Nada permanece: todo nace, crece, muere; tan pronto
como una cosa ha adquirido su máximo desarrollo empieza a declinar;
la ley del ritmo está en constante operación; no hay realidades,
nada firme, nada duradero, fijo o substancial, nada permanente, todo
es cambio. Todas las cosas surgen y evolucionan de otras cosas. Hay
una acción continua que es seguida siempre de su reacción
correspondiente; todo fluye y refluye, todo se construye y derrumba,
todo es creación y destrucción, vida y muerte. Y si el hombre que
tal examen hace y tales cosas ve fuera un pensador, comprendería que
todas esas cosas en perpetuo cambio no pueden ser sino simples
apariencias externas o manifestaciones de algún poder que se oculta
tras ellas, de alguna realidad substancial encerrada en las mismas.
Todos los pensadores, de cualquier país o época, se
han visto obligados a afirmar la existencia de esta realidad
substancial. Todas las filosofías, cualquiera que haya sido su
nombre, se han basado en esta idea. Los hombres han dado a esta
realidad substancial muchos nombres: algunos la han denominado
«Dios», otros «Divinidad Infinita» y «Eterna Energía», «Materia»,
etc., pero todos han reconocido su existencia. Es evidente por sí
misma. No necesita argumentos.
En estas lecciones hemos seguido el ejemplo de
algunos de los más grandes pensadores del mundo, antiguos y modernos
—los Maestros herméticos— y hemos denominado a ese poder que se
oculta tras todas las manifestaciones, a esa realidad substancial,
por su nombre hermético del TODO, cuyo término nos parece es el más
amplio de los que puede emplear el hombre.
Aceptamos y enseñamos las teorías de los grandes
pensadores herméticos, como también las de esas almas iluminadas que
han ascendido a planos superiores de existencia. Unos y otros
afirman que la naturaleza íntima del TODO es incognoscible. Y esto
debe ser así efectivamente, pues nadie, excepto el TODO mismo, puede
comprender su propia naturaleza y su propio ser. Los hermetistas
creen y enseñan que el TODO en sí mismo es y debe ser incognoscible.
Consideran las teorías y especulaciones de los teólogos y
metafísicos respecto a la naturaleza íntima del TODO como esfuerzos
infantiles de mentes mortales para sorprender el secreto del
Infinito. Todos esos esfuerzos han fracasado siempre, y seguirán
fracasando, debido a la naturaleza misma de la tarea. El que
especula sobre ello se encuentra perdido en un laberinto de
pensamientos sin salida, y si persiste en su intento acaba por
perder toda capacidad para razonar sanamente, hasta llegar a serle
imposible la vida. Se encontraría en una situación parecida a la de
la ardilla, que en la jaula se pone a girar en su rueda, sin moverse
del mismo sitio, continuando tan prisionera como antes de haber
comenzado.
Y aun muchos más presuntuosos son esos que tratan de
atribuir al TODO la personalidad, cualidades, propiedades,
características y atributos de ellos mismos, como si el TODO tuviera
las emociones, sentimientos y características de los humanos. Y
llega hasta atribuirle malas cualidades, como los celos, la
susceptibilidad a la alabanza y a la oración, el deseo de que se le
ofrende y se le adore y todas esas otras cosas que nos han legado
como herencia de los primeros días de la infancia de la humanidad.
Tales ideas no le sirven para nada al hombre desarrollado y acaba
por dejarlas a un lado.
Creemos debe indicar que hacemos una distinción
entre la filosofía y la metafísica. Religión significa para nosotros
la realización intuitiva de la existencia del TODO y de la relación
entre uno mismo y ÉL, mientras que la teología significa para
nosotros el esfuerzo o los esfuerzos que hace el hombre para
atribuirle las propias cualidades, personalidad, características,
etc., así como sus teorías proyectos, deseos y designios, asumiendo
el papel del intermediario entre el TODO y el pueblo. La filosofía
significa para nosotros la especulación que tiende a comprender las
cosas cognoscibles y pensables (permítasenos la palabra), en tanto
que la metafísica indica la tentativa de inquirir entre las
nebulosidades de las regiones de lo incognoscible y de lo
impensable, la que, al fin y al cabo, tiene la misma tendencia que
la teología. Consecuentemente, la religión y la filosofía significan
para nosotros cosas que tienen realidad por sí mismas, en tanto que
la teología y la metafísica son algo así como senderos tortuosos y
laberínticos, por los que circula la ignorancia, y forman la base
más insegura e inestable sobre la que puede apoyarse la mente o el
alma del hombre. No insistiremos para que aceptéis estas
definiciones; las mencionamos con el único objeto de deslindar
nuestra posición. De todas maneras, muy poco hablaremos en estas
lecciones de teología y metafísica.
Si bien es cierto que la naturaleza esencial del
TODO es incognoscible, hay, sin embargo, ciertas verdades
relacionadas con su existencia, que la mente humana se ve obligada a
aceptar. El examen de éstas constituye un asunto apropiado para la
investigación, particularmente por lo que se refiere a lo que el
iluminado nos transmite de sus impresiones en los más elevados
planos de existencia. Y a esta investigación os invitamos ahora.
«Lo que constituye la Verdad fundamental, la
Realidad substancial, está más allá de toda denominación, pero el
sabio lo llama el TODO.»
El
Kybalion.
«En su esencia, el TODO es incognoscible.»
El
Kybalion.
«Mas el dictamen de la razón debe ser recibido
hospitalariamente, y tratado con respeto.»
El
Kybalion.
La razón humana, cuyo dictamen debemos aceptar tanto
como lo juzguemos conveniente, nos dice respeto al TODO, sin
pretender desgarrar el velo de lo incognoscible:
1. EL TODO debe ser todo lo que realmente es. Nada
puede existir fuera del TODO, o, de lo contrario, el TODO no sería
tal.
2. EL TODO debe ser infinito, porque nada puede
existir que defina, limite o ponga restricciones al TODO. Debe ser
infinito en tiempo, o Eterno, debe haber existido siempre,
continuamente, pues nada puede haberlo creado jamás, y algo no puede
nunca surgir de nada, y si alguna vez no hubiera sido, aunque sólo
fuera un instante, no podría ser. Debe existir por siempre, porque
nada hay que pueda destruirlo, y jamás puede dejar de ser ni aun por
un solo momento, porque algo nunca puede convertirse en nada. Debe
ser infinito en el Espacio, debe encontrarse en todas partes, porque
nada existe, ni hay sitio alguno que esté más allá del TODO. No
puede ser de otra manera, sino continuo y omnipresente en el
espacio, sin cesación, separación o interrupción, porque no hay nada
en ÉL que pueda interrumpirse, separarse o cesar en su absoluta
continuidad, y nada existe tampoco que pueda «llenar las grietas».
Debe ser infinito en Poder, o Absoluto, porque nada hay que pueda
limitarlo, restringirlo, confinarlo u obstaculizarlo. No está sujeto
a ningún poder, porque no hay otro que el Suyo.
3. EL TODO debe ser inmutable, esto es, no sujeto a
cambio en su naturaleza real, porque nada existe que pueda obligarlo
a cambiar, ni nada de lo que pueda haberse transformado. No puede
ser aumentado ni disminuido, ni ser mayor o menor, bajo ningún
aspecto. Debe haber «sido» siempre, y debe seguir «siendo» siempre
también, idéntico a lo que es ahora: el TODO. Nunca ha habido, ni
hay, ni habrá algo en lo que pueda transformarse o cambiar.
Siendo el TODO Infinito, Absoluto, Eterno,
Inmutable, debe deducirse que todo lo que es finito, mudable,
transformable y condicionado, no puede ser el TODO. Y como nada
existe fuera de Él en realidad, todo lo que sea finito debe ser nada
realmente. No os vayáis a sorprender o asustar, porque no tratamos
de embarcaros en Ciencia Cristiana, cubriendo estas enseñanzas bajo
el título de Filosofía Hermética. Hay una reconciliación entre estos
aparentemente contradictorios asuntos. Tened paciencia, que a todo
llegaremos a su debido tiempo.
Vemos en torno a nosotros eso que se llama
«materia», la que constituye las bases físicas de todas las formas.
¿Es el TODO materia simplemente? Absolutamente no. La materia no
puede manifestar Vida o Mentalidad, y como la mente está manifestada
en el universo, el TODO no puede ser materia, pues nada asciende más
allá de su propia fuente, nada puede manifestarse en un efecto si no
lo está también en la causa, nada puede evolucionar o emerger como
consecuente si no está involucrado o involucionado como antecedente.
Y además la ciencia moderna nos dice que la materia no existe
realmente, sino que es «energía o fuerza interrumpida», esto es,
energía o fuerza en un grado menor de intensidad vibratoria. Como ha
dicho recientemente un escritor, «la materia se sumerge en el
Misterio». Aun la ciencia materialista ha abandonado la teoría de la
materia y ahora descansa sobre la base de la «energía».
¿Es pues, el TODO mera fuerza o energía? No. La
fuerza, tal como la entiendan los materialistas, es una cosa ciega,
mecánica, carente de vida o mentalidad. La vida y la mente no pueden
nacer de ciega energía, por las razones dadas un momento ha: «Nada
puede subir más alto que su propia fuente, nada evoluciona si no ha
involucionado, nada se manifiesta en un efecto si no está en la
causa». Así que el TODO no puede ser mera fuerza o energía, porque
si lo fuera no existiría eso que se llama mente y vida, y ambas
sabemos que existen, porque nosotros estamos vivos y estamos
empleando nuestra mente en considerar esta cuestión; y en iguales
condiciones se encuentran los que afirman que la energía es todo.
¿Que es lo que hay superior a la materia y a la
energía, y que sepamos que existe en el Universo? ¡Vida y mente en
todos sus diversos grados de desenvolvimiento! Entonces
preguntaréis: ¿Queréis significar que el TODO es vida y mente? Si y
no, es nuestra respuesta. Si entendéis por vida y mente lo que
nosotros, pobres mortales, conocemos de ellas: ¡No, el TODO no es
eso! Mas ¿qué clase de vida y mentalidad significáis?, preguntaréis.
La contestación es mente viviente, tan amplia como
nosotros podamos concebirla, puesto que la vida y la mente son muy
superiores a la fuerza puramente mecánica o a la materia. Mente
infinita y viviente, si se compara con la vida y la mentalidad
finitas. Queremos indicar eso que quieren significar las almas
iluminadas, cuando reverentemente pronuncian la palabra: ¡ESPÍRITU!.