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4 - Cuarto chakra: El poder emocional
Aprendizaje del poder del amor
Amarse, el camino hacia lo Divino
Despertar del yo consciente

"Anatomía del Espíritu"

Caroline Myss

 

 

 

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Cuarto chakra: El poder emocional

El cuarto chakra es la estación central del sistema ener­gético humano. Al estar en el centro, media entre el cuerpo y el espíritu y determina su salud y fuerza. La energía del cuarto chakra es de naturaleza emocional y contribuye a im­pulsar el desarrollo afectivo. Este chakra representa la lec­ción espiritual que nos enseña a manifestar el amor y la com­pasión y a reconocer que la energía más potente que tenemos es el amor.

 

 

Ubicación: Centro del pecho.

Conexión energética con el cuerpo físico: Corazón y aparato circulatorio, costillas, pechos, timo, pulmones, hom­bros, brazos, manos y diafragma.

Conexión energética con el cuerpo emocional/mental: Este chakra se hace eco de nuestras percepciones emotivas, las cuales determinan la calidad de nuestra vida mucho más que las percepciones mentales. Cuando somos niños reacciona­mos ante las circunstancias con toda una gama de emocio­nes: amor, compasión, envidia, confianza, esperanza, deses­peración, odio, celos y miedo. Cuando somos adultos, se nos desafía a generar en nuestro interior un ambiente y una es­tabilidad emocional con los cuales actuar conscientemente y con compasión.

Conexión simbólica/perceptiva: El cuarto chakra representa más que ningún otro nuestra capacidad para «abandonarnos en las manos de Dios». Con esta energía aceptamos nuestros problemas emocionales como una prolongación del plan divino, cuya intención es nuestra evolución consciente. Liberando el dolor emocional, liberándonos de la nece­sidad de saber porqué las cosas han ocurrido como han ocu­rrido, llegamos a un estado de serenidad. Para lograr esa paz interior, sin embargo, tenemos que adherirnos a la energía curativa del perdón y liberarnos de la necesidad inferior de justicia humana autodeterminada.

Conexión sefirot/sacramento: El cuarto chakra se co­rresponde con la sefirá de Tiféret, que simboliza la belleza y compasión que hay en Dios. Esta energía representa e! corazón de lo Divino, que derrama sin cesar la fuerza vital nutritiva. El sacramento del matrimonio se corresponde con la energía del cuarto chakra. Como arquetipo, el matrimonio representa el primer y principal lazo con uno mismo, la unión interior del yo y el alma.

El desafío inherente al cuarto chakra se asemeja al del tercero, pero es más complejo espiritualmente. Mientras que el tercer chakra se centra en los sentimientos hacia nosotros mismos, el cuarto lo hace en los sentimientos hacia nuestro mundo interior, nuestra reacción emocional a nuestros pensamientos, ideas, actitudes e inspiraciones, así como en la atención que prestamos a nuestras necesidades emocionales. Este grado de compromiso es el factor esencial para entablar relaciones sanas con los demás.

Miedos principales: Miedo a la soledad, al compromiso y a «obedecer al corazón»; miedo a la incapacidad de prote­gerse emocionalmente; miedo a la debilidad y traición emo­cionales. La pérdida de energía del cuarto chakra puede dar origen a celos, amargura, rabia, odio e incapacidad de perdonar.

Fuerzas principales: Amor, perdón, compasión, dedicación, inspiración, esperanza, confianza y capacidad para sa­narse uno y sanar a otros.

Verdad sagrada: El cuarto chakra es el centro del poder del sistema energético humano porque El amor es poder di­vino. Si bien generalmente la inteligencia, o «energía mental», se considera superior a la energía emocional, en realidad esta última es la verdadera motivadora del cuerpo y espíritu humanos. El amor en su forma más pura, es decir, el amor incondicional, es la sustancia de lo Divino, con su infinita ca­pacidad para perdonarnos y responder a nuestras plegarias. Nuestros corazones están diseñados para expresar belleza, compasión, perdón y amor. Va en contra de nuestra natura­leza espiritual actuar de otra manera.

No nacemos expertos en amor, sino que nos pasamos la vida aprendiendo. Su energía es poder puro. Nos sentimos atraídos e intimidados por el amor en igual medida. El amor nos motiva, nos domina, nos inspira, nos sana y nos des­truye. El amor es el combustible de nuestro cuerpo físico y espiritual. Cada uno de los desafíos de la vida es una en­señanza sobre algún aspecto del amor. La forma en que res­pondemos a estos desafíos queda registrada en nuestros te­jidos celulares; vivimos dentro de las consecuencias biológi­cas de nuestras elecciones biográficas.

 

Aprendizaje del poder del amor

Dado el poder que tiene el amor, vamos conociendo esta energía en fases o etapas. Cada fase nos presenta una lección sobre la intensidad y las formas del amor: perdón, compasión, generosidad, amabilidad, cariño por uno mismo y los demás. Estas fases siguen el diseño de los chakras: comenzamos a conocer el amor dentro de la tribu, asimilando las numerosas expresiones de esta energía de nuestros fami­liares. El amor tribal puede ser incondicional, pero generalmente transmite la expectativa de lealtad y apoyo a la tribu: en el ambiente tribal el amor es una energía que se compar­te entre personas de la misma clase.

Cuando despierta el segundo chakra y conocemos los la­zos de la amistad, el amor se amplía para incluir a «extraños.» Expresamos el amor queriendo a personas con las que no nos unen lazos sanguíneos y compartiendo con ellas. Cuando el tercer chakra despierta, descubrimos el amor de las cosas ex­ternas, de nuestras necesidades personales, físicas y materia­les, entre las cuales puede estar el deporte, los estudios, la moda, el galanteo y el emparejamiento, el trabajo, el hogar y el cuerpo.

Estos tres chakras tienen que ver con el amor en el mun­do externo.

En alguna época de nuestra civilización, estas tres prácti­cas del amor eran lo único que requería la vida. Muy pocas personas necesitaban algo más que el amor tribal y de pareja. Pero con el advenimiento de la psicoterapia y el movimiento de la espiritualidad, el amor se identificó como la fuerza que influye y tal vez determina la actividad biológica. El amor nos ayuda a sanar a otras personas y a nosotros mismos.

Las crisis de la vida cuyo núcleo es un problema de amor, como el divorcio, la muerte de un ser querido, el maltrato emocional, el abandono o el adulterio, suelen ser causantes de una enfermedad, no sólo un acontecimiento que la pre­cede por simple conciencia. La curación física suele re­querir la curación de los problemas emocionales.

Jack, un carpintero de cuarenta y siete años, invirtió una parte importante de los ahorros de su vida en una empresa creada por su primo Greg. Definiéndose como un «novato en los negocios», Jack me contó que Greg siempre daba la impresión de saber exactamente lo que hacía con las inver­siones, y le prometió que esa importante inversión le produciría beneficios suficientes para jubilarse anticipadamen­te. La esposa de Jack, Lynn, tenía serías dudas respecto a in­vertir todos sus ahorros en una empresa que no les garanti­zaba los beneficios, pero Jack confiaba en su primo y creía que todo resultaría exactamente como estaba previsto.

Al cabo de cuatro meses la empresa fracasó y Greg de­sapareció. Dos meses después, Jack sufrió un accidente en el trabajo y se lesionó la parte inferior de la espalda. Empezó a sufrir de hipertensión, se encerró en sí mismo y se fue de­primiendo cada vez más. Asistió a uno de mis seminarios porque Lynn lo obligó a acompañarla, desesperada por sa­carlo de ese estado de incapacitación.

Algunos trastornos son tan evidentes que cualquier per­sona desconocida puede hacer las conexiones e imaginar la causa. El estrés económico de Jack, junto con la sensación de que su primo se había aprovechado de él, sin duda le hacía arder de rabia la psique, lo cual le debilitaba la espalda y el nervio ciático. Su ira era también causa de la hipertensión, ya que no paraba de pensar en el error que había cometido al creer en las promesas de abundancia de su primo. Jack esta­ba «enfermo del corazón» debido a la traición de Greg y a la sensación de haberle fallado a su esposa.

Cuando mi charla llegó al tema del perdón, Jack se puso tan irritable que pidió permiso para salir de la sala. Yo no quería que se marchara porque sabía que necesitaba oír la in­formación que iba a presentar, pero al verle la cara tuve muy claro que quedarse sólo aumentaría su malestar. Lynn le ha­bló como si en la sala no hubiera nadie aparte de ellos dos, le cogió la mano y le dijo que, aunque se estaba castigando por lo que consideraba un acto de estupidez, ella pensaba que ha­bía actuado por amor. «Jamás creeré que un acto de amor sea recompensado con dolor —añadió—. Si cambias de pers­pectiva y te atienes a la verdad de que apoyaste a alguien a quien amabas porque eso era lo que te parecía correcto, en­tonces, de alguna manera, todo resultará bien para nosotros.

Jack se echó a llorar, pidió disculpas balbuciendo y le dio las gracias a su esposa. Los demás participantes del semina­rio también estaban profundamente afectados y decidieron tomarse un descanso para darles una cierta intimidad a Jack y Lynn. Cuando estaba saliendo de la sala, Lynn me pidió que me acercara a ellos. «Creo que ya podemos irnos —me dijo—. Estaremos bien.»

Pasados unos meses contacté con Jack y Lynn para sa­ber cómo estaban. Lynn me dijo que Jack había vuelto al tra­bajo y que, aunque la espalda todavía le causaba algunas mo­lestias, ya no le dolía tanto. Tenía la tensión arterial normal y ya no estaba deprimido. Los dos se sentían notablemente liberados del desastre económico porque ambos fueron ver­daderamente capaces de perdonar lo ocurrido y continuar viviendo. "No hemos sabido ni una palabra de Greg —aña­dió—, pero suponemos que debe de estar pensando en este desastre mucho más que nosotros.»

Esta pareja es un ejemplo del poder espiritual de la ener­gía del corazón. La compasión que pasó del corazón de Lynn al cuerpo de Jack le dio a él el apoyo que necesitaba para per­donar a su primo, perdonarse a sí mismo y continuar con su vida.

 

Amarse, el camino hacia lo Divino

La expresión «Si no te amas a ti mismo no puedes amar a nadie» es muy común. Sin embargo, para muchas personas amarse a sí mismas continúa siendo un concepto vago que se suele manifestar de diversas formas materiales, como com­prarse un montón de cosas por capricho o tomarse unas fa­bulosas vacaciones. Pero recompensarse con viajes y capri­chos, es decir, utilizar el placer físico para expresarse afecto, es el amor del tercer chakra. Si bien este tipo de recompensa resulta placentero, puede obstruir el contacto con las turbulencias emocionales más profundas del corazón, que surgen cuando necesitamos evaluar una relación, un trabajo o algu­na otra circunstancia difícil que afecta a nuestra salud. Amar­se a sí mismo, como desafío del cuarto chakra, significa tener valor para escuchar los mensajes de las emociones y las directrices espirituales del corazón. El arquetipo al que con más frecuencia nos guía el corazón para sanar es el del «ni­ño herido».

El «niño herido» que hay dentro de cada uno de nosotros contiene estructuras emocionales lesionadas o atrofia­das de nuestra juventud, en forma de recuerdos dolorosos, actitudes negativas e imágenes personales disfuncionales. Sin darnos cuenta, podríamos continuar actuando dentro de es­tas estructuras cuando somos adultos, aunque con otras mo­dalidades. Por ejemplo, el miedo al abandono se convierte en celos, y el abuso sexual en sexualidad disfuncional, lo que suele ser causa de una repetición de las mismas violaciones con nuestros propios hijos. La imagen negativa que tiene un niño de sí mismo puede convertirse después en causa de dis­funciones, como la anorexia, la obesidad, el alcoholismo y otras adicciones, o en temor obsesivo al fracaso. Estas mo­dalidades pueden dañar las relaciones afectivas, la vida per­sonal y profesional, y la salud. El amor a sí mismo comien­za por enfrentarse a esta fuerza arquetípica del interior de la psique y liberarnos de la autoridad del niño herido. Si no se curan, las heridas nos mantienen anclados en el pasado.

Derck es un empresario de treinta y siete años que asis­tió a uno de mis seminarios porque deseaba resolver algunos recuerdos dolorosos de su infancia. De niño había sufrido muchísimos malos tratos. A menudo lo golpeaban y le nega­ban la comida cuando tenía hambre, y también lo castigaban obligándolo a ponerse zapatos demasiado pequeños para él. En cuanto terminó la segunda enseñanza se marchó de casa, se costeó él mismo los estudios de formación profesio­nal y después se dedicó al comercio. Cuando lo conocí estaba casado, era muy feliz en su matrimonio y tenía dos hijos pequeños. Según sus palabras, había llegado el momento cíe enfrentarse a los recuerdos de la infancia, que hasta ese mo­mento había conseguido mantener a distancia, al igual que a sus padres. Su padre había muerto hacía poco, y su madre estaba deseosa de recuperar algo de su relación con él. Él accedió a verla, y en su primer encuentro le exigió que le ex­plicara por qué ella y su padre lo habían tratado tan mal cuan­do era niño.

Al principio su madre negó todo maltrato, pero final­mente le echó al padre la culpa de las pocas cosas que logró recordar y dijo que si hubiera sabido que él se sentía tan des­graciado habría hecho algo para remediarlo. Después se pu­so emotiva y le preguntó cómo podía tratarla con tanta du­reza cuando ella acababa de enviudar. Se trata una reacción bastante típica de un progenitor abusivo cuando un hijo adulto se enfrenta a él.

Derek escuchó atentamente m¡ charla sobre los recuer­dos individuales y tribales, No creía que sus padres fueran malas personas, sino simplemente que estaban asustados y tal vez no se daban cuenta de lo que hacían. Al final del se­minario me dijo que le había dado mucho en que pensar y que me lo agradecía.

Alrededor de unos cuatro o cinco meses después del se­minario, Derek me envió una nota. Había decidido que la vi­da es demasiado corta para albergar malos recuerdos, y que prefería creer que la vuelta de su madre a su vida era una oportunidad para mostrarle una forma más amorosa de vi­da, mediante su propio matrimonio y la crianza de sus hijos. Continuaba viendo regularmente a su madre y creía que al­gún día «todo estaría bien».

La historia de Derek ejemplifica la orientación sanado­ra procedente de la Sefirá de Tiféret, que en su caso le dijo que necesitaba reconsiderar sus recuerdos emocionales. Co­mo siempre hace, a Derek esta orientación le llegó en el momento en que estaba lo suficientemente maduro para actuar de conformidad con ella. Seguir la propia orientación intui­tiva es la forma superior de cuidado preventivo de la salud. Las energías espirituales de su corazón le avisaron de que sus recuerdos negativos podrían comenzar a dañar su salud físi­ca. El sistema intuitivo de todas las personas funciona así; es raro que no nos avise de las corrientes negativas que pueden hacernos, y nos harán, daño, o que no nos diga cómo pode­mos optar por liberarnos de esas energías negativas antes de que se conviertan en una enfermedad física.

Sanar es posible mediante actos de perdón. En la vida y las enseñanzas de Jesús, el perdón es un acto de perfección espiritual, pero también un acto físicamente curativo. El per­dón no es una mera opción, sino una necesidad para la cura­ción. Jesús siempre sanaba primero los sufrimientos emocio­nales de sus pacientes; la curación física venía naturalmente después. Si bien las curaciones de Jesús han sido interpreta­das por muchos teólogos y maestros de escuela dominical co­mo una recompensa divina por la confesión de mala conducta por parte del receptor, el perdón es un acto espiritual esencial que ha de producirse para que la persona se abra totalmente al poder sanador del amor. Amarnos a nosotros mismos sig­nifica querernos lo suficiente para perdonar a las personas de nuestro pasado, a fin de que las heridas ya no puedan hacer­nos daño, porque nuestras heridas no hacen daño a quien nos hirió, sino a nosotros. Desprendernos de esas heridas nos ca­pacita para pasar de la relación infantil con lo Divino, de los tres primeros chakras, a una relación en que participamos con lo Divino en la manifestación del amor y la compasión del cuarto chakra.

Las energías del cuarto chakra nos impulsan aún más ha­cia la madurez espiritual que trasciende el diálogo padre-hijo con lo Divino, trasciende el pedir explicaciones de los acontecimientos, trasciende el miedo a lo inesperado. El ni­ño herido cree que lo Divino es un sistema de recompensa y castigo, y que tiene explicaciones lógicas para todas las ex­periencias dolorosas. El niño herido no entiende que en to­das las experiencias, por dolorosas que sean, hay percepcio­nes y conocimiento espiritual. Mientras pensemos como niño herido, amaremos condicionalmente y con mucho mie­do a las pérdidas.

Nuestra cultura en general está evolucionando hacia la curación de su insistencia en las heridas y en el ser víctimas. De todos modos, una vez que estamos dentro del poder de las heridas, nos resulta difícil ver la manera de liberarnos de ese poder negativo y avanzar para llegar a ser «no heridos» y autocapacitados. La nuestra es una «cultura del cuarto chakra» que aún no ha salido de las heridas para entrar en la edad adulta espiritual.

 

Despertar del yo consciente

Salimos del cuarto chakra pasando por él y aprendiendo sus lecciones. Cuando la persona entra en el interior de su corazón, deja atrás las formas conocidas de pensar de los tres chakras inferiores, en particular el corazón tribal. Se libera de la protección de explicaciones habituales como «Mi prio­ridad son las necesidades de mi familia» o «No puedo cam­biar de empleo porque mi esposa necesita sentirse segura», y su corazón la recibe en su puerta con una sola pregunta: « ¿Y yo qué?»

Esa pregunta es una invocación que nos presenta infor­mación reprimida durante años, pero bien registrada, y que en un instante puede determinarnos un nuevo camino. Po­dríamos intentar retroceder y entrar de nuevo en la protec­ción de la mente tribal, pero su capacidad de consolarnos ya ha desaparecido.

Comenzamos la formidable tarea de llegar a conocernos descubriendo nuestra naturaleza emocional, no en relación con ninguna otra persona n¡ cosa, sino en relación con no­sotros mismos. Haya o no haya otra persona que desempe­ñe un papel principal, uno necesita preguntarse: « ¿Qué me gusta? ¿Qué amo? ¿Qué me hace feliz? ¿Qué necesito para estar equilibrado? ¿Cuáles son mis fuerzas? ¿Puedo confiar en mí mismo? ¿Cuáles son mis debilidades? ¿Por qué hago las cosas que hago? ¿Qué me hace necesitar la atención y aprobación de los demás? ¿Soy lo suficientemente fuerte pa­ra intimar con otra persona y, aun así, respetar mis necesi­dades emocionales?»

Estas preguntas son diferentes de las de la mente tribal, que nos enseña a preguntan ¿ Qué me gusta en relación con los demás? ¿Hasta qué punto puedo ser fuerte y seguir sien­do atractivo para los demás? ¿Qué necesito de los demás pa­ra ser feliz? ¿Qué tengo que cambiar en mí para conseguir que alguien me ame?

No nos resulta fácil dedicarnos a contestar estas pre­guntas de auto exploración porque sabemos que las respues­tas nos exigirán cambiar de vida. Antes de los años sesenta, este tipo de auto examen era el dominio más o menos exclu­sivo de miembros marginales de la sociedad: místicos, artis­tas, filósofos y otros genios creativos. Conocer al «yo» acti­va la transformación de la conciencia humana y para muchos artistas y místicos la consecuencia de ello ha sido, entre otras cosas, la aparición de episodios de depresión, desesperación, alucinaciones, visiones, intentos de suicidio y trastorno emo­cional incontrolable, además de elevados estados de éxtasis combinados con erotismo físico y trascendental. Común­mente se creía que el precio del despertar espiritual era de­masiado elevado y arriesgado para la mayoría de las perso­nas, y estaba destinado sólo a unos pocos «dotados».

Pero la energía revolucionaria de los años sesenta llevó a millones de personas a preguntarse: « ¿Y yo qué?» Después, el movimiento de la conciencia humana introdujo a nuestra cultura por la puerta arquetípica del cuarto chakra. Desenterró los secretos de nuestro corazón y expresó los detalles de nuestra infancia herida, que aún conforman gran parte di-nuestra personalidad adulta.

Comprensiblemente, la cultura del cuarto chakra ha asis­tido a un aumento nacional de divorcios. La apertura del cuarto chakra ha transformado el arquetipo del matrimonio en el arquetipo de la pareja. En consecuencia, la mayoría de los matrimonios contemporáneos exige un fuerte sentido del «yo» para tener éxito, y no la abdicación del «yo» que re­querían los matrimonios tradicionales. El sentido simbólico del sacramento del matrimonio es que la persona primero debe estar unida con su propia personalidad y espíritu. Una vez que tiene una clara comprensión de sí misma, entonces puede crear una buena relación íntima de pareja. El aumen­to de divorcios es, por lo tanto, consecuencia directa del cuarto chakra, que lleva a las personas a descubrirse a sí mis­mas por primera vez. Muchas personas atribuyen el fracaso o la ruptura de sus matrimonios a que su cónyuge no le ofre­cía ningún apoyo a sus necesidades emocionales, psíquicas e intelectuales, y en consecuencia tuvieron que buscar una ver­dadera pareja.

La apertura del cuarto chakra ha cambiado también nuestra conciencia sobre la salud, la curación y las causas de la enfermedad. Mientras que en otros tiempos se creía que la enfermedad tenía esencialmente su origen en los chakras in­feriores, la genética y los gérmenes, ahora vemos el origen de la enfermedad en grados tóxicos de estrés emocional. La cu­ración comienza con la reparación de las lesiones emocio­nales. Todo nuestro modelo médico se está reformando en torno al poder del corazón.

La siguiente historia refleja este cambio. Conocí a Perry, médico, en uno de mis seminarios. Perry tenía muchísimo tra­bajo en su consulta, lo que le generaba el típico grado de estrés profesional y personal. Cuando la comunidad médica se inun­dó de información sobre teorías y prácticas alternativas, leyó cosas sueltas por aquí y por allá, pero continuó recetando los tratamientos usuales a sus pacientes porque no sabía lo sufi­ciente sobre tratamientos alternativos para recomendarlos.

Hace unos cinco años decidió asistir a un seminario sobre terapias alternativas. Quedó muy impresionado no sólo por la validez científica de) material presentado, sino también por los estudios de casos de que hablaban sus colegas. Tan pronto volvió a su trabajo, consideró de forma diferente a sus pacientes y comenzó a hacerles preguntas sobre sus proble­mas personales durante los exámenes normales. Leyó libros sobre salud holística y asistió a más charlas y seminarios so­bre el tema que encontraba más interesante, el componente emocional de la enfermedad. Poco a poco fue perdiendo la fe en los tratamientos de la medicina oficial. Deseaba hablar de sus sentimientos con sus colegas, pero éstos no compartían su interés. Llegó un momento en que ya no se sentía cómo­do recetando medicamentos, pero todavía no se sentía lo su­ficientemente seguro como para recomendar simplemente que el paciente buscara otros tratamientos. Al final, le daba tanto miedo llegar a su consulta que consideró seriamente la posibilidad de dejar el ejercicio de la medicina.

Un día, a sus cincuenta y dos años, mientras se prepara­ba para recibir a un paciente nuevo, sufrió un ataque al co­razón en su despacho. Durante su recuperación pidió ver a un psicoterapeuta y a un consejero espiritual. Recibió tera­pia durante varios meses, después pidió una excedencia, y en ese tiempo estudió atención médica alternativa. Finalmente fundó un centro de tratamientos donde se podían atender las necesidades psíquicas y espirituales de los pacientes, además de sus necesidades físicas.

 

 

«Tuve un ataque al corazón muy grave —dice Perry—. Siempre creeré que recuperé la salud gracias a la terapia, que me permitió entrar en mí mismo. No me di cuenta de que te­nía el corazón enfermo debido a mi práctica médica hasta que el corazón literalmente enfermó. ¿Qué podía ser más evidente? Por mi propio bien necesito tratar a mis pacientes con la atención y conciencia que ahora comprendo que ne­cesitan. También necesito cuidar de mí mismo de otra ma­nera, de modo que ya no trabajo las horas que trabajaba an­tes. Ahora, cuidarme es una prioridad. Toda mi vida es más sana porque caí enfermo y decidí creer que rni ataque al co­razón tenía un significado mucho mayor que el de un sim­ple problema eléctrico en mi sistema coronario.

 

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