Cierta mañana, cuando ya estaba llegando al final del manuscrito, oí
el ruido de un coche. El corazón me saltó en el pecho, pero no
quería creer lo que me decía. Ya me sentía libre de todo, y estaba
preparada para volver al mundo y formar parte de él.
Lo
más difícil ya había pasado, aunque quedase la nostalgia.
Pero
mi corazón no se equivocaba. Sin levantar los ojos del manuscrito,
sentí su presencia y el sonido de sus pasos.
—
Pilar —dijo, sentándose a mi lado.
Yo
no respondí. Seguí escribiendo, pero ya no podía coordinar los
pensamientos. Mi corazón daba brincos, tratando de liberarse de mi
pecho y correr al encuentro de él. Pero yo no le dejaba.
Él
se quedó allí sentado, mirando el río, mientras yo escribía sin
parar. Pasamos así toda la mañana —sin decir una palabra, y me
acordé del silencio de una noche, junto a una fuente, donde de
repente entendí que lo amaba.
Cuando mi mano no aguantó más del cansancio, me detuve un poco.
Entonces él habló.
—
Estaba oscuro cuando salí de la caverna, y no logré encontrarte.
Entonces fui hasta Zaragoza —dijo—. Y fui hasta Soria. Y recorrería
el mundo entero siguiéndote. Decidí volver al monasterio de Piedra
para ver si encontraba alguna pista, y encontré a una mujer.
»Ella me indicó dónde estabas. Y me dijo que me habías esperado
todos estos días.
Los
ojos se me llenaron de lágrimas.
— Me
quedaré sentado a tu lado mientras estés aquí junto al río. Y si te
vas a dormir, dormiré delante de tu casa. Y si viajas lejos, te
seguiré los pasos.
»Hasta que me digas: vete. Entonces me iré. Pero te amaré por el
resto de mi vida.
Yo
ya no podía ocultar el llanto. Vi que él también lloraba.
—
Quiero que sepas una cosa… —dijo.
— No
digas nada. Lee —respondí, dándole los papeles que tenía en el
regazo.
Durante toda la tarde estuve mirando las aguas del río Piedra. La
mujer nos trajo bocadillos y vino, dijo algo sobre el tiempo y
volvió a dejarnos solos. Más de una vez él interrumpió la lectura, y
se quedó con la mirada perdida en el horizonte, absorto en sus
pensamientos.
En
cierto momento, resolví ir a dar una vuelta por el bosque, por las
pequeñas cascadas, por las laderas llenas de historias y
significados. Cuando empezaba a ponerse el sol, regresé al sitio
donde le había dejado.
—
Gracias —fue su primera palabra cuando me devolvió los papeles—. Y
perdón.
— A
orillas de los ríos de Babilonia…
—
Sí, sí, lo conozco —dije, sintiendo que volvía poco a poco a la
vida—. Habla del exilio. Habla de las personas que cuelgan sus
cítaras porque no pueden cantar la música que les pide el corazón.
—
Pero después de llorar de nostalgia por la tierra de sus sueños, el
salmista se promete a sí mismo:
¡Jerusalén, si yo de
ti me olvido,
que se seque mi
diestra!
¡Mi lengua se me pegue
al paladar
si de ti no me
acuerdo…!
Sonreí una vez más.
— Me
estaba olvidando. Y tú me haces recordar.
—
¿Crees que recuperarás tu don? —pregunté.
— No
lo sé. Pero Dios siempre me dio una segunda oportunidad en la vida.
Me la está dando contigo. Y me ayudará a encontrar mi camino.