himalaya, y había precipicios por todas partes.

«¡Espera, creo que es esto!», gritó alguien desde el asiento trasero. La última curva de la carretera nos había acercado a la cima del cañón. Al asomarnos, pudimos ver sólo un estrecho sendero que llevaba, era cierto, a una puerta en el precipicio. Nos detuvimos en la cuneta y los cinco saltamos del coche, y avanzamos por el sendero para encontrar a quien tuviera la llave. Nos habían dicho que buscáramos a un viejo santón, un asceta barbudo que hacía muchos años que vivía allí. Al final del sendero había una choza desvencijada y dentro encontramos a un monje adolescente que nos dijo que no podríamos ver a su maestro durante algunas horas. ¿Y la llave? Sacudió la cabeza.

Fue en aquel momento en que nos dimos cuenta de que la puerta de la cueva sagrada estaba tan deteriorada que la cerradura se había caído. Entonces ¿podíamos entrar? Se encogió de hombros.

«¿Por qué no?» La puerta, que estaba abierta y se caía de los goznes, chirrió cuando la abrí. Dentro empezaba un túnel, por el que avanzamos en fila a través de la oscuridad, mientras se iba haciendo cada vez más bajo de techo y más estrecho, como una mina. Recorrimos aproximadamente un centenar de metros antes de que se abriera a una cueva en la que pudimos de nuevo ponernos en pie. No teníamos luces y sólo penetraba un ligero resplandor de luz solar desde el exterior.

El monje adolescente nos había hecho prometer un silencio total al entrar en la cueva, porque allí se había meditado durante varios miles de años, desde que el gran sabio Vasishtha se había detenido brevemente en aquel lugar en tiempos legendarios. Pudimos experimentarlo 91 inmediatamente. Vasishtha había sido el tutor del príncipe Rama, una misión imponente considerando que Rama era un dios.

Y ahí estábamos, no sólo en un lugar sagrado sino en el más santo. Yo tengo la desgracia de dejar pasar la santidad. Muchos santones de la India me han impresionado con poco menos que milagros y he sufrido gran cantidad de iniciaciones místicas, como aquella en que una mujer santa me abrió la mancha sagrada en el vértice del cráneo para permitir que entrara un soplo de aire de la corona, y nunca he sentido nada. Sin embargo, en esta cueva, tuve la sensación de que el mundo estaba desapareciendo. Al cabo de un momento apenas recordaba la carretera tortuosa por encima del Ganges y, después de unos minutos en el suelo de fría piedra con los ojos cerrados, se había desvanecido todo nuestro viaje de vacaciones.

Era un buen lugar para encontrar al Dios de la fase siete, al que se conoce cuando todo lo demás se ha olvidado. Cada persona está unida al mundo por miles de hilos invisibles de actividad mental, tiempo, lugar, identidad y todas las experiencias pasadas. En la oscuridad, empecé a perder más de estos hilos. ¿Podría llegar hasta el punto de olvidarme de mí mismo? Un gurú dijo a sus discípulos: «Todo lo que se refiere a vosotros es un fragmento. Vuestras mentes acumulan estos fragmentos en cada momento. Cuando pensáis que sabéis alguna cosa, os referís solamente a un residuo del pasado. ¿Puede una mente así conocer el todo? Es evidente que no.» El Dios de la fase siete es holístico, lo abarca todo. Para conocerlo, tenemos que poseer una mente a la que compararnos. Un día, durante un paseo, el filósofo Jean-Jacques Rousseau fue coceado por un caballo y perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, se encontró en un extraño estado: le parecía que el mundo no tenía límites y que él era una partícula de conciencia flotando en un vasto océano. Este «sentimiento oceánico», frase que también utiliza Freud, era impersonal.

Rousseau se sentía unido a todas las cosas, a la tierra, al cielo y a todos los que se encontraban a su alrededor. Aquel estado en que se sintió en éxtasis y libre duró poco pero, sin embargo, le dejó una fuerte impresión que le obsesionó durante el resto de su vida.

En la cueva de Vasishtha, muchas personas, como yo, han estado buscando el mismo sentimiento durante milenios y esto no implicaba nada que estuviera haciendo conscientemente. Era más que un lapsus de memoria, porque la mente de cada persona es como el despertador automático de un hotel que no para de enviar su mensaje. El mío se revolvía con miles de retazos de memoria relacionados con quién soy yo. Algunos se referían a mi familia o a mi trabajo, otros eran sobre la casa o el coche, los billetes de avión, el equipaje, el depósito de gasolina medio lleno; en resumen, todo el tejido de la vida que, de alguna manera, no se integra en el todo.

Mientras que mi mente se revuelve y bulle con todos estos datos, me confirma que soy real, pero ¿por qué necesito que lo haga? Nadie se hace esta pregunta mientras el mundo está con nosotros; nos fundimos en la escena y aceptamos su realidad. Pero pongamos a alguien en la cueva de Vasishtha y estos retazos de identidad ya no le invadirán, la memoria cesará en su destellante resplandor y entonces empieza la persecución... ¿cuál?

Nada. Un vacío sin actividad. Dios.

Encontrar a Dios en una habitación vacía, encontrar al Dios definitivo en una habitación vacía, es la experiencia por la que los milagreros sacrifican todos sus poderes. En lugar del más elevado de los éxtasis, tenemos vaciedad. El Dios de la fase siete es tan intangible que no hay cualidades con la que podamos definirlo, porque no hay nada a lo que aferrarse. En la antigua tradición india, se define este aspecto del espíritu solamente por negación. En la fase siete, Dios es Nonato Inmortal Inmutable Inamovible No manifiesto Inconmensurable Invisible Intangible Infinito A este Dios no podemos imaginárnoslo como una gran luz y, por lo tanto, para muchos 92 occidentales podría parecer muerto. Pero esta «falta de vida» no es uno de los aspectos negativos que pueden describirlo, ya que este vacío contiene el potencial para toda la vida y toda la experiencia. La cualidad positiva que puede atribuírsele a Dios en la fase siete es la existencia, el ser puro. Por muy desierto que puede hacerse este vacío, aún existe, y esto es suficiente para dar nacimiento al universo.

El misterio de la fase siete es que la nada puede enmascarar lo infinito. Si hubiéramos pasado directamente a esta fase al principio, no hubiera sido posible probar la realidad de un Dios así, porque tenemos que trepar por la escalera espiritual de peldaño en peldaño. Ahora que ya estamos a una altura suficiente como para divisar todo el paisaje, ya podemos dar un empujón a la escalera y alejarla de nosotros, porque ya no nos hace falta apoyo, ni siquiera el de la mente.

Para que la fase siete sea real, tiene que haber una respuesta correspondiente en el cerebro.

Subjetivamente sabemos que existe, porque en cada generación hay personas que nos hablan de la experiencia de la unidad, en la cual el observador se repliega en lo observado. En casos de autismo, un paciente puede llegar a fundirse tan completamente en el mundo que a veces tiene que aferrarse a un árbol para asegurarse de que existe. El poeta Wordsworth tuvo exactamente esta experiencia de niño, refiriéndose a «manchas de tiempo» durante las cuales tenía una sensación sobrenatural de estar suspendido en la inmortalidad. En aquellos momentos aún existía, pero no como una criatura de tiempo y lugar.

Los investigadores cerebrales han podido captar ataques epilépticos en sus aparatos, que es otra circunstancia en la que los pacientes informan de sentimientos sobrenaturales y pérdida de identidad, pero estos ejemplos no nos explican la respuesta sagrada, tal y como yo la llamaría. Las ondas cerebrales alteradas y los informes subjetivos no capturan la capacidad de la mente para comprender el todo. Objetivamente, este estado va más allá de los milagros en los que la persona no hace nada para afectar la realidad salvo contemplarla, aunque en esta mirada las leyes de la naturaleza cambian más profundamente que en los milagros.

Me permitiré apresurarme a poner un ejemplo. No hace mucho, una investigadora de lo paranormal llamada Marilyn Schlitz quiso verificar si había algo de real en la segunda visión. Schlitz escogió el fenómeno por el cual giramos en redondo para descubrir que somos observados desde detrás, a lo cual llamó «observación disimulada». Para ello tomó a un grupo de sujetos y los observó a través de una cámara de vídeo desde otra habitación. Poniendo en marcha y apagando la cámara pudo verificar si cada persona tenía conciencia de ser observada, aún en el caso de que el observador no estuviera presente físicamente. Para no tener que fiarse de las afirmaciones de los sujetos, utilizó un instrumento similar al detector de mentiras, que medía los más sutiles cambios en la respuesta de la piel a la corriente eléctrica.

El experimento fue un éxito; hasta dos tercios de los sujetos mostraron cambios en la conductividad de la piel mientras eran observados a cierta distancia. Cuando Schlitz anunció el éxito de su experimento, se encontró con que otro investigador que había hecho lo mismo había fracasado miserablemente. Había utilizado exactamente los mismos métodos, pero en su laboratorio casi nadie respondió a la segunda visión, y no pudieron explicar la diferencia entre ser observados y no serlo.

Schlitz quedó muy perpleja, pero aún tuvo la suficiente confianza como para invitar a un segundo investigador a su laboratorio y volver a hacer con él el experimento, escogiendo los sujetos en el último momento para asegurarse de que no podían falsificarse los resultados.

Schlitz obtuvo de nuevo resultados, pero cuando consultó con su colega, resultó que éste no había obtenido nada. Fue un momento extraordinario. ¿Cómo podían dos personas hacer las mismas pruebas objetivas con resultados tan espectacularmente distintos? La única respuesta viable, desde el punto de vista de Schlitz, radicaba en el investigador mismo y los resultados dependían de quién era el observador. Por lo que yo sé, esto es a lo más a que alguien ha llegado para demostrar que el observado y el observador pueden fundirse en una sola cosa. La fusión radica en el corazón de la respuesta sagrada, porque toda separación termina en la unidad.

Tenemos otras pistas para la realidad de esta respuesta, algunas positivas y otras negativas. Las negativas se centran en el «síndrome de la timidez», según el cual hay fenómenos extraños que no se dejan fotografiar; fenómenos como los fantasmas, doblar llaves o abducciones hechas por extraterrestres son atestiguados por personas que no tienen inconveniente en pasar por el detector de mentiras, pero cuando llega el momento de fotografiar estos fenómenos, no aparecen. Las pistas positivas provienen de experimentos como los clásicos llevados a cabo en el departamento de 93 ingeniería de Princeton en los años setenta. En ellos se pidió a los sujetos que miraran a una máquina que emitía al azar ceros y unos, y a la que se conoce como generador numérico aleatorio. El trabajo de los sujetos consistía en utilizar sus mentes para obligar a la máquina a generar más ceros que unos o viceversa. Durante el experimento nadie tocó la máquina ni cambió el programa.

Los resultados fueron sorprendentes, porque sin utilizar otra cosa que la atención concentrada, la mayoría de las personas podía influir de forma significativa en el resultado. En lugar de arrojar una cantidad exactamente igual de ceros y unos, la máquina se desvió en un cinco por ciento o más de los resultados debidos. La razón por la cual los experimentos de Schlitz van incluso más allá es que ella quería una prueba en interés de que no fuera alterada, pero obtuvo de todos modos resultados desviados, dependiendo de quién hacía el experimento.

La respuesta sagrada es el último peldaño en esta dirección y da apoyo a la noción de que no existe observador separado de la observación. Todas las cosas de nuestro alrededor son el producto de quienes somos. En la fase siete ya no proyectamos a Dios sino que lo proyectamos todo, que es lo mismo que estar en la película, fuera de ella y ser la misma película. En la unidad no se deja conscientemente separación y ya no creamos a Dios a nuestra imagen, ni aún la más tenue imagen de un fantasma sagrado.

¿Quién soy?

El origen.

Una persona que alcanza la fase siete está tan libre de ataduras que si le preguntamos «¿quién eres?» la única respuesta posible es: «Soy.» Ésta es la misma respuesta que Jehová le dio a Moisés en el Éxodo cuando le habló desde la zarza en llamas. Moisés estaba guardando ovejas en la ladera de la montaña cuando se le apareció Dios. Moisés se atemorizó pero también se preocupó porque nadie creería que había hablado con Dios. Si iba a ser un mensajero sagrado, al menos necesitaba el nombre de Dios, pero cuando se lo preguntó, Dios replicó: «Yo soy el que soy.» Equiparar a Dios con la existencia puede parecer que le resta poder, majestad y conocimiento, pero nuestro modelo cuántico nos dice otra cosa. A nivel virtual no hay ni energía, ni tiempo, ni espació. Sin embargo, este aparente vacío es el origen de cualquier cosa que puede medirse como energía, tiempo y espacio, del mismo modo que una mente en blanco es el origen de todos los pensamientos. Isaac Newton tenía el convencimiento de que el universo era literalmente la mente en blanco de Dios y que todas las estrellas y galaxias eran sus pensamientos.

Si Dios tiene una morada, ésta tiene que estar en el vacío, ya que de otro modo seria limitado; y ¿podemos conocer a una deidad ilimitada? En la fase siete tienen que converger dos cosas imposibles: la persona tiene que ser reducida a un simple punto, una partícula de identidad que cierra la última y minúscula abertura entre ella misma y Dios; pero al mismo tiempo, en el momento en que se cura esta separación, este punto minúsculo tiene que expandirse al infinito. Los místicos describen esto como «el Uno se hace Todo». Para ponerlo en términos científicos, cuando cruzamos a la zona cuántica, el espacio-tiempo se pliega sobre sí mismo y la cosa más insignificante de la existencia se funde con la más grande, con lo que el punto y el infinito son iguales.

Si podemos adoptar una mente escéptica para creer en este estado, cosa que no es fácil, se hace evidente la pregunta «¿y ahora qué?». Parece que el proceso está muriendo porque, por mucho que nos acerquemos a él, debemos abandonar el mundo conocido para obtener la fase siete. El milagrero de la fase seis está ya desapegado, pero aún conserva una alegría interior y las débiles intenciones que le motivan para obrar sus milagros. En la fase siete no hay alegría, ni compasión, ni luz, ni verdad. La apuesta definitiva es el fin de la persecución, porque no apostamos a todo o nada, sino que apostamos a todo y a nada.

El problema que tienen los modelos es que siempre son inadecuados porque seleccionan una porción de la realidad y dejan lo demás aparte. ¿Cómo encontraremos un modelo para el Todo y la Nada? Los chinos lo llaman Tao, que significa la presencia entre bastidores que da vida, forma, propósito y movimiento al mundo. Rumi utiliza la siguiente imagen: Hay alguien que nos cuida desde detrás de la cortina.

 En verdad no estamos aquí, es nuestra sombra.

En la fase siete, vamos detrás de la cortina y nos unimos a quienquiera que esté allí. Éste es el origen. El viaje espiritual nos lleva al lugar en que empezamos como alma, un mero punto de consciencia, desnudo y despojado de cualidades. Este origen es el ego; «soy» es cuanto podemos decir para describirlo, tal y como lo hizo Dios. Para imaginarnos qué se siente en la fase siete, vengan conmigo a la cueva de Vasishtha, en la que lo olvidé todo, excepto que era. En este estado de desapego no hay nada a lo que aferrarse como etiqueta o descripción: *??No pensamos en el tiempo. Un Dios de ser puro es nonato e inmortal.

*??No tenemos deseos de conseguir nada. Un Dios de ser puro es inmutable.

*??El silencio nos envuelve. Un Dios de ser puro es inamovible.

*??Nada aflora a la superficie de nuestra mente. Un Dios de ser puro no se manifiesta.

*??No podemos encontrarnos a nosotros mismos con los cinco sentidos. Un Dios de ser puro es invisible e intangible.

*??Nos parece estar en ninguna parte y en todas partes al mismo tiempo. Un Dios de ser puro es infinito.

El sentido común nos dice que si eliminamos estas cualidades no nos queda nada, y la nada es muy poco útil. Incluso cuando se habla a las personas de abandonar los placeres porque, como dijo Buda, están siempre unidos al dolor, la mayoría de los occidentales los dejan y luego vuelven a optar por ellos. En la fase siete, la argumentación tiene que hacerse de una forma más persuasiva. Ante todo, nadie nos fuerza a alcanzar la realización final. En segundo lugar, no anula nuestra existencia ordinaria, porque seguimos comiendo, bebiendo, andando y expresando deseos. Pero ahora el deseo no pertenece a nadie porque hay restos de quienes éramos... y, por cierto, ¿quiénes éramos?

La respuesta es el karma. Hasta que nos convirtamos en puro ser, nuestra identidad está envuelta en un ciclo de deseos que conducen a acciones y cada acción deja una impresión y las impresiones dan lugar a nuevos deseos. Cuando la patata del anuncio de televisión dice: «¡A que no puedes comer sólo una!», se pone en marcha el mecanismo deseo-acción-impresión.

Este ciclo es la interpretación clásica del karma en el que todos estamos atrapados, por la sencilla razón de que todos deseamos cosas. Y ¿qué hay de malo en ello? Los grandes sabios nos enseñan que no hay nada de malo en el karma excepto que no es real. Si miramos a un perrito que persigue su propia cola, estamos viendo karma puro. El perrito está absorto, pero no va a ninguna parte, porque la cola está siempre fuera de su alcance y si el animal la atrapara entre sus dientes, el dolor que sentiría le haría dejarla de nuevo. El karma significa querer siempre más de aquello que no nos lleva a ninguna parte en primer lugar. En la fase siete, nos damos cuenta de esto y ya no vamos a la caza de fantasmas porque hemos llegado al origen, que es el ser puro.

¿Cómo encajo en esto?

Soy.

Una vez que se ha terminado la aventura de la búsqueda del alma, las cosas se calman. El estado de «soy» renuncia al dolor y al placer, y precisamente porque todo deseo está centrado en dolor y placer, es una sorpresa descubrir que aquello que queríamos era solamente ser. Podemos llevar muchas clases de vidas que valgan la pena, pero ¿vale la pena llevar la vida del «soy»? En la fase siete, incluimos todas las fases previas y, por lo tanto, podemos vivir de la forma que queramos. Por analogía, pensemos en el mundo como en una película en la que se está representado todo y, por lo tanto, todos nos comportamos como si el decorado fuera real.

Si nos despertáramos de repente y nos diéramos cuenta de que nada de lo que hay a nuestro alrededor es real, ¿qué haríamos? Ante todo, algunas cosas sucederían involuntariamente y no podríamos tomarnos en serio los dramas de otras personas. Pequeños problemas y grandes tragedias no serían nada para nosotros, y la Segunda Guerra Mundial también sería completamente 95 irreal. Nuestro desapego podría apartarnos de todo, pero podríamos no decírselo a nadie.

También se desvanecerían las motivaciones, porque en un mundo de sueños no hay nada que conseguir. La pobreza puede ser tan buena como unos cuantos millones en el banco cuando el dinero no importa nada. Los afectos emocionales también desaparecerían porque ninguna personalidad sería real. Una vez considerados todos estos cambios, no nos quedan demasiadas opciones. El final de la ilusión es el final de la experiencia tal y como la conocemos, y ¿qué recibimos a cambio? Solamente realidad, pura y sin adornos.

En la India hay una fábula sobre esto. Había una vez un gran devoto de Visnú que oraba día y noche para ver a su dios. Una noche se cumplieron sus deseos y se le apareció Visnú. Cayendo de rodillas, el devoto gritó: —Haré cualquier cosa por ti, oh, mi Señor, no tienes más que pedirlo.

Visnú replicó: —¿Podrías traerme agua?

Aunque muy sorprendido por la petición, el devoto corrió al río tan deprisa como le permitían sus piernas. Cuando llegó y se arrodilló para recoger el agua, vio a una mujer bellísima en pie, en una isla que había en mitad del río. El devoto se enamoró locamente de ella al instante, robó una barca y remó hacia donde estaba la mujer. Ésta respondió a sus demandas y se casaron; tuvieron hijos en la casa de la isla y el devoto se hizo rico y envejeció con su negocio de comerciante. Muchos años más tarde, un tifón arrasó la isla y el mercader fue arrastrado por la tormenta. Estuvo casi a punto de ahogarse, pero recobró el conocimiento en el lugar en que una vez había rogado para ver a Dios.

Toda su vida, incluyendo su casa, su esposa, y sus hijos, parecía que nunca hubiera existido.

De repente miró por encima de su hombro y vio a Visnú de pie en toda su gloria radiante.

—Bueno —dijo Visnú—, ¿ya me traes el vaso de agua?

La moraleja de esta historia es que no debemos prestar mucha atención a la película, porque en la fase siete hay un cambio en el equilibrio y empezamos a darnos cuenta de lo inmutable en lugar de ver lo mutable. En el sermón de la montaña, Jesús llamó a esto «almacenar un tesoro en el cielo».

Pero las analogías fallan de nuevo. La fase siete no es un premio o una recompensa por haber escogido las opciones adecuadas, es la realización de aquello que siempre hemos sido. Si alguien nos pregunta «¿quién eres?», cualquier respuesta sería errónea excepto «soy», que significa que todos nosotros, incluso los milagreros, estamos equivocados y somos víctimas de una identidad equivocada.. Hemos pasado el tiempo proyectando versiones de realidad, incluyendo versiones de Dios que son inadecuadas.

¿Cómo encontraré a Dios?

Trascendiendo.

Nos haya costado mucho o poco ir más allá de la ilusión y volver a la realidad, cuando llegamos hacemos un aterrizaje accidentado. De hecho, los pocos yoguis y sabios que han hablado de la entrada en la fase siete nos dicen que su primera sensación fue la de estar totalmente perdidos, sentían que se habían desvanecido la comodidad y la ilusión. Estamos hablando de personas que se han deleitado con éxtasis, milagros, profundas percepciones e intimidad con Dios. Sin embargo, también estas experiencias fueron engañosas y, dejándolo todo atrás, ahora saben, a un nivel muy profundo, que ha ocurrido algo bueno. Han trascendido a una nueva vida y a un nuevo nivel de existencia como si se quitaran una piel vieja, porque la antigua vida simplemente se ha marchitado.

Trascender es ir más allá. En términos espirituales también significa crecer. «Ahora que ya no soy un niño he dejado la cosas de los niños», nos dice san Pablo. Por analogía, incluso el karma puede pasar de la edad y dejarse de lado. Veamos un argumento para esto: dos realidades definitivas esperan nuestra aprobación. Una de ellas es el karma, la realidad de las acciones y los deseos; el karma se desenvuelve en el mundo material, forzándonos a dar siempre vueltas a la misma noria. La otra realidad está ejemplificada por el estado abierto, desapegado y pacífico de la meditación profunda. Pocas personas la aceptan, pero aquellas que lo hacen quedan generalmente apartadas de la sociedad como ascetas.

Sin embargo, es falso que nos veamos a nosotros mismos atrapados entre las dos opciones. La «realidad definitiva» significa la sola y única; el vencedor se come al vencido, por lo que si apostamos 96 nuestro dinero al vencido, hemos cometido un error que nos costará caro. Es probable que. nos demos cuenta de que hemos comprado tinieblas en lugar de sustancia y de que nuestros deseos fueron susurros fantasmales que nos llevaron por caminos equivocados. Tal y como lo formuló un maestro védico: «El mundo del karma es infinito, pero descubriréis que es un infinito aburrido. El otro infinito nunca es aburrido.» La razón de volver al origen deriva pues del interés en uno mismo. No quiero aburrirme; no quiero llegar al final de la búsqueda y terminar con las manos vacías. Aquí terminan todas las metáforas y las analogías porque, del mismo modo que cuando nos despertamos vemos que el sueño ha sido una ilusión, el Ser puede desenmascarar al karma. Eliminemos lo irreal y, por definición, todo lo que queda tiene forzosamente que ser real. El viaje del alma no es un juego, una búsqueda o una apuesta, sino que sigue un curso predeterminado hacia el momento del despertar.

Durante el camino, hay exiguos momentos de despertar que presagian el acontecimiento final.

Creo que podré ilustrar esto con una historia. Cuando yo tenía diez años, mi familia vivía en el acantonamiento de Shillong, cerca del Himalaya, y mi padre tenía un ayudante llamado Baba Sahib que le limpiaba los zapatos y le lavaba la ropa. Baba era un musulmán muy creyente en todo lo sobrenatural. Siempre que bajaba al dhobi ghat, el lavadero del río, solía batir la ropa cerca de un cementerio, porque estaba seguro de que había fantasmas en el lugar y lo probaba tendiendo la ropa mojada en las lápidas. Si se secaban en menos de media hora, Baba tenía la certeza de que aquella noche se vería un fantasma en el cementerio.

Para demostrármelo, me sacó de la casa a hurtadillas y me contó una historia de una madre y un hijo que eran fantasmas primarios y que habían muerto ambos en trágicas circunstancias. Estuvimos sentados entre las tumbas durante dos horas y a medida que transcurría el tiempo yo iba teniendo más sueño y más miedo, pero cuando ya nos íbamos, Baba me señaló algo a lo lejos.

     

—¡Mira allí! ¿Ves? —gritó.

Y yo vi dos apariciones pálidas flotando sobre una de las lápidas. Corrí a casa presa de una gran excitación y no le dije nada a nadie. Después de todo un día, guardar el secreto se fue haciendo cada vez más difícil, por lo que se lo conté a la persona de más confianza de la casa, mi abuela.

—¿Crees que me lo he imaginado todo? —le pregunté, con la esperanza de que ella confirmara mis visiones o que se sorprendiera con ellas.

—¿Qué importa? —me dijo, encogiéndose de hombros—. Todo el universo es imaginario y tus fantasmas son tan reales como todo lo demás.

En su origen, el cosmos es igualmente real e irreal. La única forma que tengo de saber algo es a través de las neuronas que centellean en mi cerebro, y aunque ellas pudieran llevarme a un tal grado de fina percepción que fuera capaz de ver todos los fotones brillar dentro de mi córtex, en aquel punto mi córtex también se disolvería en fotones. Por lo tanto, se funden en una sola cosa el observador y la cosa que intenta observar, lo cual es exactamente de la manera en que también termina nuestra búsqueda de Dios.

¿Cuál es la naturaleza, del bien y del mal?

El bien es la unión de todo lo opuesto.

El mal ya no existe.

La sombra del mal está al acecho detrás del bien hasta el último momento, y solamente cuando ha sido totalmente absorbido en la unidad, termina la amenaza del mal de forma definitiva. La historia de Jesús culmina este clímax lacerante en el huerto de Getsemaní, cuando oraba para que fuera apartado de él aquel cáliz. Sabía que los romanos iban a capturarlo y ejecutarlo y la perspectiva hizo surgir un tremendo momento de duda. Se trata de uno de los momentos más dolorosos del Nuevo Testamento y es completamente imaginario.

El mismo texto nos dice que Jesús se había apartado de todos los demás y que sus discípulos se habían dormido; por lo tanto, nadie pudo haber escuchado lo que dijo, especialmente si estaba orando. En mi opinión, esta última tentación le fue atribuida por los autores del Evangelio. Pero ¿por qué? Porque sólo pudieron concebir esta situación por sí mismos, viendo a Cristo a través de un espacio, el mismo espacio que nos impide imaginarnos cuánto miedo, tentación, pecado, mal e imperfección pudo trascender. Sin embargo, esto es lo que sucede en la fase siete.

A las religiones les es muy difícil ser divertidas. En la Edad Media, la gente no encontraba la parte humorística del viaje del alma, porque tenían demasiado presentes la muerte, las enfermedades, las tentaciones de Satán y los infortunios de este valle de lágrimas. La Iglesia subestimaba estos horrores y la única escapatoria que tenía la gente se llevaba a cabo durante las fiestas, cuando se erigía un basto estrado de tablas en el exterior de la catedral, sobre el que se escenificaban milagros y en los que Satán no era tan terrible porque era representado como un bufón. Las mismas personas que temblaban ante la perspectiva del pecado eran entonces testigos de las caídas de culo del demonio. En aquellos momentos, la Iglesia les enseñaba una nueva lección: el mal en sí debe ser redimido. La historia terminará aquí en la tierra cuando Satán sea aceptado de nuevo en el cielo, y entonces el triunfo de Dios será completo.

A nivel personal, no podemos permitirnos reírnos los últimos hasta la fase siete, al menos mientras la mente está ocupada en sus opciones, porque algunas resultarán peores que otras. Todos nosotros tendemos a igualar el dolor con el mal, y en tanto que sensación, el dolor nunca termina, porque es parte de nuestra herencia biológica. La única forma de ir más allá del dolor es trascender, y esto se consigue alcanzando un punto de vista más elevado. En la fase siete, todas las versiones del mundo son contempladas como proyecciones, y una proyección no es nada más que un punto de vista que toma vida. De este modo, el punto de vista más elevado abarcará cualquier cosa que suceda, sin preferencia y sin negación.

Yo mismo he estado confrontado con esta posibilidad en dos ocasiones cuando el mal se plantó a la puerta de mi casa. La primera ocurrió a principios de los años setenta cuando yo me esforzaba por llevar una vida de residente en un sórdido barrio de Boston. Mi esposa había salido dejándome a cargo de nuestra hijita. Era ya tarde cuando la puerta del piso se abrió violentamente y un hombretón enorme y amenazador irrumpió sin decir palabra. Eché una ojeada en todas direcciones y, antes de que yo mismo pudiese darme cuenta de que él empuñaba un bate de béisbol, salté sobre él, se lo arrebaté en un breve forcejeo durante el cual no dijimos ni una palabra y en menos de un segundo le había dejado inconsciente de un golpe de bate en la cabeza. Poco después, mi corazón bombeaba adrenalina desesperadamente, pero en el instante en que actué no era yo mismo; aquella acción no me perteneció.

Naturalmente se formó un gran revuelo y cuando llegó la policía se descubrió rápidamente que aquel hombre era un criminal con un apretado historial de asaltos y presuntos asesinatos. Por mi parte, yo había actuado correctamente, aunque a nivel consciente yo tuviese un serio compromiso con la no violencia.

Pero la historia no termina aquí. Hace dos años, había terminado de dar una conferencia en una ciudad del sur y salí por una puerta trasera a una avenida, porque me parecía que era el camino más corto a mi hotel. Fuera me esperaba una banda de tres jóvenes, uno de los cuales sacó una pistola y la colocó en mi sien. Cuando me pidió el billetero, supe de repente qué tenía que decirle: «Mira, puedo darte el dinero en efectivo, pero no las tarjetas de crédito —le dije con voz calmada, enseñándole el dinero—. Supongo que no querrás matarme por unos cuantos miles de pesetas. Esto sería asesinato y lo llevarías encima durante el resto de tus días. Por lo tanto, baja el arma y vete, ¿de acuerdo?» Yo mismo me sorprendí de haber pronunciado aquellas palabras. Fue como si yo estuviera fuera de mí mismo mirándome. La mano del chico estaba temblando, los tres muchachos parecían muy indecisos. De repente grité «¡Fuera de aquí!» tan fuerte como pude y los tres salieron corriendo dejando caer la pistola a mis pies.

Tenemos dos escenas en las que el mal está presente, y dos reacciones diferentes, que ofrezco como evidencia de que alguna cosa en nuestro interior ya trasciende las situaciones actuales.

Cuando vemos la actuación de términos opuestos nuestra conciencia interior aprovecha cada momento como original. Pero aún no lo he explicado todo sobre el segundo incidente. En mi negociación, también les prometí a los jóvenes que no diría nada a la policía y realmente nunca lo hice. Un acto de violencia potencial fue contestado con otro de violencia, el otro, con pacifismo. No puedo explicar por qué elegí aquellas opciones, sólo puedo decir que no las elegí. Las acciones se desarrollaron por sí mismas y la justicia se hizo en ambos casos, actuando desde más allá de mi limitado punto de vista. En la fase siete, una persona se da cuenta de que no es cosa nuestra equilibrar las balanzas; si entregamos nuestras elecciones a Dios, somos libres de actuar como nos muevan los impulsos, sabiendo que su origen es la unidad divina.

¿Cuál es mi reto en la vida?

Ser yo mismo.

Al parecer, nada podría parecer más fácil que ser uno mismo, pero todos nos quejamos constantemente de lo duro que es. Cuando somos pequeños, nuestros padres no nos dejan ser nosotros mismos, porque ellos tienen ideas distintas sobre el hecho de comernos pasteles de chocolate enteros o de dibujar en las paredes con lápices. Más tarde, los profesores tampoco nos dejan ser nosotros mismos. Luego se entrevé la presión que se ejerce sobre el adolescente y, finalmente, cuando la sociedad ha impuesto sus normas, la libertad es todavía más restringida. Quizá si estuviésemos solos en una isla desierta podríamos ser nosotros mismos, pero incluso allí nos perseguirían la culpa y la vergüenza. No hay forma de sustraernos a la herencia de la represión.

Todo se reduce a un problema de límites y resistencias. Alguien nos impone un límite y nosotros nos resistimos para seguir siendo libres, por lo que «ser uno mismo» se convierte en algo relativo, y a menos que alguien nos diga qué es lo que no podemos hacer no tenemos nada a lo que oponernos.

Por implicación, mi vida no tendría forma alguna, y yo daría satisfacción a todos mis caprichos, cosa que es una forma de prisión. El hecho de tener cien esposas y un espléndido banquete no es ser nosotros mismos, es ser nuestros deseos.

En la fase siete, el problema se termina en el momento en que se funden los límites y la resistencia. Para estar en unidad, no podemos tener limitaciones, porque somos un todo, y esto es lo que llena nuestra percepción. La opción A y la opción B son iguales ante nuestros ojos. Cuando esto es verdad, el deseo puede fluir a donde quiera: algunas veces nos podremos comer el pastel entero, tener las cien esposas y caminar sobre la hierba. Pero si nos privamos de estas realizaciones también es bueno, porque yo no soy mis deseos y ser yo mismo ya no tiene la más ligera referencia exterior.

Todo esto ¿no me priva de elegir mis opciones? Sí y no al mismo tiempo. En la fase siete, todavía hay preferencias. Una persona puede querer vestir y hablar de una forma determinada e incluso puede decidir sus preferencias y sus antipatías, aunque todas esas cosas son residuos kármicos del pasado. Como yo hablo inglés e hindi, provengo de una familia de médicos, viajo mucho y escribo libros, estas influencias podrían muy bien persistir en la fase siete. Pero pasarían a un segundo plano, convirtiéndose en una mera decoración de mi existencia real, que es simplemente existir.

¿Cómo podría ser capaz de decir que este estado es real? Un escéptico que mirase la fase siete pretendería que la unidad es solamente una forma de autodecepción. Toda esta charla sobre el Todo y la Nada no elimina las necesidades de este mundo y, de hecho, los grandes místicos se guardan de los adornos de la vida ordinaria. El problema de la autodecepción parece ser más complicado cuando nos damos cuenta de que el ego, en su necesidad de continuar como centro de toda actividad, no tiene problema en pretender ganar en iluminación.

Recordemos la historia del monje de la túnica azafrán. Había una vez un joven en la India que frecuentaba un grupo de discusión con sus amigos. Todos ellos se consideraban buscadores serios y sus discusiones versaban sobre temas esotéricos sobre el alma, la existencia de una vida posterior y otros temas similares.

Una noche la conversación fue calentándose y el joven salió al exterior para tomar un poco de aire. Cuando volvió a la habitación, vio a un monje vestido con una túnica azafrán sentado a un lado.

Ninguna otra persona en la habitación parecía darse cuenta de su presencia. El joven se sentó sin decir nada. La discusión siguió a gritos, pero el monje permaneció silencioso y nadie se dio cuenta de nada. Ya era más de medianoche cuando el joven se levantó para irse y, con gran sorpresa, el monje de la túnica azafrán se levantó también y le siguió. Durante todo el camino hasta su casa, el monje le acompañó. Cuando el joven se levantó a la mañana siguiente, el monje estaba sentado junto a la cama de su habitación.

Probablemente porque era muy espiritual, la visión ni asustó al joven ni le hizo temer por su cordura, sino que estaba encantado de contar con la apacible presencia del monje cerca de él.

Durante toda la semana que siguió fueron compañeros, constantes, a pesar de que ninguno de ellos dijo nada. Pero el joven tenía que contarle la historia a alguien y escogió al maestro J. Krishnamurti de cuyos escritos he tomado esta historia.

—Ante todo, la visión lo significa todo para mí —empezó diciendo el joven—. Pero no soy el tipo de persona que necesita símbolos e imágenes para adorar y desprecio la religión. Solamente me 99 interesa el budismo debido a su purismo, pero incluso en él no encuentro fuerza suficiente como para hacer que lo siga.

—Lo entiendo —dijo Krishnamurti—. ¿Cuál es, pues, tu pregunta?

—Quiero saber si esta figura es real o es sólo una figuración de mi mente. Tengo que saber la verdad.

—¿Dices que te ha traído mucho significado?

El joven se mostró entusiasmado.

—He sufrido una profunda transformación. Me siento alegre y en paz.

—¿Está ahora el monje contigo? —preguntó Krishnamurti.

El joven asintió dubitativo.

—Para ser totalmente honesto —dijo— el monje está empezando a desvanecerse. Ya no es tan vivido como al principio.

—¿Tienes miedo de perderlo?

El rostro del joven mostró ansiedad.

—¿Qué quieres decir? He venido aquí en busca de la verdad, pero no quiero que te lo lleves. ¿Te das cuenta de cómo me ha consumido esta visión? Para poder tener paz y alegría pienso en la visión y viene.

Krishnamurti le replicó: —Vivir en el pasado, aunque sea agradable y edificante, te priva de la experiencia de ¡o que es, porque para la mente es difícil no vivir en mil ayeres. Toma esta imagen que tú aprecias. La memoria te inspira, te deleita y te proporciona un sentido de liberación, pero es sólo la muerte que inspira la vida.

El joven estaba alicaído y melancólico.

—¿O sea que no era real?

—La mente es complicada —dijo Krishnamurti—. La tenemos condicionada por el pasado y también por la manera en que ella querría que las cosas fueran. Por tanto, ¿es realmente importante si esta figura es real o proyectada?

—No —admitió el joven—. Sólo importa que me ha mostrado mucho.

—¿Ah, sí? No te reveló el trabajo de tu propia mente y te convertiste en prisionero de tu experiencia. Por decirlo de alguna manera, esta visión introdujo el miedo en tu vida porque tenías miedo de perderla y también introdujo la codicia porque tú querías atesorar la experiencia y por ello perdiste la única cosa que esta visión pudo haberte aportado: el conocimiento de ti mismo. Sin ello, cada experiencia es una ilusión.

Para mí, este cuento es bello y conmovedor y vale la pena contarlo en detalle. Antes de la fase siete, no se puede saber todo el valor que tiene el ser uno mismo y puede darse forma a la experiencia para que nos aporte una gran inspiración, pero a la larga no es suficiente, porque cada imagen divina sigue siendo una imagen, y cada visión nos tienta a aferramos a ella. Para ser libre de verdad no nos queda otra opción que ser nosotros mismos. Somos el centro vivo alrededor del cual suceden todos los acontecimientos aunque, sin embargo, no hay ningún acontecimiento tan importante como para abandonarnos voluntariamente a él. Al ser nosotros mismos abrimos la puerta a lo que es, que es el juego infinito de inteligencia cósmica que se curva hacia atrás para conocerse a sí misma una y otra vez. De esta forma, la vida permanece fresca y cumple con las necesidades de renovarse a sí misma a cada momento.

¿Cuál es mi mayor fuerza?

La unidad.

¿Cuál es mi mayor obstáculo?

La dualidad.

Como cualquier otro nivel, éste debe madurar. Muchas personas han tenido destellos de unidad, pero esto no es lo mismo que vivir ahí permanentemente. Un destello de unidad puede ser algo así como sangrar en el paisaje, pero a diferencia del autismo, que puede hacer que un niño pierda los límites de la identidad, la experiencia es positiva, porque el ego se expande y alcanza una visión más 100 elevada. En lugar de la necesidad de intuir cualquier cosa, somos simplemente esa cosa. La fase siete nos aporta la forma definitiva de empatía.

Lo opuesto de la unidad es la dualidad. Actualmente, casi todo el mundo cree en dos versiones dominantes de la realidad. Versión uno: sólo existe el mundo material y nada puede ser real si no obedece a las leyes físicas. Versión dos: existen dos realidades, la terrenal y la divina.

A la versión uno se la llama la visión secular e incluso las personas religiosas la adoptan para su uso cotidiano, aunque el creer totalmente en el materialismo, como hemos visto, se ha hecho inaceptable por un sinnúmero de razones. Esta versión no puede explicar los milagros creíbles y testificados y experiencias de muerte aparente, experiencias extracorporales, el testimonio de millones de personas que han visto escuchadas sus plegarias y, lo más convincente de todo, el descubrimiento del mundo cuántico, que no obedece a las leyes físicas ordinarias.

La segunda versión de la realidad es menos rígida y permite experiencias espirituales y milagros que existen solamente en los límites del mundo material. En este momento, alguien oye la voz de Dios, tiene una aparición de la Virgen María o entra en la luz. Estas experiencias dejan aún el mundo material intacto y, esencialmente, incólume. Podemos tener a Dios y un Mercedes al mismo tiempo, cada uno en su propio nivel. En otras palabras, aquí tenemos la dualidad.

Muchas religiones, de las cuales el cristianismo es un ejemplo de primera, declaran que Dios está en los cielos, inalcanzable excepto por medio de la fe, la plegaria, la muerte o la intervención de los santos, aunque esta dualidad se destruye una vez que curamos la división entre cuerpo, mente y espíritu. La dualidad es otra forma de referirnos a la separación y en el estado de separación afloran muchas ilusiones, el vapor y el hielo, la luz del sol y la de la electricidad, los huesos y la sangre, son ejemplos de cosas que parecen totalmente diferentes hasta que conocemos la ley de las transformaciones que convierten unas cosas en otras. Esto también es válido para el cuerpo y el alma que en separación no pueden ser más diferentes, hasta que encontramos las leyes que transforman en carne al espíritu invisible, inmortal y no creado.

En la India ha habido una fuerte tradición de no dualidad durante miles de años que se conoce como Vedanta, palabra que significa literalmente «el fin de los Vedas», el punto en que los textos sagrados ya no pueden serte de más ayuda, donde termina la enseñanza y surge la consciencia.

—¿Cómo sabemos que Dios es real? —preguntó una vez un discípulo a su gurú.

El gurú le replicó: —Miro alrededor y veo el orden natural de la creación, hay una tremenda belleza en las cosas más sencillas. Nos sentimos vivos y despiertos ante la infinita majestad del cosmos y cuanto más profundamente miramos más sorprendente encontramos la creación. ¿Qué más necesitamos?

—Pero nada de esto prueba nada —protestó el discípulo.

El gurú sacudió su cabeza.

—Dices esto sólo porque no miras de verdad. Si pudieses mirar una montaña o una nube de lluvia durante un minuto sin tener dudas que bloqueen tu camino, la evidencia de Dios se revelaría instantáneamente.

—Entonces, dime qué es lo que se revela —insistió el discípulo—. Después de todo tengo los mismos ojos que tú.

—Algo sencillo, indiviso, nonato, eterno, sólido como una roca, ilimitado, independiente, invulnerable, extático y omnisciente —replico el gurú.

El discípulo sintió una oleada de desesperación.

—¿Tú ves todo esto? Entonces tendré que abandonar, porque es posible que yo no pueda aprender a percibir una maravilla así.

—No, estás equivocado —dijo el gurú—. Todos nosotros vemos la eternidad en todas direcciones, pero elegimos dividirla en trocitos de tiempo y de espacio. Existe una cualidad del todo que debería darte esperanza, porque quiere compartir.

Si la mente divina quiere compartirse a sí misma con nosotros y nosotros estamos dispuestos a aceptarlo, la fase siete está preparada para la unidad. El principal dogma de Vedanta es extremadamente sencillo: la dualidad es demasiado débil como para durar siempre. Tomemos cualquier pecado o engaño y a su debido tiempo terminará. Tomemos cualquier placer y a su debido tiempo empezará a empalagar. Tomemos un sueño, por profundo que sea, y a su debido tiempo tendremos que despertar. En Vedanta dicen que la única cosa real es el éxtasis eterno de la consciencia (sat chit ananda). Estas palabras prometen que lo intemporal me espera cuando lo 101 temporal expire, el goce de los éxtasis de fuera de la vida y que la vigilia viene después del sueño. En esta simplicidad, toda la noción de dualidad se pliega, revelándonos la unidad que hay detrás de toda ilusión.

¿Cuál es mi mayor tentación?

Ir más allá de la tentación.

Cuando lo tenemos todo no podemos ser tentados. Y aún es mejor cuando no nos lo pueden quitar. El Vedanta se expresa en un famoso dicho: «Yo soy Esto, Tú eres Esto y Todo es Esto.» Cuando los antiguos sabios se referían a Esto, se referían a un poder invisible pero muy real: el poder de la existencia. Lo tenemos para siempre cuando podemos decir: «Yo soy este poder, tú eres este poder y todo lo que está alrededor nuestro es este poder.» También se adaptan bien otras palabras como gracia, divinidad, la luz, alfa y omega, aunque ninguna de las cuales se equipara con la experiencia, que es muy personal y totalmente universal al mismo tiempo.

El sabio Vasishtha fue uno de los primeros seres humanos que se dio cuenta de que sólo percibimos el mundo que filtramos a través de nuestras mentes. Cualquier cosa que podamos imaginarnos es un producto de mi experiencia hasta este momento, y éste es el más ínfimo de los fragmentos de lo que podemos saber. Tal y como Vasishtha mismo escribió: Hay mundos infinitos que van y vienen en el vasto expandir de la conciencia, como motas de polvo danzando en un rayo de luz.

Esto nos recuerda que el mundo material es solamente un producto de mi consciencia, tal y como lo es el cielo. Por lo tanto, tengo todo el derecho de intentar conocer a Dios, un viaje que empieza en el misterio y el silencio termina en mi mismo.

Durante nuestra estancia en la cueva sagrada que visité sobre el Ganges, no me di cuenta hasta el último momento de que en aquel lugar había alguien más. Nuestro grupo estaba perdido en el vasto silencio que allí se había formado y se había hecho evidente sin ninguna sombra de duda que Dios existía, no como una persona sino como una inteligencia infinita moviéndose a infinita velocidad a través de infinitas dimensiones, un creador con el que la física moderna también podría entenderse.

Pero en aquel momento, ninguno de nosotros pensaba nada, nos levantamos y en la penumbra sentimos que no estábamos solos y atisbando en la penumbra, descubrimos la forma apenas perceptible de otra persona que había estado allí durante todo el rato; se trataba del santo anciano que no pudo entregarnos la llave cuando llegamos. Estaba sentado en la posición del loto y no se había movido cuando nosotros entramos ni se había movido hasta aquel momento.

Partimos en silencio y, cuando salimos a la cegadora luz del día, comenzó a palidecer todo cuanto habíamos compartido. Mi mente empezó de nuevo a revolverse y durante unos minutos fue normal que las primeras palabras sonaran como ásperos címbalos. Las distracciones normales hicieron aparición, pero me quedó durante semanas un cierto sabor de aquella caverna en forma de una tranquila certidumbre de que nunca más habría nada que andará mal. Esto no es como ser nonato, eterno, duro como una piedra, ilimitado, invulnerable, extático y omnisciente, aunque estoy más cerca de ello, más cerca del origen. Por una vez, mi mente saltó la valla de la vida cotidiana y aterrizó en un lugar agradable, donde no es necesario esfuerzo alguno. Abrí la puerta del lado de la eternidad y ahora puedo apreciar las palabras de Rumi: Cuando yo muera me elevaré con ángeles.

Y cuando muera para los ángeles no puedo imaginarme qué será de mí.

DIOS ES COMO NOSOTROS ¿QUIÉN ES DIOS?

Fase uno. Respuesta luchar o huir: Dios protector Vengativo Caprichoso Rápido en su ira Celoso Crítico decidiendo recompensa y castigo Insondable Algunas veces misericordioso Fase dos. Respuesta reactiva: Dios todopoderoso Soberano Omnipotente Justo Quien responde a las plegarias Imparcial Racional Organizado en normas Fase tres. Respuesta de la conciencia en reposo: Dios de paz Desapegado Calmado Ofrece consolación Poco exigente Conciliador Silencioso Meditativo Fase cuatro. Respuesta intuitiva: Dios redentor Comprensivo Tolerante Misericordioso No crítico Completo Acogedor Fase cinco. Respuesta creativa: Dios creador Potencial creativo ilimitado Control sobre el espacio y el tiempo Abundante Abierto Generoso Desea ser conocido Inspirado Fase seis. Respuesta visionaria: Dios de milagros Transformador Místico Iluminado Está más allá de las causas Existe Cura Mágico Alquimista 103 Fase siete. Respuesta sagrada: Dios de ser puro, «Yo soy» Nonato Inmortal Inmutable Inamovible No manifiesto Inconmensurable Invisible Intangible Infinito ¿QUÉ CLASE DE MUNDO CREÓ DIOS?

Fase 1. Respuesta luchar o huir: un mundo de mera supervivencia.

Fase 2. Respuesta reactiva: un mundo de competencia y ambición.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo: un mundo de soledad interna y autosuficiencia.

Fase 4. Respuesta intuitiva: un mundo de percepción y de crecimiento personal.

Fase 5. Respuesta creativa: un mundo de artes, invención y descubrimientos.

Fase 6. Respuesta visionaria: un mundo de profetas, sabios y videntes.

Fase 7. Respuesta sagrada: un mundo trascendente.

¿QUIÉN SOY?

Fase 1. Respuesta luchar o huir: un superviviente.

Fase 2. Respuesta reactiva: ego, personalidad.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo: testigo silencioso.

Fase 4. Respuesta intuitiva: conocedor interno.

Fase 5. Respuesta creativa: co-creador.

Fase 6. Respuesta visionaria: conciencia iluminada.

Fase 7. Respuesta sagrada: el origen.

¿CÓMO ENCAJO EN ESTO?

Fase 1. Respuesta luchar o huir: voy tirando.

Fase 2. Respuesta reactiva: gano.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo: estoy centrado.

Fase 4. Respuesta intuitiva: entiendo.

Fase 5. Respuesta creativa: pruebo, intento.

Fase 6. Respuesta visionaria: amo.

Fase 7. Respuesta sagrada: yo soy.

¿CÓMO ENCONTRARÉ A DIOS?

Fase 1. Respuesta luchar o huir: temor, devoción amorosa.

Fase 2. Respuesta reactiva: respeto, obediencia.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo: meditación, contemplación silenciosa.

Fase 4. Respuesta intuitiva: autoaceptación.

Fase 5. Respuesta creativa: inspiración.

Fase 6. Respuesta visionaria: gracia.

Fase 7. Respuesta sagrada: trascendiendo.

¿CUÁL ES LA NATURALEZA DEL BIEN Y DEL MAL?

Fase 1. Respuesta luchar o huir Dios es seguridad, confort, alimento, asilo y familia.

El mal es amenaza física y abandono.

Fase 2. Respuesta reactiva El bien es tener aquello que deseas.

El mal es cualquier obstáculo para tener aquello que deseas.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo Dios es claridad, calma interior, y contacto con uno mismo.

El mal es desorden interior y caos.

Fase 4. Respuesta intuitiva Dios es claridad y ve la verdad.

El mal es ceguera y niega la verdad.

Fase 5. Respuesta creativa El bien es un alto nivel de conciencia.

El mal es un bajo nivel de conciencia.

Fase 6. Respuesta visionaria El bien es una fuerza cósmica.

El mal es otro aspecto de la misma fuerza.

Fase 7. Respuesta sagrada El bien es la unión de todo lo opuesto.

El mal ya no existe.

¿CUÁL ES MI RETO EN LA VIDA?

Fase 1. Respuesta luchar o huir: sobrevivir, proteger y mantener.

Fase 2. Respuesta reactiva: conseguir lo máximo.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo: estar comprometido y desapegado.

Fase 4. Respuesta intuitiva: ir más allá de la dualidad.

Fase 5. Respuesta creativa: alinearme con el Creador.

Fase 6. Respuesta visionaria: obtener la liberación.

Fase 7. Respuesta sagrada: ser yo mismo.

¿CUÁL ES MI MAYOR. FUERZA?

Fase 1. Respuesta luchar o huir: el coraje.

Fase 2. Respuesta reactiva: los logros.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo: la autonomía.

Fase 4. Respuesta intuitiva: la percepción.

Fase 5. Respuesta creativa: la imaginación.

Fase 6. Respuesta visionaria: la santidad.

Fase 7. Respuesta sagrada: la unidad.

¿CUÁL ES MI MAYOR. OBSTÁCULO?

Fase 1. Respuesta luchar o huir: miedo a perder, abandono.

Fase 2. Respuesta reactiva: la culpa, la victimización.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo: el fatalismo.

Fase 4. Respuesta intuitiva: el engaño.

Fase 5. Respuesta creativa: mi propia importancia.

Fase 6. Respuesta visionaria: el falso idealismo.

Fase 7. Respuesta sagrada: la dualidad.

¿CUÁL ES MI MAYOR TENTACIÓN?

Fase 1. Respuesta luchar o huir: la tiranía.

Fase 2. Respuesta reactiva: la adicción.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo: la introversión.

Fase 4. Respuesta intuitiva: la decepción.

Fase 5. Respuesta creativa: el solipsismo.

Fase 6. Respuesta visionaria: el martirio.

Fase 7. Respuesta sagrada: ir más allá de la tentación.

PARA TENER LO QUE QUIERAS Los siete niveles de la realización Dios es otro de los nombres de la inteligencia infinita. Para alcanzar algo en la vida, debemos ponernos en contacto y utilizar una parte de esta inteligencia; en otras palabras, Dios está siempre disponible. Las siete respuestas del cerebro humano son avenidas para realizar alguno de los aspectos de Dios, y cada uno de los niveles de realización prueba la realidad de Dios para ese nivel en concreto.

Fase 1. Respuesta luchar o huir Realizamos nuestras vidas basándonos en la familia, la comunidad el sentido de la propiedad y el bienestar material.

Fase 2. Respuesta reactiva Realizamos nuestra vida por medio del éxito, el poder, la influencia, el estatus y otras satisfacciones del ego.

Fase 3. Respuesta de la conciencia en reposo Realizamos nuestras vidas disfrutando de la paz, la concentración, la aceptación de uno mismo y el silencio interior.

Fase 4. Respuesta intuitiva Realizamos nuestras vidas basándonos en la percepción, la empatía, la tolerancia y el perdón.

Fase 5. Respuesta creativa Realizamos nuestras vidas teniendo en cuenta la inspiración, la creatividad expandida al arte o a la ciencia y a los descubrimientos ilimitados.

Fase 6. Respuesta visionaria Realizamos nuestras vidas a través de la reverencia, la compasión, el servicio dedicado y el amor universal.

Fase 7. Respuesta sagrada Realizamos nuestras vidas integrándonos y uniéndonos con lo divino.

 Los siete niveles de los milagros Un milagro es una exhibición de poder más allá de los cinco sentidos. Aunque los milagros tienen lugar en la zona de transición, difieren según los niveles. En general, los milagros se hacen «sobrenaturales» después de la cuarta o quinta respuesta del cerebro, pero cada milagro implica un contacto directo con el espíritu.

Nivel 1. Respuesta luchar o huir Milagros que implican sobrevivir a un gran peligro, rescates imposibles, un sentido de la protección divina. Ejemplo: una madre que corre a una casa en llamas para rescatar a su hijo o que levanta un coche que ha atrapado un niño.

Nivel 2. Respuesta reactiva Milagros que implican logros increíbles y éxito, control sobre la mente o el cuerpo.

Ejemplo: hechos extremos de artes marciales, niños prodigio con dones inexplicables en música o matemáticas, el surgir de un Napoleón de poderes inmenso desde una cuna humilde (hombres del destino).

Nivel 3. Respuesta de la conciencia en reposo Milagros que implican sincronicidad, poderes yóguicos, premoniciones, el poder sentir a Dios o a los ángeles. Ejemplo: yoguis que pueden cambiar su temperatura corporal o el ritmo cardíaco a voluntad; ser visitados por alguien que vive lejos y que acaba de morir o recibir la visita del ángel de la guarda.

Nivel 4. Respuesta intuitiva Milagros que implican la telepatía, fenómenos extrasensoriales, conocimiento de vidas pasadas o futuras, poderes proféticos. Ejemplo: leer los pensamientos o el aura de los demás, hacer predicciones psíquicas o proyecciones astrales a otros lugares.

Nivel 5. Respuesta creativa Milagros que implican la inspiración divina, el genio artístico o la realización espontánea de deseos (deseos que se hacen realidad). Ejemplo: la bóveda de la capilla Sixtina; tener un pensamiento que repentinamente se manifiesta; las percepciones de Einstein sobre el tiempo y la relatividad.

Nivel 6. Respuesta visionaria Milagros que implican curación, transformaciones físicas, apariciones santas, hechos sobrenaturales al más alto nivel. Ejemplo: andar sobre las aguas; curación de enfermedades incurables por el mero contacto; revelación directa de la Virgen María.

Nivel 7. Respuesta sagrada Milagros que implican una evidencia interior de iluminación.

 Ejemplo: vidas de los grandes profetas y maestros como Buda, Jesús, Lao Tse.

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
Conferencias Místicas