EL DIOS DE LOS MILAGROS
(Respuesta
visionaria) El Dios Creador nos dio acceso a todo el cosmos, en el
que también se encuentran lugares oscuros y compartimientos
secretos. Para aceptar esta generosidad, una persona debe también
perder el miedo a sus propios lugares oscuros, cosa que raramente
sucede. ¿Quién puede verse a sí mismo como un hijo de la luz? Una
vez leí lo siguiente en un libro de inspiración: «Estamos en un
universo creacional y nuestra capacidad de participar en él se
limita únicamente a cuanto de él podemos apreciar.» Al leer estas
palabras se me ocurrió que los más grandes santos y maestros del
mundo podrían estar simplemente pasándolo bien, ya que tienen la
capacidad de vivir en la luz, mientras que los demás no podemos.
Cuesta
imaginar que somos ciudadanos del universo, completamente, y sin
obstáculo ni limitación alguna. La Iglesia católica reconoce docenas
de santos que levitaban, podían estar en dos lugares al mismo
tiempo, emitían luz por sus cuerpos cuando oraban y hacían
curaciones. Así, por ejemplo, en los años cincuenta unos feligreses
de Los Ángeles aseguraron que habían visto a su párroco elevarse del
suelo cuando se concentraba en la pasión de los sermones.
A pesar de
todos sus milagros o quizá precisamente a causa de ellos, pensamos
que los santos no se divierten, no tienen relaciones amorosas, ni
impulsos sexuales, y es imposible imaginarnos un santo con dinero y
un buen coche. Sin los accesorios adecuados, ropas blancas,
sandalias y un halo de virtud, no concebimos al iluminado.
En la fase
seis, se comprueban todas estas suposiciones y son posibles los
milagros de verdad.
Aceptamos la
invitación de Dios de transformar la existencia material, y en ello
encontramos un goce extático. Por ejemplo, una de las almas santas
más encantadoras de los tiempos recientes fue una monja de finales
de la era victoriana llamada hermana María de Jesús Crucificado, que
vivió con las carmelitas cerca de Belén; era una mujer árabe nacida
en el seno de una familia pobre de la región con el nombre de Mariam
Baouardy y que antes de hacer sus votos2 había trabajado como
asistenta doméstica.
Al entrar en
el convento en 1874, las otras monjas descubrieron que su novicia
tenía el alarmante hábito de elevarse a las copas de los árboles y
de saltar de rama en rama como un pájaro. Algunas de las ramas en
las que se posaba no tenían fuerza ni para sostener un pajarillo.
Estas proezas alarmaban a Mariam que no tenía forma de predecir o de
controlar sus éxtasis, y en una ocasión al menos (de un total de
ocho que se observaron) Mariam pidió tímidamente a sus compañeras
que se volvieran y no la miraran.
En su estado
extático, la «pequeña», como se conocía a Mariam, cantaba
constantemente plegarias a Dios. La madre priora, en lugar ;de caer
de rodillas respetuosamente, ordenó a Mariam que volviera a |a
tierra inmediatamente.
En el
momento en que oyó la palabra «obediencia», la extasiada descendió
«con una faz radiante» y perfectamente modesta, y se detuvo en
algunas ramas para cantar «¡Amor!»...
—¿Por qué se
eleva usted de esta manera? —le preguntó la madre priora.
—El Cordero
[Cristo] me transporta en sus manos —respondió Mariam—. Si obedezco
rápidamente, el árbol se hace así —dijo colocando una mano cerca del
suelo.
Estoy seguro
de que en algún remoto lugar del planeta alguien, cuyo nombre nos es
totalmente desconocido, está levitando. El hecho de que los
escépticos nieguen la existencia de milagros no importa en absoluto,
puesto que la existencia de milagros nos anuncia al Dios de la fase
seis, que tiene las siguientes cualidades: Transformador Místico
Iluminado Está más allá de las causas Existe Cura 80 Mágico
Alquimista Las palabras sólo pueden darnos una vaga idea del ser del
que estamos hablando. Un Dios de milagros está inmerso tan
profundamente en el mundo cuántico que incluso aquellos que han
pasado años de su vida en la plegaria y la meditación puede que no
hayan detectado huellas de él. El mundo material está organizado
para funcionar sin su presencia, lo cual hace que el Dios de los
milagros sea profundamente místico incluso desde el punto de vista
religioso. ¿Estaba Jesús exagerando cuando hizo su afirmación más
espectacular acerca de los poderes que Dios puede conceder?
Yo os digo
que si vuestra fe fuera solamente del tamaño de un grano de mostaza,
diríais a esta montaña: «Muévete de aquí para allá», y la montaña se
movería; nada os sería imposible.
Esta promesa
tiene una explicación. Consideremos la descripción de la creación
que se hace en el más místico de los Evangelios que es el de san
Juan: «En el principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios, y el
Verbo era Dios.» En otras partes de la Biblia, un escritor que
quería referirse a la sabiduría divina, la llamó el Verbo, pero san
Juan dice «el Verbo es Dios». Es evidente que no hay ninguna palabra
ordinaria implicada, y que quiere decir algo así como: antes de que
hubiera tiempo y espacio, afuera en el cosmos sólo había una tenue
vibración y en esta vibración estaba contenido todo, todos los
universos, todos los acontecimientos, todo el tiempo y todo el
espacio. Esta vibración primordial estaba con Dios y, por lo que
podemos profundizar, es Dios. La inteligencia divina estaba
comprimida en este «Verbo» y cuando al universo le llegó la hora de
nacer, el «Verbo» se transformó a sí mismo en energía y en materia.
En la fase
seis, una persona vuelve al mundo, en toda su fuerza primordial,
para descubrir los orígenes. Detrás de todas las cosas hay una
vibración, no en el sentido de una onda sonora o de energía, porque
estas ondas son materiales, sino que es la «madre de las
vibraciones» al nivel virtual que lo incluye todo.
En la India,
el sonido de la madre divina tomó el nombre de om, y se cree que
meditar con este sonido desvelará todos los secretos de la madre.
Posiblemente om sea la palabra a la cual se refiere san Juan, cosa
que nadie que no haya llegado a la fase seis podrá saber con
certeza, pero podemos imaginárnoslo porque los más grandes hacedores
de milagros tienen discípulos y en todas las épocas, los discípulos
dicen lo mismo del maestro sagrado: *??Estar en su presencia es
suficiente como para cambiarnos la vida. El Dios de los milagros es
transformador.
*??El
maestro desprende un aura sagrada que la mente no puede comprender.
El Dios de los milagros es místico.
*??Un
maestro sagrado da muestras de altos estados de conciencia. El Dios
de los milagros es iluminado.
*??Las
acciones del maestro se rigen por un razonamiento secreto que
algunas veces no tiene sentido para sus seguidores. El Dios de los
milagros está más allá de las causas.
*??El
maestro purifica a otras personas de sus imperfecciones y es capaz
de curar enfermedades. El Dios de los milagros cura.
*??El
maestro puede obrar maravillas que desafían toda explicación. El
Dios de los milagros es mágico.
*??El
maestro puede interesarse en la ciencia esotérica. El Dios de los
milagros es alquimista.
Sin embargo,
estas cualidades no nos dicen nada del trabajo interior de la mente
de un santo.
¿Qué
mecanismo cerebral, si es que existe, nos da una visión de Dios y
hace que los milagros sean posibles? Todo lo que tenemos son pistas
aisladas. Algunos investigadores han especulado sobre el hecho de
que los dos hemisferios del cerebro se equilibran completamente en
las fases más elevadas de la consciencia. Una tradición yóguica
sostiene que también la respiración llega a equilibrarse y, en lugar
de dar preferencia a una de las fosas nasales, la persona siente que
de ambas fluye un suave flujo rítmico de respiración. Otra
especulación sostiene que el cerebro se hace 81 más «coherente», en
el sentido de que los modelos de ondas que normalmente están en
desorden y desconectadas se sincronizan, del mismo modo que el batir
sincronizado de millones de células del corazón durante el ritmo
normal cardíaco, pero esta coherencia ha sido raramente detectada y
aún se debate sobre ella.
Por lo
tanto, lo que nos queda es una esquiva función cerebral que yo
llamaré la respuesta visionaria, que está marcada por la capacidad
de cambiar los estados de energía fuera del cuerpo, siendo la causa
de que se transformen los objetos y los acontecimientos. Aunque todo
esto pueda sonar muy vago, para alguien que esté en la fase seis,
los milagros son tan fáciles como cualquier otro proceso mental, y
ningún investigador del cerebro ha podido llegar muy lejos en la
tarea de describir el cambio necesario que debe conseguirse para
hacer un milagro.
Una vez que
hemos admitido la existencia de la respuesta visionaria, es
fascinante aprender lo importantes que son los símbolos y las
imágenes. Por ejemplo, curar no es nunca lo mismo en las distintas
culturas. En nuestra cultura, el corazón humano es visto como una
máquina de relojería que sufre un desgaste con el tiempo y que
arreglamos por medio de reparaciones mecánicas del mismo modo que lo
haríamos con un reloj usado. O sea que, cuando descubrimos que los
viudos sufren de una alta incidencia de muertes repentinas debido a
ataques cardíacos, no acabamos de encajar el hecho de que la
tristeza puede matar, porque no hay muchas máquinas que mueran de
tristeza.
En algunas
regiones del Amazonas, se considera que el cuerpo es una extensión
de la jungla. En este entorno, las hormigas son portadoras de
toxinas, venenos, alimentos en putrefacción, etc. Según nos explica
un antropólogo, un aldeano fue en una ocasión a ver al curandero
local con un absceso inflamado en la mandíbula debido a un diente
infectado. El curandero ató un cordel alrededor del diente e
inmediatamente, una fila de grandes hormigas salió de la boca del
aldeano pasando por el cordel. Se llevaron las toxinas y el aldeano
se recuperó sin tener que perder el diente.
Dejando
aparte los símbolos, ¿de qué forma se efectuó la curación?
Recordemos también a los cirujanos psíquicos de las Filipinas, que
parece que penetran con las manos en el cuerpo de los pacientes y
extraen todo tipo de tejidos sangrantes, ninguno de los cuales es de
los que se encuentran dentro del cuerpo durante la autopsia. En
muchos casos, los pacientes informan de que han sentido realmente
los dedos del cirujano y se habla de curaciones espectaculares.
En términos
cuánticos podemos ofrecer una explicación de lo que hacen los
curanderos en los alrededores de lo milagroso. El curandero no
utiliza la hipnosis, pero al mismo tiempo tampoco opera en el plano
físico. Por lo que sabemos de nuestro modelo cuántico, cualquier
objeto puede ser reducido a bloques de energía. Sin embargo, hasta
ahora, nuestra consciencia no podía cambiar estos modelos invisibles
de fotones excepto de una forma muy limitada. Podemos imaginarnos un
cuerpo saludable, por ejemplo, pero esta imagen no evita que podamos
caer enfermos. De hecho, el curandero convierte una imagen mental en
una realidad física, que es lo que hacen todos los milagreros. A
nivel cuántico «vemos» un nuevo resultado, y es de esta visión que
emerge el nuevo resultado.
De esto se
desprende una lucha de poderes, y el curandero tiene que ser más
poderoso que su paciente para hacer todo tipo de cambio permanente
en su condición, porque lo que está alterando son los modelos de
energía que han sido distorsionados y han causado la enfermedad. Un
diente infectado o una retina desprendida no son más que un bloque
de fotones, una imagen deformada hecha de luz.
La cuestión
clave no es si el curandero es real o falso, sino la fuerza que
tiene en su subconsciente ya que él sólo es el que hace que el
paciente entre en la realidad alterada con él, junto con los
observadores que se encuentran presentes. Debo enfatizar el «que se
encuentran presentes» porque esto es un efecto de campo y, del mismo
modo que Un imán puede atraer el hierro sólo a una cierta distancia,
el milagrero tiene sólo un determinado alcance de capacidad. Se ha
llegado incluso a decir que si hay demasiadas personas en la
habitación, el fenómeno no se produce.
El
conglomerado de conciencias que forman todos ellos es demasiado
grande para manejarlo, como una viga de hierro es demasiado grande
para que un pequeño imán la mueva.
Cuando la
Virgen María se apareció en Fátíma, en Portugal, en 1917, una
inmensa multitud que se estimó en setenta mil personas se reunió
para presenciar la aparición que había sido prometida a los tres
pastorcitos del pueblo. Aquellos que estaban más cerca de los niños
contaron que el sol giró como un remolino en el cielo y se precipitó
hacia la tierra en medio de una luz irisada, mientras que otros que
estaban más lejos vieron solamente una luz brillante y los que
estaban a mayor distancia 82 no vieron nada de esto. En cuanto a los
niños, cayeron de rodillas y hablaron con la Virgen María.
Cuando el
milagro ha terminado, los observadores abandonan la esfera de
influencia del milagrero, el efecto campo ya no funciona y todo el
mundo recupera su estado normal de conciencia en una transición que
puede ser brusca y en la que algunas personas incluso se debilitan o
se sienten turbadas. El mundo milagroso se desvanece y aparece un
sentido de imprecisión sobre lo que acaba de suceder. En la vida
ordinaria, los acontecimientos siguen siendo desconcertantes y de
ahí el escepticismo existente sobre apariciones sagradas, cirujanos
psíquicos y curanderos de la jungla.
Pero la
respuesta visionaria describe otro nivel de conciencia en el que los
modelos de energía se mueven con cada uno de los pensamientos. El
hecho de que estos cambios alteren el mundo exterior es sorprendente
para nosotros pero es natural para las personas que están en la fase
seis.
¿Quién soy?
Conciencia
iluminada.
Hemos
llegado muy lejos con la pregunta «¿quién soy?». Si empezamos por el
cuerpo físico de la fase uno y nos vamos moviendo firmemente hacia
planos menos físicos, no llegamos a otra cosa que no sea la
conciencia. «Yo» no soy ni siquiera la mente, sólo la luz. Mi
identidad flota en una niebla cuántica mientras los fotones
parpadean dentro y fuera de la existencia. Mientras observo estos
modelos cambiantes que vienen y van, no me siento apegado a ninguno
de ellos; incluso no me preocupa el hecho de no tener una vivienda
permanente, porque es suficiente estar bañado de luz.
De los
millones de formas con que podríamos definir la iluminación, hay una
buena que es identificarse con la luz. Los milagreros hacen algo más
que tener acceso a modelos de energía.
Como dicen
los Vedas: «No es que aprendamos el conocimiento, es que nos
convertimos en conocimiento.» Jesús hablaba en parábolas pero podía
muy bien haber hablado literalmente cuando declaró a sus discípulos:
«Vosotros sois la luz del mundo.» Es imposible saber cuántos seres
humanos se han vuelto milagreros. Según el judaismo místico, treinta
y seis almas puras, conocidas como los Lamed Vov, hacen que el mundo
siga vivo. Algunas sectas de la India reducen este número a siete
maestros iluminados cada vez. Sin embargo, también nos dice el
Antiguo Testamento que Dios hubiera salvado Sodoma y Gomorra si
hubiera podido encontrar cincuenta justos, pero que redujo
finalmente el número a uno solo, Lot, cuya esposa fue convertida en
estatua de sal y las ciudades fueron destruidas. Por implicación, si
aspiramos a unirnos a alguno de estos grupos, nuestras posibilidades
son ínfimas, pero ¿es posible resistirse a ser iluminados?
La inmensa
mayoría de personas ha dicho que no con sus acciones o con sus
palabras, pero debemos resaltar que el poder de hacer milagros es
accesible antes de la santidad. Cuando vemos una imagen en el
cerebro estamos desplazando la realidad, y una imagen mental es
apenas perceptible y se desvanece pronto, pero no importa. La
operación decisiva que hay detrás del milagro es que la podemos
efectuar, porque la diferencia entre nosotros y el milagrero es que
nosotros no creamos un campo de fuerza suficientemente fuerte como
para hacer que nuestra imagen mental se proyecte al mundo exterior.
Incluso así,
si llegamos al campo de fuerza de un alma más grande, nuestra
realidad puede desplazarse rápidamente. Hace tiempo me contaron un
interesante caso de un médico occidental que hizo un viaje a lo más
profundo de la selva tropical colombiana. Un día, mientras trepaba
por una pared rocosa muy resbaladiza al lado de una cascada, perdió
pie y tuvo una grave caída. Se lesionó la espalda y ya no pudo
andar, en un momento en que la expedición estaba a doscientos
kilómetros de la ciudad más cercana y no contaba ni con teléfono ni
electricidad.
Durante
varios días descansó en un pequeño poblado, con la esperanza de que
el dolor disminuyera lo suficiente como para arreglárselas por sí
mismo, pero en lugar de ello, empeoró, porque el tejido afectado se
iba inflamando aún más. En su desesperación, permitió Finalmente
ponerse en manos de un chamán. Cuando éste llegó, empezó a ponerse
en trance, a tomar hierbas alucinógenas y a cantar durante varias
horas. En medio del ritual, el doctor se encontró dormitando y se
sintió arrastrado. Cuando se despertó, el chamán se había ido y el
dolor de espalda había remitido. Para su sorpresa, pudo levantarse y
andar como si nada le hubiese ocurrido.
«No tengo ni
idea de qué es lo que ocurrió —contaba posteriormente—, pero se me
ocurre una 83 cosa, y es que había llegado a un punto de total
desesperación antes de permitir que llamaran al curandero, en el que
yo no creía pero, al menos, tampoco dejaba de creer.» En mi opinión,
este médico cerró el circuito entre el curandero y él mismo de una
forma significativa al permitir sin oponer resistencia que el chamán
fuera hacia la luz. Algunos curanderos creyentes empiezan por
imponer las manos y preguntar «¿Crees que Dios puede curarte?».
Visto desde una perspectiva más amplia, nadie tiene el poder de
mantener a Dios totalmente apartado y sólo podemos cerrar o abrir
nuestra aceptación de la luz, cosa que ayuda a crear un proceso que
va a favorecer poco a poco nuestra disponibilidad a estar abiertos.
Sin importar cuánta documentación se ofrece para apoyar los
milagros, muchas personas aún dirán: «Pero ¿tú has visto alguno
personalmente?
» Pues, de
hecho, yo he tenido uno lo suficientemente cerca. Tengo un primo que
es veterano de la guerra de Cachemira y que hace unos años fue
atacado por un virulento acceso de hepatitis C. Como somos una
familia de médicos, recibió todo tipo de tratamientos, entre los que
se encontraba el interferón, pero no servían de nada, porque su
número de plaquetas descendía de forma alarmante y se elevaba el
número de virus de la hepatitis.
Hace unos
cuantos meses, fue a ver a un sanador energético en la India que
pasó las manos por el hígado de mi primo para extraer la entidad que
causaba la enfermedad. En poco tiempo, el número de plaquetas volvió
a la normalidad y el número de virus remitió y no quedaron síntomas
de la enfermedad. Para mí, todo esto es un milagro del que podemos
extraer una enseñanza. Podemos tomar a muchas personas de nuestra
sociedad y enseñarles con éxito el arte del «toque sanador», que
precisa que el práctico pase sus manos unos cuantos centímetros por
encima de la piel del paciente para así sentir dónde están los
núcleos calientes de energía, que se detectan como una parcela de
calor sobre esa región. Entonces, el práctico aparta este exceso de
energía para disiparlo y en muchos casos se alcanza la curación,
normalmente en forma de una recuperación más rápida que con los
tratamientos convencionales.
¿Existen
realmente estas parcelas de calor sobre las zonas enfermas del
cuerpo? De ser así, ¿por qué tendría que tener una diferencia
significativa en la curación del paciente? La respuesta depende del
hecho de que la base de la curación no es material sino cuántica,
porque las cosas son reales en el mundo cuántico si hacemos que sean
reales y esto lo conseguimos manipulando la luz.
Con mucho
cuidado y paciencia, cualquiera de nosotros puede aprender a
hacerlo, porque la curación por imposición de manos no es más que
una de las maneras de curar. Si formáramos una escuela para enseñar
a enfermeras el modo de extraer hormigas de la jungla de la boca de
una persona enferma, algunas de las alumnas estarían decididamente
capacitadas para hacerlo. Del mismo modo, cualquier milagro puede
estar a nuestro alcance, sólo con que empecemos a alterar nuestra
concepción de quiénes somos y de qué modo trabajan nuestras mentes.
¿Cómo encajo
en esto?
Con amor.
Cuando un
milagrero se da cuenta de que está bañado en luz, siente un intenso
amor, porque está absorbiendo las cualidades espirituales que
contiene la luz. Cuando Jesús dijo «Yo soy la luz», lo que quería
decir era: «Estoy totalmente dentro del campo de fuerza de Dios.» En
la India, personas de cualquier nivel aspiran a ponerse dentro del
campo de fuerza de un santo, al que se llama darshan, una palabra
sánscrita que significa estar a la vista de alguien. Hace unos años
fui a buscar darshan a casa de una mujer santa de las afueras de
Bombay conocida por sus seguidores simplemente como Madre.
La casa —una
simple choza de ladrillo en un pueblecito— era minúscula. Fui
llevado a su presencia en una sala aún más pequeña donde ella
esperaba sentada en un sofá al lado de la ventana. Su ayudante, una
anciana, me indicó silenciosamente una silla. La Madre, vestida con
un sari dorado y con unos ojos grandes y expresivos, parecía tener
algo más de treinta años. Nos sentamos en silencio. La cálida
llovizna que caía en la calle se transformó en una tormenta tropical
y era el único ruido que se oía. Al cabo de un rato, empecé a notar
un maravilloso sentimiento de dulzura en la habitación que dejó mi
mente completamente en paz. Cerré los ojos pero era consciente de
que la Madre me estaba mirando. Al cabo de media hora, la ayudante
me preguntó en voz baja si deseaba formular alguna pregunta. «Con
toda libertad —dijo—. Después de todo, estás 84 hablando con Dios.
Sea lo que sea lo que le pidas, él se ocupará de ello.» No me
sorprendí en absoluto, porque en la India, cuando una persona
alcanza un estado de consciencia que está en completa intimidad con
Dios, los demás se refieren a ella de esta forma, pero no tenía
ninguna pregunta que hacer. Pude sentir sin la menor duda que
aquella joven creaba por sí misma una atmósfera de ternura y amor, y
ofrecía una tranquilidad tal que en aquel momento se podía creer en
una «energía madre» inherente al universo.
En la fase
seis, todos los dioses y diosas son aspectos de uno mismo expresados
en estados de buena energía. No me declaro devoto cuando digo que la
Madre era capaz de hacer sentir estas energías, sino que la única
sorpresa es que pudiera hacerlo por un extraño, ya que todos
sentimos esta energía madre alrededor de nuestras propias madres
cuando somos niños. En la India es bien sabido que el darshan no es
el mismo con cada santo. Algunos de ellos tienen una presencia que
es casi como un trance; otros crean un sabor a miel o fragancia de
flores. Los «juncos de darshan» que pasan horas en presencia de
personas santas pueden recitar qué shakti, o poder, se siente en
presencia de un santo determinado, y se cree que los visitantes
pueden absorber estos sabores de Dios como si fueran esponjas.
El momento
más emocionante con la Madre fue cuando me despedí. Su ayudante me
mostró la puerta y me despidió con una observación en mal inglés.
«Ahora ya no tienes problemas —dijo alegremente—. ¡Dios pagará tus
deudas!» Nadie puede pretender que la fase seis sola revele el amor
de Dios, pero la analogía con el magnetismo encaja perfectamente. La
aguja de una brújula, expuesta al débil campo magnético terrestre,
se encara temblorosa hacia el norte de forma infalible, pero si
agitamos la brújula, la aguja oscila. Sin embargo, si la acercamos a
un campo electromagnético potente, la aguja quedará fija sin
oscilar.
Del mismo
modo, todos estamos en el campo de fuerza del amor, pero en las
primeras fases del crecimiento espiritual, su poder es débil y
podemos ser arrojados en otras direcciones. En esto influyen
emociones en conflicto, pero lo que es más importante, se nos
bloquea nuestra percepción del amor, y una persona no se da cuenta
de que la fuerza de Dios es inmensamente poderosa hasta después de
años de limpiar los bloqueos internos de represión, dudas, emociones
negativas y antiguos condicionantes. Cuando esto sucede, nada podrá
apartar nuestras mentes del amor como emoción personal que se
transmuta en energía cósmica. Rumi lo describe de una forma
magnífica: Oh Dios, ¡he descubierto el amor!
¡Qué
maravilloso, qué bueno, que bello es!...
Ofrezco mi
saludo al espíritu de pasión que hizo nacer y excitar todo el
universo y todo lo que contiene.
Rumi cree
que cada átomo de la creación baila de pasión por Dios, tal y como
sucede en la conciencia de la fase seis. Hay que dar un salto
cuántico con la conciencia para amar a Dios constantemente, y sin
embargo, cuando finalmente damos el salto, no hay realmente Dios
alguno que amar como objeto separado, ya que la fusión del adorador
y de lo adorado es casi completa, pero es suficiente para animarlo
todo en la creación. Como dice Rumi: «Esto es el amor que hace vivir
nuestro cuerpo.» ¿Cómo encontraré a Dios?
Con la
gracia.
En la fase
seis, ya no es necesario buscar a Dios, del mismo modo que no
tenemos que buscar la gravedad, porque Dios está presente y es
constante en todo momento. En algunas ocasiones lo sentimos en
nuestro éxtasis, pero a menudo podemos sentir dolor, angustia y
confusión. Esta mezcla de sentimientos nos recuerda que hay dos
entidades que entran en conjunción, una es el espíritu y la otra es
el cuerpo. El cuerpo puede percibir el espíritu solamente a través
del sistema nervioso y, a 85 medida que va aumentando la intensidad
de Dios, el sistema nervioso se siente sobrecogido por él y no
tenemos otra opción más que adaptarnos, aunque estas adaptaciones
nos causen sensaciones de intenso quemazón, temblores, desmayos y
palidez, junto con miedo y estados semipsícóticos. Aún es bastante
común intentar buscar «explicaciones» médicas a las visiones de los
santos dándoles el nombre de ataques epilépticos, por ejemplo, y a
la luz cegadora de las visiones sagradas como un efecto lateral de
graves cefaleas. Pero ¿cómo sabemos que esto no es verdad?
Una
refutación muy evidente es que las cefaleas y la epilepsia ni
producen inspiración, ni nos aportan sabiduría y percepción,
mientras que los santos son ejemplos de la gracia en acción. No
puedo dejar de pensar en el místico polaco, el padre Maximilian
Kolbe, una figura santa que murió bajo el régimen nazi en Auschwitz.3
Aunque estaba totalmente demacrado y sufría de tuberculosis desde
hacía mucho tiempo, Kolbe entregaba la mayor parte de su ya magra
ración a otros prisioneros. En una ocasión, estaba totalmente muerto
de sed y un médico también prisionero en el campo le ofreció una
taza de té de contrabando, pero él la rehusó, porque otros reclusos
no tenían nada que beber. El padre Maximilian sufrió constantes
palizas y tortura. Al final, presenció cómo condenaban a otro
recluso a morir de hambre en una cripta subterránea y Kolbe se
presentó voluntario para ponerse en el lugar del otro preso. Cuando
unos días más tarde se abrió la cripta, todos habían muerto excepto
él, que fue entonces ejecutado con una inyección letal.
Ante sus
propios ojos, Kolbe no era un mártir, pero algunos de sus camaradas
prisioneros e incluso algunos nazis dieron testimonio de primera
mano del estado de gracia en que estaba. Un judío superviviente
testificó bajo juramento que el padre Maximilian emanaba luz cuando
oraba por la noche y este informe fue secundado por otros varios en
los años anteriores al arresto del sacerdote.
Su conducta
fue siempre sencilla y humilde y cuando le preguntaban cómo podía
soportar con tanta entereza el tratamiento que recibía de los nazis,
él sólo decía que se debe responder al mal con amor.
Hay pocas
historias de santos que sean tan conmovedoras como ésta, que nos
deja el sentimiento de que la gracia es sobrehumana, y en cierto
sentido lo es, ya que la presencia de Dios vence las más adversas
condiciones de dolor y de sufrimiento. Sin embargo, en otro sentido,
la gracia nos ofrece apoyo constante en nuestra vida diaria y no
podemos decir en modo alguno, mientras trabajamos en cada una de las
fases de crecimiento interior, si estamos de hecho haciendo alguna
cosa por voluntad propia. Una vez le preguntaron a un maestro hindú
si «cuando nos afanamos por alcanzar estados más elevados de
conciencia, somos nosotros los que estamos haciendo realmente algo o
simplemente nos ocurre». «Podríamos verlo de las dos maneras —
replicó—. Nosotros hacemos nuestra parte, pero la motivación real
viene del exterior de nosotros, aunque si queremos ser estrictamente
exactos, de hecho todo nos está sucediendo.» Si en la fase seis Dios
es como un campo de fuerza, la gracia es la atracción magnética y se
adapta a cada persona. Hemos formulado nuestras opciones, algunas de
las cuales son buenas y otras son malas para nosotros, y luego la
gracia adapta los resultados. Para expresarlo de otra forma, cada
uno de nosotros hace cosas que tienen consecuencias inesperadas y,
como nuestra previsión es limitada, nuestras acciones están siempre
sujetas a la ceguera de lo que va a suceder luego.
La palabra
karma significa al mismo tiempo la acción y el resultado
impredecible. Cinco personas pueden amasar una fortuna, aunque para
cada una de ellas el dinero crea consecuencias diferentes, que van
de la miseria a la conformidad. Esto mismo es válido para cualquier
acción. ¿Por qué el karma no es mecánico? ¿Por qué la acción A no
siempre conduce al resultado B? La ley del karma se compara a menudo
con una simple relación causa-efecto, utilizando la analogía de las
bolas de billar cuando las golpeamos con el taco. Los ángulos y los
rebotes de las bolas de billar son muy complejas, pero un jugador
hábil puede calcular su tiro por adelantado con extremada exactitud,
lo cual le permite predecir el camino que seguirá cada bola una vez
que haya escapado de su control.
Si el karma
fuera mecánico, sucedería lo mismo con nuestras acciones: las
planificaríamos, las dejaríamos ir y estaríamos seguros de los
resultados. Teóricamente, nada nos lo impide aunque en realidad
estamos bloqueados por la absoluta complejidad de todo lo que
tenemos que calcular. Cada uno de nosotros lleva a cabo millones de
acciones cada día porque, para hablar estrictamente, cada
pensamiento es un karma, así como cada respiración, cada bocado de
comida, etc., por lo que el juego de billar tiene en este caso un
número casi infinito de bolas. Pero es aquí donde entra en juego
algo insondable: la gracia.
Dios, con su
suprema inteligencia, no tiene problemas en calcular un número
infinito de bolas de 86 billar o un número infinito de karmas, y la
operación mecánica podría también ser llevada a cabo por un
superordenador. Sin embargo, Dios también ama a sus criaturas y
desea estar unido a ellas tan íntimamente como sea posible, por lo
que introduce en su cálculo la siguiente instrucción especial:
Dejemos que todas las acciones de una persona reboten y choquen
entre ellas de todas las formas posibles, pero dejémosles entrever
que el espíritu está vigilante.
Cuando
tenemos la sensación de que hemos sido tocados por la gracia, ésta
es nuestra pista de que Dios existe y se preocupa de lo que nos
sucede. Conozco a un hombre de mediana edad que actualmente es
propietario de su propia empresa de ordenadores que descubrió su
capacidad empresarial a la edad de veinte años; desgraciadamente, en
aquella época esta capacidad la expresó dedicándose al contrabando
de drogas en el Caribe utilizando una avioneta ligera.
«Sólo había
hecho un viaje antes de ser detenido por los oficiales de aduanas, y
si no me arrestaron fue porque ya no tenía carga a bordo, y ellos no
descubrieron nunca el porqué. Es una historia sorprendente —me
contó—. Volaba por las Bahamas cuando encontramos una densa capa de
nubes. Descendí para evitarla, pero la niebla llegaba a nivel del
suelo. De alguna forma u otra, durante todas estas maniobras, mi
socio y yo nos extraviamos, perdimos mucho tiempo intentando
encontrar el curso y estábamos cada vez más preocupados porque el
Caribe es un océano enorme y con muy pocos lugares donde aterrizar.
Pronto empezamos a andar escasos de combustible y nos entró el
pánico. Mi socio empezó a gritar y, en un intento de aligerar el
avión, arrojamos al mar los bidones de combustible extra, luego la
carga y, finalmente, nuestro equipaje. Pero la niebla no se disipaba
y puedo asegurar que mi copiloto estaba helado de miedo, convencido
de que íbamos a morir. Pero en aquel momento tuve la certeza
sobrenatural de que no moriríamos. Miré a mi izquierda en el momento
en que se abría un agujero en la niebla, por el que pude ver debajo
de mi ala una isla minúscula en la que había una pequeña y
descuidada pista de aterrizaje. Hice descender el avión a través de
las nubes, que habían vuelto a cerrarse de nuevo, y aterrizamos. Al
cabo de media hora teníamos encima a cinco oficiales de aduanas.
Durante todo el tiempo que duró el interrogatorio oí una voz
interior que me decía que se me había salvado la vida por una razón.
En el sentido convencional no me volví religioso, pero fue algo de
lo que nunca dudé.» Tanto si se mueve a nivel de un santo como de un
criminal, la gracia es el ingrediente que salva al karma de ser
inhumanamente mecánico, y está conectada con el libre albedrío. Una
bola de billar tiene que seguir la trayectoria que se le ha
asignado, y un ladrón que comete un robo un centenar de veces
parecería como si estuviese metido en una trayectoria. Pero incluso
si el karma está determinado, en cualquier momento tiene la
oportunidad de detenerse y rectificar en su camino. La gracia puede
tomar la forma de un simple pensamiento —«Quizá debería dejarlo»— o
puede ser una transformación sobrecogedora como la experimentada por
san Pablo en el camino de Damasco cuando la luz divina lo cegó y lo
desmontó del caballo. En cualquiera de los casos, el impulso de
moverse hacia el espíritu es el resultado de la gracia.
¿Cuál es la
naturaleza del bien y del mal?
El bien es
una fuerza cósmica.
El mal es
otro aspecto de la misma fuerza.
Es tan
difícil ser bueno que a veces tenemos que abandonar. Ésta es la
realización que nos llega en la fase seis, porque, al principio, ser
bueno parece fácil, cuando se trata sólo de obedecer unas normas y
evitar problemas, pero se hace más difícil cuando interviene la
conciencia, porque nuestra conciencia está reñida con los deseos.
Ésta es la fase, familiar para todos los niños de tres años, en que
una voz interior susurra «¡Hazlo!», mientras otra dice «No, no lo
hagas». En la cristiandad, esta lucha está predestinada a terminar
con la victoria del bien, porque Dios es más poderoso que Satán,
pero en el hinduismo las fuerzas de la luz y de las tinieblas
combaten eternamente y el equilibrio de poder se alarga en ciclos
que duran miles de años.
Si el
hinduismo tiene razón, no tiene objeto el intentar resistir al mal,
porque los demonios, llamados asuras en sánscrito, nunca abandonan
la lucha. De hecho, no pueden hacerlo porque están integrados en la
estructura de la naturaleza, en la que la muerte y la decadencia son
inevitables. Tal y como lo ven los sabios hindúes, el universo
depende tanto de la muerte como de la vida. «Las personas temen
morir sin reflexionar sobre ello —dijo en una ocasión un sabio—. Si
pudiéramos 87 hacer realidad la fantasía de vivir eternamente
estaríamos condenados a la eterna senilidad.» El universo debe
contener un mecanismo de renovación, por ello el cuerpo se va
deteriorando con el paso del tiempo, e incluso las estrellas agotan
su reserva de energía porque la muerte es la ruta de escape que se
ha previsto.
En la fase
seis las personas ya son lo suficientemente visionarias como para
verlo porque aún retienen una concepción de Dios, que es la fuerza
de evolución que está detrás del nacimiento, el crecimiento, el
amor, la verdad y la belleza. También retienen una concepción del
mal que es la fuerza que se opone a la evolución, podemos llamarla
entropía, que conduce a la descomposición, la disolución, la inercia
y el «pecado» en el sentido de cualquier acción que no ayuda a la
evolución de la persona. Sin embargo, para el visionario, son dos
lados de la misma fuerza, que Dios creó porque ambas son necesarias;
Dios está en el mal del mismo modo que está en el bien.
Deberíamos
recalcar que este punto de vista no es ético, aunque podemos
discutirlo diciendo: «Mira esta atrocidad y aquel horror. No me
digas que Dios está ahí.» Cada fase de crecimiento interior es una
interpretación y todas las interpretaciones son válidas. Si vemos
víctimas de crímenes y de injusticias que parten el corazón, para
nosotros son cosas reales, pero puede que el santo, incluso si
siente compasión por estas personas, no vea víctimas. Me resisto a
profundizar más en esto porque la tentación de hacer victimismo es
muy poderosa y decir a la víctima y a aquel que la maltrata que
están del mismo lado es exceder los límites; preguntemos, si no, a
los terapeutas que trabajan con mujeres maltratadas.
Sin embargo,
pienso que no hay ninguna duda de que el santo ve al pecador dentro
de sí mismo, del mismo modo que el santo acepta el mal con la misma
calma que cualquier otra cosa. Testigos oculares han asegurado que,
cuando los nazis administraron la inyección letal al padre
Maximilian, éste hizo acopio de sus últimas fuerzas para tender el
brazo voluntariamente a la aguja. Durante los terribles días en que
estuvo encerrado en la cripta con otros prisioneros, los guardas del
campo de concentración estaban asombrados por la atmósfera de paz
creada alrededor del monje franciscano.
Esta
historia no mitiga el mal que hizo el nazismo, que debe ser
contabilizado a su propio nivel, pero el cuidado del alma es cosa
aparte, y en algunos momentos las danzas del bien y del mal se
funden en una sola cosa.
¿Cuál es mi
reto en la vida?
Obtener la
liberación.
Cuando surge
la fase seis, cambia el objeto de la vida. En lugar de esforzarse
por alcanzar la bondad y la virtud, la persona tiende a huir de las
ataduras. Y al decir huir, no me refiero al hecho de morir e ir al
cielo, aunque esta interpretación es válida para aquellos que la
sustentan, sino que la huida real en la fase seis es kármica. El
karma es infinito y evoluciona constantemente, porque causa y efecto
no terminan nunca y la confusión es tan sobrecogedora que no
podremos jamás resolver ni una parte de nuestro karma personal. Pero
el campo de fuerza de Dios, tal y como lo hemos venido llamando,
ejerce una atracción para poner el alma fuera del alcance del karma,
por lo que causa y efecto no serán destruidos. Incluso los santos
más iluminados tienen un cuerpo físico sujeto a la decadencia y a la
muerte, comen, beben y duermen. Sin embargo, toda esta energía se
utiliza de formas diferentes.
Un maestro
indio dijo a sus discípulos: «Si estuvierais constantemente
dirigiendo todo pensamiento y toda acción a Dios, aún estaríais tan
lejos de la iluminación como alguien que estuviese constantemente
dedicado al mal.» Esta afirmación es muy sorprendente, porque todos
nosotros aún identificamos el bien con Dios, la fuerza de la bondad
aún es kármica. Los hechos de Dios tienen su propia recompensa, del
mismo modo que la tienen las malas acciones, pero ¿qué sucedería si
no deseásemos recompensa alguna y sólo quisiéramos ser libres? A
este estado, los budistas lo llaman nirvana, que se presta a
malentendidos cuando se traduce como «olvido».
El nirvana
es la liberación de las influencias kármicas, el final de la danza
de los opuestos. La respuesta visionaria nos permite ver que el
hecho de desear A o B siempre va a conducirnos a lo contrario. Si he
nacido en la abundancia, el primer sentimiento es de contento porque
puedo satisfacer cualquier deseo, pero a la larga llega el
aburrimiento, no tendré descanso y en muchos casos deberé soportar
la carga de las pesadas responsabilidades de gestionar mi riqueza, y
me 88 revuelvo en la cama, preocupado por todo este cúmulo de cosas
molestas, hasta que empiezo a pensar lo bueno que tiene que ser el
ser pobre, porque entonces no tendría nada que perder y estaría
libre de obligaciones sociales y de caridades.
Según el
budismo, tarde o temprano mi mente deseará lo contrario de lo que
tengo, porque el péndulo kármico va oscilando hasta que llega a la
extrema pobreza para volver luego a llevarme de nuevo a la riqueza.
Como solamente Dios está liberado de la relación causa-efecto,
desear el nirvana significa que deseamos alcanzar la realización
divina. En las primeras fases del crecimiento esta ambición sería
imposible y la mayoría de las religiones condenan la blasfemia, pero
el nirvana no es moral. Dios y el mal ya no cuentan, una vez que los
hemos visto como las dos caras de la misma dualidad. Para poder
mantener las sociedades unidas, las religiones han impuesto la
obligación de respetar el bien y aborrecer el mal, y de ahí la
paradoja de que la persona que desea ser liberada actúa contra Dios.
Muchos devotos cristianos se sienten completamente desconcertados
por la espiritualidad occidental porque no pueden resolver esta
paradoja: ¿cómo puede Dios desear que seamos buenos y sin embargo
querer que vayamos más allá del bien?
La respuesta
se encuentra completamente en la conciencia. Los santos de cada
cultura han sido ejemplos de bondad, y sus virtudes han brillado,
pero el Bhagavad-Gita nos informa de que no hay signos externos de
iluminación, lo que significa que los santos no tienen que obedecer
las normas convencionales de comportamiento. En la India existe el
«camino de la izquierda» hacia Dios. En este camino, el devoto evita
la virtud y el bien convencionales, se sustituye la abstinencia
sexual por la indulgencia sexual, normalmente de forma muy
ritualizada, y se puede llegar a abandonar una vivienda confortable
para vivir en una tumba. Algunos devotos tántricos llegan hasta el
extremo de dormir con cadáveres y comer los alimentos más repulsivos
y corruptos. En otros casos, el camino de la izquierda no es tan
extremo, pero siempre es diferente de la observancia religiosa
ortodoxa.
El camino de
la izquierda podría parecer el lado oscuro de la espiritualidad,
totalmente engañoso debido a su barbarie y locura; ciertamente,
algunos misioneros cristianos que estuvieron en la India no tuvieron
problemas en captar esta interpretación, pero se estremecieron al
ver a Kali con su collar de calaveras y con la sangre manando de sus
colmillos. ¿Qué clase de madre era? Pero el camino de la izquierda
cuenta con miles de años de antigüedad y tiene sus orígenes en
textos sagrados que contienen tanta sabiduría como cualquier otro en
el mundo. Afirman que Dios no puede ser confinado en modo alguno. Su
gracia infinita abarca la muerte y la decadencia, y se encuentra en
el cadáver y en el recién nacido. Para algunas personas, muy pocas,
no es suficiente ver esta verdad, sino que desean percibirla, y Dios
no se lo niega. En Occidente, no debe ponerse en duda nuestra
repulsa por el camino de la izquierda, porque las culturas siguen
cada una su camino. Me pregunto, sin embargo, qué es lo que pasó por
la mente de Sócrates cuando bebió la copa de cicuta; es posible que,
como deseaba morir para no escapar a la sentencia del tribunal, el
veneno fuera agradable para él. Y el padre Maximilian pudo haber
experimentado un éxtasis cuando la aguja fatal le penetró en el
brazo.