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5. Quinto chakra:
El poder de la voluntad
Las consecuencia del miedo
La fe

"Anatomía del Espíritu"

Caroline Myss

 

 

 

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Quinto chakra: El poder de la voluntad

El quinto chakra contiene las dificultades de rendir la vo­luntad y el espíritu a la voluntad de Dios. Desde el punto de vista espiritual, el objetivo supremo es la entrega total de nues­tra voluntad personal en las «manos de lo Divino». Jesús y Buda, así como otros grandes maestros, representan el domi­nio de este estado de conciencia, la unión completa con la vo­luntad divina.

 

 

Ubicación: La garganta.

Conexión energética con el cuerpo físico: Garganta, ti­roides, tráquea, esófago, paratiroides, hipotálamo, vértebras cervicales, boca, mandíbulas y dientes.

Conexión energética con el cuerpo emocional/mental: El quinto chakra se hace eco de los numerosos problemas emo­cionales y mentales que se presentan durante el aprendizaje de la naturaleza del poder de elección. Todas las enfermeda­des están relacionadas con el quinto chakra, porque la elec­ción interviene en todos los detalles de la vida y, por lo tan­to, en todas las enfermedades.

Conexión simbólica/perceptiva: El desafío simbólico del quinto chakra es progresar mediante la maduración de la vo­luntad, comenzando por la percepción tribal de que todo y todos los que lo rodean tienen autoridad sobre uno, pasando por la percepción de que sólo uno tiene esa autoridad, hasta la percepción final de que la verdadera autoridad pro­viene de alinearse con la voluntad de Dios.

Miedos principales: Los miedos relacionados con el po­der de voluntad existen en todos los chakras. Tememos no tener autoridad o poder de elección en la vida, primero den­tro de la tribu, y después en nuestras relaciones personales y profesionales. Además tememos no tener autoridad sobre nosotros mismos, perder el control en lo que se refiere a nuestras reacciones ante sustancias, el dinero, el poder, el do­minio emociona) de otra persona sobre nuestro bienestar. Y finalmente tememos la voluntad de Dios. La idea de entre­gar su poder de elección a una fuerza divina sigue siendo la mayor dificultad para la persona que desea hacerse cons­ciente.

Fuerzas principales: Fe, conocimiento propio y autori­dad personal; capacidad de tomar decisiones sabiendo que, sea cual fuere la decisión que tomemos, somos capaces de atenernos a nuestra palabra, con nosotros mismos y con los demás.

Conexión sefirot/sacramento: El quinto chakra se co­rresponde con las sefirot de Jesod, que representa el amor o la clemencia de Dios, y de Gueburá, que representa el juicio de Díos. Estas dos sefirot son los brazos derecho e izquier­do de Dios, que describen la naturaleza equilibrada de la vo­luntad divina. El sentido de estas sefirot es que lo Divino es clemente y que sólo Dios tiene derecho a juzgar las eleccio­nes que hacemos. La sefirá de Jesod nos recuerda que debe­mos emplear palabras amables para comunicarnos con los de­más, y la sefirá de Gueburá, que debemos hablar con respeto e integridad. El sacramento de la confesión se corresponde con el quinto chakra, y simboliza el hecho de que todos so­mos responsables de la forma en que utilizamos nuestro po­der de voluntad. Mediante el sacramento de la confesión se nos ofrece la oportunidad de rescatar a nuestro espíritu de las «misiones negativas» a que lo hemos enviado como conse­cuencia de nuestros pensamientos o actos negativos.

Verdad sagrada: El quinto chakra es el centro de las elec­ciones y sus consecuencias, del karma espiritual. Cada elec­ción que hacemos, cada pensamiento y sentimiento que tenemos, es un acto de poder que tiene consecuencias bioló­gicas, medioambientales, sociales, personales y mundiales. Estamos donde están nuestros pensamientos, y así, en nues­tra responsabilidad están incluidas nuestras aportaciones energéticas.

¿Qué elecciones haríamos si pudiéramos ver sus conse­cuencias energéticas? Sólo podemos acercarnos a este tipo de previsión ateniéndonos a la verdad sagrada Entrega tu vo­luntad a la voluntad divina. Las lecciones espirituales con­tenidas en el quinto chakra nos enseñan que los actos moti­vados por una voluntad personal que confía en la autoridad divina producen los mejores efectos.

Nuestros pensamientos y actitudes también se benefi­cian de aceptar la orientación superior. Una mujer que tuvo una experiencia de casi muerte piensa que cada elección que hace tiene un efecto energético en la totalidad de la vida, por­que cuando se encontraba en ese estado intermedio entre la vida y la no vida física vio todas las decisiones que había to­mado en su vida y las consecuencias que habían tenido sus actos en ella misma, en otras personas y en la vida en gene­ra). Se le reveló que esa orientación estaba constantemente tratando de penetrar su conciencia. Ya eligiera comprarse un vestido o ir al médico para hacerse un reconocimiento, nin­guna de sus decisiones era tan insignificante como para que lo Divino la pasara por alto. En el caso de la compra de un vestido, por ejemplo, vio las consecuencias energéticas in­mediatas de esa «venta» en la larga cadena de personas que habían participado en su creación y distribución. Ahora pi­de orientación antes de tomar cualquier decisión que deba tomar. Comprender las consecuencias energéticas de nuestros pensamientos, creencias y actos podría obligarnos a te­ner un nuevo grado de sinceridad. Nos sería imposible men­tir, ya sea a nosotros mismos o a otras personas. La curación auténtica y completa exige ser sincero con uno mismo. La incapacidad de ser sinceros obstaculiza la curación tan se­riamente como la incapacidad de perdonar. La sinceridad y el perdón rescatan nuestra energía, o espíritu, de la dimen­sión energética «del pasado». Nuestro quinto chakra y sus lecciones espirituales nos enseñan que el poder personal es­tá en nuestros pensamientos y actitudes.

 

Las consecuencias del miedo

Las consecuencias energéticas más onerosas se producen como consecuencia de actuar por miedo. Incluso en el caso de que actuar por temor nos lleve a lo que deseamos, gene­ralmente también produce efectos secundarios no deseados. Estas sorpresas nos enseñan que actuar por miedo trangrede nuestra confianza en la orientación divina. Claro que to­dos vivimos, al menos periódicamente, en la ilusión de que estamos al mando de nuestra vida. Nos afanamos por obte­ner dinero y posición social para tener más poder de elec­ción y así no vernos obligados a someternos a las decisiones que toman otros por nosotros. La idea de que para tener con­ciencia hay que rendir la voluntad personal a lo Divino está en conflicto directo con todo lo que hemos llegado a creer que mide el poder de una persona.

Así pues, es posible que repitamos el ciclo miedo-sorpresa-miedo-sorpresa hasta que lleguemos a orar diciendo: Tú eliges, yo te sigo. Una vez que entonamos esa oración, en nuestra vida puede entrar una orientación, acompañada de interminables actos de sincronismo y coincidencia: la «in­tromisión» divina en su mejor aspecto.

Emily es una maestra de enseñanza básica de treinta y cinco años que, poco después de obtener su título, hace tre­ce años, perdió la pierna izquierda debido a un cáncer. Du­rante su rehabilitación volvió a vivir con sus padres. Lo que ellos imaginaban que sería un período de un año se convir­tió en un decenio, porque Emly no recuperó la indepen­dencia, sino que se deprimió y cada vez le asustaba más la perspectiva de cuidar de sí misma. Redujo tanto su actividad física que no se aventuraba más allá de la manzana donde es­taba su casa. A medida que transcurría el tiempo se iba atrin­cherando más en la casa de sus padres, hasta que llegó un mo­mento en que dejó totalmente de salir, aunque sólo fuera por placer.

Sus padres sugirieron que se sometiera a una terapia, pe­ro nada tuvo ningún efecto en ella. «Lo único que hacía, año tras año —me contó su madre—, era sumirse en la idea de que la pérdida de la pierna le había impedido casarse y formar una familia, o llevar cualquier otro tipo de vida sola. Se sentía "marcada" por su experiencia con el cáncer y a veces comen­taba que ojalá volviera el cáncer a "completar su trabajo".»

A raíz de la enfermedad de su hija, la madre se interesó por los tratamientos alternativos. Cuando nos conocimos, ella y su marido estaban tratando de reunir valor para pedirle a Emily que se fuera a vivir sola, porque era necesario que aprendiera a atender a sus necesidades físicas y a sanar su es­tado psíquico. Necesitaba volver a confiar en su poder de vo­luntad.

Los padres le alquilaron y amueblaron un apartamento, y Emily se fue a vivir en él, enfadada y asustada. Les dijo que se sentía abandonada. Antes de que transcurriera un mes co­noció a una vecina, Laura, que vivía sola con su hijo de diez años, T. J. El niño siempre llegaba del colegio antes que su madre volviese del trabajo. Emily lo oía trajinar por la casa, sentarse a ver la televisión y prepararse merienda mientras esperaba casi tres horas solo la llegada de su madre.

Una tarde, al regresar de la tienda, se encontró con Laura, que volvía del trabajo. Comenzaron a hablar de T. J., y Laura le comentó lo preocupada que estaba por sus trabajos escolares y por todo el tiempo que pasaba solo en casa. Ca­si sin darse cuenta, Emily se ofreció no sólo a hacerle com­pañía a T. J., sino también a orientarlo y asistirlo en sus tra­bajos escolares, ya que ella era profesora titulada. Laura aceptó encantada, y a la tarde siguiente Emily comenzó a asistir a T. J.

A las pocas semanas, en el bloque de apartamentos ya se había corrido la voz de que había una «profesora maravillo­sa» que estaba dispuesta a supervisar y cuidar a los niños a su vuelta del colegio. Emily se vio desbordada por las peti­ciones de los padres que regresaban tarde a casa. Le pregun­tó al administrador del complejo de apartamentos si había alguna sala disponible para tres horas por la tarde. Se en­contró la sala, se establecieron las condiciones económicas y, a los tres meses de haber dejado la casa de sus padres, Emily «volvió a la vida».

Cuando Emily me contó su historia, se refirió varias ve­ces a la espontaneidad con que se había ofrecido a hacer de tutora de T.J. El ofrecimiento «se le escapó de la boca an­tes de que ella tuviera tiempo de pensarlo; si lo hubiera pen­sado, dice, jamás se habría ofrecido a colaborar. Esa cir­cunstancia le hizo pensar por un momento que se trataba de un «mandato» del ciclo para que cuidara y asistiera a T.J. en sus trabajos escolares. Finalmente decidió creer que el man­dato iba dirigido a ella; que debía hacer de tutora de T. J. y de los otros once niños que habían puesto a su cuidado pa­ra volver a la enseñanza el siguiente otoño.

Sea cual fuere el motivo, Emily tuvo la fuerza moral de reconocer la orientación. En cuanto comenzó a cuidar de otros, venció el miedo de no ser capaz de cuidar de sí mis­ma. Comprendió que era una prueba viviente de que Dios atiende a las necesidades de las personas, y renovó su fe.

 

La fe

La esencia del quinto chakra es la fe. Tener fe en alguien entrega una parte de nuestra energía a esa persona; tener fe en una idea entrega una parte de nuestra energía a esa idea; tener fe en un miedo entrega una parte de nuestra energía a ese miedo. Medíante esta entrega de energía quedamos im­bricados —mente, corazón y vida— en sus consecuencias. Nuestra fe y nuestro poder de elección son, de hecho, el pro­pio poder de la creación. Somos los canales por medio de los cuales la energía se convierte en materia en esta vida.

Por lo tanto, la prueba espiritual inherente a toda nues­tra vida es el reto de descubrir qué nos motiva a hacer las elec­ciones que hacemos, y si tenemos fe en el miedo o en lo Di-vino. Todos necesitamos hacernos estas preguntas, bien como tema del pensamiento espiritual o bien a consecuencia de una enfermedad física. Llega un momento en que todos nos pre­guntamos: ¿Quién está al mando de mi vida? ¿Por qué las co­sas no resultan como quiero? Por mucho éxito que tengamos, en algún momento tomamos conciencia de que nos sentimos incompletos. Algún acontecimiento, relación o enfermedad que no entraba en nuestros planes nos hará ver que no basta el poder personal para superar una crisis. Estamos destina­dos a tomar conciencia de que nuestro poder personal es li­mitado. Estamos destinados a preguntarnos si en nuestra vi­da actúa alguna otra «fuerza» y a plantearnos las siguientes preguntas: ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es mi finalidad?

Adquirir conciencia de nuestras limitaciones nos dis­pone a considerar otras opciones que de otro modo no ha­bríamos elegido. En los momentos en que nuestra vida nos parece más descontrolada podríamos abrirnos a una orien­tación que antes no habríamos acogido bien. Entonces es po­sible que nuestra vida avance en direcciones que no había­mos previsto. La mayoría acabamos diciendo: «Jamás pensé que hará esto, o vivirá aquí, pero aquí estoy, y todo marcha bien.»

Podemos llegar a esa rendición utilizando la visión sim­bólica, a fin de considerar la vida solamente como un viaje es­piritual. Todos hemos conocido a personas que se han recu­perado de circunstancias terribles, y han atribuido el hecho a haber dejado las cosas en manos de lo Divino. Y todas esas personas han compartido !a experiencia de decir a lo Divino: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya.» Si esa oración es lo único que se necesita, ¿por qué le tenemos tanto miedo?

Nos aterra la idea de que reconocer la voluntad divina y, por lo tanto, rendir nuestra voluntad a una voluntad supe­rior, nos va a alejar de todo lo que nos proporciona agrado o comodidad física. Así pues, nuestra voluntad se resiste a la orientación divina: la invitamos a entrar, pero nos esforza­mos en obstaculizarla totalmente. Una y otra vez veo en mis seminarios a personas que se enfrentan a ese dilema; desean orientación intuitiva, pero tienen miedo de lo que les dirá esa voz.

Tengamos presente que nuestra vida física y nuestro ca­mino espiritual son una misma cosa. Disfrutar de la vida fí­sica es un objetivo tan espiritual como el de lograr un cuer­po físico sano. Ambas cosas son una consecuencia de seguir la orientación divina al hacer elecciones sobre cómo vivir y de actuar movidos por la fe y la confianza. Rendirse a la au­toridad divina significa liberarse de las ilusiones físicas, no de los placeres y comodidades de la vida física.

Las energías del quinto chakra nos guían hacía esa ren­dición. La Sefirá de Jésed transfiere al quinto chakra la ener­gía divina de la grandeza mediante el amor, que nos orienta a ser lo más amorosos posible en todas las circunstancias. A veces, el mayor acto de amor es abstenernos de juzgar a otra persona o a nosotros mismos. Una y otra vez se nos recuer­da que juzgar o criticar es un error espiritual. Desarrollar la disciplina de la voluntad nos permite abstenernos de pensar o expresar pensamientos negativos acerca de otras personas y de nosotros mismos. No juzgando, logramos la sabiduría y vencemos nuestros temores. La sefirá de Gueburá nos enseña a liberarnos de la necesidad de saber por qué las cosas ocurren como ocurren y a confiar en que, sea cual fuere ese motivo, for­ma parte de un designio espiritual superior.

Marnie, de cuarenta y cuatro años, es sanadora, una sa­nadora auténticamente ungida, que empezó su trabajo des­pués de una noche oscura del alma de siete años, durante la cual tuvo que sanarse ella sola. A los treinta años trabajaba de asistenta social en Escocia, llevaba una vida activa, te­nía muchas amistades y disfrutaba enormemente con su tra­bajo. De pronto le comenzaron unos dolores que, según le dijeron, «no eran diagnosticares».

Mes tras mes, los dolores fueron en aumento. Unas ve­ces era dolor de espalda, otras, en las piernas, y otras, terri­bles migrañas. Finalmente el dolor la obligó a pedir una ex­cedencia en el trabajo. Estuvo casi dos años yendo de un especialista a otro, pero ninguno consiguió explicarle ese do­lor crónico y la ocasional pérdida de equilibrio, ni recetarle ningún tratamiento eficaz.

Marnie fue cayendo en una depresión cada vez más pro­funda. Sus amigos le recomendaron que recurriera a tera­peutas alternativos, en los que ella no había creído jamás. Un día fue a visitarla una amiga cargada de libros sobre trata­mientos alternativos, entre los cuales estaban los escritos de Sai Baba, un maestro espiritual que vivía en la India. Ella le­yó los libros, pero rechazó las ideas, considerándolas cosas que «sólo mentes sectarias pueden creer».

Seis meses de dolores la obligaron a retractarse de esas palabras, y viajó a la India para tratar de conseguir una au­diencia personal con Sai Baba. Pasó tres semanas en su ashram, pero no logró verlo en privado. Regresó a Escocia, sin­tiéndose aún más abatida que antes. Poco después de su regreso tuvo una serie de sueños en los cuales se le hacía una sola pregunta: ¿Eres capaz de aceptar lo que te he dado?

Al principio pensó que los sueños eran una simple con­secuencia de su viaje a la India y de sus numerosas conver­saciones sobre la naturaleza de la voluntad de Dios para las personas. Una amiga le sugirió que interpretara los sueños como sí realmente fueran una pregunta espiritual. «No tenía nada que perder —dice ella—-, así que ¿por qué no?»

La siguiente vez que tuvo el sueño contestó: «Sí, acepto lo que me has dado.» Inmediatamente, se sintió bañada de luz y por primera vez desde hacía años se vio libre de dolor. Despertó con la esperanza de que su enfermedad habría de­saparecido, pero no fue así- De hecho, en los cuatro años si­guientes fue empeorando. Pensaba una y otra vez en el sue­no, afirmándose en la creencia de que en realidad no era un sueño, pero continuó sintiéndose amargada y desesperada, pensando a veces que Dios le pedía que sufriera sin ningún motivo.

Cuenta que una noche, mientras lloraba, llegó a la «ren­dición*. Creía que desde que diera la respuesta en el sueño había estado en ese estado de conciencia, pero esa noche comprendió que no. «Aquello no era rendición, sino resig­nación. Había una actitud que decía: "De acuerdo, lo haré; ahora recompénsame haciendo que me sienta mejor." Y esa noche me di cuenta de que tal vez nunca me sentiría mejor, y de que si me ocurría eso, ¿qué le diría a Dios? Me rendí completamente y dije: "Elijas lo que elijas para mí, sea. Sim­plemente, dame fuerzas."»

En el acto le desapareció el dolor y sintió las manos ca­lientes, no con un calor normal, corporal, sino con «calor es­piritual». De inmediato supo que ese calor que circulaba por sus manos tenía el poder de sanar a otras personas, aunque, paradójicamente, quizás ella no pudiera «beber de ese po­zo». Entonces se rió francamente de su trastorno, porque era «exactamente igual a las historias de los místicos de antaño que había leído. Pero ¿quién habría pensado que yo iba a te­ner sus aptitudes?».

Ahora Marnie es una sanadora muy querida y respeta­da. Aunque su cuerpo físico ha mejorado bastante de ese do­lor no diagnosticable, todavía pasa momentos difíciles. Sin embargo, según sus palabras: «Dado lo que soy y sé actual­mente, volvería a sufrir todo ese dolor, por el privilegio que tengo ahora de sanar a otros.» Yo encuentro impresionante y admirable su historia, debido a su profunda comprensión de la diferencia entre rendición y resignación, y porque vi­vió el mito según el cual una vez que le hemos dicho a Dios que sí, todo funciona perfectamente. Decir sí a una enfer­medad o un trastorno es la primera parte, un acto que pue­de cambiar o no nuestro problema; la segunda es decir sí al tiempo decidido por Dios.

El acto de la confesión rescata al espíritu de las conse­cuencias de nuestras elecciones. A medida que aprendemos más acerca de nuestra naturaleza, llegamos a comprender lo mucho que el espíritu continúa adherido a los acontecimien­tos y pensamientos negativos, pasados y presentes. La con­fesión es mucho más que el reconocimiento público de una mala conducta. En su sentido energético es el reconocimien­to de que hemos tomado conciencia y, por lo tanto, supera­do un miedo que antes tenía el mando sobre nuestro espí­ritu. En su sentido simbólico, la confesión libera a nuestro espíritu de los miedos y pensamientos negativos del pasado. Continuar adheridos a los acontecimientos y pensamientos negativos es tóxico para la mente, el espíritu, los tejidos celu­lares y la vida.

El karma es la consecuencia energética y física de las elec­ciones que hacemos. Las elecciones negativas generan si­tuaciones que se repiten para enseñarnos a hacer elecciones positivas. Una vez que aprendemos la lección y hacemos una elección positiva, la situación no vuelve a repetirse porque nuestro espíritu ya no está adherido a la elección negativa que fue causa de la lección. En las culturas occidentales, este tipo de lección kármíca se reconoce en dichos sociales como «El que siembra, recoge» o «Nada se hace impunemente». El acto de confesión significa que nos reconocemos responsa­bles de lo que hemos creado y que hemos comprendido el error de nuestras elecciones. Por lo que se refiere a la energía, este rito libera al espíritu de los dolorosos ciclos de aprendi­zaje y lo reorienta hacia las energías creativas y positivas de la vida.

La confesión es tan esencial para nuestra salud mental, corporal y espiritual que no podemos evitarla. La necesidad de purgar el espíritu de los recuerdos cargados de culpa es más fuerte que la necesidad de guardar silencio. Un funcio­nario de prisiones me comentó: «A muchos delincuentes los descubren porque tienen que decirle aunque sea a una per­sona lo que hicieron. Y aunque en el momento sólo haya si­do por alardear, de todos modos es una forma de lo que yo considero confesiones callejeras.»

 
Los psicoterapeutas se han convertido en los confesores de los tiempos modernos. Con ellos tratamos de resolver nuestros conflictos psíquicos y emocionales, explorando sin­ceramente los lados oscuros y superando los miedos de nues­tra naturaleza y nuestra psique. Cada vez que derrotamos a la autoridad que ejerce un miedo en nuestra vida y lo reem­plazamos por un mayor sentido de nuestro poder personal, la dulce energía de la curación entra a raudales en nuestro sis­tema energético. Expresado en el lenguaje de la confesión, estos importantes actos terapéuticos equivalen a llamar a nuestro espíritu para que vuelva de las misiones negativas a las que lo hemos enviado.

Sabiendo que el quinto chakra nos enseña el modo de utilizar nuestra voluntad y registra las órdenes que damos a nuestro espíritu, la pregunta es: ¿Cómo nos las arreglamos con las enseñanzas del quinto chakra?

 

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