Y si bien han surgido muchas discusiones y disputas
entre las varias escuelas de pensamiento, esas disputas han versado
especialmente sobre los detalles de la operación del citado
principio, y también sobre el significado de determinadas palabras.
El inmanente principio de Causa y Efecto ha sido aceptado como
correcto por todos los pensadores del mundo que merecen realmente
tal calificativo. Pensar de otra manera sería sacar el fenómeno del
universo del dominio de la ley y del orden, relegándolo a ese algo
imaginario al que el hombre ha dado el nombre de casualidad.
Un poco de meditación evidenciaría que no existe
absolutamente tal casualidad. Webster define la palabra casualidad
diciendo que: «es un supuesto agente o modo de actividad diferente
de una fuerza, ley o propósito; la operación o actividad de dicho
agente; el efecto supuesto de tal agente; un suceso, una cosa
fortuita, una casualidad, etc.». Pero un poco de meditación
demostrará que no puede existir dicho agente casual, en el sentido
de algo externo y fuera de la ley, algo aparte de la causa y del
efecto.
¿Cómo podría existir algo actuando en el universo
fenomenal, independiente de las leyes, del orden y de la continuidad
del último? Tal agente sería algo completamente independiente del
tren coordinado del universo, y, por consiguiente, sería superior a
él. No podemos imaginar nada fuera del TODO, más allá de la ley, y
esto porque el TODO es precisamente la ley en sí mismo. No hay sitio
en el universo para nada externo o independiente de la ley. La
existencia de algo semejante convertiría a todas las leyes naturales
en inefectivas, y sumergiría al universo todo en el desorden más
caótico.
Un examen cuidadoso demostrará que lo que llamamos
casualidad es meramente una expresión concerniente a causas oscuras,
causas que no podemos percibir, causas que no podemos comprender. La
palabra casualidad se deriva de una frase que significa «echar los
dados», siendo la idea encerrada que la caída es meramente una
ocurrencia, sin relación con causa alguna. Y en este sentido suele
emplearse la palabra en cuestión. Pero cuando se examina el asunto
detalladamente se verá que no hay tal casualidad absolutamente en la
caída de un dado. Cada vez que cae el dado mostrando cierto número,
obedece a una ley tan infalible como la que gobierna la revolución
de los planetas en torno del Sol. Tras la caída del dado existen
causas, o cadenas de causas, eslabones en ininterrumpida sucesión,
hasta donde la mente no puede alcanzar. La posición del dado en la
caja, la suma de energía muscular empleada al arrojarlo, el estado
de la mesa, etc., son otras tantas causas cuyo efecto puede verse.
Pero, tras éstas, hay encadenamiento de causas invisibles
precedentes, todas las cuales obran sobre el número que el dado debe
mostrar en su cara superior.
Si se arrojan los dados un gran número de veces, se
verá que los puntos marcados son casi iguales, esto es, que habrá
igual número de unos, de dos, etc. Arrójese una moneda al aire, y al
caer dará cara o cruz. Pero si se arroja un número de veces
suficiente, las caras y las cruces se igualarán. Pero todo cae bajo
la operación de la Ley de Causa y Efecto, y si pudiéramos examinar
todo el eslabonamiento de causas veríamos claramente que era
sencillamente imposible que el dado cayera en otra forma que en la
que cayó, bajo las mismas circunstancias y al mismo tiempo. Siendo
las mismas causas, se produce siempre el mismo resultado. Toda
ocurrencia tiene su causa y su porqué. Nada ocurre sin causa, o,
mejor dicho, sin una cadena de causas.
Al considerar este principio muchos se quedan
confusos, porque no pueden explicar como una cosa puede ser causa de
otra, esto es, ser la primera creadora de la segunda. En realidad,
ninguna cosa puede producir o crear otra. La causa y el efecto
residen meramente en los sucesos. Un suceso o acontecimiento es lo
que viene, llega u ocurre como consecuencia o resultado de un
acontecimiento o evento anterior. Ningún acontecimiento crea otro,
sino que no es nada más que el eslabón precedente en la gran cadena
coordenada de sucesos que fluyen de la energía creadora del TODO.
Hay una continuidad de solución entre todos los acontecimientos
precedentes, consecuentes y subsecuentes. Existe siempre una
relación entre todo lo que ha pasado y todo lo que sigue. Una piedra
se desprende de la montaña y se aplasta contra el tejado de una
granja situada en el valle vecino. A primera vista parece obra de la
casualidad; pero si se examina la materia se encontrará una gran
cadena de causas tras ese acontecimiento. En primer lugar estaba la
lluvia que ablandó la tierra que sostenía a la piedra, permitiéndole
así caer; antes de esa causa estaba la influencia precedente del Sol
y de otras lluvias, las que gradualmente fueron desintegrando la
piedra de la roca; antes aún, estaban las causas que contribuyeron o
produjeron la formación de la montaña y su elevación sucesiva por
medio de las convulsiones de la Naturaleza, y así ad infinitum.
Además podemos revisar las causas de la lluvia,
podemos considerar la existencia del tejado. En una palabra, pronto
nos encontraríamos envueltos en un laberinto de causas y efectos del
que pronto tendríamos que luchar para escaparnos.
Así como un hombre tiene dos padres y cuatro abuelos
y ocho bisabuelos, y dieciséis tatarabuelos y así sucesivamente, de
manera que al cabo de cuarenta generaciones se calcula el número de
antecesores en muchos millones, así también suceden con el número de
causas que subyacen tras el suceso o fenómeno más nimio, tal como el
paso de un liviano trocito de carbón llevado por el viento. No es
nada fácil seguir la pista de esa partícula de hollín hasta los
primitivos períodos de la historia del mundo, cuando formaba parte
de un macizo tronco, que más tarde se convirtió en carbón, y así
sucesivamente, hasta el momento en que pasaba volando ante nosotros
en busca de otras muchas aventuras. Y una poderosísima cadena de
acontecimientos, de causas y efectos, la llevó hasta su actual
condición, y ésta no es más que uno de los tantos sucesos de la
cadena, y que seguirán produciendo más y más eventos durante
centenares y centenares de años a contar desde ahora. Una de las
series de acontecimientos originados por esa partícula de hollín
flotante ha sido el escribir estas líneas, lo que ha obligado a un
tipógrafo a realizar cierto trabajo; esto despertará en vuestras
mentes ciertos pensamientos, así como en las de los demás, los que a
su vez afectarán a otros, y así sucesivamente, hasta donde la mente
no puede alcanzar, y todo por el simplismo vuelito de una partícula
de hollín, todo lo cual muestra la relatividad y asociación de las
cosas y la deducción consiguiente de que nada hay grande ni pequeño
en la mente que todo lo creó.
Meditemos un momento. Si cierto hombre no hubiera
encontrado a cierta mujer en la obscura Edad de Piedra, vos, que
estáis ahora leyendo estas líneas, no estaríais ahora aquí. Y si,
quizá, la misma pareja no se hubiera encontrado, los que escribimos
estas líneas tampoco estaríamos aquí. Y el mismo hecho de que
nosotros, por nuestra parte, escribamos, y de que vos leáis por la
vuestra, afectará no solamente nuestras propias vidas, sino que
también tendrá un efecto directo o indirecto sobre muchas otras
personas que viven actualmente o que vivirán en las edades por
venir. Todo pensamiento generado en nuestra mente, todo acto
realizado, tiene sus resultados directos e indirectos, que se
eslabonan coordinadamente en la gran cadena de Causas y Efectos.
No deseamos entrar a discutir sobre el libre
albedrío y el determinismo, en esta obra, por múltiples razones.
Entre otras muchas, la principal es que ningún lado del asunto es
completamente exacto, siendo en realidad ambos parcialmente verdad,
de acuerdo con las enseñanzas herméticas. El Principio de Polaridad
demuestra que ambos aspectos son medias‑verdades: los opuestos polos
de la verdad. La verdad es que el hombre puede ser a la vez libre y
limitado por la necesidad, dependiendo todo del significado de los
términos y de la altura de la verdad desde la cual se examine el
asunto. Los antiguos escritores expresaban el punto diciendo que:
«Cuanto más lejana está la creación del Centro, tanto más limitada
está. Cuanto más próxima está del Centro, tanto más libre está».
Los hombres en su mayoría, son más o menos esclavos
de la herencia, del medio ambiente, etc., y manifiestan muy poco
libre albedrío. Se ven arrastrados por las opiniones, costumbres y
pensamientos del mundo externo, así como también por sus emociones,
sentimientos y modalidades. No manifiestan el menor dominio de sí
mismo que merezca ese nombre. Y con indignación rechazan esa
afirmación diciendo: «Yo puedo obrar ciertamente con plena libertad
y hacer lo que se me dé la gana; hago precisamente lo que quiero
hacer». Pero no pueden explicar por qué o de donde viene el
«necesito» y me «gusta». ¿Qué es lo que les hace querer una cosa con
preferencia a otra? ¿Qué es lo que les hace «gustar» una cosa y no
otra? ¿No hay ninguna «razón» para sus «gustos» y «necesidades»? El
maestro puede transformar los «agrados y «necesidades» en otros en
el extremo opuesto de su polo mental. Puede y tiene la capacidad de
«querer, querer» en vez de querer porque algún sentimiento,
modalidad, emoción o sugestión del medio ambiente despierte en él
una tendencia o deseo de hacer tal o cual cosa.
La mayoría de los hombres es arrastrada como si
fuera una piedra, obedeciendo al medio ambiente, a las influencias
externas y a las modalidades, deseos y emociones internas, etc., por
no hablar de los deseos y voluntades de los demás que son más
fuertes. La herencia, el medio ambiente y las sugestiones los
arrastran sin la menor resistencia por su parte, sin que ejerciten
en modo alguno su voluntad. Movidos como las fichas en el tablero de
ajedrez de la vida, desempeñan su parte y se quedan a un lado
después del juego. Pero los Maestros, que conocen las reglas del
juego, se elevan por encima del plano de la vida material, y
colocándose en contacto con los poderes superiores de sus
naturalezas dominan sus propias modalidades, caracteres, cualidades
y polaridades, así como el medio ambiente que los rodee, haciéndose
en esta forma directores del juego en vez de meras fichas: Causas en
vez de Efectos. Los Maestros no se libran de la causalidad en los
planos superiores, sino que están bajo el contralor de esas más
elevadas leyes, y haciendo uso de éstas se hacen dueños de las
circunstancias en los planos inferiores. De esta manera forman una
parte consciente de la Ley, en vez de ser sus ciegos instrumentos.
Mientras obedecen y sirven en los Planos Superiores, dominan y son
dueños del plano material.
Pero, tanto arriba como abajo, la Ley está siempre
en operación. No existe tal casualidad o azar. La ciega diosa ha
sido abolida por la razón. Ahora podemos ver, con ojos iluminados
por el conocimiento, que todo está gobernado por la ley universal y
que el infinito número de leyes no es más que manifestaciones de la
Única Gran Ley: la Ley que es el TODO. Es, pues, muy cierto que ni
siquiera un gorrión deja de estar presente en la Mente del TODO, que
hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados, según dicen las
escrituras. Nada hay fuera de la ley; nada ocurre en contra de ella.
Pero, a pesar de ello, no se vaya a caer en el error de que el
hombre es un autómata ciego, al contrario.