Juan Salvador Gaviota
Extracto del libro |
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"Ocurrió justo una semana más tarde. Pedro
se hallaba explicando los principios del vuelo a alta velocidad a una
clase de nuevos alumnos. Acababa de salir de su picado desde cuatro mil
metros -una verdadera estela gris disparada a pocos centímetros de la
playa-, cuando un pajarito en su primer vuelo planeó justamente en su
camino, llamando a su madre. En una décima de segundo, y para evitar al
joven, Pedro Pablo Gaviota giró violentamente a la izquierda, y a más de
trescientos kilómetros por hora fue a estrellarse contra una roca de
sólido granito.
Fue
para él como si la roca hubiese sido una dura y gigantesca puerta hacia
otros mundos. Una avalancha de miedo y de espanto y de tinieblas se le
echó encima junto con el golpe, y luego se sintió flotar en un cielo
extraño, extraño, olvidando, recordando, olvidando; temeroso y triste y
arrepentido; terriblemente arrepentido.
La voz
le llegó como en aquel primer dia en que había conocido a Juan Salvador
Gaviota.
-El
problema, Pedro, consiste en que debemos intentar la superación de
nuestras limitaciones en orden, y con paciencia. No intentamos cruzar a
través de rocas hasta algo más tarde en el programa.
-¡Juan!
-También conocido como el Hijo de la Gran Gaviota -dijo su instructor,
secamente.
-¿Qué
haces aquí? ¡Esa roca! ¿no he... no me había... muerto?
-Bueno, Pedro, ya está bien. Piensa. Si me estás hablando ahora, es
obvio que no has muerto, ¿verdad? Lo que sí lograste hacer fue cambiar
tu nivel de conciencia de manera algo brusca. Ahora te toca escoger.
Puedes quedarte aquí y aprender en este nivel -que, para que te enteres,
es bastante más alto que el que dejaste-, o puedes volver y seguir
trabajando en la Bandada. Los Mayores estaban deseando que ocurriera
algún desastre y se han sorprendido de lo bien que les has complacido.
-Por
supuesto que quiero volver a la Bandada. ¡Estoy apenas empezando con el
nuevo grupo!
-Muy
bien, Pedro. ¿Te acuerdas de lo que decíamos acerca de que el cuerpo de
uno no es más que el pensamiento puro...?
Pedro
sacudió su cabeza, extendió sus alas, abrió sus ojos, y se halló al pie
de la roca y en el centro de toda la Bandada allí reunida. De la
multitud surgió un gran clamor de graznidos y chillidos cuando empezó a
moverse.
-¡Vive! ¡El que había muerto, vive!
-Le
tocó con un extremo del ala! ¡Lo resucitó! ¡El hijo de la Gran Gaviota!
-¡No!
¡El lo niega! ¡Es un diablo! ¡DIABLO! ¡Ha venido a aniquilar a la
Bandada!
Había
cuatro mil gaviotas en la multitud, asustadas por lo que había sucedido,
y el grito de ¡DIABLO! cruzó entre ellas como viento en una tempestad
oceánica. Brillantes los ojos, aguzados los picos, avanzaron para
destruir.
-Pedro, ¿te parece mejor si nos marchásemos? -preguntó Juan.
-Bueno, yo no pondría inconvenientes si...
Al
instante se hallaron a un kilómetro de distancia, y los relampagueantes
picos de la turba se cerraron en el vacío.
-¿Por
qué será -se preguntó perplejo Juan- que no hay nada más difícil en el
mundo que convencer a un pájaro de que es libre, y de que lo que puede
probar por sí mismo si sólo se pasara un rato practicando? ¿Por qué será
tan difícil?
Pedro
aún parpadeaba por el cambio de escenario.
-¿Qué
hicieste ahora? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
-Dijiste que querías alejarte de la turba, ¿no?
-Sí,
pero, ¿cómo has...?
-Como
todo, Pedro. Práctica.
A la
mañana siguiente, la Bandada había olvidado su demencia, pero no Pedro.
-Juan,
¿te acuerdas de lo que dijiste hace mucho tiempo acerca de amar lo
suficiente la Bandada como para volver a ella y ayudarla a aprender?
-Claro.
-No
comprendo cómo te las arreglas para amar a una turba de pájaros que
acaba de intentar matarte.
-¡Vamos, Pedro, no es eso lo que tú amas! Por cierto que no se debe amar
el odio y el mal. Tienes que practicar y llegar a ver a la verdadera
gaviota, ver el bien que hay en cada una, y ayudarlas a que lo vean en
sí mismas. Eso es lo que quiero decir por amar. Es divertido,cuando le
aprendes el truco. Recuerdo, por ejemplo, a cierto orgulloso pájaro, un
tal Pedro Pablo Gaviota. Exilado reciente, listo para luchar hasta la
muerte contra la Bandada, empezaba ya a construirse su propio y amargo
infierno en los Lejanos Acantilados. Sin embargo, aquí lo tenemos ahora,
construyendo su propio cielo, y guiando a toda la Bandada en la misma
dirección.
Pedro
miró a su instructor, y por un momento hubo miedo en sus ojos.
-¿Yo,
guiando? ¿Qué quieres decir: yo guiando? Tú eres el instructor aquí. ¡Tú
no puedes marcharte!
-¿Ah,
no? ¿No piensas que hay acaso otras Bandadas, otros Pedros, que
necesitan más a un instructor que ésta, que ya va en camino de la Luz?
-¿Yo?
Juan, soy una simple gaviota, y tú eres...
-¿...el único Hijo de la Gran Gaviota, supongo? -Juan suspiró y miró
hacia el mar-. Ya no me necesitas. Lo que necesitas es seguir
encontrándote a ti mismo, un poco más cada día; a ese verdadero e
ilimitado Pedro Gaviota. El es tu instructor. Tienes que comprenderle, y
ponerlo en práctica.
Un
momento más tarde el cuerpo de Juan trepidó en el aire, resplandeciente,
y empezó a hacerse transparente.
-No
dejes que se corran rumores tontos sobre mí, o que me hagan un dios. ¿De
acuerdo, Pedro? Soy gaviota. Y quizá me encante volar...
-¡JUAN!
-Pobre
Pedro. No creas lo que tus ojos te dicen. Solo muestran limitaciones.
Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes, y hallarás la
manera de volar.
El
resplandor se apagó. Y Juan Gaviota se desvaneció en el aire.
Después de un tiempo, Pedro Gaviota se obligó a remontar el espacio y se
enfrentó con un nuevo grpo de estudiantes, ansiosos de empezar su
primera lección.
-Para
comenzar -dijo pesadamente- teneis que comprender que una gaviota es
una idea ilimitada de la libertad, una imagen de la Gran Gaviota, y todo
vuestro cuerpo, de extremo a extremo del ala, no es más que vuestro
propio pensamiento.
Los
jóvenes se miraron extrañados. ¡Vaya, hombre!, pensaron, eso no suena a
una norma para hacer un rizo...
Pedro
suspiró y empezó otra vez:
-¡Hum!...
ah... muy bien -dijo, y les miró críticamente-. Empecemos con el Vuelo
Horizontal. -Y al decirlo, comrpendió de pronto que, en verdad, su amigo
no había sido más divino que el mismo Pedro.
¿No
hay límites, Juan? pensó. ¡Bueno, llegará entonces el dia en que me
apareceré en tu playa, y te enseñaré un par de cosas acerca del vuelo!
Y
aunque intentó parecer adecuadamente severo ante sus alumnos, Pedro
Gaviota les vio de pronto tal y como eran realmente, sólo por un
momento, y más que gustarle, amó aquello que vio. ¿No hay límites, Juan?
pensó, y sonrió. Su carrera hacia el aprendizaje había empezado."