EL CONTACTO CON DIOS
Pedid y se
os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá la puerta.
MATEO 7:7
Sería imposible conocer a Dios si él no quisiera que se le
conociera. Nada puede evitar que cada fase de la espiritualidad sea
un engaño. El santo que habla de Dios podría sufrir una lesión en el
lóbulo temporal y, por otra parte, un ateo convencido podría estar
cada día negando la entrada a mensajes de Dios.
Nuestro
modelo cuántico nos dice que Dios toma contacto con nosotros de tres
formas:
1. Existe a
un nivel de realidad más allá de los cinco sentidos que es el origen
de nuestro ser.
Como somos
criaturas cuánticas participamos de Dios constantemente sin
reconocerlo.
2. Él nos
envía mensajes o pistas al mundo físico. Es lo que llamamos el flujo
de realidad.
3. Nos llama
la atención por medio de la «segunda atención», que es la parte más
profundamente intuitiva de nuestro cerebro, cosa que ignoran la
mayoría de las personas.
Estas tres
formas de conocer a Dios están basadas en los hechos acumulados en
nuestra búsqueda hasta ahora. Hemos construido el avión y conocemos
la teoría del vuelo; sólo nos falta despegar.
Dios parece
enviarnos mensajes desde fuera del tiempo y del espacio. Algunas de
estas pistas espirituales son débiles, pero otras son muy
espectaculares. Una de las más recientes curaciones en Lourdes fue
la de un irlandés afectado de esclerosis múltiple. El hombre llegó
tarde a la gruta, después de que se cerraran al público las piscinas
de agua milagrosa, por lo que tuvo que esperar fuera de las vallas y
escuchar el servicio de vísperas antes del anochecer.
Muy
desilusionado, le llevaron de vuelta al hotel en la silla de ruedas.
Más tarde, solo en su habitación, sintió un cambio repentino: su
cuerpo se calentó y, en el momento en que se acostaba, una sacudida
de luz sacudió su columna vertebral de una forma tan intensa que le
hizo retorcerse y perdió el conocimiento. Cuando se despertó, podía
andar y habían desaparecido todos los síntomas de la esclerosis
múltiple. Volvió a casa curado. Pienso que no hay duda de que,
habida cuenta de los miles de personas que han tenido estas
experiencias, esto es la «luz de Dios» que se reverencia en todas
las tradiciones sagradas. La luz nos fascina porque Dios entra en
nuestro mundo de pocas otras maneras que sean tan tangibles.
En recientes
encuestas, cerca de la mitad de los americanos dicen que han
experimentado alguna forma de luz que no podrían explicar, ya sea
internamente o también externamente, en forma de aura o halo.
Aproximadamente un tercio de los americanos dice que «ha nacido otra
vez», lo cual podemos interpretar como un despertar espiritual de
algún tipo. Uno de los santos más famosos de la India moderna fue
Sri Aurobindo, un bengalí que fue a Cambridge con el cambio de siglo
antes de entrar en la vida santa de vuelta a la India. El despertar
del propio Aurobindo empezó en el instante en que puso los pies de
nuevo en su patria, cuando una sacudida casi eléctrica le despertó a
la verdad de una conciencia más elevada. Más tarde, él mismo
especulaba sobre el hecho de que todos los seres humanos están en el
camino de la iluminación por la vía de un proceso mental de
evolución.
Jonas Salk
dedicó muchos años a una teoría similar según la cual los seres
humanos estaban a punto de hacer la transición desde la evolución
biológica, que perfecciona nuestra estructura física, a una
evolución «metabiológica», que perfeccionará nuestro espíritu.
Una forma de
«supraconciencia», como la llamaba Aurobindo, desciende gradualmente
sobre nosotros, empezando con los más altos centros de consciencia,
los que hacen que podamos intuir la existencia de Dios, para luego
ir descendiendo hasta que las mismas células se transforman. Según
Aurobindo, Dios puede enviar «flechas de luz» a nuestro mundo, pero
van solamente en una 147 dirección y podemos recibirlas como
impulsos de inspiración, aunque nuestros pensamientos no puedan
remontar su camino.
Para volver
al origen de los mensajes de Dios tendríamos que utilizar la segunda
atención, que es nuestra capacidad de saber una cosa sin ningún tipo
de información física; la intuición y la profecía tienen que ver con
la segunda atención, que es lo que hace posible la percepción divina
del santo y el experimento controlado en el cual las personas saben
que están siendo observadas desde otra habitación. Jesús habla de su
Padre como si poseyera un conocimiento íntimo y esto también deriva
de la segunda atención a su nivel más desarrollado. De forma
significativa, cuando oímos frases de Jesús como «Conoced la verdad
y la verdad os liberará», nuestra mente responde; es como si la
segunda atención en nosotros estuviera dormitando pero quisiera
despertar. Esto es válido para una gran parte de la fascinación que
todos los sabios y profetas despiertan en las personas ordinarias.
De momento
voy a dejar de lado las formas convencionales de encontrar a Dios
tales como la plegaria, la contemplación, la fe, las buenas obras y
la virtud. No pretendo desestimarlas, pero hay algunos factores que
deben tenerse en cuenta. Muchos creyentes utilizan todos estos
medios para conocer a Dios y vuelven con las manos vacías. Cuando
parece que funcionan, son inconsistentes: algunas plegarias obtienen
respuesta mientras que otras son totalmente desatendidas; por otra
parte, la fe puede obrar milagros, pero algunas veces es capaz de
tal cosa. Y lo que es más importante, los caminos convencionales
hacia Dios no han abolido el ateísmo. Por muy poderosa que sea una
experiencia subjetiva, como no puede ser compartida porque la
persona A está fuera del mundo interior de la persona B, el proceso
queda encerrado en un capullo privado y cerrado en sí mismo.
Antes de
describir cómo puede desarrollarse la segunda atención, que es la
clave para recibir los mensajes de Dios, tenemos que desprendernos
del autoengaño. Reducido a sus componentes esenciales, cuando
buscamos conocer a Dios nos hallamos ante el mismo problema con que
nos encontramos cuando queremos saber qué es lo que hay fuera del
universo. Es el problema de definir la realidad objetiva. Por
definición, el universo lo contiene todo para que la mente racional
pueda asumir que no queda nada fuera de él, pero la mente racional
podría estar equivocada. Los teóricos son capaces de construir
versiones perfectamente plausibles de otras dimensiones; en uno de
los modelos, nuestro universo es sólo una burbuja en la parte
exterior de un superuniverso en expansión con diez dimensiones o más
que nuestros sentidos no pueden percibir. ¿Podría ser que una de
ellas fuera la morada de los ángeles? La razón no puede ni probar ni
recusar la posibilidad, pero queda tentadoramente cerca.
Sin ni
siquiera ver nada de este otro mundo, podemos observar agujeros
negros y quásares, que son la cosa más cercana a las ventanas que
dan al borde de lo infinito. Como la luz y la energía son absorbidos
por un agujero negro, desaparecen de nuestro cosmos, lo que implica
que van a alguna parte y, por lo tanto, podrían volver a nosotros
vía unos «agujeros blancos» o actos de creación como el Big Bang.
Sin embargo, a Dios no se le puede conocer y no hay ningún agujero
negro que nos succione al interior de su mundo, excepto la muerte.
Lo que más fascina de las experiencias de muerte aparente es que las
personas vuelven convencidas de que han estado ante la presencia de
Dios, pero la información que traen es muy limitada. La mayoría
hablan de una luz blanca que les bañaba de amor y de paz, pero una
pequeña minoría dice que quema con el tormento del infierno más que
con el arrebato del cielo y que el ser que les llama al final del
túnel no es benigno sino maligno. Además, las experiencias de muerte
momentánea se pueden reproducir artificialmente privando de oxígeno
al cerebro, tal y como mencionamos antes. En estos casos, aparece a
menudo la misma luz blanca, por lo que quizá es sólo una argucia del
cerebro cuando empieza a sofocarse.
Necesitamos
una prueba más fehaciente de que Dios desea ser encontrado en su
escondite cósmico y entonces todo el desarrollo de la segunda
atención caerá en su lugar como la aproximación más verdadera al
campo del espíritu.
Para conocer
a Dios personalmente tenemos que penetrar en un límite que los
físicos llaman «el horizonte de los acontecimientos», que es una
línea que divide la realidad netamente en dos. A este lado está todo
lo que queda dentro de la velocidad de la luz; al otro lado se halla
todo lo que va más rápido que la luz.
Einstein
estuvo entre los primeros teóricos que propusieron que la velocidad
de la luz está conectada al espacio-tiempo de una forma crucial. La
velocidad de la luz es absoluta; es como una pared que ningún objeto
puede atravesar. Cuando nos aproximamos a la pared, el tiempo
transcurre más despacio, aumenta la masa y el espacio se curva. Si
intentamos sobrepasarla, suceden cosas 148 prodigiosas para evitar
que lo hagamos.
Por ejemplo,
cualquier luz que pase por las cercanías de un agujero negro es
atraída por su campo de gravedad. Los agujeros negros son restos de
viejas estrellas que se han plegado sobre sí mismas cuando han
terminado el combustible. Las estrellas viejas son de una densidad
difícil de imaginar, hasta el punto de que una cucharada de su masa
interior puede ser millones de veces más pesada que toda la tierra.
Cuando este combustible estelar se pliega puede descontrolarse, como
un tren descarrilado. En algunos casos, el momento es irreversible,
e incluso la luz no puede escapar del campo de fuerza de la
estrella. Cuando esto ocurre, solamente hay negrura, un agujero
negro, que deglute cualquier objeto que pase cerca de él. Si un
fotón de luz intenta pasar cerca de un agujero negro, empezará a
curvarse en dirección a éste hasta que caiga en él.
Es aquí
donde la pared absoluta de Einstein encuentra su correspondencia, ya
que la velocidad del fotón es la más rápida que hay y, por lo tanto,
no es posible que el agujero negro lo haga ir más deprisa. Por otra
parte, un fotón tiene que ir más rápido si desea escapar a los
apretones de la inmensa gravedad del agujero negro. En el punto
exacto en que el fotón y el agujero negro son iguales, todo se
vuelve extremadamente fantástico. Para un observador exterior, el
fotón cae en el agujero negro para siempre, congelado en el tiempo;
sin embargo, dentro del agujero negro el fotón ha sido devorado en
menos de cien microsegundos. Ambas versiones son ciertas. Una está
vista desde el mundo de la luz, y la otra desde el mundo de más allá
de la luz. Para usar la frase de Heisenberg, a este nivel de
naturaleza es cierto un «principio de incertidumbre», en el que el
acontecimiento A y el B existen conjuntamente, incluso aunque sean
opuestos. Esta línea divisoria de incertidumbre es el horizonte de
los acontecimientos, el margen exacto que divide la realidad en dos
entre lo cierto y lo incierto, lo conocido y lo desconocido.