-Desde hace
cincuenta y cuatro años que habito este planeta, sólo me han
molestado tres veces. La primera, hace veintidós años, fue por un
abejorro que había caído aquí de Dios sabe dónde. Hacía un ruido
insoportable y me hizo cometer cuatro errores en una suma. La
segunda vez por una crisis de reumatismo, hace once años. Yo no hago
ningún ejercicio, pues no tengo tiempo de callejear. Soy un hombre
serio. Y la tercera vez... ¡la tercera vez es ésta! Decía, pues,
quinientos un millones...
-¿Millones de qué?
El hombre de negocios comprendió que no tenía ninguna esperanza de
que lo dejaran en paz.
-Millones de esas pequeñas cosas que algunas veces se ven en el
cielo.
-¿Moscas?
-¡No, cositas que brillan!
-¿Abejas?
-No. Unas cositas doradas que hacen desvariar a los holgazanes. ¡Yo
soy un hombre serio y no tengo tiempo de desvariar!
-¡Ah! ¿Estrellas?
-Eso es. Estrellas.
-¿Y qué haces tú con quinientos millones de estrellas?
-Quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos
treinta y uno. Yo soy un hombre serio y exacto.
-¿Y qué haces con esas estrellas? -¿Que qué hago con ellas?
-Sí.
-Nada. Las poseo.
-¿Que las estrellas son tuyas?
-Sí.
-Yo he visto un rey que...
-Los reyes no poseen nada... Reinan. Es muy diferente.
-¿Y de qué te sirve poseer las estrellas?
-Me sirve para ser rico.
-¿Y de qué te sirve ser rico?
-Me sirve para comprar más estrellas si alguien las descubre.
"Este, se dijo a sí mismo el principito, razona poco más o menos
como mi borracho".
No obstante le siguió preguntando :
-¿Y cómo es posible poseer estrellas?
-¿De quién son las estrellas? -contestó punzante el hombre de
negocios.
-No sé. . . De nadie.
-Entonces son mías, puesto que he sido el primero a quien se le ha
ocurrido la idea.
-¿Y eso basta?
-Naturalmente. Si te encuentras un diamante que nadie reclama, el
diamante es tuyo. Si encontraras una isla que a nadie pertenece, la
isla es tuya. Si eres el primero en tener una idea y la haces
patentar, nadie puede aprovecharla: es tuya. Las estrellas son mías,
puesto que nadie, antes que yo, ha pensado en poseerlas.
-Eso es verdad -dijo el principito- ¿y qué haces con ellas?
-Las administro. Las cuento y las recuento una y otra vez -contestó
el hombre de negocios-. Es algo difícil. ¡Pero yo soy un hombre
serio!
El principito no quedó del todo satisfecho.
-Si yo tengo una bufanda, puedo ponérmela al cuello y llevármela. Si
soy dueño de una flor, puedo cortarla y llevármela también. ¡Pero tú
no puedes llevarte las estrellas!
-Pero puedo colocarlas en un banco.
-¿Qué quiere decir eso?
-Quiere decir que escribo en un papel el número de estrellas que
tengo y guardo bajo llave en un cajón ese papel.
-¿Y eso es todo?
-¡Es suficiente!
"Es divertido", pensó el principito. "Es incluso bastante poético.
Pero no es muy serio".
El principito tenía sobre las cosas serias ideas muy diferentes de
las ideas de las personas mayores.
-Yo -dijo aún- tengo una flor a la que riego todos los días; poseo
tres volcanes a los que deshollino todas las semanas, pues también
me ocupo del que está extinguido; nunca se sabe lo que puede
ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las
posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas...
El hombre de negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta.
El principito abandonó aquel planeta.
"Las personas mayores, decididamente, son extraordinarias", se decía
a sí mismo con sencillez durante el viaje.
XIV
El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos, pues
apenas cabían en él un farol y el farolero que lo habitaba. El
principito no lograba explicarse para qué servirían allí, en el
cielo, en un planeta sin casas y sin población un farol y un
farolero. Sin embargo, se dijo a sí mismo:
"Este hombre, quizás, es absurdo. Sin embargo, es menos absurdo que
el rey, el vanidoso, el hombre de negocios y el bebedor. Su trabajo,
al menos, tiene sentido. Cuando enciende su farol, es igual que si
hiciera nacer una estrella más o una flor y cuando lo apaga hace
dormir a la flor o a la estrella. Es una ocupación muy bonita y por
ser bonita es verdaderamente útil".
Cuando llegó al planeta saludó respetuosamente al farolero:
-¡Buenos días! ¿Por qué acabas de apagar tu farol?
-Es la consigna -respondió el farolero-. ¡Buenos días!
-¿Y qué es la consigna?
-Apagar mi farol. ¡Buenas noches! Y encendió el farol.
-¿Y por qué acabas de volver a encenderlo?
-Es la consigna.
-No lo comprendo -dijo el principito.
-No hay nada que comprender -dijo el farolero-. La consigna es la
consigna. ¡Buenos días!
Y apagó su farol.
Luego se enjugó la frente con un pañuelo de cuadros rojos.
-Mi trabajo es algo terrible. En otros tiempos era razonable;
apagaba el farol por la mañana y lo encendía por la tarde. Tenía el
resto del día para reposar y el resto de la noche para dormir.
-¿Y luego cambiaron la consigna?
-Ese es el drama, que la consigna no ha cambiado -dijo el farolero-.
El planeta gira cada vez más de prisa de año en año y la consigna
sigue siendo la misma.
-¿Y entonces? -dijo el principito.
-Como el planeta da ahora una vuelta completa cada minuto, yo no
tengo un segundo de reposo. Enciendo y apago una vez por minuto.
-¡Eso es raro! ¡Los días sólo duran en tu tierra un minuto!
-Esto no tiene nada de divertido -dijo el farolero-. Hace ya un mes
que tú y yo estamos hablando.
-¿Un mes?
-Sí, treinta minutos. ¡Treinta días! ¡Buenas noches!
Y volvió a encender su farol.
El principito lo miró y le gustó este farolero que tan fielmente
cumplía la consigna. Recordó las puestas de sol que en otro tiempo
iba a buscar arrastrando su silla. Quiso ayudarle a su amigo.
-¿Sabes? Yo conozco un medio para que descanses cuando quieras...
-Yo quiero descansar siempre -dijo el farolero.
Se puede ser a la vez fiel y perezoso.
El principito prosiguió:
-Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta en tres
zancadas. No tienes que hacer más que caminar muy lentamente para
quedar siempre al sol. Cuando quieras descansar, caminarás... y el
día durará tanto tiempo cuanto quieras.
-Con eso no adelanto gran cosa -dijo el farolero-, lo que a mí me
gusta en la vida es dormir.
-No es una suerte -dijo el principito.
-No, no es una suerte -replicó el farolero-. ¡Buenos días!
Y apagó su farol.
Mientras el principito proseguía su viaje, se iba diciendo para sí:
"Este sería despreciado por los otros, por el rey, por el vanidoso,
por el bebedor, por el hombre de negocios. Y, sin embargo, es el
único que no me parece ridículo, quizás porque se ocupa de otra cosa
y no de sí mismo . Lanzó un suspiro de pena y continuó diciéndose:
"Es el único de quien pude haberme hecho amigo. Pero su planeta es
demasiado pequeño y no hay lugar para dos... "
Lo que el principito no se atrevía a confesarse, era que la causa
por la cual lamentaba no quedarse en este bendito planeta se debía a
las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol que podría disfrutar
cada veinticuatro horas.
XV
El sexto planeta era diez veces más grande. Estaba habitado por un
anciano que escribía grandes libros.
-¡Anda, un explorador! -exclamó cuando divisó al principito.
Este se
sentó sobre la mesa y reposó un poco. ¡Había viajado ya tanto!
-¿De dónde vienes tú? -le preguntó el anciano.
-¿Qué libro es ese tan grande? -preguntó a su vez el principito-.
¿Qué hace usted aquí?
-Soy geógrafo -dijo el anciano.
-¿Y qué es un geógrafo?
-Es un sabio que sabe donde están los mares, los ríos, las ciudades,
las montañas y los desiertos.
-Eso es muy interesante -dijo el principito-. ¡Y es un verdadero
oficio!
Dirigió una mirada a su alrededor sobre el planeta del geógrafo;
nunca había visto un planeta tan majestuoso.
-Es muy hermoso su planeta. ¿Hay océanos aquí?
-No puedo saberlo -dijo el geógrafo.
-¡Ah! (El principito se sintió decepcionado). ¿Y montañas?
-No puedo saberlo -repitió el geógrafo.
-¿Y ciudades, ríos y desiertos?
-Tampoco puedo saberlo.
-¡Pero usted es geógrafo!
-Exactamente -dijo el geógrafo-, pero no soy explorador, ni tengo
exploradores que me informen. El geógrafo no puede estar de acá para
allá contando las ciudades, los ríos, las montañas, los océanos y
los desiertos; es demasiado importante para deambnlar por ahí. Se
queda en su despacho y allí recibe a los exploradores. Les interroga
y toma nota de sus informes. Si los informes de alguno de ellos le
parecen interesantes, manda hacer una investigación sobre la
moralidad del explorador.
-¿Para qué?
-Un explorador que mintiera sería una catástrofe para los libros de
geografía. Y también lo sería un explorador que bebiera demasiado.
-¿Por qué? -preguntó el principito.
-Porque los borrachos ven doble y el geógrafo pondría dos montañas
donde sólo habría una.
-Conozco a alguien -dijo el principito-, que sería un mal
explorador.
-Es posible. Cuando se está convencído de que la moralidad del
explorador es buena, se hace una investigación sobre su
descubrimiento.
-¿ Se va a ver?
-No, eso sería demasiado complicado. Se exige al explorador que
suministre pruebas. Por ejemplo, si se trata del descubrimiento de
una gran montaña, se le pide que traiga grandes piedras.
Súbitamente el geógrafo se sintió emocionado:
-Pero... ¡tú vienes de muy lejos! ¡Tú eres un explorador! Vas a
describirme tu planeta.
Y el geógrafo abriendo su regístro afiló su lápiz. Los relatos de
los exploradores se escriben primero con lápiz. Se espera que el
explorador presente sus pruebas para pasarlos a tinta.
-¿Y bien? -interrogó el geógrafo.
-¡Oh! Mi tierra -dijo el principito- no es interesante, todo es muy
pequeño. Tengo tres volcanes, dos en actividad y uno extinguido;
pero nunca se sabe...
-No, nunca se sabe -dijo el geógrafo.
-Tengo también una flor.
-De las flores no tomamos nota.
-¿Por qué? ¡Son lo más bonito!
-Porque las flores son efímeras.
-¿Qué significa "efímera"?
-Las geografías -dijo el geógrafo- son los libros más preciados e
interesantes; nunca pasan de moda. Es muy raro que una montaña
cambie de sitio o que un océano quede sin agua. Los geógrafos
escribimos sobre cosas eternas.
-Pero los volcanes extinguidos pueden despertarse -interrumpió el
principito-. ¿Qué significa "efímera"?
-Que los volcanes estén o no en actividad es igual para nosotros. Lo
interesante es la montaña que nunca cambia.
-Pero, ¿qué significa "efímera"? -repitió el principito que en su
vida había renunciado a una pregunta una vez formulada.
-Significa que está amenazado de próxima desaparición.
-¿Mi flor está amenazada de desaparecer próximamente?
-Indudablemente.
"Mi flor as efímera -se dijo el principito- y no tiene más que
cuatro espinas para defenderse contra el mundo. ¡Y la he dejado allá
sola en mi casa!" Por primera vez se arrepintió de haber dejado su
planeta, pero bien pronto recobró su valor.