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EL DIOS TODOPODEROSO
(Respuesta
reactiva) En la fase uno hablamos de supervivencia y en la fase dos
hablaremos de poder. No hay duda de que Dios tiene todo el poder,
que guarda celosamente. Al principio de la era científica, cuando se
habían descubierto los secretos de la electricidad y se había hecho
la tabla de los elementos, muchos se preocupaban por si era un
sacrilegio mirar tan de cerca cómo trabajaba Dios. El poder no sólo
era suyo, sino que lo era legítimamente y nuestro lugar estaba en la
obediencia, un punto de vista que tiene sentido si consideramos el
cielo como la meta de la vida. ¿Quién podría condenarse sólo por el
hecho de saber cómo funciona el alumbrado eléctrico?
Sin embargo,
Freud señala que el poder es irresistible, que es uno de los bienes
primarios de la vida, junto con el dinero y el amor de las mujeres
(el punto de vista de Freud era indiscutiblemente masculino). Si el
dilema de Hamlet está arraigado en la fase uno, el héroe de la fase
dos es Macbeth, que cree conveniente asesinar al rey, su padre
simbólico, pero debe luchar con los demonios de la ambición. En el
primer acto de Macbeth, cuando encuentra a las tres brujas en un
brezo, éstas predicen que le llegará cada vez más poder, hasta
convertirse en rey. Pero esto es más que una predicción, ya que el
poder es la maldición de Macbeth. Inflama su culpabilidad, le fuerza
a abandonar el amor, le hace vivir en las sombras de la noche,
insomne y con miedo a sufrir una conspiración y, al final, le hace
volverse loco. El tipo de Dios implicado en el camino hacia al poder
es peligroso, pero es más civilizado que el Dios de la fase uno. Al
describir a este nuevo Dios, diríamos que es: Soberano Omnipotente
Justo Quien responde a las plegarias Imparcial Racional Organizado
según unas normas Comparado con el Dios de la fase uno, esta versión
es mucho más Social. El Todopoderoso es adorado por aquellos que han
formado una sociedad estable, una sociedad que necesita leyes y un
gobierno. No es tan testarudo como su predecesor; todavía reparte
castigo pero Se puede entender por qué. Es como el malhechor que
desobedece la «y, cosa que sabe de antemano que no debe hacer. La
justicia no es ten severa; los reyes y los jueces que toman su poder
de Dios lo hacen con el sentido de ser justos, y administran el
poder, o al menos es lo que se dicen a sí mismos. Como sucedió con
Macbeth, los que ejercen el poder quedan atrapados en ambiciones que
son irresistibles.
El drama del
poder está basado en la respuesta reactiva, que es una necesidad
biológica de satisfacer las demandas del ego. Esta respuesta no ha
sido bien estudiada, aunque podemos suponer que está asociada con el
cerebro medio, que se halla a medio camino de las más antiguas
estructuras animales del viejo cerebro y la racionalidad del córtex
cerebral. Esta región es de sombras y durante décadas nadie creyó
realmente que el ego, en el sentido de nuestra sensación de
identidad y personalidad, era innato. Luego, los estudios en el
desarrollo del niño hechos por Jerome Kagan y otros investigadores
empezaron a demostrar que los niños no aprenden simplemente a tener
su identidad personal. Casi desde el mismo nacimiento algunos recién
nacidos son extrovertidos y exigentes en sus necesidades, atrevidos
y curiosos para con el mundo exterior, mientras que otros son
introvertidos, callados, no son exigentes y se muestran tímidos a la
hora de explorar su entorno.
Estos rasgos
persisten y se expanden durante toda la infancia y, de hecho,
perduran durante toda la vida, lo que implica que la respuesta del
ego está integrada en nosotros.
El lema de
la respuesta reactiva es «más para mí», y cuando se aplica de forma
extrema lleva a la corrupción, ya que eventualmente este insaciable
apetito nos hace invadir los deseos de los demás.
Pero en
términos biológicos, el ansia de poseer más es esencial. Un niño
recién nacido muestra una falta total de disciplina y control. Los
psiquiatras infantiles creen que, al principio, todos los límites
son fluidos. El niño forma parte de un mundo como un útero en el que
las paredes, la cuna, la manta e 44 incluso los brazos de la madre
son todavía parte de una entidad no diferenciada y amorfa. Tomar
este borrón de sensaciones y descubrir dónde empieza el yo es la
primera tarea del crecimiento.
Al
principio, el nacimiento del ego es primitivo. Cuando un niño toca
una estufa caliente y se aparta muy alterado, recuerda el dolor no
sólo como una falta de confort sino como una cosa que «yo» no
quiero. Este sentido del ego es tan primario que olvidamos que es
como no tenerlo. ¿Hubo un tiempo en el que veía cómo mi madre me
sonreía y yo tenía la sensación de que sus emociones eran mías?
Aparentemente no, y sin ser capaz de pensar o reflexionar, la
semilla del ego vino a este mundo con nosotros. Yo sentía la
necesidad, el deseo, el dolor y el placer como «míos», y me quedé de
aquella manera creciendo sólo en intensidad.
Tampoco
encontramos dioses altruistas en la mitología mundial. El primer
mandamiento dado a Moisés es «No antepondrás ningún otro Dios a mí».
En el Antiguo Testamento, Jehová sobrevive a todos sus competidores,
y no tenemos testimonios de demasiada competencia. Sin embargo, en
otros sistemas, como el griego o el hindú, la lucha por el poder era
constante y tenemos la sensación de que Zeus y Shiva tuvieron que
tener los ojos muy abiertos para poder quedarse en lo más alto del
panteón. El Dios judaico es un vencedor sorprendente, pues emerge de
una nación pequeña y conquistada, que tenía diez de sus doce tribus
borradas de la faz de la tierra por poderosos enemigos. A pesar de
todo, los hebreos subyugados fueron capaces de mirar más allá de su
situación y proyectaban un Dios estable e inconmovible que no
pudiera ser afectado por ningún poder de la tierra, es decir, el
primer Dios Todopoderoso que sobreviviría a todos sus contendientes.
Jehová
triunfó porque ejemplificó un mundo que evolucionaba rápidamente, el
mundo de la competencia y de la ambición. El poder en bruto es
violento, mientras que el poder conseguido a través de la ambición
es sutil. A nivel de la supervivencia, conseguimos el alimento que
necesitamos robándolo a los demás. Asimismo el sexo está relacionado
con la rapiña o el robo de mujeres de otra tribu. Sin embargo, el
Dios de la fase dos no tolera el pillaje; él se encuentra en un
mundo jerárquico en el cual podemos apelar al rey o al juez para que
decida de quién son las cosechas y cuál es la esposa legítima. La
lucha por implantar leyes para dirimir las diferencias podría
dividir la fase uno de la dos, aunque siempre existe la amenaza de
la reversión. El poder nos hace adictos a coger lo que queramos y
nos expone a la tentación de pisotear las necesidades de otras
personas de acuerdo con la norma de que el poder da derechos. Para
evitar esto tenemos a Un nuevo Dios, un juez omnipotente, que
amenaza incluso al rey más poderoso con un castigo justo si va
demasiado lejos.
¿Quién soy?
Ego,
personalidad.
Todos los
padres están informados sobre la fase de la vida de un niño asociada
al «terrible dos», cuando empieza a tener fuerza. El niño de dos
años que se enrabieta, se pone mimoso, halaga para conseguir lo que
quiere y manipula cualquier situación para verificar los límites de
su ego. Lo primero que aprendemos de niños son las habilidades
básicas de coordinación corporal, pero después el siguiente paso es
descubrir hasta qué punto el yo, el mi y el mío nos afectan. Los
buenos padres, de tan exasperados como están, no sofocan esta
repentina fascinación por el poder, y sin saber dónde están los
límites, el ego o bien puede quedar anulado como consecuencia de la
sumisión o perdido en fantasías grandiosas.
Desde los
primeros días, el ego descubre que hacer que las cosas vayan por sí
mismas no es automático. Los padres dicen que no; además, tienen sus
propias vidas, lo que significa que el niño no puede mantener en
todo momento su atención. Estos descubrimientos son sorprendentes,
pero una vez se adapta a ellos, el niño pequeño se prepara para las
sorpresas que están por venir —por ejemplo, la aparición de otros
niños que querrán robar el amor y la atención que habían sido suyos
por derecho—. Este concurso de egos crea un drama de fase dos.
Si sabemos
que somos competitivos y ambiciosos, se sobreentiende que en alguna
medida hemos dado nuestra lealtad al Dios de esta fase. La sociedad
premia la posesión de estas características hasta el punto de que
pasa por alto sus orígenes. Imaginemos que estamos compitiendo con
nuestro hermano mayor por conseguir la misma posición en un equipo
de la Liga júnior de baloncesto. Cuando llega el momento en que el
entrenador debe tomar la decisión, nuestros sentimientos son los de
un devoto delante del Dios Todopoderoso: 45 *??Tendremos que
respetar la decisión del entrenador. El Todopoderoso es soberano.
*??Incluso
si queremos resistirnos, los adultos tienen todo el poder. El
Todopoderoso es omnipotente.
*??Tenemos
que creer que si jugamos lo mejor que sabemos la decisión del
entrenador nos será favorable. El Todopoderoso es justo.
*??Debemos
tener esperanza en que el entrenador sepa cuánto deseamos jugar en
el equipo. El Todopoderoso escucha las plegarias.
*??Se supone
que el entrenador sabe perfectamente lo que está haciendo y es capaz
de juzgar quién es el mejor. El Todopoderoso es imparcial y
racional.
*??Tenemos
que estudiar las reglas del baloncesto y respetarlas. No es cuestión
de pegarnos con nuestro hermano por ganar una plaza en el equipo. El
Todopoderoso establece las normas y las leyes.
Esta
sicología no es una mera proyección; el mismo tipo de pensamiento se
adapta a la manera de hacer de la sociedad. Por ello el ego forma un
puente que va desde la familia, donde se satisfacen nuestras
necesidades y caprichos, hasta la escuela, donde las normas
predominan sobre nuestros caprichos y se tiene en cuenta a otros
muchos niños.
El ego está
siempre tentado a volver al paraíso de la infancia en el cual la
comida y el amor llegaban automáticamente y sin competición. Esta
fantasía aflora en adultos que creen que merecen todo lo que han
ganado, sin que importen los medios. Cuando le preguntaron a John D.
Rockefeller de dónde provenía su inmensa fortuna, dio aquella famosa
respuesta de «Dios me la dio». En la fase dos es esencial sentir
esta conexión porque, de otro modo estaríamos compitiendo con el
Todopoderoso. En el Génesis, después que Dios ha creado al primer
hombre y a la primera mujer en el sexto día, dice: Sed fecundos y
multiplicaos, poblad la tierra y sometedla, gobernad sobre los peces
del mar, sobre las aves del cielo y sobre toda cosa viva que se
mueva sobre la tierra.
Cuando se
entregó el poder, había varias notables características. la primera
es que fue entregado tanto al hombre como a la mujer. Esta pareja
original precede a Adán y a Eva, y sigue siendo un misterio por qué
aquellos que escribieron el libro de Moisés convocaron la creación
de seres humanos por segunda vez, en una versión más sexista. La
segunda es que no hay insinuación de agresión o violencia. Dios da a
los humanos plantas para comer sin ninguna indicación de que deban
matar para comer. Finalmente, Dios miró su obra «y vio que era
buena», lo que significa que no entendía que habría competencia
entre él y la humanidad a la que iba a gobernar. En generaciones
fatulas, el mantenimiento de la paz dependería a menudo de envolver
a un monarca con el aura del gobierno dada por Dios. (Macbeth debe
sus peores problemas no al hecho de haber cometido asesinato, sino a
que se hizo con la corona de forma ilegal, contra el divino derecho
de los reyes.) Para mí, la fantasía de tenerlo todo no es siempre
cierta, porque no es el momento de que el dócil herede la tierra.
La fase dos
está dominada por un Dios que justifica la fuerza y la competencia,
sin pensar ni por un momento que es posible perder.
¿Cómo encajo
en esto?
Gano.
El tema de
la fase dos puede resumirse como «Ganar es propio de la divinidad».
El Todopoderoso aprueba la realización. La ética de trabajo
protestante selló esta aprobación en forma de un dogma, muy simple y
sin complicaciones teológicas: aquellos que trabajan más tienen una
recompensa mayor. Pero cabe preguntarse si esta creencia procede de
la percepción espiritual, o bien se debe a que en nuestro mundo
deben trabajar para ganarse la aprobación de Dios. Cualquier
respuesta que demos tiene que ser circular, ya que la situación
humana está siempre proyectada a Dios, sólo para volver como verdad
espiritual.
En la fase
uno, la caída ocasiona la maldición de tener que trabajar hasta que
volvamos al polvo del que procedemos. En la fase dos parece
contradictorio que el trabajo sea glorificado, aunque es exactamente
del modo en que funciona el crecimiento interior. Se plantea un
determinado problema que no puede ser resuelto en una fase anterior
y que luego se soluciona encontrando una nueva forma de enfocarlo.
En otras palabras, cada fase implica un cambio de perspectiva o
incluso una nueva cosmovisión.
En la Biblia
hay una clara evidencia que apoya la noción de que Dios aprueba el
trabajo, la competencia y el éxito. Ninguno de los reyes de Israel
fue castigado por ir a la guerra; Josué no hubiera podido hacer caer
las murallas de Jericó haciendo sonar cuernos de cabra si Dios no le
hubiera ayudado; un guerrero de Dios está al lado de David cuando
lucha contra los filisteos en un combate absolutamente desigual. De
hecho, la mayoría de victorias del Antiguo Testamento se consiguió
gracias a milagros o a la bendición de Dios.
Por otra
parte, Jesús se opone inflexiblemente a la guerra y, en general, al
trabajo; no tiene consideración alguna por el dinero, e incluso
promete, o por lo menos así lo entendieron los discípulos, que sólo
tendremos que esperar la liberación, y ello significaba, entre otras
cosas, la liberación del trabajo. En el sermón de la montaña dice
que Dios es quien debe administrar todo lo que necesitamos para
vivir. Una sola mirada demuestra este aspecto más allá de toda duda:
En lugar de atesorar riquezas en este mundo, donde la herrumbre y la
polilla las destruyen y los ladrones pueden robarlas, atesoradlas en
el cielo...
Ningún
siervo puede servir a dos amos... No podéis servir a Dios y al
dinero.
Mirad las
flores del campo. No trabajan ni tejen vestidos, pero yo os digo que
ni Salomón en toda su gloria iba vestido como ellas.
Estos
discursos resultaban muy perturbadores en la época. En primer lugar
quitaban poder a los ricos. A un hombre rico que estaba preocupado
por la salud de su alma, Jesús le dijo explícitamente que si no daba
su dinero tenía tantas posibilidades de entrar en el cielo como un
camello de pasar por el ojo de una aguja; absolutamente ninguna.
Incluso si
ignoramos la letra de cuanto aquí se dice —la sociedad ha encontrado
incontables formas de servir a Dios y al dinero al mismo tiempo—,
vemos que Jesús sostiene un punto de vista completamente distinto de
todos cuantos le rodeaban. No equipara el poder con los logros
materiales, el trabajo, la planificación, el ahorro o la
acumulación. Si al ego le quitamos todas esas cosas se colapsa,
porque todo ello es necesario para ser más próspero y ganar un
salario y también para poder diferenciar. Éstos eran los objetivos
que Jesús no quena evitar; por tanto, su rechazo del poder es
perfectamente lógico, porque quería que los lobos humanos yacieran
con las ovejas.
Sin embargo,
esto plantea un gran conflicto para todos aquellos que seguimos las
exigencias de nuestro ego, que queremos tener la sensación de que
podemos ser buenos y al mismo tiempo ganar.
En la fase
dos es inevitable algún tipo de ética del trabajo, aunque siempre
estaremos obsesionados por el miedo de que Dios realmente no apruebe
aquello que la sociedad recompensa tan generosamente.
¿Cómo
encontraré a Dios?
Temor y
obediencia.
La fase dos
está mucho menos paralizada por el temor a Dios que la fase uno,
pero la emoción más cercana al respeto, el miedo, está presente. El
Dios más primitivo podía fulminarnos con la descarga de un rayo y
dejar que los supervivientes quedasen pensando qué es lo que habían
hecho para ofenderle. Pero este nuevo Dios castiga por los
mandamientos y, en términos generales, sus mandamientos tienen
sentido. Todas las sociedades prohíben el asesinato, el robo, la
mentira, y desear los bienes que pertenecen a otras personas, aunque
el Todopoderoso no tiene que justificarse ya que, como decían los
padres medievales de la Iglesia, Dios no tiene que justificar sus
medios al hombre. Es posible que cambie su actitud, pero mientras
que la deidad inspire respeto, el camino a 47 ella es a través de la
obediencia ciega.
Cada fase de
Dios contiene cuestiones ocultas y dudas. En este caso la cuestión
oculta es si Dios puede realmente hacer bien en sus amenazas. El
Todopoderoso tiene que asegurarse de que nadie está tentado por
descubrir qué significa que él tenga que exhibir su fuerza. El justo
debe recibir una recompensa tangible y el pecador debe sentir su
ira. El salmo 101 afirma que se ha hecho un pacto entre Dios y el
creyente: La gracia y la justicia cantar quiero; a ti, Señor,
cantaré un himno.
Marcharé por
camino irreprochable: ¿cuándo vendrás a mí?
Caminaré con
corazón sencillo en medio de mi casa.
jamás pondré
delante de mis ojos cosa injusta.
Al
prevaricador yo lo aborrezco, nunca tendría que ver conmigo.
Aparte de
este juramento de lealtad, el salmo da una relación de todo aquello
que no será tolerado: pensamientos tortuosos, murmuraciones, el
orgullo y la pompa y, en general, la iniquidad.
Recuerdo
que, cuando tenía tres años, recibí una lección del poder de Dios.
Mis padres habían contratado a una niñera, un aya, para que me
cuidara, porque mi madre estaba muy ocupada con mi hermano pequeño.
Mi aya era de Goa, una parte de la India profundamente cristiana,
con una fuerte influencia europea, y su nombre era Mary da Silva.
Cada día Mary me llevaba al parque en mi cochecito y al cabo de
aproximadamente una hora me sacaba de él y me dejaba en el suelo.
Entonces
trazaba un círculo alrededor de mí con una tiza y me decía con voz
solemne que si me aventuraba más allá del círculo, la diosa Kali me
comería el corazón y luego escupiría la sangre.
Naturalmente, con estas perspectivas nunca me atreví a acercarme
siquiera a los límites del círculo.
Todos
nosotros somos como vacas que no atraviesan una carretera que tenga
tendida una valla para ganado por miedo a dejar las pezuñas en ella.
Los rancheros engañan a los animales con un truco muy sencillo
pintando la silueta de una valla para ganado en el suelo. Con sólo
verla, las vacas no pasan. Las leyes de Dios podrían ser como un
fantasma; por miedo a lastimarnos, nos apartamos de la
desobediencia, aunque nunca hayamos experimentado el castigo divino
en la vida real.
Tomamos las
desgracias ordinarias —enfermedades, reveses de fortuna y pérdida de
seres queridos— como provenientes de Dios.
¿Cuál es la
naturaleza del bien y del mal?
El bien es
tener aquello que deseas.
El mal es
cualquier obstáculo que impide tener aquello que deseas.
La
obediencia no es un fin en sí misma. El creyente espera una
recompensa por obedecer las leyes de Dios. En la fase dos, esto toma
la forma de tener aquello que deseas. Dios nos permite cumplir
nuestros deseos y nos hace sentir justos en el trato. En su papel de
Todopoderoso, la deidad empieza a responder a las plegarias. En este
sistema de valores, los ricos pueden revestirse de virtud, mientras
que los pobres son moralmente sospechosos y parecen avergonzados.
(Para que nadie suponga que esto es una tradición bíblica o tiene
que ver con la ética de trabajo protestante, diremos que en la China
mercantil el éxito como medida de bondad ha sido corriente durante
siglos.
Solamente
las sectas budistas que más se niegan a sí mismas han escapado a la
ecuación del bienestar material y el favor de Dios.) Medir el bien y
el mal de acuerdo con recompensas parece simple pero tiene su
trampa. Como todo niño descubre con gran consternación cuando
empieza en preescolar, los otros quieren lo mismo que nosotros y
algunas veces no hay suficiente para todos. Las reglas sociales
prohíben robar, pegar y escapar y, por tanto, el ego tiene que
imaginar cómo agrandar el yo y al mismo tiempo seguir siendo bueno.
La pura honestidad y la cooperación emergen raramente como solución.
Como
resultado de esto nace la manipulación, cuyo objetivo es obtener lo
que deseas pero sin quedar mal en el proceso. Si yo deseo tu juguete
y me deshago en halagos para que me lo des, 48 entonces nadie, ni mi
conciencia, podrá acusarme de robar. Este cálculo es muy importante
cuando nos sentimos culpables, y más si tememos que Dios nos esté
vigilando y apuntándolo todo. Por extraño que pueda parecer los
manipuladores están motivados por la conciencia. Su capacidad de
decir la verdad partiendo de una base no completamente incorrecta
marca la diferencia entre lo que separa a un manipulador de un
criminal o de un matón.
¿Son éstos
simplemente el tipo de atajos que todos estamos tentados a utilizar
para hacer lo que queramos? Leyendo el Antiguo Testamento advertimos
que el mismo Dios es un manipulador.
Después de
destruir el mundo con una inundación hace un pacto con Noé que le
impide volver a utilizar la fuerza totalitaria. Posteriormente es
más sutil, elogia a los que se atienen a la ley, deja de mostrarse
iracundo y envía una inacabable lista de profetas para atacar el
pecado con sus predicaciones a fin de hacer estremecer a los
culpables. Nosotros utilizamos las mismas tácticas en la sociedad,
nos convencemos de que lo mejor es lo que la mayoría cree que es
bueno, mientras disfrazamos los males que se hacen al bando de los
equivocados (pacifistas, radicales, comunistas, etc.) que se niegan
a entrar en razón.
¿Cuál es mi
reto en la vida?
Máxima
realización.
La fase dos
no es sólo cuestión de poder puro, sino que aporta un sentido de
optimismo a la vida.
El mundo
existe para ser explorado y conquistado. Si observamos cómo el yo,
el mi y el mío toman posesión en un niño de dos años, el sentido de
goce es inevitable. El ego nos da fuerza, aunque sus lecciones son a
menudo dolorosas.
La doctrina
budista de la muerte del ego como vía de iluminación es algo que la
mayoría de las personas no puede aceptar. La muerte del ego está
basada en un buen argumento, que funciona del modo siguiente: cuanto
más centramos nuestras vidas en el yo, el mi y el mío, más inseguros
nos volveremos. El ego desea adquirir cada vez más y tiene un
apetito insaciable por el placer, el poder, el sexo y el dinero.
Pero tener cada vez más no hace feliz a nadie, sino que conduce al
aislamiento, porque estamos obteniendo nuestra parte a costa de otra
persona. Nos hace temer el perder algo o, lo que es peor, nos
identifica con el aspecto exterior y todo ello sólo puede tener como
desenlace dejarnos vacíos por dentro. A nivel más profundo, el
placer nunca puede ser el camino hacia Dios porque quedamos
atrapados en el ciclo de la dualidad (buscar placer y evitar el
dolor), mientras que Dios está por encima de todo lo opuesto.
Por muy
convincentes que puedan sonar los argumentos de la muerte del ego,
pocas personas sacrificarían de buen grado las necesidades del yo,
el mi y el mío. En la fase dos esto es especialmente cierto porque
Dios da su bendición a aquellos que consiguen algo.
Una vez fui
consultado por un ejecutivo retirado que estaba seguro de que tenía
un problema hormonal. Yo le pregunté por los síntomas.
—¿Por dónde
quiere que empiece? —se quejó—. He perdido toda mi energía. La mitad
de los días no quiero levantarme de la cama por la mañana.
Permanezco sentado en un sillón durante horas. Me siento muy triste
y me pregunto si la vida tiene sentido.
Aparentemente se trataba de un caso de depresión, causada
probablemente por la reciente jubilación. Médicamente está muy bien
documentado que un retiro repentino puede ser peligroso.
Hombres sin
historial alguno de ataques de corazón o de cáncer pueden morir
inesperadamente de estas enfermedades; un estudio descubrió que la
esperanza media de vida de los ejecutivos retirados era de promedio
de sólo treinta y tres meses.
Le hice las
pruebas necesarias, pero tal como había sospechado no tenía ningún
desarreglo en el sistema endocrino. La siguiente vez que le visité,
le dije: —¿Quema hacer una cosa muy sencilla? Cierre los ojos y
siéntese en silencio durante diez minutos. No mire el reloj, yo le
esperaré.
Aunque un
poco receloso, hizo lo que le pedí. Transcurrieron los diez minutos,
aunque los últimos cinco fueron difíciles a juzgar por sus
movimientos nerviosos. Al abrir los ojos, exclamó: —¿Por qué me ha
hecho esto? ¡Qué inútil puede ser todo!
—Parecía
cada vez más nervioso —le hice notar.
—Estaba a
punto de saltar de la silla —dijo.
—O sea que
su problema no es la falta de energía. —Mi observación le cogió
desprevenido y se quedó perplejo—. No creo que padezca ninguna
alteración hormonal, ni de metabolismo. Tampoco creo que sufra una
depresión —dije—. Usted se ha pasado años organizando su vida:
llevando un negocio, dirigiendo un gran equipo de trabajo y todas
estas cosas.
—Es verdad,
y lo echo de menos más de lo que se puede imaginar —murmuró.
—Entiendo. Y
ahora que ya no tiene proyección exterior, no sabe qué hacer. Usted
casi no ha prestado atención a su vida interior. El problema no es
de falta de energía sino de caos. Su mente estaba entrenada para
disponerlo todo alrededor de usted sin prestar atención a la
organización de su vida interior.
Aquel hombre
había dedicado su vida a los valores de la fase dos y el reto con el
que ahora se enfrentaba era el de expandirse, no hacia afuera, sino
hacia adentro. En la fase dos el ego está tan volcado en los logros
que ignora la amenaza del vacío. El poder per se no tiene
significado y el reto de obtener más y más poder, juntamente con sus
símbolos que son el dinero y el estatus, deja un gran vacío de
significado. Por ello en esta fase Dios nos pide la lealtad
absoluta, para evitar que los leales miren muy a fondo dentro de sí.
Debe quedar claro que esto no es una petición hecha por el
Todopoderoso, sino que es otra proyección. El ejecutivo retirado de
mi anécdota tenía que decidir si empezaba a cultivar su vida
interior o ponía en marcha algún negocio que le diera una nueva
proyección externa. Lo más fácil para él era la segunda opción; lo
más difícil era arreglar el desorden de su vida interior. Ésta es la
elección que nos lleva a todos de la fase dos a la fase tres.
¿Cuál es mi
mayor fuerza?
Los logros.
¿Cuál es mi
mayor obstáculo?