EL VIAJE DEL ALMA HACIA EL MISTERIO DE LOS MISTERIOS
Despertar Espiritual
DEEPAK CHOPRA
DESPERTAR ESPIRITUAL
Si me
preguntaran qué es lo que separa a una persona espiritual de una
persona escéptica, yo no diría que la respuesta sea el hecho de
creer en Dios, sino que es la claridad. Millones de creyentes se
esfuerzan por ser «salvados», ya sean cristianos, musulmanes o
profesen cualquier otra fe, y buscan activamente una percepción
clara de Dios que les afecte personalmente. ¿Cuándo es posible algo
así? ¿Tenemos que esperar a llegar a la fase seis, la fase de los
santos, o a una fase concreta?
Dejando
aparte coloraciones religiosas, ser salvado es lo mismo que
despertar a la conciencia, que es un salto en la percepción que hace
que Dios sea real en lugar de ser puesto en duda. Veamos un ejemplo
sorprendente.
Un joven de
algo más de veinte años llamado Bede Griffiths estaba pasando por un
período de profundas dudas y depresiones. Como era religioso, buscó
refugio en una iglesia, en la que oró sin éxito. Un día, durante el
servicio, escuchó la frase «Abre mis ojos para que pueda ver las
cosas maravillosas de tu ley» del salmo 113. Profundamente
conmovido, el joven sintió cómo su melancolía desaparecía y tuvo la
sobrecogedora sensación de que sus plegarias habían sido escuchadas
por la intervención divina. Salió a las calles de Londres y más
tarde describió esta experiencia con las siguientes palabras: Cuando
salí al exterior, me di cuenta de que el mundo que me rodeaba ya no
me oprimía como lo había hecho. Parecía como si la dura cubierta de
la realidad exterior se hubiera roto y todas las cosas me revelaran
su ser interior; los autobuses de las calles parecían haber perdido
su solidez y brillar con luz propia; yo apenas sentía el suelo al
andar... era como un pájaro que ha roto la cáscara del huevo y se
encuentra en un nuevo mundo; como un niño que ha luchado por abrirse
camino desde el útero materno y ve la luz del día por primera vez.l
La constante de todos estos despertares es la insistencia en que las
cosas exteriores han cambiado de forma espectacular, mientras que
para los demás observadores no ha sucedido nada, y esto no significa
que el hecho de ir a la luz, ver la faz de Dios, o como quiera que
queramos llamar a esta experiencia, sea falso. El observador no está
separado de la realidad exterior y los fotones que atraviesan su
cerebro son exactamente los mismos que se organizan para ser objetos
«reales», por lo que la visión interior y la exterior no están
separadas. La rama mística del islam conocida como sufismo declara
que la luz interior y la exterior son una sola cosa. Esto es algo
que a muchas personas les cuesta aceptar, porque la dualidad del
interior contrapuesta al exterior, de lo real contrapuesto a lo
irreal, lo objetivo contrapuesto a lo subjetivo, nos ha sido
enseñada machaconamente desde nuestro nacimiento. Para dejar atrás
esta dualidad tenemos que volver a nuestros tres niveles de
existencia: Cuando la luz es visible y está organizada para formar
objetos concretos, la realidad es material.
Cuando la
luz contiene sentimientos, pensamientos e inteligencia, la realidad
es cuántica.
Cuando la
luz es completamente invisible, sin cualidades que puedan medirse,
la realidad es virtual.
En lugar del
antiguo dualismo que insiste en mantener separadas nuestras vidas
interna y externa, podemos restaurar la luz en su plenitud. Podemos
pensar que un fotón es el arquetipo de toda la energía que está
floreciendo desde la nada y desde ningún lugar hasta ser algo en
algún lugar, pues el puente del despertar místico es luz que se
mueve desde la existencia virtual a la material.
En este
esquema, se invierte una creencia tradicional. El campo virtual, a
diferencia del cielo es, después de la muerte, más nuestro origen
que nuestro destino. Cuando los físicos declaran que el cosmos tuvo
alguna vez diez o más dimensiones, de las cuales todas menos cuatro
se replegaron hacia el lugar de donde venían, podemos decir que
fueron al estado virtual.
Es tan
difícil de conceptualizar que una simple analogía podría ayudarnos:
supongamos que estamos pensando en palabras y luego canturreamos
interiormente una canción. Este cambio a la música nos trae unas
leyes de la naturaleza completamente distintas de las que rigen las
palabras y, sin embargo, podemos movernos de una dimensión a la otra
con mucha facilidad, porque la dimensión de la música estará siempre
presente aunque no estemos en contacto con ella. Del mismo modo,
fuera del cosmos existen otras dimensiones, pero no tenemos acceso a
sus leyes, y si intentáramos tenerlo, deberíamos abandonar las
nuestras. Por ello nuestro cuerpo y nuestra mente no pueden
sobrevivir al paso por un agujero negro o viajar a una velocidad
superior a la de la luz.
Para que
aparezca un paquete de energía que pueda ser visto por los ojos como
fotones, éste no salta de repente a la existencia material. Entre la
nada y la luz visible, entre la oscuridad y las cosas que podemos
ver y tocar, hay una capa cuántica. Este nivel es accesible a
nuestros cerebros, que son máquinas cuánticas que crean por el
procedimiento de manipular la energía según normas muy complicadas.
A este nivel, más que ser simplemente conciencia en estado puro, la
luz surge como la conciencia de algo. Éste es el lugar en que
Einstein buscó la mente de Dios, porque lo que él quería 115 hallar
era una percepción religiosa sin la subjetividad no científica que
hubiera merecido la condena de sus teorías por parte de sus pares.
(Es fascinante seguir el viaje místico de grandes físicos como
Einstein, Schrödinger y Pauli, porque cuando ellos llegaron
atemorizados ante el misterio de la creación, tuvieron que cubrir
sus pistas, por decirlo de alguna manera, para evitar acusaciones de
que eran místicos y no científicos. En el caso de Einstein y Pauli,
la lacra de ser demasiado receptivos a los conceptos religiosos
arrojó finalmente una sombra sobre sus últimos trabajos.) Para un
físico experimental, un fotón es un cuanto de luz. Esto podría ser
sólo de interés técnico si no fuera por el hecho de que la física
cuántica tiene la llave de secretos aún más grandes. No sabemos nada
directamente de la energía en su estado virtual, y es esencialmente
inaccesible para cualquier instrumento de medida, pero una forma de
entender el campo virtual es considerarlo como el espacio existente
entre partículas subatómicas, lo que llamamos el campo virtual. Una
partícula subatómica no es algo que está colgado en el espacio como
una pelota de béisbol, sino una alteración en un campo. Esta
alteración tiene lugar como acontecimiento cuántico y algunas veces
se representa como una onda. Hay un paralelismo espiritual con esto
en los Vedas, donde los sabios declaran que el estado inalterado de
la materia es el éxtasis, y el alterado, el mundo.
En todo el
universo, el fotón es la unidad más básica de energía
electromagnética y cada una de las cosas que podemos percibir es en
realidad una nube arremolinada de energía. En el momento del Big
Bang, el universo explotó con una energía que ahora lo forma todo en
la existencia, y enterrada en alguna parte de debajo de la piel de
cada ;objeto aún arde la luz primordial. Pero al ser la esencia de
la transformación, esta luz primordial no tiene la misma apariencia
y se forma miles de millones de años después. Un risco de granito es
una luz sólida, dura, como el pedernal, un impulso amoroso es una
luz dulce y emotiva, y el brillo de una neurona es un destello
instantáneo de luz invisible; pero por muy distintas que estas cosas
puedan parecer, si las separamos en su mosaico de componentes más
básicos, todas derivan de la misma materia primigenia.
Sin el nivel
cuántico de realidad no podría haber cosmos y es aquí cuando
aparecen por primera vez el orden y la simetría, que son las claves
de la vida. Sin embargo, pocos físicos eminentes, aparte de Einstein,
se han aventurado a explorar la posibilidad de que el nivel cuántico
es una transición hacia Dios y, por tanto, es necesario considerar a
otros pensadores. Durante el siglo pasado, había en la India un
santo venerado, Sri Ramakrishna, que tenía el cargo de predicador en
un templo grande y rico fuera de Calcuta. Su tarea consistía en
colocar ofrendas cada día ante la imagen de la diosa Kali, que es
una de las apariencias de la divina madre, la Diosa.
Después de
hacer esto día tras día, Ramakrishna se volvió un gran devoto de la
divina madre, hasta que un día, se produjo un cambio: «Tuve de
repente la revelación —dijo— de que no sólo la imagen estaba hecha
de espíritu puro sino todo lo que se hallaba en la sala: la copa,
los utensilios, el suelo y el techo, eran todo manifestaciones de la
misma cosa. Cuando me di cuenta de esto, empecé a actuar como un
loco y a arrojar flores por todas partes y a adorar cada uno de los
objetos: adoración, adoración, adoración, en todas direcciones.» Yo
diría que en este caso los niveles se solaparon. Ramakrishna no
entró en trance ni perdió los sentidos, porque el mundo material
seguía siendo visible, pero algo más sutil le alcanzó, algo que
llega del nivel virtual y no puede registrarse con los cinco
sentidos, porque no hay nada que ver, nada que escuchar, gustar u
oler. Sin embargo, nuestros cerebros están diseñados para asignar un
tiempo y un lugar a cada cosa y, por lo tanto, los niveles
invisibles se funden en los visibles, como si la flor o la estatua o
el agua bendita hubieran recibido la infusión del espíritu ante
nuestros ojos.
Un despertar
puede ser muy desconcertante si el cerebro tiene que dar sentido
repentinamente a unos impulsos que no son de este mundo, ya que
nacen nuevas sensaciones, la más extraordinaria de las cuales es la
de la conciencia pura: se está despierto y vivo, pero sin
pensamientos y sin las limitaciones del cuerpo. Lo más cerca que
estamos de este sentimiento la mayoría de nosotros es en el momento
de despertamos por la mañana o justo antes de quedarnos dormidos. En
este caso hay conciencia, pero no contenido, y no hay un tumulto de
pensamientos en el cerebro; y si estamos lo suficientemente atentos,
percibimos incluso que ha desaparecido el sentimiento de identidad.
No obstante, nos sentimos presentes, aunque no tenemos conciencia de
detalles específicos tales como el nombre, la dirección, la
ocupación, la edad, las preocupaciones diarias o las personas con
las que nos relacionamos. En el instante en que nos despertamos, e
inmediatamente antes de que los detalles de nuestra situación se nos
revelen otra vez, podríamos muy bien ser de nuevo un niño y nuestro
hogar familiar cualquier lugar en el mundo.
Deberíamos
suponer que se trata solamente de un sentimiento pasajero, aunque la
experiencia de la consciencia pura está en el corazón del despertar
religioso. La única parte de la naturaleza que goza de libertad
total es el cielo, como lo llamarían las personas religiosas, no
porque sea un lugar bendito en el que las almas gozan de la compañía
de los ángeles, concepto totalmente ajeno a la ciencia física, sino
porque la similitud está basada en el desplazamiento de las leyes de
la naturaleza.
Nos
imaginamos el cielo como un lugar que está libre de las ataduras de
la vida terrenal, y en el que la gravedad ya no tira del cuerpo
hacia abajo; en el cielo no hay cuidados o apegos y el gozo eterno
es el estado constante del alma. Sin tener que imaginárnoslas, estas
cualidades pueden remontarse a la experiencia del despertar, aunque
la gran diferencia entre esta experiencia y el cielo es que el campo
virtual no está fuera de nosotros y que es un lugar al que no se
«va» en cuerpo o alma. Se podría esperar morir para conseguir el
cielo como recompensa, pero está más en sintonía con la realidad
virtual encontrarlo ahora. ¿De qué manera? Hay una famosa anécdota
en la India que nos habla de un asceta que va a la cumbre de una
montaña para ser iluminado. Ayuna y reza constantemente y abandona
todos los deseos mundanos en favor de la meditación.
Su renuncia
sigue durante muchos años hasta el día en que se da cuenta de que ha
alcanzado su meta. Mire adonde mire, sólo siente el éxtasis de la
conciencia pura, sin ataduras de ningún tipo.
Loco de
contento, corre al pueblo que está al pie de la montaña para
decírselo a todo el mundo, pero por el camino se topa con un grupo
de juerguistas borrachos; intenta silenciosamente pasar como puede,
pero un borracho tras otro le golpea y le increpa ásperamente, hasta
que el asceta no puede soportarlo más y grita: «¡Apartaos de mi
camino!» En ese momento se detiene, da la vuelta y se vuelve a la
montaña. En esta anécdota vemos cuan fácilmente podemos ser
engañados si pensamos que podemos escapar a nuestra propia ira y
fragilidad, pero la cuestión principal es que es una contradicción
llegar a lo absoluto utilizando la personalidad.
Algunas
partes de nosotros están diseñadas para vivir en este mundo hecho de
tiempo, pero hay que decidirse y proponérselo para triunfar en la
tarea de soltar lo bastante nuestras ataduras como para que la
conciencia pura se sienta totalmente cómoda, y de cara a los
conflictos volvemos a caer instintivamente en la ira, del mismo modo
que caemos en la tozudez, el egocentrismo, en la recta certidumbre y
así sucesivamente. Sin embargo, a otro nivel, ni tan sólo poseemos
estas cualidades y mucho menos nos sentimos unidos a ellas, aunque
la búsqueda religiosa, sea en la forma que sea, intenta llegar de
nuevo a ese nivel no alcanzado.
Visto en
este contexto, algunos de los escritos más misteriosos de santos y
sabios se vuelven muy claros. Consideremos este poema chino de Li Po,
escrito en el siglo VIII: ¿Me preguntas por qué me recluyo en esta
pequeña choza en el bosque?
Sólo sonrío sin
decir nada, escuchando el silencio en mi alma.
La paz vive en
otro mundo que nadie conoce.
Lo que podemos
ver ahora en estas palabras es un cambio de perspectiva que siempre está
aquí con nosotros como una posibilidad. Con la pérdida del tiempo llega
una ausencia completa de la identidad ordinaria, y la personalidad que
yo mismo siento se disuelve más allá del mundo material y, con ello,
dejo de tener la necesidad de tener las referencias que fui acumulando
desde mi nacimiento.
El despertar
está en la base del mundo religioso y reúne a profetas, mesías y santos
en una élite privilegiada. Este despertar puede ser descrito por medio
de historias maravillosas como la del joven príncipe Siddharta, antes de
que fuera Buda, que fue transportado desde su palacio en un caballo
blanco volador sostenido por ángeles en cada casco. Estas leyendas
llevan el tremendo efecto del despertar a un nivel de realidad, por lo
que decir que esta realidad ha surgido en la mente suena demasiado
abstracto y prosaico. Tiene que darse un acontecimiento más
espectacular, como el cielo que se abre o mensajeros divinos que
descienden desde lo alto.
La mayoría de
las personas que están fuera de la fe del islam no saben nada del
momento en que el profeta Mahoma fue despertado.2 El hecho tuvo lugar
una noche en una cueva fuera de la ciudad de La Meca cuando Mahoma tenía
cuarenta años y era un mercader sin nada que fuera digno de mención,
porque de hecho no se sabe casi nada de su vida anterior. Sin embargo,
aquella noche se 117 le apareció el arcángel Gabriel rodeado de un
resplandor de luz y le dijo: —¡Recita!
Sorprendido y
perplejo, Mahoma sólo pudo preguntar: —¿Qué es lo que tengo que recitar?
A lo cual el
arcángel le replicó: —Recita en el nombre del Señor el creador —y le
hizo entrega del don de la profecía que permitió a Mahoma conocer la
palabra de Dios.
Este suceso
ocurrió en el año 610 y es venerado en el islam como la Noche de Qadr
(que significa gloria o poder). Pero el texto del Corán en sí no fue
reunido hasta más de treinta años después, una vez que el profeta hubo
muerto. Como Mahoma no sabía leer ni escribir, no nos ha quedado
constancia escrita de sus hechos. Todas las suras, o capítulos, del
Corán, que difieren muchísimo entre sí en longitud —algunos son de tres
líneas y otras de treinta páginas—, fueron reunidas por un comité que
entrevistó a los devotos que aún estaban vivos y que habían oído
predicar a Mahoma; también tuvo en cuenta fragmentos de texto escritos
por esas mismas personas.
Una tradición
concreta insiste en que el arcángel Gabriel llegó en presencia física,
del mismo modo que la tradición insiste en que Jesús se enfrentó a Satán
en el desierto o que Buda salió volando de su palacio. (A Mahoma también
se le concedió un vuelo en un caballo mágico, cuando voló a todos los
niveles del cielo. De hecho, aunque se puede visitar el templo de la
Roca en Jerusalén y ver el lugar en el que empezó el viaje, así como la
huella del casco del caballo que le condujo en su salto celestial, esta
leyenda nació de una sola línea en el Corán que habla de que el profeta
fue de su casa en La Meca hasta un templo lejano.) Estas leyendas son
ahora artículos de fe y cualquiera que osara especular sobre si Mahoma
vio o no vio al ángel o sobre si Satán le ofreció literalmente a Jesús
el reinado sobre todo el mundo estaría corriendo el riesgo de ser
considerado blasfemo.
Sin
embargo, no es necesario creer o no la versión literal de la
Noche de Qadr o de los cuarenta días en el desierto, sino
que lo esencial es que nuestras mentes puedan abrirse a la
repentina entrada de luz.