En
lógica, lo que puede y no puede decirse a partir de una serie de
premisas no es un asunto casual, sino que está precisamente definido
por reglas, convenciones y leyes. Cuando alguien dice que ha llegado
a determinada «conclusión», está afirmando implícitamente que
cualquiera que parta de las mismas premisas deberá llegar a igual
resultado, a menos que haya cometido un error en el proceso.
Estas
observaciones indican el motivo por el cual me niego a sacar
«conclusión» alguna, y no intento construir una prueba de la antigua
doctrina de la supervivencia a la muerte corporal. No obstante, sigo
pensando que los informes de las experiencias próximas a la muerte
son muy significativos. Lo que quiero hacer es descubrir un medio de
interpretarlas: un medio que ni rechace las experiencias sobre la
base de que no constituyen una prueba científica o lógica ni las
convierta en algo sensacional apelando a vagas afirmaciones
emocionales en el sentido de que «prueban» que hay vida después de
la muerte.
Al mismo
tiempo, creo que el hecho de que nuestra imposibilidad actual para
construir una «prueba» no sea una limitación impuesta por la
naturaleza de las mismas experiencias significa que tenemos una
puerta abierta. Quizá sea una limitación de los modos aceptados de
pensamiento científico y lógico. Puede ser que la perspectiva de los
científicos y lógicos del pasado sea diferente. (Debe recordarse
que, históricamente, la metodología y lógica no ha sido un sistema
estático, sino un proceso dinámico y en crecimiento.)
Por ello,
termino no con conclusiones, evidencias o pruebas, sino con algo
mucho menos definido: sensaciones, preguntas, analogías y hechos
asombrosos que deben ser explicados. Es más apropiado preguntar cómo
me ha afectado personalmente el estudio, que cuáles han sido las
conclusiones que he extraído de él. Como respuesta sólo puedo decir
que hay algo muy persuasivo en la forma en que las personas
describen su experiencia, y que ese «algo» no puede ser trasladado
adecuadamente al texto. Lo sucedido era algo muy real para ellos y,
a través de mi asociación con los entrevistados, se ha convertido en
algo real para mí.
No dejo
por ello de darme cuenta que se trata de una consideración
psicológica y no de una lógica. La lógica es una materia pública,
pero no ocurre lo mismo con las consideraciones psicológicas. Las
mismas circunstancias pueden cambiar y afectar a varias personas en
diferentes formas. Es un asunto de disposición y temperamento y no
deseo que mi reacción ante este estudio se convierta en una ley para
el pensamiento de otro. Podría alegarse que si la interpretación de
esas experiencias es en última instancia una materia subjetiva, no
está claro el motivo de estudiarlas. La única respuesta que se me
ocurre es señalar nuevamente la preocupación universal por la
muerte. Creo que cualquier luz que pueda arrojarse sobre su
naturaleza es válida.
Los
miembros de muchas profesiones y campos académicos necesitan
iluminación sobre la materia. La necesitan los médicos, que han de
enfrentarse a los miedos y esperanzas del paciente moribundo, y los
sacerdotes, que han de ayudar a los otros a enfrentare a la muerte.
También la necesitan los psicólogos y psiquiatras, pues para
construir un método funcional y digno de confianza para la terapia
de los disturbios emocionales necesitan saber lo que es la mente y
si puede existir fuera del cuerpo. Si no puede, el énfasis de la
terapia fisiológica derivaría en última instancia hacia los métodos
físicos: drogas, electroshock, cirugía cerebral, etc. Por otra
parte, si hay indicaciones de que la mente pueda existir separada
del cuerpo y que tiene entidad propia, la terapia de los órdenes
mentales deberá ser muy diferente.
Sin
embargo, las cuestiones implicadas no son sólo académicas y
profesionales. Penetran en cuestiones personales profundas, pues lo
que aprendemos sobre la muerte puede producir importantes
diferencias en la manera en que actuamos en nuestras vidas. Si las
experiencias del tipo que he discutido son reales, entonces tienen
profundas implicaciones en lo que cada uno de nosotros hacemos en
nuestras vidas. En ese caso sería cierto que no podemos comprender
plenamente esta vida hasta que sepamos algo de lo que hay más allá.
Bibliografía
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WEIL, ANDREW, doctor en Medicina, The Natural
Mind, Boston, Houghton Mifflin, 1973.
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Contraportada
Hoy,
veinte años después de su aparición, este libro sigue conservando
todo su poder de impacto para el lector que se asome a sus páginas
por vez primera. No en vano, desde entonces, no se puede hablar más
de la muerte y sus fenómenos sin considerar las investigaciones
aportadas por el Dr. Moody. Éstas se centraron en la recopilación de
testimonios de personas que experimentaron la muerte clínica, y que,
al ser reanimadas, revelaban detalles asombrosamente semejantes que
apuntaban a una misma conclusión: la existencia de otra vida después
de la muerte.