Isaías
26, 19: «Revivirán los muertos; junto con los cadáveres se
levantarán. Despertarán y cantarán los que vivieron en el polvo... y
la tierra arrojará a los muertos». 1
1
Todas las citas de la Biblia están tomadas de la versión inglesa del
rey Jaime.
Daniel
12, 2: «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se
despertarán, algunos para la vida eterna, algunos para la vergüenza
y el desprecio eternos.»
Obsérvese
que en ambos pasajes se sugiere la resurrección del cuerpo físico, y
que el estado de muerte física es comparado al sueño.
Es
evidente, a partir del capítulo precedente, que algunas personas han
sacado conceptos específicos de la Biblia cuando han tratado de
elucidar o de explicarme lo que les ocurrió. Por ejemplo, se
recordará que un hombre identificó la oscura envoltura por la que
pasó en el momento de la muerte con el bíblico «valle de la sombra
de la muerte». Dos personas mencionaron las palabras de Jesús: «Yo
soy la luz del mundo.» Al menos en parte, identificaron a la luz con
Cristo sobre la base de esa frase. Uno de ellos me dijo: «Nunca vi a
una persona en esa luz, pero para mí era Cristo... La conciencia, la
unidad con todas las cosas, el amor perfecto. Creo que Jesús se
refería a eso cuando dijo que era la luz del mundo.»
En mi
propia lectura he encontrado algunos paralelos que ninguno de los
entrevistados había mencionado. El más interesante se encuentra en
los escritos del apóstol San Pablo. Era un perseguidor del
cristianismo hasta su famosa visión y conversión en el camino de
Damasco.
Hechos
26, 13-26: «Al mediodía, ¡oh rey!, vi en el camino una luz venida
del cielo, más brillante que el sol, que me rodeó a mí y a quienes
viajaban conmigo. Cuando hubimos caído todos a tierra, escuché una
voz que me hablaba y me decías en lengua hebrea: "Saúl, Saúl, ¿por
qué me persigues? Te es duro dar coces contra los aguijones."
»Yo le
dije: "¿Quién eres tú, Señor?" Él respondió: "Soy Jesús, a quien tú
persigues. Levántate y ponte de pie, pues me he aparecido a ti para
que seas mí servidor y testigo de las cosas que has visto y de las
que te mostraré..."
»Así
pues, oh rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial...
Mientras decía esto, Festo gritó: "¡Pablo, estás loco, tanto
aprender te ha afectado a la mente!"
«Yo le
respondí: "No estoy loco, noble Festo; hablo de cosas verdaderas y
sensatas".»
Este
episodio tiene alguna semejanza con el encuentro con el ser luminoso
en las experiencias cercanas a la muerte. Ante todo, el ser está
dotado de personalidad, aunque no se vea forma física, y de él emana
una «voz» que hace preguntas y da instrucciones. Cuando San Pablo
trata de contárselo a los otros, se burlan de él y lo consideran
loco. Sin embargo, la visión cambió el curso de su vida. Desde
entonces se convirtió en el primer promotor del cristianismo, como
forma de vida que implicaba el amor a los otros.
También
hay diferencias, por supuesto. San Pablo no estuvo cerca de la
muerte durante su visión. También habla de que fue cegado por la luz
y perdió la vista durante tres días, lo que se opone a los informes
que dicen que, a pesar de que tenía un brillo indescriptible, ni los
cegó ni les impidió ver las cosas que les rodeaban.
En sus
discusiones sobre la naturaleza de la vida del más allá, San Pablo
dice que algunos ponen en duda el concepto cristiano de otra vida al
preguntar por el tipo de cuerpo que tendrá el muerto:
Corintios 15, 35-52: «Alguno dirá: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con
qué cuerpo? Loco..., lo que tú siembras no es el cuerpo que brotará,
sino un simple grano...; pero Dios le da el cuerpo que le place, y a
cada semilla su propio cuerpo... Hay cuerpos celestiales y cuerpos
terrestres: una es la gloria del celestial y otra la del
terrestre... Así es también la resurrección del muerto. Se ha
sembrado en corrupción y resucita en incorrupción. Se ha sembrado en
deshonor, resucita en gloria. Se ha sembrado en debilidad, resucita
en poder.
Se ha
sembrado en un cuerpo natural, resucita en un cuerpo espiritual...
Fijaos, os muestro un misterio: no todos moriremos, pero todos
seremos transformados. En un momento, en el pestañear de un ojo, con
la última trompeta, pues la trompeta sonará, todos los muertos
resucitarán incorruptibles.»
Es
interesante que el breve esbozo que hace San Pablo de la naturaleza
del «cuerpo espiritual» se corresponda tan bien con los relatos de
quienes se han encontrado fuera de sus cuerpos. En todos los casos,
la inmaterialidad del cuerpo espiritual -su falta de sustancia
física- se ha puesto de relieve. San Pablo dice, por ejemplo, que
mientras el cuerpo físico es débil y feo, el espiritual será fuerte
y hermoso.
Esto me
recuerda el relato de una experiencia cercana a la muerte en la que
el cuerpo espiritual estaba completo mientras que el físico podía
verse mutilado; así como otro en que el cuerpo espiritual no parecía
tener una edad particular; es decir, no estaba limitado por el
tiempo.
El
filósofo Platón, uno de los mayores pensadores de todas las épocas,
vivió en Atenas del 428 al 348 a. de J. C. Nos legó un cuerpo de
pensamiento en la forma de veintidós diálogos filosóficos, la mayor
parte de los cuales incluyen a Sócrates, su maestro, como
interlocutor, y a un pequeño número de letrados.
Platón
creía en la utilidad de la razón, la lógica y la argumentación para
alcanzar la verdad y la sabiduría, pero sólo hasta cierto punto,
pues también era un gran visionario que sugería que la verdad última
sólo podía llegar con una experiencia casi mística de iluminación e
intuición. Aceptaba que había planos y dimensiones de la realidad
distintos al mundo sensible y físico, y creía que la esfera física
sólo podía entenderse por referencia a los planos «superiores» de la
realidad. En consecuencia, estaba interesado principalmente en el
componente incorpóreo y consciente del hombre, el alma, y
consideraba el cuerpo físico como su vehículo temporal. No es
sorprendente, por tanto, que se sintiese atraído por el destino del
alma tras la muerte física, y que varios diálogos -especialmente
Fedón, Gorgias y La República-
traten en parte de ese tema.
Los
escritos de Platón están plagados de descripciones de la muerte que
son semejantes a las que discutimos en el capitulo previo. Por
ejemplo, Platón define la muerte como la separación de la parte
incorpórea de una persona viva, el alma, de la parte física, el
cuerpo. Es más, la parte incorpórea está sometida a menos
limitaciones que la física. Por tanto, Platón señala que el tiempo
no es un elemento de la esfera que existe más allá del mundo
sensible y físico. Las otras esferas son eternas y, según la notable
frase de Platón, lo que llamamos tiempo no es sino «el reflejo móvil
e irreal de la eternidad».
Platón
habla en varios pasajes de que el alma separada de su cuerpo puede
encontrarse y conversar con los espíritus de otros y ser guiada en
la transición de la vida física a la otra esfera por espíritus
guardianes. Menciona que en el momento de la muerte puede
encontrarse una barca que lleve a través de una masa de agua a la
«otra orilla» de la existencia. En Fedón, el empuje y
composición dramática de los argumentos y palabras utilizadas vienen
a señalar que el cuerpo es la prisión del alma y que, en
consecuencia, la muerte es como un escape o liberación de esa
prisión.
Aunque,
como vimos en el capítulo primero, Platón articula -a través de
Sócrates- la antigua visión de la muerte como sueño y olvido, lo
hace sólo para desaprobarla y darle un giro de 180 grados. Según
Platón, el alma viene al cuerpo físico desde una esfera del ser
superior y más divina. Para él, es el nacimiento lo que constituye
el sueño y el olvido, pues el alma, al nacer en un cuerpo, pasa de
un estado de gran conciencia a otro mucho menos consciente y olvida
las verdades que sabía en su estado anterior externo a un cuerpo.
Por
tanto, la muerte es despertar y recuerdo. Pone de manifiesto que el
alma que ha sido separada del cuerpo en la muerte puede razonar y
pensar con mayor claridad que antes y puede reconocer las cosas en
su verdadera naturaleza. Nada más morir se enfrenta a un «juicio» en
el que un ser divino muestra ante el alma todas las cosas -las
buenas y las malas- que ha hecho en su vida.
En el
libro décimo de La República encontramos la similitud más
notable. Platón cuenta el mito de Er, un soldado griego. Er fue a
una batalla en la que murieron muchos griegos, y cuando sus
compatriotas recogieron los cadáveres de la misma, su cuerpo estaba
entre ellos. Yacía sobre una pira funeraria junto con otros para ser
quemado. Al cabo de un tiempo, su cuerpo revivió y Er describe lo
que vio en el viaje a las esferas del más allá. En primer lugar, su
alma salió del cuerpo, se unió a un grupo de otros espíritus y todos
juntos marcharon a un lugar en el que había «aberturas» o
«pasadizos» que conducían de la tierra a las esferas del más allá.
Aquí las otras almas eran detenidas y juzgadas por seres divinos que
podían ver enseguida todas las cosas que el alma había hecho en su
vida terrena.
Sin
embargo, Er no fue juzgado. Los seres le dijeron que debía regresar
para informar a los hombres del mundo físico acerca de cómo era el
otro mundo. Tras tener otras visiones, Er fue devuelto, pero dijo
que no sabía cómo había regresado al cuerpo físico. Despertó y se
encontró sobre la pira funeraria.
Es
importante tener bien presente que el mismo Platón nos advierte que
su descripción de los detalles precisos del mundo en el que entrará
el alma tras la muerte son sólo «probabilidades, en el mejor de los
casos». Si bien no duda de la supervivencia de la muerte física,
insiste en que al intentar explicar la vida del más allá desde
nuestra vida física actual nos enfrentamos con dos grandes
desventajas. Ante todo, nuestras almas se encuentran aprisionadas en
los cuerpos físicos y estamos, pues, limitados por los sentidos
físicos en lo que se refiere a experimentar y aprender.
La
visión, el oído, el tacto, el gusto y el olor, cada uno en su forma,
pueden confundirnos. Para nuestros ojos, un objeto enorme es pequeño
si está distante, podemos oír mal lo que alguien nos dice, etc. De
todo esto puede resultar que tengamos falsas opiniones o impresiones
de la naturaleza de las cosas. Nuestras almas no pueden ver la
realidad en sí mismas hasta que se hayan liberado de las
distracciones e imprecisiones de los sentidos físicos.
En
segundo lugar, Platón dice que el lenguaje humano es inadecuado para
expresar directamente las realidades últimas. Las palabras ocultan,
más que revelan, la naturaleza interna de las cosas. En
consecuencia, las palabras humanas no podrán hacer otra cosa que
indicar -mediante la analogía, el mito y en otras formas indirectas-
el carácter verdadero de lo que está más allá de la esfera física.
Este
notable libro es una compilación de las enseñanzas de los sabios de
muchos siglos del Tíbet prehistórico que pasó de una a otra de las
primeras generaciones por tradición oral. Fue escrito finalmente en
el siglo VIII a. de J. C., pero incluso entonces fue escondido para
mantener el secreto ante los extraños.
Este
libro inusual ha tomado la forma que le prestaron sus diversos e
interrelacionados usos. Los sabios que lo escribieron veían la
muerte como una habilidad: algo que puede hacerse con arte o de
manera inconveniente, según que se tuvieran o no los conocimientos
requeridos para hacerlo correctamente. Por tanto, el libro era leído
como parte del rito funerario o ante la persona que estaba muriendo
cuando le llegaban sus últimos momentos. Se pensaba que servía así
para dos funciones. En primer lugar, para ayudar a la persona que
estaba muriendo a recordar cada uno de los maravillosos fenómenos
conforme los iba experimentando. En segundo lugar, para ayudar a los
que seguían viviendo a tener pensamientos positivos y a no mantener
al muerto con su amor y preocupación emocional, de forma que pudiera
entrar en los planos posteriores a la muerte con una estructura
mental adecuada y liberado de todas las preocupaciones corporales.
Para
conseguir esos fines, el libro contiene una detallada explicación de
los diferentes estadios que atraviesa el alma tras la muerte física.
La correspondencia entre su relato de los primeros estadios de la
muerte y la descripción que me han hecho los que se han encontrado
cerca de ella es fantástica.
Ante
todo, en el Libro tibetano, la mente o alma de la persona muerta
abandona el cuerpo. Poco tiempo después, el alma se «desvanece» y se
encuentra en un vacío; no en un vacío físico, sino uno sometido a
sus propios límites y en el que existe la conciencia. Puede oír
ruidos y sonidos alarmantes, descritos como rugido, estruendo y
ruidos silbantes, como los del viento, y generalmente el muerto ve
que él y lo que le rodea está envuelto en una luz neblinosa y gris.
Se
sorprende de verse a sí mismo fuera del cuerpo físico. Ve y oye a
sus parientes y amigos lamentándose sobre su cuerpo y preparando el
funeral, y cuando intenta comunicar con ellos, ni lo escuchan ni lo
ven. Todavía no ha comprendido que está muerto y se encuentra
confuso. Se pregunta a sí mismo si está muerto o no, y cuando
comprende finalmente que sí lo está, no sabe adónde irá o lo que
hará. Se siente pesaroso y deprimido en su estado. Durante un tiempo
permanece cerca de los lugares que le han sido familiares durante su
vida física.
Observa
que todavía está en un cuerpo -llamado el cuerpo «brillante»-, que
no parece estar compuesto de sustancia material. Puede atravesar las
piedras, paredes y montañas sin encontrar resistencia. El viaje es
casi instantáneo. Cuando desea ir a algún sitio, llega en un
momento. Su pensamiento y percepción están menos limitados; su mente
es muy lúcida y sus sentidos parecen más perfectos y cercanos a la
naturaleza divina.
Si en la
vida física ha sido ciego, o mudo, o lisiado, se sorprende de que en
su cuerpo «brillante.» tiene todos los sentidos, y que todas las
facultades de su cuerpo físico se han restaurado e intensificado.
Puede encontrarse con otros seres con el mismo tipo de cuerpo y con
uno de luz pura y transparente. Los tibetanos aconsejan al muerto
que se aproxima a esa luz que trate de tener sólo amor y compasión
hacia los otros.
El libro
también describe los sentimientos de inmensa paz que el muerto
experimenta, así como una especie de «espejo en el que se refleja
toda su vida, los actos buenos y malos, para que él y los seres que
lo juzgan puedan verlos. En esta situación no cabe la mala
interpretación, y la mentira sobre la propia vida es imposible.
En
resumen, aunque el Libro tibetano de los muertos incluye estadios
más largos que ninguno de mis entrevistados han recorrido, es obvia
la similitud entre lo que se relata en este antiguo manuscrito y lo
que me han contado americanos del siglo veinte.
Swedenborg, que vivió entre 1688 y 1772, nació en Estocolmo. Era
famoso en su época e hizo contribuciones respetables en varios
campos de las ciencias naturales. Sus escritos, orientados en un
principio hacia la anatomía, fisiología y psicología, le ganaron un
gran reconocimiento. Sin embargo, en un periodo más tardío de su
vida sufrió una crisis religiosa y comenzó a hablar de experiencias
según las cuales pretendía haber estado en comunicación con
entidades espirituales del más allá.
Sus obras
posteriores tienen muchas descripciones de cómo es la vida que hay
más allá de la muerte. De nuevo es sorprendente la correlación entre
lo que él escribe de algunas de sus experiencias espirituales y lo
que cuentan los que han tenido experiencias cercanas a la muerte.
Por ejemplo, describe cómo, cuando han cesado las funciones
corporales de respiración y circulación,
el
hombre todavía no ha muerto, sino que está separado de la parte
corpórea que utilizó en el mundo... El hombre, cuando muere, sólo
pasa de un mundo a otro.1
1
Todas las citas de Swedenborg están tomadas del Compendium of the
Theological and Spiritual Writings of Emanuel Swedenborg (Boston:
Crosby and Nichols, 1853), págs. 160-197.
Afirma
que él mismo ha pasado por las primeras etapas de la muerte y ha
tenido experiencias fuera de su cuerpo.
Pasé
por un estado de insensibilidad de los sentidos corporales, casi por
el estado de la muerte; la vida de pensamiento interior seguía
entera, por lo que percibí y retuve en la memoria las cosas que
ocurrieron y lo que les ocurre a los que han resucitado...
Especialmente se percibe... que hay una absorción..., un tirón de...
de la mente, es decir, del espíritu, hacia fuera del cuerpo.
Durante
la experiencia se encuentra con seres a los que identifica con
«ángeles». Éstos le preguntan si está preparado para morir.
Aquellos ángeles me preguntaron primero cuál era mi pensamiento, si
era como el de los que mueren, que generalmente se preguntan sobre
la vida eterna; me dijeron que deseaban mantener mi mente en ese
pensamiento.
La
comunicación que tiene lugar entre Swedenborg y los espíritus no es
de tipo terrestre y humano. Es casi una transferencia directa de
pensamientos. No hay posibilidad de mala comprensión.
Los
espíritus conversan entre sí mediante un lenguaje universal... Todo
hombre, nada más morir, conoce ese lenguaje..., que es propio a su
espíritu...
Lo que
le dice un ángel o un espíritu a un hombre se oye igual que lo que
le dice un hombre a otro hombre. Pero no es oído por los otros que
están allí, sino por él sólo; la razón es que lo que dice el ángel o
el espíritu fluye primero al pensamiento de hombre...
La
persona recién fallecida no comprende que está muerta, pues sigue en
un «cuerpo» que se asemeja al cuerpo físico en varios aspectos.
El
primer estado del hombre tras la muerte es similar a su estado en el
mundo, pues externamente es de la misma manera... Por tanto, no sabe
otra cosa que el hecho de que sigue en el mundo... Una vez que se
han maravillado de que están en un cuerpo y de que siguen en el
mundo... desean saber lo que es el cielo y el infierno.
El estado
espiritual es menos limitado. La percepción, el pensamiento y la
memoria son más perfectos, y el tiempo y el espacio ya no
constituyen obstáculos, como en la vida física.
Todas
las facultades de los espíritus... se dan en un estado más perfecto,
así como las sensaciones, pensamientos y percepciones
El muerto
puede encontrarse con otros espíritus, a los que conoció en vida.
Están allí para ayudarle a pasar al más allá.
El
espíritu de un hombre recién salido del mundo es... reconocido por
sus amigos y por aquellos a quienes había conocido en el mundo...,
que lo instruyen de lo concerniente al estado de vida eterna...
Puede ver
su vida pasada en una visión. La recuerda con todo detalle y no
tiene posibilidad de mentir u ocultar nada.
La
memoria interior... En ella están escritas todas las cosas
particulares... que el hombre ha pensado, hablado y hecho... desde
su primera infancia hasta el momento de morir. Al hombre le acompaña
el recuerdo de todas las cosas cuando pasa a la otra vida y es
llevado sucesivamente a rememorarlas todas... Cuanto ha hablado y
hecho... queda manifiesto ante los ángeles con una luz tan clara
como la del día..., y... nada hay tan oculto en el mundo que no se
manifieste tras la muerte... como visto en efigie, cuando el
espíritu es visto a la luz del cielo.
Swedenborg también describe la «luz del Señor», que penetra el
futuro, una luz de inefable brillo que él mismo ha visto. Es una luz
de verdad y comprensión.
De nuevo
en los escritos de Swedenborg, como antes en la Biblia, las obras de
Platón y en el Libro tibetano de los muertos, encontramos notables
paralelos con los acontecimientos que han contado nuestros
contemporáneos que tuvieron experiencias próximas a la muerte.
Surge, sin embargo, la cuestión de si dicho paralelismo es realmente
tan sorprendente. Alguien podría sugerir, por ejemplo, que los
autores de esas obras podrían estar influenciados entre ellos. Tal
aserción podría sostenerse en algunos casos, pero no en todos.
Platón admite que algunas de sus intuiciones derivan directamente
del misticismo religioso de Oriente, por lo que podría estar
influenciado por la misma tradición que produjo el Libro tibetano de
los muertos. A su vez, las ideas de la filosofía griega
influenciaron a algunos autores del Nuevo Testamento, por lo que
podría argumentarse que la discusión de San Pablo sobre el cuerpo
espiritual podría tener sus raíces en Platón.
Por otro
lado, en la mayor parte de los casos no es posible establecer que
tal influencia haya podido tener lugar. Cada escrito tiene algunos
detalles interesantes que sólo se producen en mis entrevistas y que,
por tanto, su autor no podría haber sacado de autores anteriores.
Swedenborg leyó la Biblia y estaba familiarizado con Platón. Sin
embargo, alude varias veces al hecho de que quien acaba de morir no
comprende su estado hasta pasado cierto tiempo. Este hecho, que se
produce una y otra vez en los relatos de quienes han tenido una
experiencia próxima a la muerte, no es mencionado ni en la Biblia ni
en Platón. En cambio, sí es enfatizado en el Libro tibetano de los
muertos, obra que Swedenborg no tuvo posibilidad de leer, pues no
fue traducida hasta 1927
¿Es
posible que las experiencias próximas a la muerte que yo he recogido
estuvieran influenciadas por las obras que he discutido? Todas las
personas a las que he entrevistado conocían la Biblia con
anterioridad a su experiencia, y dos o tres sabían algo de Platón.
Ninguno tenía noticias siquiera de la existencia de las obras de
Swedenborg o del Libro tibetano de los muertos. Algunos detalles que
no aparecen en la Biblia ni en Platón afloran constantemente en las
experiencias que he recogido y se corresponden exactamente con
acontecimientos y fenómenos mencionados en las fuentes más
inusuales.
Debe
reconocerse que la existencia de paralelos y similitudes entre los
escritos de los antiguos pensadores y los informes de americanos
actuales que sobrevivieron a experiencias próximas a la muerte sigue
siendo un hecho sorprendente y todavía no explicado.