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El Kybalion

Los Misterios de Hermes

Capítulo VI

La paradoja divina

Tres Iniciados

 

«El sabio a medias, reconociendo la irrealidad relativa del Universo, se imagina que puede desafiar sus leyes, ése no es más que un tonto vano y presuntuoso, que se estrellará contra las rocas y será aplastado por los elementos, en razón de su locura. El verdadero sabio conociendo la naturaleza del universo, emplea la Ley contra las leyes: las superiores contra las inferiores, y por medio de la alquimia transmuta lo que no es deseable, en lo valioso y de esta manera triunfa. La maestría consiste, no en sueños anormales, visiones o imágenes fantasmagóricas, sino en el sabio empleo de las fuerzas superiores contra las inferiores vibrando en los más elevados. La transmutación (no la negación presuntuosa), es el arma del Maestro.»
El Kybalion.


Ésa es la paradoja del Universo, la que resulta del principio de polaridad, principio que se manifiesta cuando el TODO empieza a crear.
Aunque para el TODO infinito el Universo, sus leyes, sus poderes, su vida, sus fenómenos, son como cosas contempladas en el estado de meditación o ensueño, el Universo debe ser tratado como real, y la vida, las acciones y los pensamientos deben estar basados en ello, acordemente, si bien se tenga un claro conocimiento y realización de la Verdad Superior cada uno respecto a su propio plano y leyes.

Si el TODO hubiera imaginado un Universo real sería desastroso para éste, porque entonces no podría ascenderse de lo inferior a lo superior, el universo se habría convertido en una cosa fija, inmóvil y el progreso resultaría imposible. Y si el hombre, por su parte, debido a su media sabiduría, actúa y vive y piensa en el Universo como si fuera un sueño (parecido a sus propios ensueños a finitos), así se convertirá efectivamente para él, y, al igual de un cadáver que caminase, se encontrará dando vueltas y más vueltas en un círculo, sin hacer el menor progreso y siendo forzado por último a despertarse y vivir por las leyes naturales que él hubiera olvidado.

 

 Conservad siempre la mente fija en la Estrella, pero mirad donde ponéis los pies, no vayáis a hundirlos en algún abismo. Recordad la paradoja divina que afirma que si bien el «Universo no es, sin embargo es». Recordemos siempre los dos polos de la verdad: lo absoluto y lo relativo. Guardémonos de las verdades a medias.
Lo que los hermetistas conocen como «Ley de la paradoja» es un aspecto del principio de polaridad. Las escrituras herméticas están llenas de toda clase de referencias respecto a esa paradoja que se descubre en todos los problemas de la Vida y del Ser. Los instructores están siempre batallando para impedir que sus estudiantes omitan el «otro lado» de cualquier cuestión, y sus recomendaciones se dirigen especialmente a los problemas de lo absoluto y de lo relativo, que tanto confunden a los estudiantes de filosofía, y que obligan a tantos a obrar y a pensar contrariamente a lo que se conoce como «sentido común». Recomendamos mucho a nuestros estudiantes el que se aseguren de haber comprendido bien la paradoja divina de lo absoluto y lo relativo, evitando el ser hipnotizados por el falso miraje de la verdad a medias. Desde este punto de vista ha sido escrita esta lección. Leedla cuidadosamente.
La primera idea que se le ocurre al pensador que ha comprendido y realizado la verdad de que el Universo es una creación mental del TODO, es la de que el Universo y todo cuanto éste contiene son una pura ilusión, una irrealidad, contra cuya idea se revuelve instantáneamente. Pero esto, al igual de otras grandes verdades, debe ser considerado desde los puntos de vista absoluto, el Universo es, por supuesto, una ilusión, un sueño, una fantasmagoría, si se compara con el TODO en sí mismo. Esto lo reconocemos nosotros mismos cuando hablamos del mundo como de un sueño, que va y viene, que nace y muere, desde el momento que todo lo que es mudable, que cambia, que es finito e insustancial, debe estar ligado a la idea de un Universo creado, cuando se compara con el TODO mismo, no importando cual puede ser nuestra creencia respecto a la naturaleza de ambos.
Filósofos, metafísicos, científicos y teólogos, todos están de acuerdo sobre ello, y esta concepción se encuentra en todos los sistemas filosóficos y religiosos, así como en las respectivas teorías de las escuelas metafísica y teológicas.
Las enseñanzas herméticas no predican la insubstancialidad del Universo en términos más fuertes que los que os son más familiares, aunque la exposición del asunto pueda pareceros algo más contundente. Todo cuanto tenga un principio y un fin, en cierto sentido debe ser irreal e ilusorio, y el Universo se encuentra en este caso, sea cual sea el sistema de las escuelas de pensamiento. Desde el punto de vista absoluto nada hay real excepto el TODO, no importando los términos que empleemos al pensar sobre ello o al discutirlo. Bien sea que el Universo haya sido creado de materia, o bien que sea una creación mental en la mente del TODO, es insustancial, mudable, sujeto al tiempo, al espacio, al cambio. Debemos comprender y sentir bien esto antes de pensar y examinar la concepción hermética de la naturaleza mental del Universo. Examina cualesquiera otras concepciones, y ved si existe alguna que no lo admita.
Mas el punto de vista absoluto muestra únicamente un solo lado de la cuestión, siendo el otro el aspecto relativo de la misma. Las verdades absolutas han sido definidas «como las cosas, tal como las conoce y las ve la mente de Dios», mientras que las verdades relativas son «las cosas tal como la más elevada razón del hombre las comprende». Y de esta manera, mientras que para el TODO el Universo debe ser ilusorio e irreal, un simple sueño o resultado de la meditación, sin embargo para las mentes finitas que forman parte de ese Universo, y mirando a través de las mortales facultades, el Universo es ciertamente real, y así debe ser considerado. Al reconocer así el punto de vista absoluto, no cometeremos el error de ignorar o negar los hechos y fenómenos del Universo, tal como se nos presentan antes nuestras facultades mortales: no somos el TODO, recordémoslo.
Para emplear ilustraciones familiares, podemos reconocer el hecho de que la materia «existe» para nuestros sentidos, y haríamos muy mal si así no lo reconociéramos. Y, a pesar de ello, nuestra mente finita reconoce la verdad científica de que no hay tal materia desde el punto de vista de la ciencia, y que lo que llamamos materia no es más que un agregado de átomos, átomos los cuales a su vez, no son más que unidades de fuerza agrupadas que llamamos «electrones» o «iones», vibrando constantemente con movimiento circular. Golpeamos una piedra y sentimos el impacto, parece ser real, y, a pesar de ello, sabemos que no es más que lo ya expuesto.
Pero recuerden que nuestro pie, que siente el golpe mediante la intervención del cerebro, es similarmente materia constituida por electrones, y por que de esa materia está hecho también nuestro cerebro. Y, por último, si no fuera por la mente, no sabríamos nada ni del pie ni de la piedra absolutamente.
Además, el ideal que un artista o un escultor tratan de reproducir en el mármol o en el lienzo les parece muy real. Igualmente sucede con los personajes que crea la mente de un autor teatral, quien trata de expresarlos para que los demás puedan reconocerlos. Y si esto fuera cierto en el caso de nuestras mentes finitas, ¿cuál sería el grado de realidad de las imágenes mentales creadas en la mente del Infinito? ¡Oh, para los mortales este universo de mentalidad es ciertamente muy real! Es el único que jamás podremos conocer, aunque nos elevemos de plano en plano, cada vez más alto. Para que lo pudiéramos conocer de otra manera, por experiencia actual, tendríamos que ser el TODO mismo. Es muy cierto que, cuanto más nos elevamos en la escala, tanto más cerca nos encontraremos de la mente del Padre y tanto más evidente se hace la naturaleza ilusoria de las cosas finitas, pero hasta que el TODO no nos absorba finalmente dentro de Él mismo no se desvanecerá la visión.
De manera, pues, que no necesitamos basarnos en esa ilusión. Reconozcamos más bien la verdadera naturaleza del Universo y tratemos de comprender sus leyes mentales, esforzándonos en emplearlas en la forma más efectiva para nuestro progreso ascendente en toda la vida conforme vamos viajando de un plano a otro del ser. Las leyes del Universo no dejan de ser «leyes de hierro» porque sean de naturaleza mental. Todos excepto el TODO, están sujetos a ellas. Lo que está en la infinita mente del TODO es real, sólo un grado menos que la realidad misma que constituye la naturaleza del TODO.
No nos sintamos, pues, inseguros o temerosos; sintámonos firmemente sostenidos en la mente infinita, y nada existe que pueda dañarnos o causarnos miedo. No hay poder alguno fuera del TODO que pueda afectarnos. Podemos permanecer tranquilos y seguros. Y en esta realización, una vez alcanzada, existe una plenitud de seguridad y calma. Entonces dormiremos serenamente sobre la firmeza inconcebible de lo Profundo, y descansaremos seguramente sobre el Océano de la mente Infinita que constituye al TODO. En Él, ciertamente, vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.
La materia no es menos materia para nosotros mientras permanezcamos en ese plano, aunque sepamos que no es más que un agregado de partículas de fuerza, o electrones, que vibran rápidamente, girando unas en torno de otras, en la formación de los átomos. Los átomos, a su vez giran y vibran y forman así las moléculas, y la agrupación de estas últimas componen las grandes masas de materia. Y no será menos materia por el hecho de que, cuando avancemos en nuestra investigación, sepamos que la fuerza, cuyas unidades son los electrones, no son a su vez más que unidades de manifestación de la mente del TODO, y que como todo lo demás en el universo es puramente mental en su naturaleza. Aunque en el plano de la Materia tenemos que reconocer sus fenómenos, podemos dominarla (como lo hacen todos los maestros en menor o mayor grado), aplicándoles las fuerzas superiores. Cometeríamos así una locura si negáramos la existencia de la materia en ese aspecto relativo. Podemos, sí, negar su dominio sobre nosotros; está bien, pero no debemos intentar ignorarla en su aspecto relativo, por lo menos mientras vivamos en este plano.
Las leyes de la naturaleza tampoco se hacen menos constantes o efectivas por el hecho de que las conozcamos y sepamos que son simples creaciones mentales. Obran plenamente en todos los planos. Y nos libertamos de las leyes inferiores, aplicándoles las superiores, y sólo podemos conseguirlo de ésta manera. Pero no podemos escapar a la Ley o elevarnos por encima de ella completamente. Nadie, sino el TODO, puede escapar a la Ley, y esto es debido a que el TODO es la ley misma, de la cual todas las demás brotan. Los más avanzados maestros pueden adquirir los poderes que se atribuyen generalmente a los dioses, y existen muchos grados del ser en la gran jerarquía de la vida, cuyos poderes trascienden hasta los de los más elevados maestros, en un grado inconcebible para los mortales, pero hasta el Maestro más grande y el ser más elevado debe inclinarse ante la Ley y son como nada ante los ojos del TODO. Así que si hasta esos elevados seres, cuyos poderes exceden a los atribuidos por el hombre a sus dioses, están sujetos y sirven a la Ley, imagina la presunción del mortal de nuestra raza cuando mira las leyes de la Naturaleza como «irreales», visionarias e ilusorias, porque ha podido alcanzar a ver que esas leyes son de naturaleza mental, o simples creaciones del TODO. Esas leyes que el TODO quiere que rijan no pueden ser desafiadas o transgredidas. Mientras subsista el Universo subsistirán, porque aquel existe en virtud de esas leyes, las que forman la trama o el esqueleto en que el Universo se apoya.
El Principio hermético del Mentalismo, a la vez que explica la verdadera naturaleza del Universo sobre la base de que todo es mental, no cambia las concepciones científicas del Universo, de la vida o de la evolución. En realidad, la ciencia no hace más que corroborar las enseñanzas herméticas. Estas últimas enseñan que la naturaleza del Universo es mental, mientras que la ciencia afirma que es «material»; o, según sus últimas noticias, que es «energía» en el último análisis. Las enseñanzas herméticas tampoco están en pugna con el principio básico de Herbert Spencer, que postuló la existencia de una «Energía Infinita y Eterna, de la cual proceden todas las cosas». En realidad, los hermetistas reconocen en la filosofía de Spencer la más elevada expresión de la obra de las leyes naturales que jamás se promulgara, y creen que Spencer era una reencarnación de un antiguo filósofo que vivió en Egipto millares de años ha, y que más tarde vivió como Heráclito, el filósofo griego que viviera en el año 500 A. C. Y consideran su doctrina de la «energía infinita y eterna» como de acuerdo con las enseñanzas herméticas siempre con el agregado de que esa energía es la mente del TODO. Con esta clave maestra de la filosofía Hermética puede el estudiante de Spencer abrir muchas puertas de las concepciones filosóficas internas del gran filósofo inglés, cuyas obras demuestran los resultados de su preparación en sus encarnaciones anteriores. Sus enseñanzas respecto a la Evolución y al Ritmo están casi de perfecto acuerdo con la Doctrina Hermética referente al principio del Ritmo.
Así, pues, el estudiante no necesita dejar a un lado los puntos de vista científicos referentes al Universo. Todo lo que se le pide es que comprenda el principio básico de que el TODO es mente, de que el Universo es mental: sostenido firmemente en la mente del TODO. Y encontrará que los otros seis principios concuerdan perfectamente con este conocimiento científico, y servirán para dilucidar plenamente los puntos oscuros. No hay que maravillarse de ello, si se considera la influencia que el pensamiento hermético ejerciera sobre los filósofos primitivos de Grecia, sobre cuyas doctrinas descansan en gran parte las teorías de la ciencia actual. La aceptación del primer principio hermético (mentalismo) es la única gran diferencia entre la ciencia moderna y los estudiantes herméticos, y la ciencia se va dirigiendo gradualmente hacia ese punto, conforme avanza a través de la oscuridad y va encontrando su camino en el laberinto en que se ha metido en busca de la Realidad.
El objeto de esta lección es imprimir en la mente del estudiante el hecho de que el Universo y sus leyes y sus fenómenos son tan reales, en lo que al hombre concierne, como lo serían bajo la hipótesis del materialismo y de la energía. Bajo cualquier hipótesis, el Universo, en su aspecto externo, está siempre cambiando y es transitorio, y, por consiguiente, está desprovisto de realidad substancial. Pero, y nótese el otro polo de la verdad, bajo cualquiera de dichas hipótesis estamos obligados a obrar y a vivir como si esas cosas fugaces fueran reales y substanciales. Con esta diferencia siempre, que según las doctrinas se ignoraba el poder mental como Fuerza Natural, mientras que ahora vemos que el Mentalismo es la mayor fuerza de esa clase. Y esta sola diferencia basta para revolucionar la vida de aquellos que comprenden el principio y la práctica y leyes resultantes.
Por último, una vez que se comprenda la ventaja del Mentalismo se aprende a conocer, emplear y aplicar las leyes resultantes. Pero no se caiga en la tentación que, según indica El Kybalion, acecha al medio sabio que lo hace hipnotizarse por la aparente irrealidad de las cosas, siendo su conciencia que camina de un lado para otro como soñando, viviendo en un mundo de ensueños, ignorando la vida diaria y su trabajo, siendo su final que se destrozará contra las rocas y se disolverá en los elementos, en razón de su locura. Más bien seguid el ejemplo del sabio que la misma autoridad indica: «úsese la Ley contra las leyes; lo superior contra lo inferior, y por el arte de la alquimia trasmutad lo que no es deseable en lo estimable, triunfando en esa forma». De acuerdo con esta doctrina, debe evitarse la media sabiduría, que es locura y que ignora la verdad de que: «El dominio consiste, no en sueños anormales o visiones y fantásticas imaginaciones, sino en emplear las fuerzas superiores contra las inferiores, escapando así a los dolores de los planos inferiores mediante la elevación a los superiores». Recuérdese siempre que la «transmutación y no la negación presuntuosa es el arma del Maestro». Las citas antedichas pertenecen a El Kybalion, y son muy dignas de tenerlas siempre presentes.
No vivimos en un mundo de sueños, sino en un Universo que, si bien es relativo, es real, por lo menos en lo que concierne a nuestra vida y obras. Nuestra misión en el Universo no es negar su existencia, sino vivir, empleando debidamente sus leyes para ascender de lo inferior a lo superior, viviendo y haciendo lo mejor que podamos dentro de las circunstancias que surgen cada día, y viviendo, todo lo posible, nuestras más elevadas ideas e ideales. El verdadero significado de la vida no es conocido por el hombre en este plano —si es que alguien lo conoce—; pero los más sabios, y nuestras propias intuiciones también, nos enseñan que no nos equivocaremos si tratamos de vivir lo mejor posible y realizar la tendencia universal en el mismo sentido, a pesar de las aparentes evidencias en contra. T

odos estamos en el Camino, y esta vía va siempre ascendiendo, con frecuentes sitios de reposo.
Léase el mensaje de El Kybalion, y sígase el ejemplo del sabio, evitando el error del medio sabio, quien perece en razón de su locura.

 

 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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