A
continuación, se encuentra de repente fuera de su cuerpo físico,
pero todavía en el entorno inmediato, viendo su cuerpo desde fuera,
como un espectador. Desde esa posición ventajosa observa un intento
de resucitarlo y se encuentra en un estado de excitación nerviosa.
Al
rato se sosiega y se empieza a acostumbrar a su extraña condición.
Se da cuenta de que sigue teniendo un «cuerpo», aunque es de
diferente naturaleza y tiene unos poderes distintos a los del cuerpo
físico que ha dejado atrás. Enseguida empieza a ocurrir algo. Otros
vienen a recibirlo y ayudarlo. Ve los espíritus de parientes y
amigos que ya habían muerto y aparece ante él un espíritu amoroso y
cordial que nunca antes había visto -un ser luminoso-. Este ser, sin
utilizar el lenguaje, le pide que evalúe su vida y le ayude
mostrándole una panorámica instantánea de los acontecimientos más
importantes. En determinado momento se encuentra aproximándose a una
especie de barrera o frontera que parece representar el límite entre
la vida terrena y la otra. Descubre que debe regresar a la tierra,
que el momento de su muerte no ha llegado todavía. Se resiste, pues
ha empezado a acostumbrarse a las experiencias de la otra vida y no
quiere regresar. Está inundado de intensos sentimientos de alegría,
amor y paz. A pesar de su actitud, se reúne con su cuerpo físico y
vive.
Trata
posteriormente de hablar con los otros, pero le resulta problemático
hacerlo, ya que no encuentra palabras humanas adecuadas para
describir los episodios sobrenaturales. También tropieza con las
burlas de los demás, por lo que deja de hablarles. Pero la
experiencia afecta profundamente a su existencia, sobre todo a sus
ideas sobre la muerte y a su relación con la vida.
Hay que
tener en cuenta que el relato anterior no trata de ser una
representación de la experiencia de una persona. Más bien es un
«modelo», un compuesto de los elementos comunes encontrados en
muchas historias. Lo he incluido aquí como idea preliminar y general
de lo que puede experimentar una persona que está muriendo. Aclarado
que es una abstracción en lugar de una experiencia real, en el
presente capítulo discutiré con detalle cada uno de los elementos
comunes, suministrando varios ejemplos
Sin
embargo, antes de hacerlo así hay que dejar bien sentados unos
cuantos hechos con el fin de introducir en una estructura apropiada
el resto de mi exposición sobre la experiencia de la muerte.
1) A
pesar de las sorprendentes similitudes entre los diversos relatos,
ninguno de ellos es idéntico (aunque algunos se aproximen
notablemente).
2) No he
encontrado a nadie que informe de todos y cada uno de los detalles
del modelo. Varios han citado a la mayoría (es decir, ocho o más de
los quince) y unos pocos han informado hasta de doce.
3) Ningún
elemento del modelo de experiencias ha sido proporcionado por todos
los informadores. Sin embargo, alguno de los elementos tiene un
carácter casi universal.
4) Ningún
componente del modelo abstracto ha aparecido solo en un relato. Cada
elemento ha aparecido en varias historias.
5) El
orden en que una persona muerta pasa a través de los diversos
estadios antes delineados puede variar del que ocupa en el «modelo
teórico». Por ejemplo, varias personas afirman haber visto al ser
luminoso antes, o al tiempo de abandonar el cuerpo físico, en lugar
de como en el modelo, donde se produce poco después. Sin embargo, el
orden que he dado es bastante típico y las variaciones no son
frecuentes.
6) El
grado en que una persona que está muriendo profundiza en la
experiencia hipotética depende de si la persona sufre realmente una
aparente muerte clínica y, en tal caso, del tiempo que permanece en
ese estado. En general, las personas que estuvieron «muertas» dan un
relato más vívido y completo de la experiencia que las que sólo han
estado cercanas a la muerte, y los que estuvieron «muertos» por un
largo periodo profundizan más que los que han estado menos tiempo.
7) He
hablado con algunos que fueron considerados muertos, pero
resucitaron y regresaron sin informar de ninguno de estos elementos.
Alegan que no recuerdan nada en absoluto de sus «muertes». También
he entrevistado a personas que estuvieron clínicamente muertas en
diferentes ocasiones con intervalos de años y no habían tenido
experiencias en todos los casos.
8) Debo
poner de relieve que estoy escribiendo sobre informes o relatos que
se me han dado verbalmente en el curso de entrevistas. De este modo,
cuando observo que un elemento dado del modelo no se produce en un
relato determinado, no puede inferirse necesariamente que no le haya
ocurrido a la persona implicada. Significa, simplemente, que no me
dijo que ello ocurriera, o que no se explicita definitivamente en el
relato que hace. Dentro de este marco de referencia, examinemos
algunos de los estadios y acontecimientos comunes a la experiencia
de la muerte
La
comprensión general que tenemos del lenguaje depende de la
existencia de una zona amplia de experiencia común de la que
participamos casi todos. Ese hecho crea una dificultad importante
que complica la discusión que se sucederá en el libro. Los
acontecimientos que han vivido los que se han encontrado próximos a
la muerte están fuera de esa comunidad de experiencia, por lo que es
de esperar que se encuentren con dificultades lingüísticas para
expresar lo que les ocurrió. Ciertamente, las personas implicadas
caracterizan uniformemente sus experiencias de inefables; es decir,
“inexpresables”.
Muchos
han observado a este respecto que no existían palabras para lo que
estaban intentando decir o que no conocían adjetivos y superlativos
para describirlo. Una mujer me lo resumió muy bien con las
siguientes palabras:
Me
encuentro con verdaderos problemas cuando trato de contárselo, pues
todas las palabras que conozco son tridimensionales. Conforme tenía
la experiencia, pensaba: «Cuando me hallaba en clase de geometría me
decían que sólo había tres dimensiones y siempre lo acepté. Estaban
equivocados. Hay más.» Nuestro mundo, en el que ahora vivimos, es
tridimensional, pero el próximo no lo es. Por eso es tan difícil
contárselo. He de describirlo con palabras tridimensionales. Es lo
más cercano que puedo conseguir, pero no es realmente adecuado. No
puedo darle un cuadro completo.
Numerosos
individuos afirman haber oído a los doctores o a espectadores en el
momento en que les daban por muertos. Una mujer me contó:
Estaba
en el hospital, pero no sabían qué me pasaba. El doctor James me
dijo que bajara al departamento de radiología para que me miraran el
hígado por si descubrían algo. Como tenía alergia a muchos
medicamentos, comprobaron lo que me iban a poner en el brazo y, como
no hubo reacción, siguieron adelante. Cuando usaron la dosis
completa, me quedé paralizada. Oí con toda claridad cómo el
radiólogo que estaba conmigo fue hacia el teléfono, marcó un número,
y dijo: «Doctor James, he matado a su paciente, Mrs. Martin.» Sabía
que no estaba muerta. Traté de moverme y decírselo, pero no pude.
Cuando estaban tratando de reanimarme, pude oírlos hablar de los
centímetros cúbicos que necesitaba de un medicamento, pero no sentí
las agujas ni cuando me tocaron.
Otro de
los casos es el de una mujer que ya había tenido problemas con el
corazón y tuvo un ataque cardiaco en el que casi perdió la vida. Me
contó lo siguiente:
De
repente, quedé paralizada por terribles dolores en el pecho. Era
como si hubieran rodeado la mitad del pecho con una cinta de hierro
y estuvieran apretando. Mi marido y un amigo común me oyeron caer y
vinieron corriendo a ayudarme. Me encontraba rodeada por una
profunda oscuridad y a través de ella oí a mi esposo diciéndome como
desde una gran distancia: «¡Esta vez ha sido definitivo!» Pensé que
tenía razón.
Un joven
que se creyó muerto después de un accidente de automóvil, cuenta:
«Oí a una mujer que preguntaba si estaba muerto y que alguien más le
respondía que sí.»
Los
informes de este tipo coinciden con lo que los doctores y otros
presentes recuerdan. Por ejemplo, un doctor me dijo:
Una
paciente mía tuvo un paro cardiaco cuando había otro cirujano
conmigo y yo me disponía a operarla. Vi cómo se le dilataban las
pupilas. Durante cierto tiempo intentamos reanimarla, pero no
teníamos ningún éxito, por lo que pensé que se había muerto. Le dije
al colega que estaba trabajando conmigo: «Intentémoslo una vez más,
y si no resulta lo dejamos.» Esta vez su corazón volvió a latir.
Posteriormente le pregunté si recordaba algo de su «muerte». Me
respondió que no mucho, salvo que me había oído decir: «Intentémoslo
una vez más, y si no resulta lo dejamos.»
Hay
muchos que describen sentimientos y sensaciones agradabilísimas
durante los primeros estadios de sus experiencias. Tras una grave
herida en la cabeza, uno de los signos vitales de un hombre era
indetectable. Como él mismo dice:
En el
lugar de la herida noté una momentánea sensación de dolor, pero
desapareció por completo. Sentí como si flotara en un espacio
oscuro. El día era muy frío, y sin embargo, mientras estaba en esa
negrura, lo que sentía era calor y la sensación más agradable que
había experimentado nunca... Recuerdo que pensé: «Debo estar
muerto.»
Una mujer
que fue reanimada después de un ataque cardiaco, comenta:
Comencé a experimentar las más maravillosas sensaciones. Lo único
que sentía era paz, comodidad: sólo quietud. Todos mis problemas
habían desaparecido, y pensé: «Qué paz y quietud, nada me duele.»
Un hombre
recuerda:
Tuve
una enorme y agradable sensación de soledad y paz... Era muy bello y
sentía gran paz en mi mente.
Un hombre
que «murió» tras las heridas recibidas en Vietnam, me dijo:
Mientras era herido sentí un gran alivio. No había dolor y nunca me
había sentido tan relajado. Me encontraba a gusto y todo era
agradable.
En muchos
casos, los informes que hablan de la muerte o su proximidad se
refieren a inusuales sensaciones auditivas. Algunas son muy
desagradables. Un hombre que permaneció «muerto» durante veinte
minutos en una operación abdominal habla de un «terrible zumbido que
venía del interior de mi cabeza. Me hacía sentirme muy incómodo...
Nunca lo olvidaré.» Otra mujer habla de que, al perder la
conciencia, sintió «una aguda vibración. Podría describirla como un
zumbido. Me sentía como en una especie de remolino.» Tan
desagradable sensación también me la han descrito como un fuerte
chasquido, un fragor, un estallido, y como un «sonido silbante, como
el del viento».
En otros
casos los efectos auditivos parecían tomar una forma musical más
agradable. Por ejemplo, un hombre que revivió tras haber sido
considerado como muerto a la llegada a un hospital cuenta que
durante su muerte experimentó lo siguiente:
Oí lo
que me pareció un tintineo de campanas a mucha distancia, como si
viniera impulsado por el viento. Parecían campanas de viento
japonesas... Fue lo único que pude escuchar.
Una joven
que casi murió por hemorragia interna asociada con un problema de
coagulación sanguínea me dijo que en el momento de perder la
conciencia comenzó a oír «música de un tipo especial; una soberbia y
hermosísima clase de música».
A menudo,
junto con el ruido, se tiene la sensación de ser empujado
rápidamente por un espacio oscuro. Las personas a quienes he
entrevistado utilizan palabras muy diferentes para describirlo: una
cueva, un pozo, un hoyo, un recinto, un túnel, un embudo, un vacío,
un hueco, una alcantarilla, un valle y un cilindro. Aunque utilicen
diferentes terminologías, es evidente que tratan de expresar la
misma idea. Veamos dos relatos en los que figura prominentemente el
túnel.
Me
ocurrió cuando tenía nueve años. Hace veintisiete de ello; pero fue
tan sorprendente que nunca lo he olvidado. Una tarde me puse muy
enfermo y me llevaron a toda prisa al hospital más cercano. Cuando
llegué, dijeron que iban a dormirme, aunque no recuerdo el motivo,
pues era muy joven entonces. En aquella época se utilizaba el éter.
Me lo suministraron pasándome un paño por la nariz y, según me
dijeron después, al instante mi corazón se detuvo.
En
aquel momento no supe que eso era precisamente lo que me había
ocurrido, pero lo importante es que cuando ocurrió tuve una
experiencia. Lo primero que sentí fue un ruido rítmico parecido a
brrrrrnnnng-brrrrrnnnng brrrrrnnnng. Luego comencé a moverme a
través -pensará que es fantasía- de un largo espacio oscuro. Parecía
una alcantarilla o algo semejante. Me movía y sentía todo el tiempo
ese ruido zumbante.
Otro
informante establece lo siguiente:
Tuve
una reacción alérgica a una anestesia local y dejé de respirar. Lo
primero que ocurrió -bastante rápido fue que pasaba a gran velocidad
por un vacío oscuro y negro. Puede compararlo a un túnel. Era como
si fuera montado en la montaña rusa de un parque de atracciones y
pasara por ese túnel a gran velocidad.
Durante
una grave enfermedad, un hombre estuvo tan cerca de la muerte que
sus pupilas se dilataron y el cuerpo se le quedó frío.
Me
encontraba en un hueco oscuro y negro. Es difícil de explicar, pero
me sentía como si me moviera en el vacío a través de aquella
negrura. Era plenamente consciente y pensaba que estaba como en un
cilindro carente de aire. Me sentía como en el limbo, a medio camino
de aquí y a medio camino de algún otro lugar.
Un
hombre, que «murió» varias veces tras graves quemaduras y heridas,
cuenta:
Estuve
en estado de shock durante una semana, y en ese tiempo escapaba
repentinamente a ese hueco oscuro. Me parecía estar allí mucho
tiempo, flotando y cayendo por el espacio... Estaba tan acostumbrado
a ese vacío que no pensaba en nada más.
Antes de
esa experiencia, que le ocurrió cuando era niño, un hombre había
tenido miedo a la oscuridad. Su corazón dejó de latir a causa de
heridas internas producidas en un accidente de bicicleta.
Tuve
la sensación de moverme por un profundo y oscurísimo valle. La
oscuridad era tan impenetrable que no podía ver absolutamente nada,
pero era la experiencia más maravillosa y libre de inquietudes que
pueda imaginar.
En otro
caso, una mujer, que había tenido peritonitis, relata lo siguiente:
El
doctor ya había avisado a mi hermana y hermano para que me vieran
por última vez. La enfermera me puso una inyección que me ayudara a
morir mejor. Las cosas que me rodeaban en el hospital comenzaron a
parecerme cada vez más lejanas. Mientras ellas retrocedían, entraba
en un estrecho y oscurísimo pasadizo. Parecía encajar en su
interior. Y comencé a deslizarme y a caer, caer, caer.
Una
mujer, que estuvo cerca de la muerte tras un accidente de tráfico,
traza un paralelo con un programa de televisión.
Una
sensación de profunda paz y quietud, sin miedo, tras la cual me
sentí en un túnel; un túnel de círculos concéntricos. Poco después
vi un programa de televisión, llamado El túnel del tiempo, en el que
los personajes viajan por ese túnel en espiral. Es lo más parecido a
lo que yo sentí.
Un
hombre, que estuvo muy cerca de la muerte, trazó un paralelo con un
antecedente de su religión. Lo cuenta así:
De
repente, me encontré en un valle muy profundo y oscuro. Había un
sendero, casi una carretera, por el valle, y yo descendía por él...
Luego, cuando ya estaba bien, pensé: «Ahora sé a qué se refiere la
Biblia cuando habla del "valle sombrío de la muerte", pues he estado
allí.»
Es un
tópico decir que la mayoría de nosotros nos identificamos con
nuestros cuerpos físicos. También damos por supuesto que tenemos
«mente». Pero a casi todo el mundo la «mente» le parece más efímera
que el cuerpo. Después de todo, no es más que el efecto de la
actividad química y eléctrica producida en el cerebro, que es parte
del cuerpo físico. A muchos les parece incluso imposible imaginar
que existen en algo que no sea el cuerpo físico, al que están
acostumbrados.
Con
anterioridad a sus experiencias, las personas a las que he
entrevistado no eran diferentes, como grupo, y por lo que se refiere
a esta actitud, de la persona media. Ése es el motivo de que, tras
su rápido paso por el túnel oscuro, una persona que ha “muerto” se
encuentre tan sorprendida. En aquella circunstancia pudo verse a sí
misma mirando a su cuerpo físico desde un punto exterior, como si
fuera un «espectador», como si viera a las personas y
acontecimientos «en el escenario de un teatro» o «en la pantalla de
un cine». Veamos ahora algunas partes de relatos en las que se
describen los extraños episodios en que se vieron fuera del cuerpo.
Tenía
diecisiete años y trabajaba, junto con mi hermano, en un parque de
atracciones. Una tarde fuimos a nadar y se nos unieron otros
compañeros. Uno de ellos dijo: «Crucemos el lago a nado.» Ya lo
había hecho en numerosas ocasiones, pero ese día, por algún motivo,
me hundí en mitad del lago, me quedé medio flotando y de repente
sentí como si estuviera fuera de cuerpo, fuera de todo, en el
espacio. Me encontraba en un punto estable, sin moverme, desde el
que veía mi cuerpo en el agua a tres o cuatro pies, subiendo y
bajando. Lo veía desde atrás y un poco lateralmente. Aunque me
encontraba fuera, seguía sintiéndome con forma corporal. Tuve una
sensación etérea que es casi indescriptible. Me sentía como una
pluma.
Una mujer
recuerda:
Hace
un año ingresé en el hospital con problemas cardiacos, y a la mañana
siguiente, mientras me encontraba en casa, comenzó a dolerme mucho
el pecho. Pulsé el timbre que tenía al lado de la cama para llamar a
las enfermeras. Vinieron y comenzaron a hacerme cosas. Me sentía muy
incómoda acostada sobre la espalda y me di la vuelta, pero en ese
momento dejé de respirar y el corazón se detuvo. Oí gritar a las
enfermeras, mientras sentía que salía de mi cuerpo y me deslizaba
entre el colchón y la barandilla que había al lado de la cama -en
realidad era como si pasase a través de la barandilla- hasta posarme
en el suelo.
Luego
comencé a elevarme lentamente. Al subir vi que más enfermeras
estaban entrando precipitadamente en la habitación; serían unas
doce. El doctor estaba haciendo una ronda por el hospital y lo
llamaron. También lo vi entrar. Pensé: «¿Qué estará haciendo aquí?»
Floté hasta el techo, pasando al lado de la lámpara que colgaba de
él, y me detuve allí mirando hacia abajo. Me sentía como si fuera un
pedazo de papel que alguien ha arrojado hacia arriba.
Desde
allí los miraba mientras intentaban reanimarme. Mi cuerpo estaba
tumbado sobre la cama y todos lo rodeaban. Oí decir a una enfermera:
«¡Dios mío, ha muerto!», mientras otra se inclinaba para hacerme la
respiración boca a boca. La miraba desde atrás mientras lo hacía.
Nunca olvidaré su pelo; lo tenía muy corto. Entraron con una máquina
y me dieron descargas en el pecho. Al hacerlo, mi cuerpo saltó y
pude oír los chasquidos y crujidos de mis huesos. ¡Era algo
horrible!
Mientras los veía allí abajo golpeando el pecho y doblando mis
brazos y piernas, pensaba: «¿Por qué están haciendo todo eso? Ya me
he muerto.»
Un joven
al que entrevisté me contó lo siguiente:
Me
ocurrió hace dos años, cuando acababa de cumplir diecinueve.
Conducía el coche para llevar a su casa a un amigo y, al llegar a
una intersección, me detuve para mirar en ambas direcciones y no vi
que viniese coche alguno. Me metí en la intersección y oí gritar a
mi amigo con todas sus fuerzas. Cuando miré, me cegó una luz: eran
los faros de un coche que se precipitaba hacia nosotros. Escuché el
horrible ruido que hizo el lado del coche al estrujarse, y durante
un instante me pareció atravesar un espacio cerrado y oscuro. Fue
todo muy rápido. Luego me encontré flotando a unos cinco pies por
encima de la calle y a cinco yardas del coche, desde donde oí el eco
del choque. Vi que la gente corría y se arremolinaba alrededor del
lugar del accidente. Mi amigo, en estado de shock, salió del coche.
Pude ver mi propio cuerpo en la chatarra entre toda aquella gente y
cómo intentaban sacarlo. Mis piernas estaban retorcidas y había
sangre por todas partes.
Como es
de suponer, por las mentes de las personas que se encontraron en
esas situaciones pasaron pensamientos y sensaciones que no se
produjeron en todas. A algunas, la noción de hallarse fuera de sus
cuerpos les parecía tan impensable que, incluso cuando la estaban
experimentando, se sentían muy confusas y durante mucho tiempo no
ligaron aquella situación con la muerte. Se preguntaban qué estaba
ocurriendo, por qué podían verse desde fuera, como si fueran
espectadores.
Las
respuestas emocionales a tan extraño estado varían mucho. Algunas
informan que al principio sintieron un desesperado deseo de regresar
a sus cuerpos, pero que no tenían la más ligera idea de cómo
hacerlo. Otras recuerdan que sintieron mucho miedo, casi pánico. Sin
embargo, algunas tuvieron reacciones más positivas, como la
siguiente:
Enfermé gravemente y el doctor me trasladó a un hospital. Una mañana
me rodeó una sólida niebla gris y abandoné el cuerpo. Tuve la
sensación de flotar hacia fuera, y cuando miré atrás me vi a mí
mismo en la cama, pero no sentí miedo. Me encontraba tranquilo y
sereno, con una gran paz, sin sentir la menor preocupación o miedo.
Era, simplemente, una sensación de tranquilidad. Pensé que me debía
estar muriendo y que así ocurriría si no regresaba al cuerpo.
Las
actitudes que los distintos individuos sienten ante los cuerpos que
han dejado atrás son muy variables. Es muy común que recuerden
sensaciones referentes al cuerpo. Una joven, que en el momento de la
experiencia estaba siguiendo cursos de enfermera, expresó un miedo
incomprensible:
En la
escuela de enfermeras intentaban que comprendiéramos que debíamos
donar nuestros cuerpos a la ciencia; pero cuando los veía esforzarse
por que respirara de nuevo, pensé: «No quiero que usen mi cuerpo.»
Dos
personas más me dijeron que pensaron exactamente lo mismo cuando se
encontraron fuera de sus cuerpos. Es curioso, ambas pertenecían a la
profesión médica. Uno era doctor y la otra enfermera.
En algún
caso, esta preocupación toma la forma de lamento. El corazón de un
hombre se detuvo después de una caída en la que su cuerpo quedó
destrozado. Recuerda:
Ahora
sé que estaba tumbado en la cama, pero entonces veía la cama y al
doctor ocupándose de mí. No podía entenderlo, veía mi propio cuerpo
tumbado sobre la cama. Me sentí muy mal cuando lo vi tan desecho.
Algunos
me han dicho que tuvieron sentimientos de infamiliaridad con
respecto a sus cuerpos, como en este sorprendente pasaje:
No
entendía que pudiera tener esa forma. Estaba acostumbrado a verme en
fotos o frente a un espejo, y en ambos casos parecía plano. De
repente yo, o mi cuerpo, estaba allí y podía verlo. Podía verlo
perfectamente a cinco pies de distancia. Tardé unos momentos en
reconocerme.
En uno de
los informes, esta infamiliaridad toma una forma extrema y
humorística. Un médico nos cuenta que durante su «muerte» clínica
estaba al lado de la cama mirando su propio cadáver, que ya había
asumido el típico color gris de los muertos. Desesperado y confuso,
trataba de decir qué es lo que podía hacer. Llegó a la conclusión de
que debía irse, pues se estaba sintiendo muy mal. De niño, su abuelo
le había contado historias de fantasmas y, paradójicamente, «no me
gusta estar alrededor de eso que parecía un cuerpo muerto..., ¡ni
siquiera aunque fuera yo mismo!»
En el
extremo opuesto, algunos me han dicho que no tenían sensaciones
particulares con respecto a sus cuerpos. Por ejemplo, una mujer que
tuvo un ataque de corazón y sintió que se estaba muriendo se vio
empujada a través de una oscuridad hasta el exterior de su cuerpo.
Éste es su relato:
No
volví la vista atrás para mirar el cuerpo. Sabía que estaba allí y
que podía verlo si miraba. Pero no quería verlo, pues sabía que
había hecho todo lo que estaba en mi mano en la vida y quería
dirigir mi atención a la otra esfera de cosas. Pensaba que volverme
para mirar el cuerpo era como hacerlo para mirar el pasado y no lo
deseaba.
Similarmente, una joven que tuvo la experiencia tras un accidente en
el que recibió varias heridas, cuenta:
Podía
ver mi cuerpo enredado en el coche entre todos los que se habían
reunido alrededor, pero no sentía nada por él. Como si se tratase
del de otra persona, o mejor, de un objeto... Sabía que era mi
cuerpo, pero no me producía ninguna sensación.
A pesar
de lo extraño de ese estado, la situación se imponía tan
repentinamente a la persona muerta que podía pasar algún tiempo
antes de que entendiese el significado de lo que estaba ocurriendo.
Podía estar fuera del cuerpo algún tiempo, tratando desesperadamente
de clasificar las cosas que estaban ocurriendo y que pasaban por su
mente, antes de comprender que estaba muriendo o, incluso, que
estaba muerta.
Cuando se
producía la comprensión, podía llegar con potentes fuerzas
emocionales y provocar sorprendentes pensamientos. Una mujer
recuerda que pensó: «¡Estoy muerta! ¡Qué maravilla!»
Un hombre
me contaba que le llegó el siguiente pensamiento: «Esto debe ser lo
que llaman "muerte".» Incluso en el momento de la comprensión, ésta
podía acompañarse de una sensación de sorpresa y de un rechazo de
aquel estado. Por ejemplo, un hombre, recordando la promesa bíblica
de «tres veintenas y diez años», protestó porque apenas había vivido
una veintena. Una joven me contó este impresionante relato de esos
sentimientos:
Pensé
que estaba muerta y no me preocupaba, pero no conseguía saber adónde
iría. Mi pensamiento y conciencia eran como los que había tenido en
vida, aunque no podía entenderlo. Pensaba: «¿Adónde voy? ¿Qué haré?
¡Dios mío, estoy muerta! ¡No puedo creerlo!» Nadie se cree nunca que
va a morir. La muerte es algo que va a ocurrirle a otra persona,
nunca te crees de verdad que a ti te sucederá... Por consiguiente,
decidí esperar hasta que desapareciera toda la excitación y se
llevaran mi cuerpo, tratando mientras tanto de pensar adónde debía
ir.
En uno o
dos de los casos que he estudiado, las personas muertas cuyas almas,
mentes, conciencias -o como quieran llamarlas- se liberaron de sus
cuerpos, decían que tras la liberación no se sentían en ningún tipo
de «cuerpo». Se sentían conciencias «puras». Una de ellas me dijo
que durante la experiencia era como si «pudiera ver todo lo que me
rodeaba -incluyendo mi cuerpo yacente-, sin ocupar espacio alguno»;
es decir, como si fuera un punto de conciencia. Otras no recordaban
si estaban o no en un cuerpo tras haber abandonado el cuerpo físico,
pues se hallaban totalmente embebidas en los acontecimientos que les
rodeaban.
Sin
embargo, la mayoría de mis entrevistados afirman haberse encontrado
en otro cuerpo tras la liberación del físico. No obstante, entramos
en un área que es muy difícil tratar. El “nuevo cuerpo” es uno de
los dos o tres aspectos de las experiencias de muerte en los que lo
inadecuado del lenguaje humano presenta los mayores obstáculos. Casi
todos los que me han hablado de ese cuerpo se han sentido frustrados
y han alegado que no podían describirlo.
Empero,
los relatos de ese cuerpo guardan gran semejanza entre sí. Aunque
cada individuo usa diferentes palabras y traza analogías distintas,
los diversos modos de expresión caen con gran frecuencia en lo
mismo. Todos los informes muestran también bastante acuerdo por lo
que respecta a las propiedades y características del nuevo cuerpo.
Para adoptar un término que resuma sus propiedades, y dado que ha
sido usado por dos de los entrevistados, a partir de ahora lo
llamaré «cuerpo espiritual».
Casi
siempre fueron conscientes de sus cuerpos espirituales por sus
limitaciones. Cuando salían del cuerpo físico trataban
desesperadamente de contarles a los otros su situación, pero nadie
parecía oírlos. Todo ello queda muy bien ilustrado y extractado en
la historia de una mujer que sufrió una parada respiratoria y fue
llevada a una sala de emergencia, donde se hizo un intento de
reanimación.
Los vi
mientras me reanimaban. Era realmente extraño. No me encontraba muy
alta; era como si estuviese encima de un pedestal, no muy por encima
de ellos, pero lo suficiente para verlos. Traté de hablarles, pero
nadie me oía.
Para
complicar el hecho de que las personas que lo rodean no lo oyen, el
que se encuentra en un cuerpo espiritual se da cuenta pronto de que
tampoco lo ven. El personal médico o el resto de personas que se
encuentran allí pueden ver a través del cuerpo espiritual sin dar el
menor signo de haberse apercibido de su presencia. El cuerpo
espiritual también carece de solidez; atraviesa fácilmente los
objetos físicos del entorno y no puede agarrar ningún objeto o
persona.
Los
doctores y enfermeras golpeaban mi cuerpo para reanimarlo y hacerme
regresar, y yo no dejaba de repetirles: «Dejadme solo. Quiero que me
dejéis solo. Cesad de golpearme.» No me oían. Por tanto, traté de
cogerles las manos para que dejasen de golpearme, pero nada ocurría.
Nada podía hacer. No sabía lo que ocurría, pero no podía moverles
las manos. Trataba de mover y tocar sus manos; cuando las había
golpeado, seguían allí. No sé si mis manos las traspasaban, las
rodeaban o qué era lo que ocurría. No sentía ninguna presión en sus
manos cuando trataba de moverlas.
Otro de
los informantes dice:
La
gente venía de todas direcciones hasta el lugar del accidente. Desde
el estrecho sendero donde me encontraba podía verlos. Al llegar no
parecían advertirme. Seguían caminando con la vista al frente.
Cuando estaban muy cerca traté de dar la vuelta, de apartarme de su
camino, pero pasaron a través de mí.
Tampoco
hay variación en que el cuerpo espiritual carece de peso. La mayor
parte lo notan cuando, como en algunos de los párrafos seleccionados
ya citados, se encuentran flotando hacia el techo de la habitación o
en el aire. Algunos lo describen como «una sensación de
flotabilidad», una «sensación de ingravidez» o de «ir a la deriva».
Normalmente, en nuestros cuerpos físicos tenemos muchos modos de
percepción que nos informan de en qué parte del espacio se hallan
nuestros cuerpos o sus miembros en un momento dado y de si se están
moviendo. La visión y el sentido del equilibrio son muy importantes
a este respecto, pero hay otro sentido implicado en ello. La
cinestesia es nuestro sentido de movimiento o tensión en los
tendones, articulaciones y músculos.
Normalmente, no somos conscientes de las sensaciones que nos llegan
a través del sentido cinestésico, porque esa percepción se ha
entorpecido por el uso constante. Sospecho, sin embargo, que si
desapareciera de repente notaríamos su ausencia. El hecho es que
algunos me hicieron comentarios referentes a que eran conscientes de
la falta de sensaciones físicas, de peso corporal, de movimiento y
sentido de la posición
Esas
características del cuerpo espiritual, que en un principio pueden
verse como limitaciones, también pueden, con igual validez,
considerarse como falta de limitaciones. Piénsenlo de esta manera:
una persona con cuerpo espiritual está en posición privilegiada con
respecto a las personas que la rodean. Pueden verlas y oírlas, pero
ellas no pueden hacer lo mismo con ella. (Muchos espías lo
considerarían una condición envidiable.) Asimismo, aunque atraviesa
el pomo de la puerta cuando quiere tocarlo, no tienen ninguna
importancia, pues pronto descubre que puede atravesar la puerta. Una
vez que se sabe cómo hacerlo, viajar es extremadamente sencillo en
ese estado. Los objetos físicos no presentan ninguna barrera y el
movimiento de un lugar a otro puede ser muy rápido, casi
instantáneo.
Además, a
pesar de la falta de perceptibilidad por parte de la gente con
cuerpos físicos, todos los que lo han experimentado están de acuerdo
en que el cuerpo espiritual es algo, aunque ese algo sea imposible
de describir. Hay común acuerdo en que tiene forma (a veces una nube
circular o amorfa y a veces la misma que el cuerpo físico) e incluso
partes (proyecciones o superficies análogas a los brazos, piernas,
cabeza, etc.). Incluso en los informes en que se habla de
configuración redondeada, a menudo se añade que tiene extremos, una
parte superior y otra inferior definidas, y a veces los «miembros»
antes mencionados.
Ese
cuerpo me lo han descrito con términos muy variados, pero me daba
cuenta rápidamente que estaban formulando la misma idea en todos los
casos. Las palabras y frases que han utilizado los diferentes
entrevistados incluyen bruma, nube, como el humo, vapor,
transparente, nube de colores, algo tenue, modelo energético, u
otras que expresan significados similares.
Finalmente, todos observan una degradación del tiempo en ese estado
exterior al cuerpo. Algunos dicen que aunque tienen que describir su
estancia en un cuerpo espiritual en términos temporales (pues el
lenguaje humano lo es), el tiempo no formaba parte de su experiencia
del mismo modo que lo es cuando se está en un cuerpo físico. A
continuación incluyo pasajes de cinco entrevistas en las que se
habla de algunos de estos aspectos fantásticos de la existencia en
un cuerpo espiritual.
1)
Perdí el control del coche en una curva, saltó por los aíres y
recuerdo haber visto el azul del cielo y que el coche caía en una
zanja. Mientras el vehículo se salía de la carretera, pensé: «He
tenido un accidente.» En ese momento perdí el sentido del tiempo y
mi realidad física por lo que respecta al cuerpo; perdí contacto con
mi cuerpo. Mi ser, o mi espíritu, o como quiera llamarlo, se salía
de mí, fuera de mi cabeza. No era nada doloroso, era como si se
elevara y estuviera por encima de mí...
[Mi
«ser»] sintió que tenía densidad, pero no una densidad física; no sé
de qué tipo, imagino que ondas o algo semejante. Nada realmente
físico, casi como si estuviera cargado, si así quiere llamarlo. Lo
cierto es que sentía que tenía algo...; era pequeño, y como si fuera
circular, pero sin contornos rígidos.
Podría
recordar a una nube... Daba la impresión de que estaba dentro de una
envoltura propia...
Para
salir del cuerpo, lo hizo primero el extremo grande y luego el más
pequeño... Tenía una sensación de ligereza. No había tensión en mi
cuerpo [físico]; la sensación era de total separación. Mi cuerpo no
tenía peso...
Lo más
sorprendente de toda la experiencia fue el momento en que mi ser
quedó suspendido por encima de la cabeza. Era como si estuviera
decidiendo si se iba o se quedaba. Parecía que el tiempo se hubiera
detenido. Al principio y al final del accidente todo se movía muy
rápido, pero en ese tiempo particular, una especie de tiempo
interior, mientras mi ser estaba suspendido por encima de mí y el
coche caía a la zanja, me pareció que tardaba mucho en caer. Además,
en ese momento no me sentía muy implicado en el coche, ni en el
accidente, ni en mi propio cuerpo; sólo me sentía unido a la
mente...
Mi ser
no tenía características físicas, pero he de describirlo en esos
términos. Podría hablar de ello de muchas maneras, con muchas
palabras, pero ninguna sería realmente adecuada. Es difícil de
describir.
Finalmente, el coche golpeó contra el suelo y dio varias vueltas,
pero mis únicas heridas fueron una torcedura de cuello y un pie
magullado.
2)
[Cuando salí fuera del cuerpo físico] fue como si saliera de mi
cuerpo y entrara en otra cosa. Era otro cuerpo..., pero no un cuerpo
humano normal. Era algo diferente. Ni un cuerpo humano ni un globo
de materia. Tenía forma, pero no color. Poseía algo que usted podría
llamar manos.
No
puedo describirlo. Me hallaba demasiado fascinado con todo lo que me
rodeaba -ocupado en ver desde fuera mi propio cuerpo- y no pensaba
en el tipo de cuerpo en que estaba metido. Todo parecía transcurrir
muy de prisa.
Aunque
el tiempo no era el mismo, existía. Las cosas parecen sucederse más
rápidamente cuando se está fuera de cuerpo.
3)
Recuerdo que me llevaron a la mesa de operaciones y que me hallé
varias horas en estado crítico. Durante ese tiempo estuve entrando y
saliendo de mi cuerpo físico y pude verlo directamente desde arriba.
Mientras lo hacía, seguía estando en un cuerpo; no era un cuerpo
físico, sino algo que podría describirse como modelo energético. Si
tengo que ponerlo en palabras, diría que era transparente, un ser
espiritual en oposición a un ser material. Tenía diversas partes.
4)
Cuando mi corazón dejó de latir... sentí que era un balón redondo, o
casi sería mejor decir que era una pequeña esfera dentro del balón.
No puedo describírselo.
5)
Estaba fuera del cuerpo y lo miraba desde diez yardas de distancia,
pero seguía pensando como cuando estaba en un cuerpo físico. Aquello
desde donde pensaba tenía la misma altura. No era un cuerpo, o al
menos lo que pensamos que es un cuerpo. Podía sentir algo, una
especie de... de envoltura, como una forma transparente, aunque no
del todo. Una energía, quizá algo así como una pequeña esfera de
energía. No era consciente de ninguna sensación corporal,
temperatura o algo semejante.
En sus
informes, otros entrevistados han mencionado brevemente la semejanza
de forma entre sus cuerpos físicos y los espirituales. Una mujer me
dijo que mientras estaba fuera de su cuerpo físico sentía «todas las
formas corporales: piernas, brazos, todo; incluso aunque no percibía
una sensación de peso». Otra mujer, que vio el intento de
reanimación de su cuerpo desde un poco más abajo del techo, dice:
«Seguía dentro de un cuerpo. Me inclinaba y miraba hacia abajo. Moví
las piernas y noté que una estaba más caliente que la otra.»
En ese
estado, según recuerdan algunos, el pensamiento se encuentra tan
falto de impedimentos como el movimiento. Una y otra vez he
escuchado de mis entrevistados que en cuanto se acostumbraban a la
nueva situación comenzaban a pensar más lúcida y rápidamente que en
la existencia física. Por ejemplo, hablando de lo que le ocurrió
mientras estaba «muerto», un hombre me dijo:
Las
cosas que no son posibles ahora lo eran entonces. La mente es tan
clara, tan agradable. Mi mente lo dominaba todo al instante, sin
tener que pensar en ello más de una vez. Al cabo de un rato, cuanto
estaba experimentando tenía algún significado para mí.
La
percepción, en el nuevo cuerpo, es al mismo tiempo semejante y
diferente a la percepción en el cuerpo físico. En algunos aspectos,
la forma espiritual es más limitada. Ya vimos que no hay sentido
cinestésico. En dos casos me informaron que no había sensación de
temperatura, mientras que en la mayor parte de ellos hablan de una
confortable sensación de calor. Ninguno de los entrevistados habló
nunca de olores o sabores.
Por otra
parte, los sentidos que se corresponden con los de la vista y el
oído permanecen intactos en el cuerpo espiritual, o en realidad son
más perfectos que en la vida física. Un hombre me dijo que su visión
era increíblemente más poderosa y, según sus propias palabras, “no
entiendo cómo podía ver tanto”. Una mujer, recordando estas
experiencias, observaba: «Daba la impresión de que el sentido
espiritual no tuviese limitaciones, de que podía verlo todo en todas
partes». En el siguiente relato, de una mujer que salió de su cuerpo
tras sufrir un accidente, se describe muy gráficamente ese fenómeno:
Había
mucha actividad y la gente corría hacia la ambulancia. Siempre que
miraba a una persona para saber lo que estaba pensando se producía
un efecto semejante al de una lente de zoom y yo me encontraba allí.
Pero parecía que esa parte de mí, a la que llamaré mente, seguía
estando en su posición primitiva, a varias yardas de mi cuerpo
físico. Cuando quería ver a alguien, parecía como si una parte de
mí, como una trazadora, se desplazase hasta allí. Tenía la sensación
de que si ocurría algo en cualquier parte del mundo podía ir allí.
Sólo por
analogía puede hablarse de sentido del oído en el estado espiritual,
pues casi todos afirman no haber escuchado sonidos o voces humanas.
Más bien parecen recoger los pensamientos de quienes los rodean y,
como veremos más tarde, este mismo tipo de transferencia directa de
pensamientos juega un papel importante en los estadios posteriores
de las experiencias de muerte.
Una mujer
señalaba:
Podía
ver a quienes me rodeaban y entender lo que estaban diciendo. No los
oía como lo oigo a usted. Era más bien que sabía lo que estaban
pensando, pero en mi mente, no en su vocabulario real. Lo sabía un
segundo antes de que abrieran la boca para hablar.
Según un
informe muy interesante, parece ser que los más graves daños en el
cuerpo físico no afectan de ningún modo al espiritual. Un hombre
perdió parte de su pierna en un accidente y fue declarado
clínicamente muerto. Lo supo porque vio claramente su cuerpo dañado
mientras el doctor trabajaba con él. Hablando del tiempo en que
estuvo fuera de su cuerpo, cuenta:
Podía
sentir mi cuerpo y estaba entero. Lo sabía. Lo sentía entero, y
comprendía que todo mi yo se encontraba allí, aunque no estuviese.
En este
estado incorpóreo una persona está separada de las otras. Puede
verlas y entender sus pensamientos, pero ellas no son capaces de
verla ni oírla. La comunicación con los otros seres humanos no
existe, ni siquiera a través del tacto, pues el cuerpo espiritual
carece de solidez. No es sorprendente, por tanto, que al rato se
produzcan profundos sentimientos de aislación y soledad. Un
informante me contó que podía ver todo lo que le rodeaba en el
hospital: doctores, enfermeras y el resto del personal, pero le era
imposible comunicarse con ellos de ninguna manera, por lo que, según
sus propias palabras, “me encontraba desesperadamente solo”.
Muchos
otros me han descrito intensos sentimientos de soledad.
Mi
experiencia, todas las cosas por las que estaba pasando, era bella,
pero indescriptible. Deseaba que hubiera otros conmigo para verlo, y
tenía la sensación de que nunca sería capaz de describir a nadie
aquello. Me sentía solo porque quería que alguien estuviese a mi
lado para compartirlo. Sabía que no era posible, que me encontraba
en un mundo privado, y llegué a sentirme algo deprimido
Otro
informante cuenta:
Era
incapaz de tocar nada, de comunicarme con alguno de los que me
rodeaban. Es una terrible sensación de soledad; te sientes
completamente solo y eres consciente de ello.
Y otro:
Estaba
asombrado. No podía creer lo que ocurría. No estaba preocupado ni
pensaba: «Estoy muerto y mis padres han quedado atrás. Estarán
tristes y no los volveré a ver.» Nada de eso pasaba por mi mente.
No
obstante, era consciente de estar solo, muy solo; casi como si fuera
un visitante de algún otro lugar; como si no tuviese relaciones,
como si no existiese amor ni nada semejante. Todo era muy...
técnico. En realidad no lo entiendo.
Pronto
desaparecen, sin embargo, los sentimientos de soledad de la persona
muerta, conforme va profundizando más en sus sentimientos cercanos a
la muerte. En determinado momento, vienen otros para ayudarle en la
transición que está sufriendo. Pueden tener la forma de otros
espíritus, frecuentemente la de parientes o amigos muertos que el
individuo ha conocido en vida. En muchos casos de los que he
entrevistado aparece un ser espiritual de carácter muy diferente. En
las siguientes secciones trataremos de esos encuentros.
Algunos
me dijeron que en determinado momento, mientras estaban muriendo -a
veces nada más iniciarse la experiencia, a veces después de que
habían tenido lugar otros acontecimientos- se daban cuenta de la
presencia de otros seres, que estaban allí para facilitarles la
transición a la muerte o, en dos casos, para decirles que su tiempo
de morir no había llegado y debían regresar a sus cuerpos físicos.
Tuve
esta experiencia cuando estaba teniendo un hijo. El parto fue
difícil y perdí mucha sangre. El doctor dio el caso por perdido y
dijo a mis parientes que estaba muriendo. Sin embargo, me daba
cuenta de todo, y cuando le oí decir eso sentí que volvía en mí.
Cuando lo hice, me di cuenta de la presencia de multitudes de ellos
flotando por el techo de la habitación. A todos los había conocido
en mi vida pasada y ya habían muerto. Reconocí a mi abuela y a una
compañera de la escuela, así como a otros muchos parientes y amigos.
Creo que, sobre todo, vi sus caras y sentí su presencia. Todos
parecían complacidos. Era una ocasión de felicidad y sentí que
habían venido para protegerme o guiarme. Era como si estuviera
volviendo a casa y ellos se encontraran allí para darme la
bienvenida. En ese tiempo tuve la sensación de que todo era luminoso
y bello. Fue un momento glorioso.
Un hombre
recuerda:
Varias
semanas antes de mi experiencia de proximidad a la muerte, Bob, un
buen amigo mío, había sido asesinado. Cuando salí de mi cuerpo, tuve
la sensación de que Bob estaba allí, a mi lado. Podía verlo en mi
mente y sentir su presencia, pero era algo extraño. No lo vi con su
cuerpo físico. Podía ver cosas, pero no en forma física, sino algo
así como en su apariencia. ¿Tiene algún sentido todo esto? Él estaba
allí y no tenía cuerpo físico. Era una especie de cuerpo
transparente, y aunque podía sentir todas sus partes -piernas,
brazos, etc.-, no las veía físicamente. En aquellos momentos no
pensé que fuera extraño, pues no necesitaba verlo con mis ojos. No
tenía ojos, además.
Le
pregunté: «Bob, ¿adónde voy ahora? ¿Qué ha ocurrido? ¿Estoy muerto?»
Nunca me respondía, no decía una palabra. A menudo, mientras estuve
en el hospital, lo vi allí y le repetí las preguntas; pero nunca
respondió. El mismo día que el doctor dijo que viviría, él
desapareció. A partir de ese momento ni lo vi ni sentí su presencia.
Era como si hubiera estado esperando a que pasase esa frontera final
para hablarme y darme todos los detalles de lo que iba a suceder.
En
algunos casos, los espíritus que encontraron no eran personas a las
que hubieran conocido en la vida física. Una mujer me contó que
durante su experiencia de separación del cuerpo no sólo vio su
propio y transparente cuerpo espiritual, sino el de otra persona que
había fallecido recientemente. No sabía de quién se trataba, pero
hizo una observación muy interesante: «No veía que esa persona, ese
espíritu, tuviese una edad determinada. Ni siquiera yo tenía un
sentido del tiempo.»
En unos
cuantos casos, los entrevistados han llegado a creer que los seres
con los que se encontraban eran sus «ángeles guardianes». A un
hombre, el espíritu le dijo: «Te he ayudado en este estadio de la
existencia, ahora te haré pasar a otros.» Una mujer me dijo que,
mientras estaba abandonando el cuerpo, detectó la presencia de dos
seres que se identificaron como «ayudantes espirituales».
En dos
casos muy similares me hablaron de haber escuchado una voz que les
decía que no estaban muertos y debían regresar. Uno de ellos lo
cuenta así:
Oí una
voz. No era una voz de hombre, sino algo que está más allá de los
sentidos. Me dijo lo que debía hacer -«regresar»-
y que no debía sentir miedo por volver a mi cuerpo físico.
Los seres
espirituales pueden tener una forma algo más amorfa.
Mientras estuve muerto en aquel vacío hablé con gente; en realidad
no puede decirse que hablase con gente corporal. Tenía la sensación
de que había gente que me rodeaba. Podía sentir su presencia e
incluso sus movimientos, pero no pude ver a nadie. De cuando en
cuando hablaba con alguno de ellos, pero no podía verlos. Siempre
que preguntaba qué era lo que ocurría recibía un pensamiento de
alguno de ellos diciéndome que no pasaba nada, que estaba muriendo
pero que sería hermoso. Por tanto, nunca me preocupé de mi
condición. Siempre obtenía una respuesta a cada pregunta que hacía.
No dejaron mi mente en la incertidumbre.
El
elemento común quizá más increíble de los relatos que he estudiado,
y con toda certeza el que mayor efecto ha producido en el individuo,
es el encuentro con una luz muy brillante. Lo típico es que en su
primera aparición la luz sea débil, pero rápidamente se hace más
brillante, hasta que alcanza un resplandor sobrenatural. A pesar de
que esta luz -generalmente dicen que es blanca o «transparente»-
tiene un brillo indescriptible, muchos de los entrevistados
especifican que no daña a la vista, ni deslumbra, ni impide ver las
cosas que los rodean -quizá porque en ese momento ya no tengan ojos
físicos para «deslumbrarse».
No
obstante la inusual manifestación de luz, nadie ha expresado duda
con respecto a que era un ser, un ser luminoso. Todos afirman que es
un ser personal, que tiene una personalidad bien definida. El amor y
calidez que emanan de él hacia la persona que está muriendo carecen
de palabras para expresarse, pero ésta se encuentra totalmente
rodeada y poseída por él, muy a gusto y totalmente aceptada en su
presencia. Siente una irresistible atracción magnética ante ese ser,
una atracción inevitable.
Mientras
que la anterior descripción del ser luminoso permanece siempre
inalterable, su identificación varía entre los diferentes individuos
y parece estar en función de los antecedentes religiosos, educación
o creencias del individuo que ha sufrido la experiencia. Casi todos
los cristianos por educación o creencia identifican la luz con
Cristo o trazan paralelos bíblicos en apoyo de su interpretación. Un
hombre y una mujer judíos lo identificaron con un «ángel». En ambos
casos, los sujetos dejaron bien claro que ello no implicaba que el
ser tuviera alas, tocara el arpa o tuviera forma o apariencia
humanas. Sólo era luz. Ambos se referían a que consideraban al ser
como un emisario o guía. Un hombre que no había tenido creencias ni
educación religiosas antes de la experiencia lo identificaba
simplemente con un «ser luminoso». La misma etiqueta utilizó una
señora de fe cristiana, quien no parecía oponerse mucho a llamar
Cristo a la luz.
Poco
después de su aparición, el ser comienza a comunicarse con la
persona que está sufriendo la transición. La comunicación es igual
de directa que las que encontramos antes en la descripción de la
forma en que una persona en el cuerpo espiritual puede «recoger los
pensamientos» de los que lo rodean. En este estadio, todos afirman
que no oyeron sonidos físicos o voz que proviniese del ser, y no le
respondieron con sonidos audibles. Informan que tuvo lugar una
transferencia directa y sin impedimentos de pensamientos, y que
además se hacía en forma tan clara que no había posibilidad de
malinterpretarlo o mentirle.
Además,
ese intercambio comunicativo no se produce en la lengua nativa del
sujeto, aunque la entiende perfectamente y toma conciencia de todo
instantáneamente. Ni siquiera puede traducir los pensamientos que
intercambiaron, cuando estaba cerca de la muerte, al lenguaje humano
que habla ahora, después de haber sido reanimado.
El
siguiente estadio de la experiencia ilustra perfectamente las
dificultades de traducción de este lenguaje sin palabras. El ser
dirige un pensamiento, casi inmediatamente, a la persona en cuya
presencia ha aparecido de manera tan sorprendente. Usualmente, las
personas con quienes he hablado tratan de formular el pensamiento en
forma de pregunta. Entre las traducciones que he oído se encuentran:
«¿Estás preparado para morir?», «¿estás listo para morir?», «¿qué
puedes enseñarme de lo que has hecho con tu vida?», «¿qué has hecho
con tu vida que sea suficiente?» Las dos primeras formulaciones,
referidas a la «preparación», pueden, a primera vista, tener un
sentido diferente a las otras dos, que enfatizan la «realización».
Opino que todos tratan de expresar el mismo pensamiento, y tal idea
es apoyada, en cierta manera, por la siguiente cita de una de las
mujeres entrevistadas:
Lo
primero que hizo fue preguntarme si estaba lista para morir o qué
había hecho con mi vida que quisiera enseñarle.
Incluso
en las formas más inusuales de construir la pregunta se descubre,
tras la debida elucidación, que tienen en gran parte el mismo
sentido. Por ejemplo, un hombre me dijo que, durante su muerte,
La voz
me hizo una pregunta: «¿Vale la pena?» Lo que quería decir era si el
tipo de vida que había llevado hasta ese momento me parecía válido
entonces, sabiendo lo que sabía.
Dicho sea
de paso, todos insisten en que la pregunta, por extrema y profunda
que pueda ser en su impacto emocional, no se plantea en absoluto
como condena. Todos están de acuerdo en que no dirige la pregunta
para acusarlos o amenazarlos, pues, sin importar cuál vaya a ser la
respuesta, siguen sintiendo la aceptación y el amor total
proveniente del ser luminoso. La cuestión los hace pensar en sus
vidas, sonsacárselas. Podría decirse que es una pregunta socrática,
que no se hace para adquirir información, sino para ayudar a la
persona interrogada a que escoja por sí misma el camino de la
verdad. Veamos algunos informes de primera mano de ese fantástico
ser:
1) Oí
a los doctores cuando dijeron que había muerto y comencé a sentir
que estaba cayendo -en realidad era como si flotase- por aquella
oscuridad, que era una especie de cápsula. Lo cierto es que no hay
palabras para describirlo. Todo era muy negro salvo, a gran
distancia, esa luz. Era muy brillante, aunque no muy grande al
principio. Crecía conforme me iba acercando a ella.
Trataba de llegar a esa luz, pues sentía que era Cristo. No era una
experiencia atemorizadora. Al contrario, resultaba agradable hasta
cierto punto. Inmediatamente conecté la luz con Cristo, quien dijo:
«Yo soy la luz del mundo.» Me dije a mí misma: «Si es así, si voy a
morir, ya sé lo que me espera al morir: esa luz.»
2)
Entré a la sala y fui a servirme una copa. En ese momento, como
descubrieron más tarde, se me produjo el ataque de apendicitis. Me
quedé muy débil y caí al suelo. Comencé a sentir que iba a la
deriva, un movimiento de mi ser real dentro y fuera de mi cuerpo, y
a oír una música muy bella. Floté por la sala y salí de ella hacia
el porche. Allí casi tuve la impresión de que las nubes, en realidad
una neblina rosada, comenzaba a reunirse a mi alrededor. Luego floté
a través del techo, como si no existiese, hacia una luz transparente
como el cristal puro, una luz blanca resplandecedora. Era muy
hermosa y muy brillante, pero no me hacía daño en los ojos. No es
posible describir aquí esa luz. No veía realmente a una persona en
ella, pero tenía una identidad especial. Era una luz de comprensión
y amor perfectos.
A mi
mente llegó el pensamiento: «¿Me amas?» No lo formuló exactamente
como una pregunta, pero sospecho que la connotación de lo que la luz
dijo fue: «Si me amas, regresa a la vida y completa lo que iniciaste
en ella.» Durante todo el tiempo tenía la impresión de estar rodeado
por un amor y una compasión irresistibles.
3)
Sabía que estaba muriendo y que nada podía hacerse, ya que nadie
podía oírme... Estaba fuera de mi cuerpo; no me cabía la menor duda,
pues podía verlo en la mesa de operaciones. ¡Mi alma estaba fuera!
Todo ello hizo que al principio me sintiera muy mal, pero entonces
vino esa luz brillante. Parecía un poco apagada al principio, hasta
que se convirtió en ese enorme haz. Era una tremenda cantidad de
luz; no un gran foco brillante, mucho más. Me daba calor y me
invadió una cálida sensación.
Era de
un blanco brillante y amarillento...; predominaba el blanco.
Tremendamente brillante, tanto que no puedo describirlo. Parecía
cubrirlo todo y, al mismo tiempo, no me impedía ver cuanto me
rodeaba: la mesa de operación, los doctores y enfermeras. Podía
verlo todo porque no me cegaba.
Al
principio, cuando la luz llegó, no estaba muy seguro de lo que
ocurría, pero luego me preguntó -bueno, fue algo parecido a una
pregunta- si estaba listo para morir. Era como hablar con una
persona, aunque no había allí ninguna. La luz hablaba conmigo,
sonoramente.
Pienso
ahora que la luz que me hablaba comprendía que no estaba preparado
para morir, que se trataba más de probarme que de otras cosa. Desde
el momento en que la luz me habló me sentí muy bien, seguro y amado.
No es posible imaginar ni describir el amor que llegaba hasta mí.
Era agradable estar con esa persona. Y tenía también sentido del
humor.
La
inicial aparición del ser luminoso y sus preguntas de prueba sin
palabras constituyen el preludio de un intenso momento en que el ser
presenta a la persona una revisión panorámica de su vida. Es obvio
que ese ser puede ver la vida del individuo y no necesita
información. Su única intención es provocar la reflexión.
La
revisión sólo puede describirse en términos de memoria, pues es el
fenómeno que más se le parece de entre los que estamos
familiarizados, pero tiene unas características que lo diferencian
de cualquier tipo normal de recuerdo. En primer lugar, es
extraordinariamente rápida. Esos recuerdos, en los casos en que
reciben una descripción temporal, se siguen unos a otros a gran
velocidad en orden cronológico. Otros entrevistados no tienen
conciencia de un orden temporal. El recuerdo fue instantáneo; todo
apareció al mismo tiempo y pudieron aprehenderlo todo con una mirada
mental. Sea cual sea la forma en que lo expresan, todos están de
acuerdo en que la experiencia transcurre en un instante de tiempo
terrestre.
A pesar
de la rapidez, mis informantes están de acuerdo en que la revisión,
casi siempre descrita como una exhibición de imágenes visuales, es
increíblemente vívida y real. En algunos casos se informa de que las
imágenes son de color vibrante, tridimensionales, e incluso móviles.
Aunque pasan con extrema rapidez, cada imagen es percibida y
reconocida. Hasta las emociones y sentimientos asociados con las
imágenes pueden ser experimentados de nuevo conforme van pasando.
Algunos
de los que yo he entrevistado afirman que, aunque no pueden
explicarlo, el hecho es que todo lo que habían hecho en la vida
estaba en esa revisión: desde lo más insignificante a lo más
significativo. Otros hablan de que sólo vieron los momentos cumbres
de sus vidas. Algunos cuentan que hasta en el periodo posterior a la
experiencia de revisión podían recordar con todo detalle los
acontecimientos de sus vidas.
Algunos
lo identifican con un intento educativo por parte del ser luminoso.
Mientras ellos ven la exhibición, el ser parece poner de relieve dos
cosas en la vida: aprender a amar a los demás y adquirir
conocimiento. Veamos un relato representativo de esto.
Cuando
apareció la luz, lo primero que me dijo fue: «¿Qué tienes que
enseñarme de lo que has hecho con tu vida?», o algo parecido. En ese
momento comienzan las visiones retrospectivas. Me pregunté qué
estaba sucediendo, pues de repente había regresado a mi infancia. A
partir de ese instante fue como si pasara desde mi primera infancia,
año a año, hasta aquel momento.
Realmente es extraño en dónde empezó: cuando era una niña y jugaba
en el riachuelo vecino. Hubo más escenas de esa época: experiencias
que había tenido con mi hermana y con gentes de la vecindad y los
lugares reales en los que había estado. De repente me encontré en el
jardín de infancia y vi un juguete que me gustaba mucho en el
momento en que lo rompí; y lloré durante mucho tiempo. Fue una
experiencia realmente traumática.
Las
imágenes continuaron repasando mi vida y recordé cuando estaba en la
escuela de niñas y fuimos al campo. Recordé muchas cosas sobre la
escuela pública. Luego me encontré en la escuela superior, fue un
gran honor ser elegida para el grupo de estudiantes avanzados, y
recordé el momento de la elección. De allí pasé a otra escuela
superior más avanzada, a la graduación y a los primeros años de
universidad, en los que me encontraba en ese momento.
Las
visiones retrospectivas se producían en orden cronológico y eran muy
vívidas. Las escenas eran idénticas a cuando las ves en realidad:
tridimensionales y en color. Además, se movían. Por ejemplo, cuando
me vi a mí misma rompiendo el juguete, pude ver todos los
movimientos. No los estaba viendo siempre desde mi propia
perspectiva. Es como si la niña que veía fuera alguien más, en una
película, una niña más jugando entre otras. Sin embargo, era yo. Me
vi haciendo cosas de niños, exactamente las mismas cosas que había
hecho, pues las recordaba.
Mientras observaba todo aquello no vi la luz. Desapareció nada más
preguntarme lo que había hecho y comenzaron las visiones, pero sabía
que seguía conmigo todo el tiempo, que me llevaba a través de las
visiones, pues sentí su presencia y hacía comentarios. Trataba de
enseñarme algo en cada uno de los episodios. No estaba tratando de
ver lo que estaba haciendo -ya lo sabía-, sino que elegía
determinados momentos de mi vida y los ponía frente a mí para que
tuviera que recordarlos.
A
través de todos ellos seguía poniendo de relieve la importancia del
amor. Los momentos en que me lo mostró mejor implicaban a mi
hermana; siempre había estado muy cerca de ella. Vi algunos momentos
en que había sido egoísta con ella, pero también otros en que la
había amado y había compartido cosas. Me señaló que debía intentar
hacer cosas para otras personas, que debía intentarlo al máximo. Sin
embargo, no era una acusación ni nada que pudiera parecérsele.
Cuando pasábamos por episodios en los que había sido egoísta, su
actitud es que debía aprender también de ellos.
Otra
de las cosas que le interesaba mucho era el conocimiento. Me señaló
las cosas que debía hacer con lo aprendido, y dijo que iba a
continuar aprendiendo, y que cuando regresara -pues en esos momentos
ya me había dicho que iba a hacerlo- habría siempre una búsqueda de
conocimiento. Dijo que es un proceso continuo, por lo que tuve la
sensación de que prosigue después de la muerte. Creo que mientras
veíamos las escenas estaba tratando de enseñarme.
Todo
era realmente extraño. Yo estaba allí viendo las visiones
retrospectivas; las revivía y todo era muy rápido. Sin embargo, la
velocidad era suficiente para que pudiera aprehenderlas. No
transcurrió mucho tiempo. La luz vino, tuve las visiones y se
marchó. Debieron ser menos de cinco minutos y más de treinta
segundos, pero no puedo decirlo con seguridad.
Sólo
me asustó enterarme de que no podía terminar todavía mi vida
terrena. Con las visiones retrospectivas disfruté, era agradable.
Había regresado a la niñez, casi la había revivido. Era una forma de
regresar y ver que ordinariamente no puede hacerse.
Es de
señalar que hay informes en los que se produce la revisión sin que
haya aparecido el ser luminoso. Por regla general, en las
experiencias aparentemente «dirigidas» por el ser la revisión es más
apasionante. Sin embargo, es usualmente caracterizada como vívida y
rápida y como exacta, tanto si el ser aparece como si no, y tanto si
se produce en una experiencia cercana a la «muerte» como si lo hace
durante una aproximación.
Tras
atravesar aquel lugar largo y oscuro, todos los pensamientos de la
niñez, mi vida entera, estaban allí, frente a mí, al final del
túnel. Creo que tenían más la forma de películas que de
pensamientos. No puedo describírselo con exactitud, pero todo estaba
allí, al mismo tiempo. Quiero decir que no aparecía y desaparecía un
acontecimiento, sino que todo, absolutamente todo, se producía al
mismo tiempo. Pensé en mi madre, en las cosas que había hecho mal.
Tras ver las pequeñas cosas que hice de niño y haber pensado en mi
madre y mi padre, deseé no haber hecho esas cosas y poder regresar y
deshacerlas.
En los
dos ejemplos siguientes, aunque no se había producido muerte clínica
en el momento de la experiencia, tuvieron lugar con verdadera
tensión psicológica o con heridas.
Toda
la situación se desarrolló repentinamente. Había tenido un poco de
fiebre y malestar durante dos semanas, pero esa noche me puse muy
enfermo y me sentí mucho peor. Estaba en la cama y recuerdo haber
intentado incorporarme para decirle a mi mujer que estaba muy
enfermo, pero me resultó imposible moverme. Después me encontré en
un hueco totalmente negro y las imágenes de toda mi vida pasaron
frente a mí. Regresé a la época en que tenía seis o siete años y
recordé a un buen amigo de la escuela pública. Pasé de allí a la
escuela superior, al colegio, a mis estudios de dentista y a la
práctica profesional.
Supe
que estaba muriendo, y recuerdo haber deseado dejar medios de
mantenimiento a mi familia. Me inquietaba sentirme morir y que
hubiese cosas que había hecho y lamentaba, así como otras que sentía
haber omitido.
Diría
que las imágenes de la visión tenían la forma de películas mentales,
aunque eran mucho más vívidas que las normales. Sólo vi los momentos
cumbres, y era tan rápido que daba la impresión de ver parte de toda
mi vida y ser capaz de hacerlo en pocos segundos. Pasaba ante mí
como una película en movimiento a tremenda velocidad, que, sin
embargo, era capaz de ver y comprender totalmente. No había tiempo
para que las emociones volvieran con las imágenes.
No vi
nada más durante la experiencia. Salvo las imágenes, todo era
oscuridad. Sin embargo, todo el tiempo sentí la presencia de un ser
amante enormemente poderoso.
Es
realmente interesante. Cuando me recobré, podía contarles a todos
cualquier parte de mi vida con gran detalle. Es toda una
experiencia, pero difícil de poner en palabras, pues ocurre con
excesiva rapidez, sin que ello pierda claridad.
Un joven
veterano describe así su revisión:
Mientras servía en Vietnam recibí varias heridas, más tarde me
consideraron «muerto» a causa de ellas, aunque en todo momento era
consciente de lo que estaba ocurriendo. Recibí seis impactos de
ametralladora, pero no me sentí preocupado. Reviví en mi mente el
instante en que fui herido. No estaba atemorizado y me sentía muy a
gusto.
En el
momento del impacto mi vida pasó frente a mi como una película,
regresé al tiempo en que era un niño, desde donde las imágenes
fueron progresando a través de toda la vida.
Puedo
recordarlo todo, pues era muy vívido. Pasaba con gran claridad
frente a mí. En poco tiempo pasé de las primeras cosas que podía
recordar hasta aquel momento. No era nada desagradable, y no me
lamenté ni tuve sentimientos de culpa.
Si he
de hacer una comparación, lo mejor que encuentro es una serie de
cuadros; como diapositivas. Es como si alguien estuviese pasándome
diapositivas a gran velocidad
Para
terminar, un caso de extrema emocionalidad. La muerte fue inminente
aunque no se habían producido heridas.
El
verano siguiente a mi primer año de colegio universitario acepté el
trabajo de conductor de un tractor que arrastraba una camioneta. Ese
verano tenía el problema de quedarme dormido al volante. Una mañana,
bien temprano, hacía un largo viaje e iba dando cabezadas. Lo último
que recuerdo fue haber visto una señal de carretera, tras lo cual me
dormí. Luego oí una terrible rozadura. El neumático exterior derecho
estalló y, a causa del peso y la inclinación de la camioneta, lo
mismo ocurrió con los izquierdos. Quedó sobre uno de sus lados y se
deslizó hacia abajo en dirección a un puente. Me asusté al darme
cuenta de lo que estaba ocurriendo: el tractor iba a estrellarse
contra el puente.
Durante el tiempo que se deslizaba pensé todas las cosas que había
hecho. Sólo vi algunas, las más culminantes, pero eran muy reales.
En el primer recuerdo seguía a mi padre mientras caminaba por la
playa; tenía dos años. En orden cronológico fui viendo más cosas de
mis primeros años y recordé haber roto el coche rojo nuevo que me
habían regalado en Navidad. Recuerdo haber llorado cuando fui por
primera vez a la escuela, con un impermeable amarillo limón que me
había comprado mi madre. Recordé algo de cada uno de los años que
pasé en la escuela pública: a cada uno de mis profesores y un poco
de cada año. Luego fui a la escuela superior de primer grado, me
saqué el permiso de conducir y comencé a trabajar en una tienda de
ultramarinos. Recordé hasta ese momento, un poco antes de comenzar
el segundo año.
Esas
cosas y algunas otras pasaron por mi mente con gran rapidez.
Posiblemente no duró más de una décima de segundo. Ahí terminó todo
y me quedé mirando al tractor. Pensé que estaba muerto, que era un
ángel. Me pellizqué para saber si estaba vivo, si era un fantasma o
qué cosa era.
El
vehículo estaba destrozado, pero no me hice ni un rasguño. De alguna
manera conseguí saltar por el parabrisas, pues los cristales estaban
rotos. Cuando me calmé, pensé que era extraño que esas cosas que
ocurrieron en mi vida y tanto me habían impresionado hubieran pasado
por mi mente en esos momentos de crisis. Ahora podría recordarlas y
describirlas una a una, pero tardaría como mínimo quince minutos.
Todo había pasado enseguida, automáticamente, en menos de un
segundo. Era sorprendente.
En
algunos casos me han contado que durante la experiencia se
aproximaron a lo que podría llamarse frontera o límite. En los
diversos relatos ha tomado la forma de masa de agua, niebla gris,
una puerta, un cercado o simplemente una línea. Aunque sea una
especulación, cabe preguntarse si no habrá una sola experiencia
básica o idea en la raíz de todos ellos. Si ello es cierto, las
distintas versiones representarán tan sólo las diferentes maneras
individuales de interpretar, describir o recordar la base de la
experiencia. Veamos algunos relatos en los que juegas un papel
predominante la idea de frontera o límite.
1)
«Fallecí» tras un paro cardiaco y de repente me encontré en un campo
que giraba. Era hermoso y de un verde intenso; un color que
desconocemos en la tierra. Me rodeaba una hermosa luz.
Miré
hacia delante, al campo, y descubrí una valla. Me dirigí hacia ella
y vi a un hombre al otro lado que también caminaba hacia la valla,
pero en dirección opuesta a la mía, como si desease encontrarme.
Quise alcanzarlo, pero me sentí atraído irresistiblemente hacia
atrás. Al mismo tiempo lo vi dar la vuelta y alejarse de la valla
2)
Esta experiencia tuvo lugar durante el nacimiento de mi primer hijo.
Al octavo mes de embarazo enfermé de algo que mi doctor describió
como condición tóxica y me pidió que ingresara en el hospital para
tener el hijo. Nada más acabar el parto sufrí una grave hemorragia
que tuvieron dificultades para controlar. Era consciente de lo que
estaba pasando, ya que, como yo misma era enfermera, comprendía el
peligro existente. En aquel momento perdí la conciencia y escuché un
molesto zumbido. En la siguiente imagen que vi navegaba en una nave
o una pequeña vasija hacia el otro lado de una masa de agua. En la
otra orilla pude ver a los seres queridos que habían muerto: mi
madre, mi padre, mi hermana, y otros. Podía verlos, incluso sus
rostros, como los conocí en la tierra. Me llamaban y pedían que
fuera allí, y mientras tanto yo les decía: «No, no. No estoy
preparada para unirme a vosotros. No quiero morir. No estoy
preparada para ir.»
La
experiencia fue muy extraña, pues durante todo el tiempo podía ver a
los doctores y enfermeras trabajando con mi cuerpo, pero era más
como si fuera una espectadora en lugar de la persona -el cuerpo- con
la que estaban trabajando. Trataba desesperadamente de comunicarle
al doctor que no iba a morirme, pero nadie podía escucharme. Todo
-los médicos, las enfermeras, la sala de partos, la nave, el agua y
la costa distante- formaba una especie de conglomerado. Todo estaba
mezclado, como si una escena tuviera sobreimpresa la otra.
La
nave casi alcanzó la costa distante, pero cuando iba a hacerlo dio
la vuelta y tomó la dirección opuesta. Finalmente, logré comunicar
con el doctor y decirle: «No voy a morir.» Creo que fue en ese
momento cuando volví a entrar en el cuerpo y el doctor explicó lo
ocurrido. Había tenido una hemorragia posterior al parto y casi me
muero, pero iba a ponerme bien.
3) Me
hospitalizaron por una grave afección en los riñones y estuve en
coma durante una semana. Los médicos no sabían si sobreviviría.
Durante ese periodo de inconsciencia sentí que me elevaba, como si
no tuviera cuerpo físico. Se me apareció una brillante luz blanca.
Tenía tal resplandor que no podía ver a través de ella, pero estar
en su presencia resultaba tranquilizador y maravilloso. En la vida
física no existe ningunas experiencia semejante. Mientras estaba en
su presencia llegaron a mi mente los siguientes pensamientos:
«¿Quieres morir?» Contesté que no lo sabía, pues nada conocía de la
muerte. Entonces la luz blanca me dijo: «Traspasa esa línea y lo
aprenderás.» Sentí que era consciente de la línea que había frente a
mí, aunque en realidad no podía verla. Cuando la crucé, me inundaron
los más maravillosos sentimientos de paz y tranquilidad y
desaparecieron todas mis preocupaciones.
4)
Tuve un ataque de corazón y me encontré en un hueco negro. Me daba
cuenta de que había dejado el cuerpo físico. Sabía que estaba
muriendo, y pensé: «¡Dios mío, hice todo lo que pude según lo que
sabía en cada momento. Por favor, ayúdame!» Inmediatamente la
negrura se tornó gris pálido y seguí moviéndome y deslizándome con
rapidez hasta que enfrente de mí, muy distante, pude ver una niebla
gris y me precipité hacia ella. Tenía la impresión de que no me
acercaba tan deprisa como era mi deseo, pero cuando me aproximé lo
bastante pude ver a través de ella. Más allá de la niebla había
gente, y sus formas eran como las de los terrestres. También vi algo
que podría tomarse como edificios. Todo era penetrado por una
maravillosa luz: un resplandor vivo de amarillo dorado, pero de
color pálido, no ese dorado duro que conocemos aquí.
Cuando
me acerqué más, me sentí segura de que iba a atravesar la neblina.
Tuve una sensación de maravillosa alegría; no hay palabras para
describirlo en ningún lenguaje humano. No me había llegado el
momento de cruzar la niebla, pues al instante apareció en el otro
lado mi tío Carl, que había muerto unos años antes. Cerró el camino,
y me dijo: «Regresa. No has completado tu labor en la tierra.
Regresa ahora.» Si bien no quería hacerlo, no tenía otra
alternativa, y enseguida estaba de vuelta en el cuerpo. Sentí un
terrible dolor en el pecho y oí a mi hijo pequeño diciendo: «¡Dios
mío, devuélveme a mamál»
5) Me
llevaron al hospital en un estado crítico que llamaron
«inflamación», y el médico dijo que no iba a superarlo. Avisó a los
parientes cercanos porque no iba a vivir mucho tiempo. Llegaron y se
reunieron alrededor de la cama, y mientras el doctor decía que
estaba muriendo me pareció que mis parientes se alejaban. Era como
si en vez de irme yo fueran ellos los que viajaran hacia atrás. Se
hacían más y más oscuros, pero los veía. Perdí la conciencia y no
supe nada más de lo que ocurría en la sala del hospital, sólo que
estaba en un estrecho pasadizo en forma de u. Como un agujero de la
anchura de un sillón.
Pasaba
justamente mi cuerpo con los brazos y manos pegados a los costados.
Pasó primero la cabeza y estaba oscuro, con una oscuridad de las de
allí. Me movía por él, y al final vi una hermosa puerta pulimentada
que no tenía pomo. Al lado de la puerta había una luz muy brillante.
Parecía que todo el mundo era muy feliz allí y los rayos se movían y
agitaban. Daba la impresión de que todos estaban muy ocupados. Miré
hacia arriba, y dije: «Señor, aquí estoy. Si me quieres, tómame.» Me
tiró hacia atrás con tanta rapidez que sentí que había perdido la
respiración.
Como es
obvio, todas las personas con las que he hablado han «regresado»
desde algún punto de la experiencia. Por regla general, se ha
producido en ellas un interesante cambio de actitud. Recordemos que
los sentimientos más comunes informados en los primeros estadios de
la experiencia eran un desesperado deseo de regresar al cuerpo y
lamentaciones por el propio fallecimiento.
Sin
embargo, una vez que la persona había alcanzado cierta profundidad
en la experiencia ya no quería regresar, e incluso se resistía a
hacerlo. Así ocurrió, sobre todo, con los que habían ido lo bastante
lejos para encontrarse con el ser luminoso. Como señaló un hombre de
la manera más enfática: «Nunca quise abandonar la presencia
de aquel ser.»
Las
excepciones a esta generalización son frecuentemente aparentes, no
reales. Algunas madres que tenían hijos pequeños en el momento de la
experiencia me dijeron que, aunque por ellas mismas hubieran
preferido seguir donde estaban, sintieron la obligación de regresar
y educar a los hijos.
Me
preguntaba si me quedaría allí, pero mientras lo hacia recordé a mi
familia, mis tres hijos y mi marido. Lo que siguió es lo más difícil
de decir: cuando en presencia de esa luz tuve esa maravillosa
sensación ya no quise regresar. Sin embargo, me tomé mis
responsabilidades en serio, y comprendí que tenía un deber con la
familia. Por tanto, decidí regresar.
En
algunos casos me han contado que aunque se sentían cómodos y seguros
en su nueva existencia sin cuerpo, e incluso estaban gozando de
ello, se sintieron felices de poder regresar a la vida física porque
habían dejado sin hacer alguna tarea importante. En algunos casos
tomó la forma de un deseo de completar una educación.
Llevaba ya tres años en el colegio y sólo me faltaba uno para
terminar. Pensé: «No quiero morir ahora.» Creo que si la experiencia
llega a durar un poco más, de haber estado más tiempo con esa luz,
ya no habría pensado más en mi educación, pues me hubiera entregado
totalmente a las cosas que estaba experimentando.
Los
relatos que he recogido presentan una gran variación al llegar al
momento del modo de regreso a la vida física y al motivo del
retorno. Casi todos afirman que no saben cómo o por qué regresaron,
o que sólo pueden hacer conjeturas. Unos pocos piensan que fueron
sus propias decisiones de regresar al cuerpo y retornar a la vida
terrena los factores decisivos.
Me
hallaba fuera de mi cuerpo y comprendí que debía tomar una decisión.
Sabía que no podía estar mucho tiempo así -muchos no podrán entender
esto, pero para mí entonces estaba perfectamente claro-, por lo que
tenía que decidir si me iba o regresaba.
Era
maravilloso poder cruzar al otro lado, y creo que quería quedarme.
Pero, en cierta manera, saber que tenía algo bueno que hacer en la
tierra era igual de maravilloso. Por tanto, pensé: «Sí, debo
regresar y vivir», y volví el cuerpo físico. Casi estoy por creer
que yo mismo detuve la hemorragia. En cualquier caso, lo cierto es
que enseguida me recuperé.
Hay otros
que piensan que la vida les fue permitida por «Dios» o por el ser de
la luz, ya como respuesta a un requerimiento propio -generalmente
porque la petición se hizo sin motivos egoístas-, o porque Dios o el
ser tenían alguna misión para ellos.
Me
encontraba encima de la mesa y podía ver todo lo que estaban
haciendo. Sabía que me moría y que así sería, pero me preocupé por
mis hijos y por quién cuidaría de ellos. Por tanto, no estaba
preparada para irme y el Señor me permitió vivir.
Como
recuerda uno de los entrevistados:
Dios
fue bueno conmigo, pues estaba muerto y permitió que los doctores me
resucitaran para cumplir un fin. Se trataba de ayudar a mi esposa,
que tenía un problema alcohólico y no podía seguir adelante sin mí.
Se encuentra mucho mejor ahora, y estoy convencido de que su mejoría
tiene relación con lo que pasó.
Una joven
madre cuenta:
El
Señor me envió de regreso, pero no sé por qué. Lo sentí allí y me di
cuenta de que Él me reconoció y supo quién era yo. No se decidió a
dejarme en el cielo, aunque desconozco el motivo. He pensado muchas
veces en ello desde entonces y creo que era, o bien porque tenía dos
niños pequeños que cuidar o porque yo personalmente no estaba
preparada para ir allí. Todavía sigo buscando la respuesta y no
puedo encontrarla.
En
algunos casos, los entrevistados han expresado el sentimiento de que
el amor o las oraciones de los otros los trajeron desde la muerte
sin que para ello intervinieran sus propios deseos.
Estuve
con mi tía mayor durante su última enfermedad, que fue muy
prolongada. Ayudé a cuidarla, y todo el tiempo los miembros de la
familia rezábamos para que recuperase su salud. Dejó de respirar
varias veces, pero siempre se recuperaba. Finalmente, un días me
miró, y me dijo: Joan, he estado allí, en el más allá, y es hermoso.
Quiero quedarme, pero no puedo hacerlo si sigues rezando para que
permanezca a tu lado. Tus oraciones me están sosteniendo aquí. Por
favor, no reces más.» Todos dejamos de hacerlo y al poco tiempo
murió
Una mujer
me comunicó:
El
médico dijo que había muerto, pero viví a pesar de ello. La
experiencia que pasé fue muy alegre, carente de toda,
sensación desagradable. Cuando regresé y abrí los ojos, mi hermana y
mi marido me vieron. Podía ver su consuelo y las lágrimas que
brotaban de sus ojos. Pude comprobar que era un alivio para ellos
que sobreviviera. Sentía que había sido llamada -magnetizada- por el
amor de mi hermana y mi marido. Desde entonces he creído que otra
gente puede hacerte regresa
En
algunos casos recuerdan haber retrocedido rápidamente por el túnel
oscuro que atravesaron en los momentos iniciales de la experiencia.
Un hombre recuerda que al morir fue impulsado hacia delante por un
valle oscuro. Sintió que se aproximaba al final del túnel y, en
determinado momento, oyó que lo llamaban desde atrás y volvió por el
mismo camino
Algunos
han experimentado el volver a entrar en sus cuerpos físicos. Sin
embargo, la mayoría dicen que en el último momento de la experiencia
se durmieron o quedaron inconscientes y que más tarde despertaron en
sus cuerpos físicos.
No
recuerdo haber entrado en mi cuerpo. Sentí que me dormía y de
repente desperté y me vi en la cama. La gente que había en la
habitación se encontraba en la misma posición que tenía cuando
estaba fuera de mi cuerpo mirándolo y mirándolos.
Por otra
parte, algunos recuerdan haber sido atraídos a sus cuerpos físicos
con una sacudida al final de la experiencia.
Me
encontraba en el techo viendo cómo trabajaban con mi cuerpo. Cuando
pusieron conexiones en mi pecho y mi cuerpo saltó, sentí que mi
cuerpo caía como un peso muerto. En mi siguiente visión ya estaba
dentro de él.
O bien:
Decidí
regresar, y cuando lo hice me pareció sentir una sacudida que me
introdujo en el cuerpo, y en ese mismo momento volvía la vida.
En los
informes en que el acontecimiento es recordado con algún detalle, la
reentrada se hace «a través de la cabeza».
Mi
«ser» tenía un extremo grande y otro pequeño, y al final del
accidente, tras haber estado suspendido sobre mi cabeza, volvió a
entrar. Cuando dejó el cuerpo, lo hizo primero el extremo grande,
pero al regresar fue el pequeño el que entró en primer lugar.
Otra
persona relata:
Cuando
los vi recoger mi cuerpo y sacarlo del volante se produjo una
especie de silbido y sentí que pasaba por un área limitada, creo que
una especie de embudo. La oscuridad era profunda y me movía por ella
rápidamente de regreso al cuerpo. Tenía la impresión de que la
succión que me atraía se iniciaba en la cabeza, que entraba por
ella. No tuve la sensación de haber tomado una decisión, y ni
siquiera me dio tiempo de pensar en ello. Estaba a varias yardas del
cuerpo y de repente me encontré en él. Ni siquiera tuve tiempo para
pensar: «Estoy siendo succionado hacia el cuerpo.»
Las
sensaciones que estaban asociadas con la experiencia persistieron
algún tiempo después de haberse resuelto la crisis médica.
1) Al
regresar, estuve llorando una semana por tener que vivir en este
mundo después de haber visto el otro. No quería regresar.
2)
Cuando regresé, me llevé conmigo algunas de las maravillosas
sensaciones que tuve allí. Duraron varios días, e incluso ahora las
percibo algunas veces.
3) Esa
sensación era indescriptible, y en cierta manera permaneció conmigo.
Nunca la olvidé, y todavía pienso en ella con frecuencia.
Hay que
dejar bien claro que una persona que ha pasado por una experiencia
de este tipo no alberga dudas con respecto a su realidad y su
importancia. Las entrevistas que he hecho están frecuentemente
adornadas con observaciones para precisar ese hecho. Por ejemplo:
Mientras estuve fuera del cuerpo me sentía sorprendido de lo que me
estaba ocurriendo. No podía entenderlo, y sin embargo era real. Vi
mi cuerpo con claridad desde fuera. Mi mente no estaba en una
situación desde la que pudiera querer hacer algo o no hacer nada. No
producía ideas. Me encontraba, simplemente, en ese estado de mente.
Y
también:
No era
una alucinación ni nada semejante. Una vez tuve una alucinación,
cuando me dieron codeína en el hospital. Ocurrió mucho antes que el
accidente en que «fallecí». Esta experiencia no tenía nada de
alucinación.
Tales
observaciones provienen de gentes muy capaces de distinguir el sueño
y la fantasía de la realidad. Las personas a las que he entrevistado
están bien equilibradas y no cuentan sus experiencias como si
hubieran sido sueños, sino como acontecimientos que les sucedieron
realmente.
A pesar
de estar convencidos de la realidad e importancia de lo que les ha
ocurrido, comprenden que la sociedad contemporánea no es un entorno
en que informes de esa naturaleza puedan ser recibidos con simpatía
y comprensión. Algunos me han dicho que se dieron cuenta desde el
principio de que los otros los considerarían mentalmente inestables
si relataban sus experiencias. En consecuencia, decidieron
permanecer en silencio por lo que respecta a ese asunto o hablarlo
sólo con parientes muy cercanos.
Fue
muy interesante, pero no me gustaba hablar de ello con los demás,
pues suelen mirarte como si estuvieras loco.
Otro de
ellos recuerda:
Durante mucho tiempo no hablé de ello con nadie. No conté nada en
absoluto. Me atemorizaba que nadie pensara que estaba contando la
verdad y me dijeran: «Te estás inventando todo eso.»
Un día
me decidí: «Bueno, veremos cómo reacciona mi familia ante ello», y
lo conté, pero no lo he hecho con nadie más hasta ahora. Creo que mi
familia pensó que había ido demasiado lejos.
Algunos
trataron al principio de contárselo a alguien, pero no los creyeron
y resolvieron desde entonces permanecer en silencio.
1)
Sólo se lo he contado a mi madre. Un poco después del hecho le dije
cómo me había sentido, pero era un niño y no me prestó mucha
atención; por tanto, no hablé de ello con nadie más.
2)
Traté de comentarlo con un sacerdote, pero me dijo que había tenido
una alucinación, así que mantuve la boca cerrada.
3) Era
muy popular en la escuela superior, aunque no dejaba de ser una más.
Era partidaria, no líder. Tras aquella experiencia traté de hablar
con los demás y automáticamente me consideraron loca. Intentaba
contarlo y me escuchaban con interés, pero más tarde descubrí que
decían: «Está ida.» Cuando vi que se había convertido en materia de
bromas dejé de comunicarlo. Yo había estado intentando decir:
«Fíjate qué cosa más extraña me ha ocurrido.» Trataba de que
comprendiesen que necesitamos saber muchas cosas sobre la vida, más
de las que yo hubiera podido imaginar, y más, por supuesto, de las
que ellos creían.
4) Al
despertar, traté de hablar con las enfermeras sobre lo que había
experimentado, pero me dijeron que no hablara, que sólo había estado
imaginando cosas.
5)
Enseguida te das cuenta de que los demás no lo aceptan con la
facilidad que tú desearías. Por eso no intentas ir por ahí
contándole esas cosas a todo el mundo.
Es
curioso que de todos los casos que he estudiado sólo un médico
revela cierta familiaridad con las experiencias de proximidad a la
muerte o expresa alguna simpatía hacia ellas. Tras su experiencia de
salir del cuerpo, una joven me dijo:
Mi
familia y yo preguntamos al doctor sobre lo que me había ocurrido, y
éste dijo que era frecuente, en las personas con graves heridas o
dolores, que el alma se saliera del cuerpo.
Teniendo
en cuenta el escepticismo y falta de comprensión que acompañan a
cualquier intento de expresar una de estas experiencias, no es
sorprendente que casi todos los que la han pasado acaben pensando
que es algo único que nadie más ha experimentado. Por ejemplo, un
hombre me dijo: «He estado en un lugar en el que nadie más ha
estado.»
Con
frecuencia, me ha ocurrido que tras entrevistar a alguien
preguntándole detalles de su experiencia y decirle que otros han
tenido exactamente las mismas percepciones y han pasado por las
mismas situaciones, esa persona se ha sentido aliviada.
Es muy
interesante descubrir que otros han tenido la misma experiencia,
pues no había entendido... Me alegro de haberlo oído y saber que
alguien más ha pasado por ello. Ahora sé que no estoy loco.
Siempre lo consideré como algo real, pero no hablé con nadie porque
tenía miedo de que me miraran y pensaran: «Tu mente se paró al mismo
tiempo que tu cuerpo.»
Me
imaginaba que alguien más habría pasado por esa experiencia, pero
pensaba que probablemente nunca me encontraría con nadie que supiera
de ellas, pues la gente no iba a ir por ahí contándolo. Si alguien,
antes de haber pasado yo por ello, hubiera venido a contármelo, lo
miraría y me preguntaría a mí mismo qué era lo que estaba tratando
de sacar de mí, pues así nos comportamos en esta sociedad.
Todavía
hay otra razón por la que algunos son reticentes a relatar esa
experiencia. Piensan que es tan indescriptible, que se encuentra tan
alejada de las posibilidades del lenguaje humano y de las formas de
percepción y existencia terrestres, que carece de sentido
intentarlo.
Por las
razones ya explicadas, ninguno de los que tuvieron la experiencia se
fabricaron un atril portátil y se han ido a predicarla. Nadie se
sintió dispuesto a ganar prosélitos, a intentar convencer a los
otros de las realidades que ha experimentado. Por el contrario, he
descubierto que la dificultad es la opuesta: se muestran reticentes
para contar a los otros lo que les ha ocurrido.
Los
efectos que esas experiencias tuvieron sobre sus vidas han tomado
las formas más enmascaradas y sutiles. Algunos me contaron que
sentían que los horizontes de sus vidas se habían ampliado y que
habían profundizado más en ellas, que eran más reflexivos y se
preocupaban más por las cuestiones filosóficas fundamentales.
En
aquella época, antes de abandonar el colegio, estaba en una ciudad
muy pequeña habitada por personas de mente estrecha, a las que me
encontraba unido. Era el típico mocoso de una fraternidad de
escuela. Quien no pertenecía a ella no tenía entidad.
Después de aquello quise conocer más. Sin embargo, no había nadie
que supiera lo más mínimo, pues nunca salí de ese pequeño mundo.
Nada sabía de psicología o algo parecido. Pero de la noche a la
mañana, gracias a esa experiencia, había madurado y se abría ante mí
un mundo nuevo del que antes no conocía ni siquiera su existencia.
Pensé: «Tengo que descubrir tantas cosas...» En otras palabras, la
vida es algo más, aparte de la película de los jueves por la noche y
el partido de fútbol. Hay más cosas de las que conozco. Entonces
comencé a pensar: «¿Cuál es el límite del hombre y la mente?» Esa
pregunta me abrió un mundo totalmente nuevo.
Otro
dice:
Desde
entonces tengo siempre en mente lo que he hecho y lo que haré con mi
vida. Por lo que respecta al pasado, me siento satisfecho. El mundo
no está en deuda conmigo, pues he hecho todo lo que he querido en la
forma que he preferido, y además sigo viviendo y puedo hacer más.
Tras fallecer y tener la experiencia, comencé de repente a
preguntarme si había estado haciendo esas cosas porque eran buenas o
porque me agradaban a mí. Antes seguía un impulso, ahora medito
primero las cosas lentamente. Todo ha de pasar por mi mente y ser
digerido.
Trato
de hacer las cosas que tengan más significado, y eso hace que mi
mente y mi alma se sientan mejor. Procuro no juzgar a la gente ni
favorecer a uno u otro. Quiero hacer las cosas porque sean buenas,
no porque lo sean para mí. La comprensión que tengo ahora de las
cosas es mucho mayor. Creo que se debe a lo que me ha ocurrido, a
los lugares y cosas que vi en la experiencia.
Algunos
han informado de un cambio de actitud ante la vida física a la que
han retornado. Por ejemplo, una mujer me dijo: «La vida tiene ahora
más valor para mí.»
Otra
persona relata lo siguiente:
En
cierta manera fue una bendición, porque antes del ataque de corazón
estaba tan ocupado planeando el futuro de mis hijos y preocupándome
por el pasado, que me perdía las alegrías del presente. Ahora mi
actitud es muy distinta.
Unos
cuantos me dijeron que lo que ha cambiado es su concepto de la mente
y el de la importancia relativa del cuerpo físico con respecto a la
mente. Esto queda muy bien ilustrado en las palabras de una mujer
que tuvo una experiencia de salirse del cuerpo muy cercana a la
muerte:
Era
más consciente de mi mente que del cuerpo físico. La mente, y no la
forma del cuerpo, era lo más importante. Antes, en cambio, había
sido al revés. El cuerpo era lo más importante, y lo que estaba
sucediendo en la mente...; bueno, estaba sucediendo y eso era todo.
Después de aquello, mi mente se ha convertido en el principal punto
de atención y el cuerpo ha ocupado un lugar secundario; sólo es algo
que contiene la mente. No me importaría no tener un cuerpo, pues de
todo lo que me interesa, la mente es lo más importante.
En un
número muy pequeño de casos me han dicho que, tras la experiencia,
han comenzado a adquirir o percibir facultades de intuición
parapsíquicas:
1)
Después de la experiencia me pareció estar invadido de un nuevo
espíritu. Desde entonces muchos me han comentado que cuando están
perturbados les produzco un efecto calmante casi instantáneo. Tengo
la impresión de que ahora sintonizo más con la gente, que percibo
cosas de ellos con más rapidez.
2)
Creo que las experiencias de la muerte me ha proporcionado la
facultad de sentir lo que otros individuos necesitan en sus vidas. A
menudo, por ejemplo cuando estoy con gente en el ascensor de la
oficina donde trabajo, casi me parece que puedo leer sus caras,
saber si necesitan ayuda y de qué tipo. Muchas veces he hablado con
gente que se encontraba en apuros y las he llevado a mi despacho
para aconsejarlas.
3)
Desde que fui herido he tenido la sensación de que puedo recoger los
pensamientos y vibraciones de la gente y percibir el resentimiento
en los otros. A menudo puedo saber lo que van a decir antes de que
lo hagan. Pocos me creerán, pero he tenido algunas experiencias
realmente extrañas desde entonces. Una vez, en una fiesta, recogí el
pensamiento de los otros, y unos cuantos, que no me conocían, se
levantaron y se fueron. Tenían miedo de que fuera un brujo o algo
parecido. No sé si es algo que comencé a tener al estar muerto o si
lo tenía dormido y no lo usé hasta después de la experiencia.
Hay un
notable acuerdo en las «lecciones» extraídas de tan cercanos
encuentros con la muerte. Casi todos han puesto de relieve la
importancia que tiene tratar de cultivar en esta vida el amor a los
demás, un amor profundo y único. Un hombre que se sintió totalmente
amado y aceptado por el ser luminoso, incluso cuando su vida era
mostrada panorámicamente para que el ser la viese, tuvo la sensación
de que la «pregunta» que le estaba haciendo era si se sentía capaz
de amar a los otros de la misma manera. Ahora piensa que mientras
esté en la tierra su misión será tratar de aprender a actuar de ese
modo.
Además,
muchos han enfatizado la importancia de buscar conocimiento. Durante
la experiencia vieron claramente que la adquisición de conocimiento
continúa incluso en el más allá. Una mujer ha llevado a cabo todas
las oportunidades educativas que se le han presentado desde la
experiencia de «muerte». Otro hombre da el siguiente consejo: «No
importa la edad que tenga. No deje de aprender, pues ese proceso
continúa durante toda la eternidad.»
Ninguno
de los que he entrevistado me ha dicho que saliera de la experiencia
sintiéndose moralmente «purificado» o perfeccionado. Tampoco ninguno
muestra una actitud de mayor santidad que los demás. Casi todos han
llegado a la conclusión de que sienten que están todavía intentando,
todavía buscando. Su visión les dejó nuevas metas, nuevos principios
morales y una renovada determinación de vivir de acuerdo con ellos,
pero no sentimientos de salvación instantánea o infalibilidad moral.
Como era
razonable esperar, tal experiencia tiene un efecto profundo sobre
las actitudes ante la muerte física, especialmente en el caso de
quienes previamente no hubieran creído que ocurriese algo después de
la muerte. En una u otra forma, casi todos me han expresado que ya
no temen a la muerte. Esta idea, empero, ha de ser clarificada. En
primer lugar, ciertas formas de muerte resultan indeseables, y, en
segundo lugar, ninguno de ellos busca activamente la muerte. Todos
sienten que tienen tareas que realizar mientras estén físicamente
vivos y se muestran de acuerdo con lo que me dijo uno de ellos: «He
de cambiar muchas cosas antes de irme de aquí.» Igualmente, todos
desaprueban el suicidio como medio de volver a las esferas que
vislumbraron durante sus experiencias. La idea central es que el
estado de muerte ya no les resulta lúgubre. Veamos algunos pasajes
en que se expresan esas actitudes:
1)
Supongo que esta experiencia modeló en cierta forma mi vida. Era un
niño cuando me ocurrió, sólo tenía diez años, pero toda mi vida he
estado convencido, a partir de entonces, de que hay vida después de
la muerte. No me cabe la menor duda de ello, y no tengo miedo a
morir. He conocido personas que se atemorizaban realmente ante la
idea. Siempre sonrío interiormente cuando oigo a alguien dudar de la
existencia de un más allá, o decir: «Cuando te has muerto, te has
ido.» Pienso para mí mismo que no saben de qué hablan.
Durante mi vida me han ocurrido muchas cosas. En el despacho he
tenido una pistola apoyada en la sien, pero no he sentido apenas
miedo, pues pensaba: «Si realmente muero, si de verdad me matan, sé
que viviré en otro lugar.»
2)
Cuando era un niño solía tener miedo a morir. Me despertaba por las
noches llorando y con un ataque de nervios. Mis padres entraban
corriendo en la habitación y me preguntaban qué ocurría. Les decía
que sabía que tenía que morir, pero no quería, y les preguntaba si
podían evitarlo. «No -me respondían-, así son las cosas y debemos
enfrentarnos a ellas.» Mi madre me decía que todos teníamos que
llegar a ello y que entonces lo haríamos muy bien. Años más tarde
ella murió y hablé del asunto con mi esposa. Seguía temiendo la
muerte y deseando que no viniera.
Sin
embargo, desde que tuve la experiencia no la temo. Aquellos
sentimientos desaparecieron. En los funerales ya no me siento mal.
Al contrario, siento una especie de alegría en ellos, pues sé dónde
se encuentra la persona muerta.
Creo
que el Señor me hizo tener esa experiencia precisamente por la forma
en que me sentía ante la muerte. Mis padres me consolaban, pero el
Señor me mostró. Ahora ya no hablo de ello, pero lo conozco y me
siento a gusto.
3) Ya
no temo a la muerte. No es que la desee o quiera morir ahora. No
quiero vivir en el otro lado porque se supone que estoy viviendo
aquí. La razón por la que no temo a la muerte es que sé adónde iré
cuando deje esto, pues ya he estado allí antes.
4) Lo
último que la luz me dijo antes de volver al cuerpo, a la vida,
fue...; bueno, la idea se reduce a que regresaría. Me decía que esta
vez seguiría viviendo, pero que volveríamos a estar en contacto y
que en esa ocasión moriría realmente.
Por
eso estoy seguro que la luz y la voz regresarán, aunque no sé
cuándo. Pienso que será una experiencia similar, aunque creo que
mejor, pues sabré lo que me espera y no estaré tan confuso. De todas
maneras, no quiero regresar demasiado pronto, pues todavía he de
hacer aquí unas cuantas cosas.
El motivo
de que la muerte ya no produzca temor, como se deduce de los
anteriores extractos, es que tras la experiencia nadie duda de la
supervivencia a la muerte corporal. Ya no es una posibilidad
abstracta, sino un hecho experimentado.
Recuérdese que al principio discutí el concepto de «aniquilación»,
que utilizaba el «sueño» y el «olvido» como modelos. Las personas
que han «muerto» desaprueban esos modelos y eligen analogías que
hablan de la muerte como una transición de un estado a otro, o como
una entrada en un estado superior de conciencia o ser. Una mujer
cuyos parientes habían fallecido y fueron a recibirla en su muerte,
compara la experiencia con un «regreso al hogar». Otros la han
vinculado con diferentes estados psicológicamente positivos; por
ejemplo, con el despertar, con una graduación o con la salida de una
cárcel.
1) Hay
quien dice que no utilizamos la palabra «muerte» porque estamos
tratando de escapar de ella. No es cierto en mi caso. Una vez que se
ha tenido una experiencia como la mía, se sabe que no existe eso que
se llama muerte. Simplemente te gradúas de una cosa y pasas a otra,
de la misma manera que se pasa de la escuela pública al instituto.
2) La
vida es como una prisión. En este estado no podemos darnos cuentas
de hasta qué punto los cuerpos son prisiones. La muerte es una
liberación, como escapar de una cárcel. Es la mejor idea que se me
ocurre si busco una comparación.
Incluso
los que con anterioridad a la experiencia habían tenido alguna
convicción tradicional sobre la naturaleza del más allá parecen
haberse separado un poco de ella para seguir su propia aproximación
a la muerte. De hecho, en todos los informes que he reunido, nadie
me hace un cuadro mitológico de lo que hay al otro lado. Ninguno ha
descrito las puertas nacaradas de los dibujantes, ni las calles
doradas, ángeles alados tocando el arpa, ni un infierno de llamas
con demonios con horcas.
En la
mayor parte de los casos se abandona el modelo de
recompensa-castigo, incluso por parte de quienes estaban
acostumbrados a pensar en esos términos. Descubrieron, para su
sorpresa, que incluso cuando sus actos aparentemente más horribles y
pecaminosos se hacían manifiestos ante el ser luminoso, éste no
respondía con cólera, sino con comprensión e incluso con humor. Una
mujer que pasó por la etapa de la revisión de la vida con ese ser
vio algunas escenas en las que en lugar de amor había demostrado
egoísmo. «Su actitud -cuenta ella-, cuando llegamos a esas escenas,
era que con ellas había estado aprendiendo.»
En lugar
del viejo modelo, muchos se han vuelto hacia uno nuevo, a una nueva
comprensión del mundo del más allá; una visión sin juicios
unilaterales, con un desarrollo cooperativo hacia el fin último de
la autorrealización. De acuerdo con estas nuevas visiones, el
desarrollo del alma, especialmente por lo que se refiere a las
facultades espirituales del amor y el conocimiento, no se detiene
tras la muerte; continúa en el otro lado, quizá eternamente, pero
con toda seguridad por un tiempo y una profundidad que sólo podremos
vislumbrar, mientras estemos en los cuerpos físicos, «a través de un
cristal, misteriosamente.»
Es
natural plantearse ahora la cuestión de si es posible adquirir
alguna evidencia de la realidad de las experiencias cercanas a la
muerte, independiente a la misma descripción de las experiencias.
Muchas personas informan que han estado fuera de sus cuerpos durante
largos periodos y que han sido testigos de muchos acontecimientos
del mundo físico mientras tanto. ¿Pueden comprobarse algunos de esos
informes con otros testigos que hubieran estado presentes, o con
acontecimientos posteriores que los confirmen, siendo de esta forma
corroborados?
En
bastantes casos, la sorprendente respuesta a esa pregunta es
afirmativa. Incluso puede decirse que la descripción de los
acontecimientos vistos desde fuera del cuerpo suele ser muy
comprobable. Algunos doctores, por ejemplo, me dijeron que han
quedado muy desconcertados por la forma en que pacientes sin
conocimientos médicos podían describir, correctamente y con todo
detalle, el procedimiento utilizado en los intentos de reanimación,
aunque estos acontecimientos hubieran tenido lugar cuando los
doctores sabían que los pacientes estaban «muertos».
En
algunos casos, los entrevistados me han informado de que
sorprendieron a sus doctores o a otras personas con la descripción
de acontecimientos que habían visto mientras estaban fuera del
cuerpo. Por ejemplo, cuando estaba muriendo, una joven salió de su
cuerpo y pasó a otra sala del hospital, donde se encontró con su
hermana mayor que lloraba, y decía: «¡Oh, Kathy; por favor, no
mueras; por favor, no mueras!» La hermana mayor quedó sorprendida
cuando, posteriormente, Kathy le dijo exactamente dónde había estado
y lo que había dicho en esos momentos. En los dos extractos
siguientes se describen acontecimientos similares.
1)
Cuando todo hubo terminado, el doctor me dijo que había estado muy
grave, y le contesté: «Ya lo sé.» «¿Cómo lo sabe?» «Puedo decirle
cuanto ha ocurrido.» No me creía, así que se lo conté todo, desde el
momento en que dejé de respirar hasta que volví a la vida. Él se
sorprendió mucho de que supiera todo eso. No sabía qué decir, pero
vino a verme en varias ocasiones para preguntarme cosas sobre ello.
2)
Cuando desperté después del accidente, mi padre se encontraba allí,
y yo ni siquiera quería saber cómo estaba, o lo que pensaban los
doctores qué ocurría. Sólo deseaba hablar de la experiencia que
pasé. Le conté a mi padre quién había sacado mi cuerpo del edificio,
y hasta le describí el color de sus ropas y la conversación que
sostuvieron. Éste afirmó que todo era cierto. Mi cuerpo había estado
inánime todo ese tiempo, y no hubiera podido ver u oír todas esas
cosas de no encontrarme realmente fuera de él.
En unos
cuantos casos he podido obtener testimonios independientes que
corroborasen tales acontecimientos. Sin embargo, surgen factores que
complican el hecho de determinar el valor evidencial de tales
informes independientes. En primer lugar, el hecho corroborador es
atestiguado tan sólo por la persona «muerta» y, todo lo más, por un
par de amigos o parientes próximos. En segundo lugar, incluso en los
ejemplos excepcionalmente dramáticos y bien atestiguados que he
recogido, he prometido no revelar los nombres reales. Aunque pudiera
hacerlo, por razones que explicaré en el último capítulo, no creo
que tales hechos constituyesen una prueba.
Hemos
llegado al final de nuestro examen de los diferentes estadios y
acontecimientos comúnmente informados de la experiencia de la
muerte. Para terminar este capítulo quiero incluir un extracto de
bastante extensión de un relato excepcional que encierra muchos de
los elementos ya discutidos. Contiene además una variante única de
la que no hemos hablado antes: el ser luminoso le habla de antemano
de su inminente muerte y decide luego dejarlo vivir.
Cuando
aquello ocurrió padecía, y sigo padeciendo, una grave asma bronquial
con enfisema. Un día tuve un ataque de tos y se me produjo una
ruptura en la parte inferior de la espina dorsal. Durante dos meses
consulté a varios médicos, pues me causaba un dolor terrible, y
finalmente uno de ellos me remitió a un neurocirujano, el doctor
Wyatt. Me examinó y dijo que debía ingresar inmediatamente en un
hospital, lo que hice sin demoras.
El
doctor Wyatt sabía que tenía una grave enfermedad respiratoria y
llamó a un especialista pulmonar, quien habló de consultar al
anestesista, doctor Coleman, sobre la conveniencia de dormirme. El
especialista pulmonar me trató durante tres semanas con el fin de
que el doctor Coleman pudiera anestesiarme. Este último, aunque
bastante preocupado, un lunes dio su consentimiento. Planearon la
operación para el viernes siguiente. El lunes por la noche me dormí
y tuve un sueño tranquilo hasta la madrugada del martes, en la que
desperté con graves dolores. Me di la vuelta y traté de colocarme en
una postura más cómoda, y en ese momento apareció una luz en una
esquina de la habitación debajo del techo. Era una bola de luz, casi
como un globo, pero no muy grande.
Diría
que no más de doce o quince pulgadas de diámetro. Al aparecer la luz
tuve una sensación. Mentiría si dijera que era horripilante. Era una
sensación de paz completa y relajación profunda. La luz extendió una
mano hacia mí y me dijo: «Ven conmigo. Quiero enseñarte algo.»
Inmediatamente, sin la menor vacilación, alcé mi mano y me cogí a la
suya. Al hacerlo, tuve la sensación de ser arrastrado fuera de mi
cuerpo, y al mirar hacia atrás lo vi allí, tumbado sobre la cama,
mientras yo me elevaba hacia el techo de la habitación.
Nada
más abandonar el cuerpo, tomé la misma forma que la luz. Sentí -he
de utilizar mis propias palabras para ello, pues nunca he oído a
nadie contar algo semejante-, que esta forma era un espíritu. No era
un cuerpo, sino un jirón de humo o de vapor. Parecía como el humo de
un cigarrillo iluminado al ascender hacia una lámpara. Sin embargo,
mi forma actual tenía colores. Había naranja, amarillo y otro que no
podía diferenciar muy bien..., podía ser un índigo, un color
azulado.
Aquel
espíritu no tenía la forma de un cuerpo. Era aproximadamente
circular, aunque tenía lo que podíamos llamar una mano. Lo sé porque
cuando la luz me tendió la suya yo se la cogí. El brazo y la mano de
mi cuerpo seguían con él, pues pude verlos sobre la cama al lado de
mi cuerpo cuando me elevaba hacia la luz. Cuando no utilizaba la
mano espiritual, el espíritu recobraba la forma circular.
Fui
atraído hasta la posición de la luz y ambos atravesamos el techo y
la pared de la sala del hospital, traspasamos un corredor y creo que
unos suelos hasta pasar a un piso inferior. No teníamos dificultad
para atravesar puertas o paredes, pues desaparecían de nuestra vista
cuando nos aproximábamos a ellas.
Durante ese periodo me pareció que nos movíamos. Mejor dicho, sabía
que nos estábamos moviendo, aunque no hubiera sensación de
velocidad. En un momento, casi instantáneamente en realidad, me di
cuenta de que habíamos llegado a la sala de recuperación del
hospital. Ni siquiera sabía entonces en qué parte del mismo se
encontraba, pero llegamos allí y de nuevo nos encontramos en una
esquina de la habitación cercana al techo. Pude ver a los doctores y
enfermeras con sus trajes verdes y las camas que allí había.
Entonces me dijo el ser -me enseñó-: «Ahí te van a llevar. Cuando te
saquen de la mesa de operaciones te pondrán en esa cama, pero nunca
despertarás. No te darás cuenta de nada desde que te lleven a la
mesa de operaciones, hasta un poco después, que vendré por ti.» No
dijo esto con palabras. No era una voz audible, pues, si así hubiera
sido, la habrían oído los que se encontraban en la habitación. Era
más bien una impresión que me llegaba, pero en forma tan vívida que
yo no podía decir que no la había oído o sentido. Era bien definida.
Con
respecto a lo que veía...; bueno, era mucho más fácil reconocer las
cosas estando en forma espiritual. Me preguntaba qué era lo que
estaba tratando de enseñarme. Inmediatamente supe lo que tenía en su
mente. No había duda. Aquella cama -la cama de la derecha según se
entra del corredor- era donde iba a estar y que me sacaría de allí
con un propósito determinado. Luego me explicó el motivo. No quería
que tuviese miedo cuando llegara el momento de que mi espíritu
abandonara el cuerpo, pero sí que conociese la sensación que se
tenía al pasar por ese punto. Quería asegurarse de que no tendría
miedo, pues el paso no sería inmediato; tendría que atravesar otras
etapas primero, pero él lo supervisaría todo y estaría esperándome
al final.
Cuando
me uní a él para viajar hasta la sala de recuperación y me había
convertido yo mismo en un espíritu, en cierta manera nos habíamos
fusionado en uno. No obstante, seguíamos siendo dos espíritus
separados. Él tenía pleno control de cuanto iba sucediendo en lo que
respecta a lo que me concernía a mí. Incluso si viajábamos a través
de las paredes y los techos, tenía la impresión de que seguíamos en
tan estrecha comunicación que nada podía molestarlo. Nunca había
sentido esa paz, esa calma y serenidad.
Tras
decirme aquello, regresamos a mi habitación y volví a ver mi cuerpo
en la misma posición en que lo dejamos. Creo que estuve fuera de él
unos cinco o diez minutos, pero el paso del tiempo no tenía nada que
ver con aquella experiencia. De hecho no recuerdo si alguna vez
pensé en que el tiempo estaba pasando.
Me
había cogido tan de sorpresa que estaba anonadado. Era tan vívido y
real..., más que una experiencia ordinaria. A la mañana siguiente no
experimentaba el menor miedo. Al afeitarme no sentí temblor en la
mano, como me venía ocurriendo desde hacía seis u ocho semanas.
Sabía que iba a morir, pero no me daba pena ni miedo. No pensaba
siquiera en si podía hacer algo para evitarlo. Estaba preparado.
En la
tarde del miércoles, un día antes de la mañana de mi operación, me
encontraba en la habitación del hospital y me sentí preocupado. Mi
esposa y yo teníamos un hijo, un sobrino adoptado, que nos estaba
causando problemas. Decidí escribirles una carta a cada uno,
expresándoles mis preocupaciones, y esconderlas en donde no pudieran
ser encontradas hasta después de la operación. Cuando ya había
escrito dos páginas a mi esposa, mis ojos se abrieron y rompí a
llorar.
Sentí
que alguien estaba presente, y pensé que había llorado tan alto que
una enfermera se acercaba para ver qué me pasaba. Pero no había oído
abrir la puerta. De nuevo sentí aquella presencia, pero sin ver
ninguna luz esa vez. Al igual que antes, me llegaron pensamientos y
palabras: «Jack, ¿por qué estás llorando? Pensé que te gustaría
estar conmigo.» «Sí, me gusta, lo deseo con fuerza.» «¿Por qué estás
llorando, entonces?» «Tenemos un problema con nuestro sobrino, y
temo que mi esposa no sepa cómo solucionarlo. Estoy tratando de
ponerle en palabras cómo me siento y lo que quiero que ella haga por
él. También estoy preocupado porque creo que mi presencia habría
contribuido algo a solucionarlo.»
Entonces volví a sentir sus pensamientos: «Como te estás preocupando
por alguien más y pensando en los otros, te garantizo que tendrás lo
que deseas. Vivirás hasta que tu sobrino se haya hecho un hombre.»
Después se fue. Dejé de llorar y destruí la carta para que mi esposa
no la encontrase accidentalmente
Aquella tarde, el doctor Coleman entró a verme y me dijo que
esperaba tener problemas para hacerme dormir y que no debía
sorprenderme de despertar y encontrarme con muchos cables, tubos y
máquinas rodeándome. No le conté mi experiencia, limitándome a
asentir y decirle que cooperaría.
A la
mañana siguiente la operación fue muy larga, pero salió bien. Cuando
estaba recuperando la conciencia, el doctor Coleman se encontraba
allí, y le dije: «Sé exactamente dónde me encuentro.» Él me
preguntó: «¿En qué cama?» «En la primera de la derecha, según se
entra en la sala.» Se rió y pensó que estaba hablando por efectos de
la anestesia.
Iba a
decirle lo ocurrido, pero en ese momento entró el doctor Wyatt, y
dijo: «Está despertando ahora. ¿Qué piensa hacer?» El doctor Coleman
respondió: «No tengo que hacer nada. Nunca en mi vida me he
sorprendido tanto. Estoy aquí con todo ese equipo preparado y no
necesita nada.» El doctor Wyatt replicó: «Todavía ocurren milagros.»
Cuando me levanté y vi lo que me rodeaba me encontré en la misma
cama que la luz me había mostrado días antes.