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SEGUNDO COMPROMISO DEL ÉXITO

Ya soy una persona diferente y mejor.

 

Apenas han transcurrido unos cuantos días desde que inicié una nueva
existencia con la ayuda de estos pergaminos, pero ahora experimento una
extraña y poderosa emoción en lo más profundo de mi corazón, un sentimiento
de una nueva esperanza que casi había desaparecido con el paso de los años.

Al fin he sido rescatado de mi lecho de desesperación y doy las gracias por
ello. Con las palabras de la primera promesa del éxito aún frescas en mis
labios, ya he multiplicado mi propia valía ante mis ojos y tengo la
seguridad de que este nuevo evalúo de mi persona, con el tiempo será
adoptado por el mundo exterior. Ahora conozco una gran verdad. La única
etiqueta de precio válida es la que nos asignamos nosotros mismos. Si nos
ponemos un precio demasiado bajo, el mundo lo aceptará; pero si nos
asignamos el mejor precio, el mundo también aceptará de buen grado ese avalúo.

Te doy gracias, Dios mío, por depositar en mis manos estos valiosos
pergaminos. Me encuentro en un momento crucial de mi vida y no debo 
alejarme, ni lo haré, de este desafío como me he alejado de otros en el pasado. 
Ahora sé que en la peregrinación de todos, a lo largo de esta vida, siempre 
hay lugares sagrados en donde podemos sentirnos afines con lo divino; en donde 
los cielos parecen descender sobre nuestras cabezas y los ángeles llegan a
auxiliarnos. Son los lugares de sacrificio, las áreas en donde se unen lo
mortal y lo inmortal, las tierras del juicio en donde se libran las grandes
batallas de nuestra propia vida. Mis derrotas del pasado ya están casi
olvidadas, incluso el dolor y la abrumadora angustia. Y seré muy feliz en
los años por venir, si logro mirar hacia atrás recordando este momento tan
especial, a sabiendas de que aquí pude saborear al fin la victoria.

Pero antes que nada debo aprender la segunda promesa de éxito, 
y ponerla en práctica:

Nunca jamás volveré a saludar al amanecer sin una meta.

En el pasado, el hecho de tener metas, ya fuesen grandes o pequeñas, me
parecía que no era otra cosa que una tonta práctica, puesto que tenía tan
poca fe en mis capacidades. ¿Para qué tener metas pequeñas e
insignificantes, me decía a mi mismo, simplemente para satisfacer mis
humildes talentos? ¿Qué diferencia podía significar todo eso en el esquema
de las cosas?

Y así, cada día salía sin rumbo por el mundo, sin timón y sin destino fijo,
con la esperanza de sobrevivir hasta la hora de la puesta del sol,
asegurándome, falsamente, a mí mismo que sólo esperaba el momento adecuado,
o que cambiara mi suerte, sin creer, no obstante, ni por un momento, que
algo en mi futuro sería diferente de lo que había sido en mi pasado.

Es fácil ir a la deriva de un día a otro. No se requiere ninguna habilidad,
ningún esfuerzo y ningún dolor. Por otra parte, nunca es fácil fijarse
metas para un día o para una semana, y alcanzar esos objetivos. Mañana
comenzaré me decía día tras otro. En aquel entonces no sabía que el mañana
sólo se encuentra en el calendario de los tontos. Ciego ante mis propias
faltas, desperdiciaba mi vida deliberando todo hasta que ya fuese demasiado
tarde, de no ser por estos pergaminos. Hay una inconmensurable distancia
entre tarde y demasiado tarde.

Nunca jamás volveré a saludar el amanecer sin una meta.

He estado viviendo en el callejón de los tontos. Tener siempre la intención
de llevar una mejor vida nueva, pero sin jamás encontrar el tiempo para
dedicarse a ello, es como si pospusiera la comida, la bebida y el sueño de
un día para el siguiente, hasta morir. Durante muchos años estuve
convencido, lo mismo que tantos otros, de que las únicas metas que valían
la pena eran las principescas metas con abundantes recompensas en oro, fama
y poder. ¡Qué equivocado estaba! Ahora sé que el hombre sabio nunca se fija
metas de inmensas proporciones. Ahora todos los planes de gigantesca
magnitud los califica de sueños, abrigándolos muy cerca de su corazón en
donde los demás no puedan verlos y mofarse de ellos. Después saluda cada
amanecer fijándose metas sólo para ese día, asegurándose de que todo lo que
planeó haya quedado terminado antes de irse a dormir.

Muy pronto, los logros de cada día se van reuniendo, uno encima del otro,
en la misma forma en que la hormiga amontona sus granos de arena y con el
tiempo se ha erigido un castillo lo bastante grande para albergar cualquier
sueño. En verdad, todo esto no sea difícil de lograr un vez que haya
frenado mi impaciencia, enfrentándome a la vida un día a la vez.



Puedo hacerlo. Lo haré.

Nunca jamás volveré a saludar al amanecer sin una meta.

Se ha ganado la mitad de la victoria del éxito una vez que se ha adquirido
el hábito de fijarse metas y alcanzarlas. Incluso la labor más tediosa se
hace soportable si yo marcho a lo largo de cada día convencido de que cada
tarea, no importa lo humilde o tediosa que sea, me acerca varios paso a la
realización de mis sueños. Qué forma tan agradable de seguir adelante con
mi vida, ya que si la mañana no me ofreciera ninguna nueva alegría, a
medida que cumplo con las metas que me he fijado para ese día, o si la
noche no me brindara nuevos placeres por cumplir con mis metas, ni siquiera
valdría la pena vestirme y desvestirme.

La vida, ahora estoy convencido de ello, puede ser tan gozosa como un juego
de niños cuando despertamos con la esperanza de que nos aguarda una senda
marcada con toda claridad.

Ahora ya sé en qué punto me encuentro.
Y también sé hacia dónde quiero que me conduzcan mis metas.

Para ir de aquí hacia allá, no necesito conocer todos los giros y recodos
de mi viaje en este preciso momento. Lo más importante es que he adoptado
las enseñanzas del primer pergamino y del segundo, y que ahora ya no miraré
hacia atrás en dirección a ese desconsolador pasado, cuando los días no
tenían ni principio ni fin y yo me encontraba perdido en medio de un
desierto de frivolidad, sin esperar nada en el futuro, como no fuesen la
muerte y el fracaso.

¡Mañana me fijaré metas! ¡Al día siguiente! ¡Y también al siguiente!

Nunca jamás volveré a saludar al amanecer sin una meta!

Alguna vez malbaraté mi vida, cambiándola por un centavo y la vida no quiso
pagarme más, pero ahora ya han terminado los días en que trabajaba por el
salario de un esclavo. Ahora sé que cualquier salario que le hubiese
exigido al a vida, la vida me lo habría pagado de muy buen grado.
 

Los rayos del sol no brillan por encima de mi cabeza para que yo pueda
reflexionar con tristeza en el ayer. El pasado ha quedado sepultado y yo
estuve a punto de permitir que me sepultaran junto con él. Ya no derramaré
más lágrimas. Que los rayos de sol puedan brillar sobre las promesas del
mañana... y sobre mi cabeza.

Nunca jamás volveré a saludar al amanecer sin una meta!

Og Mandino

 

 
 
 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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