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El cuarto mandamiento del éxito
Debes prepararte para la oscuridad, mientras viajas bajo la luz del sol.

 

Comprende que ninguna condición es permanente. En tu vida existen
estaciones del mismo modo como existen en la naturaleza. Ninguna situación
a la que te enfrentes, buena o mala, será duradera.

No hagas planes que abarquen más de un año. Todo depende de cómo se
enfrente uno a los inesperados movimientos del enemigo, que no pueden
preverse, y de cómo se maneje todo el asunto.

Tu enemigo, si no estás preparado, pueden ser los ciclos de la vida, estos
ritmos misteriosos de altibajos que, como las grandes olas, se alzan y caen
en las playas del mundo. La marea alta y la baja, la salida del sol y el
crepúsculo, la riqueza y la pobreza, el placer y la desesperación, cada una
de esas fuerzas prevalecerá en su momento.

Compadécete del hombre rico que viaja en la marea alta de lo que parece una
cadena interminable de grandes logros. Cuando la calamidad le golpea, sale mal
preparado y se arruina. Vive siempre preparado para lo peor.
 

     

Compadece al pobre, hundido en la marea baja de un fracaso tras otro, de
una tristeza tras otra. A la larga deja de esforzarte, precisamente cuando
la marea cambia y el éxito viene a su encuentro. Nunca dejes de esforzarte.

Ten siempre fe en que las condiciones cambiarán. Aunque en tu corazón haya
un gran peso, tengas el cuerpo lacerado y la bolsa vacía y no haya nadie
que te consuele... persevera. Del mismo modo que sabes que el sol volverá a
aparecer, tu período de desgracia debe tener un final. Siempre he sido así
y siempre será.

Y si tu trabajo y tu paciencia y tus planes te han dado buena fortuna,
busca a aquellos cuya marea es baja y levántalos. Prepárate para el futuro.
Puede llegar el día en que lo que tú hayas hecho por otro, lo hagan por ti.

Recuerda que nada es permanente, pero, sobre todo, atesora el amor que
recibes. Este sobrevivirá mucho después que tu oro y tu buena salud se hayan 
desvanecido.
Y considera que puedes perder hasta ese amor, pasado un tiempo, a sabiendas
que un día os reuniréis para toda la eternidad en un lugar donde no hay
ciclos, no hay altibajos, no hay dolor ni pesadumbre y, sobre todo, no hay
fracasos.

 Og Mandino

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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