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Cómo funcionan unidos los chakras, los sacramentos y las sefirot

"Anatomía del espíritu"

Caroline Myss

 

 

 

 

Cada uno de los siete planos o niveles de poder de nues­tro organismo contiene una única verdad sagrada. Esta ver­dad late sin cesar en nuestro interior, ordenándonos vivir conforme al uso correcto de su poder. Nacemos con un co­nocimiento innato de esas siete verdades que están presen­tes, entretejidas, en nuestro sistema energético. Profanar esas verdades, no respetarlas, debilita el espíritu y el cuerpo físi­co, mientras que honrarlas aumenta la fuerza del espíritu y del cuerpo físico.

 

 

La energía es poder; el cuerpo necesita energía y, por lo tanto, necesita poder. Los chakras, las sefirot y los sacra­mentos nos hablan del poder que ejercemos al actuar y rela­cionarnos mutuamente, y del hecho de controlar ese poder mediante procesos cada vez más intensos. En el primer ni­vel, por ejemplo, aprendemos a manejarnos con una identi­dad de grupo y con el poder que nos viene de la familia; en fases posteriores nos individualizamos y manejamos el po­der como adultos. Poco a poco aprendemos a controlar la mente, los pensamientos y el espíritu. Cada decisión que to­mamos, ya sea motivada por la fe o por el miedo, dirige nues­tro espíritu. Si el espíritu de una persona está impulsado por el miedo, ese miedo regresa a su campo energético y a su cuerpo. Si, en cambio, su espíritu está dirigido por la fe, la gracia regresa a su campo energético y su organismo bioló­gico se desarrolla bien y prospera.

Estas tres tradiciones sostienen que dejar suelto el espí­ritu en el mundo físico por miedo o negatividad es un acto desleal, que antepone la voluntad personal a la voluntad del cielo. Según la expresión espiritual oriental, todo acto crea karma. Los actos realizados según la conciencia crea karma bueno; los actos de temor o negatividad crean karma malo, en cuyo caso uno necesita «rescatar» su espíritu de ese mié-do que motivó el acto negativo. En la tradición cristiana, el sacramento de la confesión es el acto de hacer volver el espí­ritu de los lugares negativos, con el fin de entrar «completos» en el cielo. En el lenguaje del judaísmo, un miedo que tenga tal poder sobre un ser humano es un «falso dios». Según las palabras de Rachel, mi maestra atapasca, uno hace volver a su espíritu del mal camino para poder caminar recto.

Somos materia y espíritu al mismo tiempo. Para com­prendernos y estar sanos en cuerpo y espíritu, hemos de en­tender cómo se relacionan la materia y el espíritu, qué nos quita el espíritu, o fuerza vital, del cuerpo, y cómo podemos rescatarlo de los falsos dioses del miedo, la rabia y la ten­dencia a aferramos al pasado. La acción de aferrarse a algo por temor ordena a un circuito de nuestro espíritu que aban­done el campo energético y, como dice la frase bíblica, «de­rrame la simiente de vida en la tierra», una tierra que nos cuesta la salud. Lo que agota el espíritu agota el cuerpo. Lo que alimenta el espíritu alimenta el cuerpo. La energía que da vida al cuerpo, la mente y el corazón no se origina en el ADN, sino que tiene sus raíces en la propia Divinidad. La verdad es así de sencilla y eterna.

Hay tres verdades comunes a estas tradiciones espiri­tuales y a los principios de la intuición médica:
1.  Orientar mal el poder del espíritu personal genera conse­cuencias para el cuerpo y la vida.
2.  Todo ser humano se encuentra con una serie de dificulta­des que ponen a prueba su lealtad para con el cielo. Estas pruebas se presentan en forma de desintegración de su base de poder físico: la inevitable pérdida de riqueza, fa­milia, salud o poder mundano. La pérdida activa una cri­sis de fe, que obligará a preguntarse: « ¿En qué o en quién tengo fe?» O: « ¿En qué manos he encomendado mi espí­ritu? Aparte de esas pérdidas importantes, lo que de­sencadena la búsqueda de sentido más profundo y la «ascensión» espiritual suele ser un trastorno físico que pro­duce un cataclismo personal o profesional. Todos tende­mos a mirar hacia arriba cuando sentimos que nos falta el suelo bajo los pies.

3. Para sanar de esa mala dirección de su espíritu, la perso­na ha de estar dispuesta a actuar para dejar atrás el pasa­do, limpiar su espíritu y volver al momento presente. «Cree como si fuese cierto ahora» es la instrucción del Li­bro de Daniel para hacer visualizaciones u orar en el mo­mento presente.

 

En estas tres tradiciones espirituales, el mundo físico pro­porciona el aprendizaje a nuestro espíritu, y las «pruebas» que en él encontramos siguen una pauta bien ordenada.

En el sistema de chakras (véase fig. 5), cada centro de energía almacena determinado poder. Estos poderes ascien­den desde el poder físico más denso hacia el poder más ete­rice o espiritual. Es extraordinario cómo las dificultades o los retos con que nos enfrentamos en la vida siguen también esta pauta.

 

 
Los chakras uno, dos y tres están calibrados pa­ra los asuntos o problemas que nos exigen poder físico o ex­terior. Los chakras cuatro, cinco, seis y siete están calibrados para el poder no físico o interior. Sí los emparejamos con los sacramentos y las sefirot, no sólo disponemos de un progra­ma para el desarrollo de nuestra conciencia sino también de un lenguaje espiritual de curación, a modo de mapa simbó­lico vital de los inevitables desafíos que encontramos en el proceso cíe curación.

 

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