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OCTAVO COMPROMISO DEL ÉXITO

He sido tan ciego.
 

 

Ni una sola vez reconocí la oportunidad cuando se presentó en mi vida,
porque siempre llegaba disfrazada de trabajo arduo.

Ni una sola vez pude ver la carroza dorada que me aguardaba para
transportarme hacia una vida mejor, porque mis ojos siempre estaban llenos
de lágrimas de autocompasión mientras vagaba por los caminos vecinales de
la vida, sin destino alguno.

Mi visión ya no está obstaculizada por mi actitud, porque mi actitud se ha
transformado.

Ahora comprendo que las oportunidades nunca se presentan delante de
nosotros con su potencial para alcanzar la riqueza, el éxito o los honores 
pintados en ellas. Cada tarea que debo realizar deberá hacerse con mi mejor 
esfuerzo, o de lo contrario corro el riesgo de que las mejores oportunidades de 
la vida se alejen de mí, sin siquiera el sonido de una campana de advertencia.
Amanece un día, lo mismo que todos los demás días, y a lo largo de él
florece una sola hora, igual que las demás horas, pero es posible que en
ese día y en esa hora me enfrente a la oportunidad de toda una vida.
Enfrentarse a cada tarea, sin importar lo difícil y humilde que sea, y
hacerlo con valor y persistencia, es la única forma en que puedo estar
seguro de aprovechar las máximas oportunidades cuando se presenten, ya sea
que vengan anunciadas con fanfarrias o que, como de costumbre, se oculten
debajo de un manto de polvo.

Mi antiguo yo, despreciando el trabajo de cada día y ventilando mis
sentimientos de frustración con todos los que estaban cerca de mí, jamás 
habría sido capaz de sitiar a la oportunidad. Ahora, gracias a estos pergaminos, 
estoy reconstruyendo mi vida y de ahora en adelante marcharé siempre con la
cabeza erguida, buscando las oportunidades con la misma firmeza con que el
león hambriento busca algo qué comer.

Nunca jamás volveré a aguardar en espera de que la oportunidad se presente
ante mí.

Le he vuelto la espalda al pasado. Ninguno de aquellos fracasos demorará mi
nuevo paso hacia esa resplandeciente tierra de éxito y felicidad en donde
pasaré el resto de mi vida.
 


Ahora sé que si quiero cantar, siempre podré encontrar un cántico.
Ahora miro hacia atrás sólo para recordar. En qué lamentable fracaso llegué
a convertirme.
Hay un viejo proverbio que dice, "Disfruta de todo lo poco que tienes
mientras el necio va de cacería en busca de más". Eso era lo que yo creía y
así actuaba en el pasado, pues ¿acaso no todos los proverbios dicen la
verdad? ¡No! Estoy iniciando una nueva vida y he invertido las palabras de
este proverbio, en la misma forma en que he alterado las acciones de mi
vida pasada. Ahora ese proverbio reza: "¡Mientras el necio disfruta de lo
poco que tiene, yo iré en busca de más!"

Nunca jamás volveré a aguardar en espera de que la oportunidad se presente
ante mí.

En el transcurso de estas cuantas semanas, ya he mejorado muchas cualidades
de mi carácter, de manera que ahora me encuentro mejor equipado para 
reconocer las oportunidades y reclamar mi parte. También he desarraigado 
los malos hábitos que me refrenaban, mediante la repetición cotidiana de las 
palabras escritas en estos pergaminos, y esa reconstrucción apenas se ha iniciado. 
Permítanme empezar desde el punto donde me encuentro, incluso cuando 
todavía conservo en mí algunas cualidades que a menudo me hacían despreciarme 
a mí mismo.
Permítanme encargarme de ellas, un a la vez, recurriendo a la fortaleza que
Dios me da par ayudarme a corregir mis debilidades. Por lo menos, estaré
mejor que ahora si tengo el valor de extender el brazo para llegar a lo que
está fuera de mi alcance y la fe suficiente para creer que puedo ser la
persona que debería ser.

En el pasado, permití tontamente, que mis fracasos y lamentaciones me
abrumaran a tal grado que siempre me veía obligado a viajar con la cabeza
inclinada y la mirada fija en el suelo. Ahora que he arrojado a un lado mi
pesada carga del pasado y que he alzado la mirada hacia dondequiera que
dirijo mi vista, puedo ver las puertas que me dan la bienvenida a una vida
mejor.

Nunca jamás volveré a aguardar en espera de que la oportunidad se presente
ante mí.

Cada día, cuando anuncie mis metas, anotaré en primer lugar de todo lo que
debo permanecer alerta a las oportunidades. Y cada mañana, al despertar, 
saldré al encuentro del nuevo día con una sonrisa, no importa cuáles sean las
tareas desagradables que me aguarden. La oportunidad, como el amor, se
siente atraída por la melancolía y la desesperación. Ahora sé que todos los
grandes triunfadores de la vida siempre se dedican a su trabajo con una
sonrisa en los labios, aceptando las oportunidades y los cambios que surgen
en esta vida mortal con sentido del humor y con buen ánimo, enfrentándose
en la misma forma a las cosas difíciles y a las fáciles a medida que se
presentan. Son todos esos hombres y mujeres sabios que siempre crean más
oportunidades de las que encuentran.

¿Cómo es posible que yo haya podido vivir tantos años sin percibir la
verdad que ahora es tan obvia para mí? ¿Por qué tantos de nosotros vemos
que los momentos dorados en la corriente de la vida pasan apresurados a
nuestro lado y lo único que podemos reconocer es la arena? ¿Por qué los
ángeles llegan a visitarnos y sólo nos enteramos de ello cuando ya se han ido?

Muchas veces, las oportunidades son tan pequeñas que ni siquiera las
vislumbramos y, sin embargo, a menudo son las semillas de grandes empresas.
Las oportunidades también se encuentran por todas partes, de manera que
siempre debo tener mi anzuelo preparado.

Cuando menos lo espere, quizá un gran pez pase nadando frente de él.

Nunca jamás volveré a aguardar en espera de que la oportunidad se presente
ante mí.

Ya no soy la misma persona que era hace apenas unas cuantas semanas.
Las oportunidades jamás volverán a permanecer ocultas a mi vista.
Ya no me lamentaré, desgarrando mis ropas y maldiciendo al mundo porque
carezco de las cosas buenas de la vida. Todavía me siento descontento con
mi suerte, pero ahora experimento un descontento que se yergue bajo la lluvia, 
mirando hacia el cielo en busca del firmamento azul y las estrella. Hay dos clases de
descontentos en este mundo, el descontento que trabaja y el descontento que
se retuerce las manos. El primero obtiene lo que desea, mientras que el
segundo pierde lo que posee. No existe cura alguna para el primero, como no
sea el éxito, pero no existe ninguna cura para el segundo. Ahora sé quién
soy. Me agrada la persona que soy. Te doy gracias por ello, Dios mío.

 
Ahora comprendo que la oportunidad no llama a ninguna puerta. Me responde
sólo cuando yo llamo a su puerta. Lo haré a menudo y con fuerza.

Nunca jamás volveré a aguardar en espera de que la oportunidad se presente
ante mí.

Og Mandino

 

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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