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UN MAPA DEL ALMA
En mitad de
la noche me despertó el sonido de un grito. Aunque estaba aturdido,
sabía que venía de algún lugar de la casa y se me aceleró el corazón
antes de sentarme en la cama. Entonces, alguien encendió la luz
vacilante que estaba encima de la cabecera.
«Venga,
vístete, tenemos que irnos», dijo una voz vagamente familiar. Yo no
me moví.
Transcurrió
un momento antes de que tuviera la suficiente presencia de ánimo
como para darme cuenta de que lo que había oído no era un grito sino
un lamento. «Venga», repitió la voz, esta vez con más apremio. Unos
brazos fuertes me tomaron y me transportaron fuera de la habitación.
Yo tenía entonces siete años y nuestro vecino de Bombay había venido
por mí, pero no me dijo por qué.
En lugar de
ello, la cálida humedad del aire tropical me acarició la cara hasta
que llegamos a su casa, donde me volvieron a meter en la cama.
Aquélla fue
la noche en que murió mi abuelo al que llamábamos Bauji, y que era
famoso porque la mañana en que yo nací se subió a lo alto del tejado
con su vieja corneta militar y despertó a todos los vecinos con
ella. Había muerto sin previo aviso a las tres de la madrugada y el
lamento procedía de los sirvientes y mujeres de la casa; era su
manera de empezar el largo proceso de hacer que la muerte sea
aceptable, aunque a mí no me fue de gran ayuda. Yo tuve la reacción
normal en todos los niños: me resistí a creer su muerte. Aquel día,
precisamente, mi abuelo había estado muy contento, porque su hijo,
que era mi padre, había sido admitido en la Real Escuela de Médicos
de Londres, algo muy difícil de conseguir para un nativo de la India
en aquellos días posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Al momento
de recibir el telegrama, mi abuelo nos arrastró a mí y a mi hermano
menor a su viejo Sedan negro y nos llevó a ver no una sino dos
películas, una de Jerry Lewis y luego Alí Baba y los cuarenta
ladrones. Nos compró tantos caramelos y juguetes que mi hermano,
Sanjiv, se puso a llorar de puro agotamiento.
Sin embargo,
un día después de esto, mi abuelo era una nube de cenizas arrojadas
al río desde la ciudad santa de Hardwar, un hecho que yo me resistía
a aceptar. ¿Cómo podía haber muerto una persona que apenas un día
antes estaba sentado a mi lado en la oscuridad riéndose de las
payasadas de Alí Baba?
A todo esto
siguió un nuevo acto en el drama familiar. Mis padres, que nos
habían dejado en la India con los abuelos durante la última fase de
estudios médicos de mi padre, volvieron precipitadamente con un gran
sentido de culpabilidad por el hecho de que el abuelo hubiera muerto
de un ataque al corazón porque, irónicamente, la especialidad de mi
padre era precisamente la cardiología. Además, mi hermano Sanjiv
contrajo una enfermedad de la piel que no parecía tener otro origen
que la impresión de los recientes acontecimientos.
Ahora
entiendo por qué estaban todos preocupados por el alma de mi abuelo.
Nos preguntábamos adonde había ido, nos preocupaba si había sufrido
y, en el fondo, nos preguntábamos si una cosa como el alma existía.
De una forma u otra yo he podido a duras penas escapar a todas estas
preguntas. El alma es el transporte que nos lleva al más allá, es la
esencia que nos conecta con Dios, pero ¿qué significan realmente
estas palabras?
En los
antiguos Vedas se dice que la parte de nosotros que no cree en la
muerte nunca muere y esta simple definición del alma no es nada
mala, porque describe detalladamente la creencia secreta de cada uno
de que la muerte puede ser real para algunos pero no para nosotros.
Los psicólogos están impacientes con este sentimiento de
inmortalidad personal; dicen que lo utilizamos para defendernos
contra el hecho inevitable de que un día moriremos. Pero ¿qué
sucedería si fuera verdad lo contrario? ¿Qué sucedería si sentirnos
inmortales y más allá de la muerte fuera nuestro 150 factor más
real?
Para
demostrar este punto de una u otra forma, necesitamos hechos, del
mismo modo que los necesitamos para hablar de Dios, porque el alma
es tan misteriosa como Dios y apenas tenemos unos cuantos hechos
fidedignos sobre él. Mi propuesta es que el primer hecho sobre el
alma no es realmente tan personal como la gente cree. El alma no
siente o se mueve, no viaja con nosotros mientras nos movemos por la
vida, ni sufre el nacimiento, la decadencia y la muerte. Esto no es
más que una forma de decir que el alma queda aparte de la
experiencia ordinaria, y como no tiene forma, no es posible tener
una imagen mental del alma.
En lugar de
ello, el alma es realmente un punto de unión entre el tiempo y lo
intemporal1 y se orienta en las dos direcciones. Cuando yo me siento
a mí mismo en el mundo no estoy sintiendo mi alma, aunque está en
algún lugar cercano y no hay duda alguna de que notamos su
presencia, siquiera vagamente. Pero sería un error pensar que el
alma y la persona son la misma cosa. Mi abuelo era un anciano con
poco pelo, propenso al entusiasmo y con un tremendo amor por
nosotros.
Yo guardo
grandes recuerdos de él y, sin embargo, todas sus cualidades y todas
mis memorias no tienen nada que ver con su alma. Estas cualidades
murieron con él, pero su alma no. Por lo tanto el alma es como un
portador de la esencia, pero ¿cómo es esta esencia? Si no puedo
experimentar el alma como una emoción, y si todo lo que sé sobre mí
mismo desde mi nacimiento está separado de mi alma, ésta no debe ser
una cosa material.
En otras
palabras, el alma empieza a nivel cuántico, lo cual tiene sentido
porque el nivel cuántico es también nuestro portal hacia Dios. Pasar
por esta puerta no es algo que podamos elegir: la participación es
obligatoria. En la India, el alma tiene dos partes: a una se la
llama Jiva, lo que corresponde al alma individual haciendo su largo
viaje a través de diversas vidas hasta que alcanza la plena
realización de Dios. Cuando enseñamos a un niño que. si es bueno su
alma irá al cielo, estamos hablando de Jiva, que está involucrada en
la acción y se ve afectada por nuestros actos buenos y malos,
gobierna nuestra conciencia y en ella están plantadas todas las
semillas del karma. El tipo de persona que resultamos ser está
arraigado en Jiva y el tipo de vida que nos hacemos a nosotros
mismos cambiará la Jiva día a día.
La otra
mitad del alma, la que se llama Atman, no nos acompaña en ningún
viaje, es puro espíritu y está hecha de la misma esencia que Dios.
El Atman no puede cambiar de ningún modo y nunca llega a Dios porque
nunca va en primer lugar. El Atman siempre es constante sin importar
lo buena o lo mala que haya sido nuestra vida. En realidad el peor
criminal y el más santo de los santos tienen la misma calidad de
alma por lo que a este aspecto se refiere. En Occidente no hay
ninguna cosa semejante al Atman y muchas personas se preguntan por
qué el alma tiene que estar dividida en dos partes.
La respuesta
está a nivel virtual, ya que hemos visto que todas las cualidades
familiares de la vida, tales como tiempo, espacio, energía y
materia, se desvanecen gradualmente en una existencia indefinida
hasta que desaparecen. Pero esta desaparición deja algo intacto, que
es el espíritu mismo.
La Jiva vive
a nivel cuántico y el Atman a nivel virtual, por lo que la huella
más tenue y más sutil del «yo» que puede ser detectada a nivel
cuántico es Jiva, y cuando desaparece, queda el espíritu puro, que
es el Atman. Es absolutamente necesario que hagamos la distinción
entre ellas ya que, de otra forma, el camino de vuelta a Dios se
rompería.
Necesitamos
la Jiva para recordar quiénes somos; necesitamos el Atman para
recordarnos a nosotros mismos como espíritu puro.
Necesitamos
la Jiva para tener una razón para actuar, pensar, desear y soñar;
necesitamos el Atman para alcanzar la paz más allá de la acción.
Necesitamos
la jiva para el viaje a través del tiempo y el espacio; necesitamos
el Atman para vivir en lo intemporal.
Necesitamos
la Jiva para conservar personalidad e identidad; necesitamos el
Atman para ser universales, más allá de la identidad.
Como podemos
ver, incluso aunque estén juntos para formar un «alma», estos dos
componentes son absolutamente opuestos en muchos aspectos y ésta es
la paradoja del alma que se las arregla para adaptarse a nuestro
mundo de tiempo, pensamiento y acción mientras vive eternamente en
el 151 mundo espiritual. El alma tiene que ser medio humana y medio
divina para darnos una forma de retener nuestra identidad durante
toda la plegaria, la meditación, la búsqueda y otros trabajos
espirituales involucrados en encontrar a Dios y, sin embargo, el
alma tiene que tener un aspecto divino que forma la meta de toda
búsqueda.
A nivel
material yo no soy consciente de mi Atman. Ando, hablo y pienso sin
tener conciencia alguna de que mi origen es mucho más profundo, pero
a nivel del alma soy totalmente consciente de quién soy. El nivel
del alma es un lugar muy extraño, porque origina toda la actividad
sin ser activo él mismo. Pensémoslo detenidamente. Mientras yo viajo
de un lugar a otro, mi alma no se mueve porque a nivel cuántico el
campo sólo se ondula y vibra y no cambia su situación de A a B.
Nazco, crezco y muero, y estos acontecimientos tienen una tremenda
importancia para mi cuerpo y mi alma, sin embargo, a nivel cuántico,
no hay nada que nazca, crezca o muera. Una cosa así no le sucede al
viejo fotón. Un aparato de televisión nos ayudará a entender mejor
este enigma. Cuando vemos en la televisión a un personaje que camina
de la izquierda a la derecha de la pantalla, nuestro cerebro
registrar una impresión errónea, porque en la pantalla, de hecho, no
ha habido nada, ni un simple electrón, que se moviera de izquierda a
derecha. Si tomamos una lupa, veremos que la única actividad que
tiene lugar es el parpadeo de moléculas de fósforo en la superficie
del tubo de rayos catódicos. Si la molécula de fósforo A está a la
izquierda de la molécula de fósforo B, su parpadeo puede
temporizarse de tal manera que en el momento en que se apague la
molécula A se encienda la B. Por este procedimiento se tiene la
sensación de que ha habido algo que se ha movido de izquierda a
derecha, de la misma manera que las luces centelleantes que se
instalan por Navidad parece que se mueven alrededor del árbol.
Apliquémonos
ahora el mismo principio a nosotros mismos. Cuando yo me levanto de
la silla y ando por la habitación, mi cuerpo parece moverse pero, en
realidad, no pasa nada de esto a nivel cuántico. En lugar de ello,
hay una serie de partículas virtuales que parpadean y crean la
ilusión de movimiento. Esto es un punto tan importante que querría
dar algunos ejemplos más. Vayamos a la playa, donde las olas rompen
contra la costa. Si nos adentramos en el agua y lanzamos un corcho
en ella, los sentidos nos dicen que las olas van a trasladarlo, pero
no es así. El corcho se queda en el mismo lugar subiendo y bajando
cuando pasan las olas. El agua sólo se mueve arriba y abajo y es
siempre la misma agua la que rompe contra la orilla, no se trata de
agua nueva venida desde kilómetros de distancia. El movimiento de
las olas tiene lugar únicamente a nivel energético, creando la
ilusión de que el agua se va acercando a la costa.
Pero los
ejemplos se van volviendo más misteriosos. Cuando dos imanes se
atraen el uno al otro, lo que los arrastra es el campo magnético,
pero el campo magnético no se mueve. Por todo el planeta hay agujas
de brújula que se mueven, pero los polos magnéticos de la Tierra no.
¿Cómo puede un campo inmóvil hacer que una aguja o dos trozos
pesados de hierro se muevan? De nuevo estamos ante una ilusión
porque, a nivel cuántico, los fotones virtuales, actuando de
portadores de la fuerza magnética, se encienden y se apagan y, como
lo hacen en esta secuencia, se crea la ilusión de movimiento.
Supongamos
que podemos aceptar el hecho de que no nos movemos. Para un físico
cuántico, nuestros cuerpos solamente son un objeto más. Una pelota
que rebota de un lado al otro de una habitación no se mueve, sino
que sólo enciende y apaga su existencia a una velocidad
increíblemente rápida en diferentes lugares, y nosotros no somos
diferentes. Pero aquí el misterio se hace mayor, porque cuando lo
pelota desaparece durante un nanosegundo para reaparecer
inmediatamente al lado, a la derecha o a la izquierda, ¿por qué no
se desintegra? Después de todo, ha estado absolutamente ausente
durante un determinado lapso de tiempo y no hay razón alguna por la
cual su antigua forma, su tamaño y su color no deban simplemente
disolverse. La física cuántica puede incluso calcular las
probabilidades que hay de que no reaparezca y que, en lugar de una
pelota rebotando por la habitación, no aparezca repentinamente un
tazón de gelatina rosa. ¿Qué es lo que hace que las cosas sean
coherentes?
Si volvemos
a la televisión, la respuesta es evidente. Los personajes que cruzan
la pantalla son fantasmas, aunque sean organizados. Su imagen está
fijada en una película o en una cinta de vídeo y sus movimientos
están planeados y calculados. En otras palabras, hay una
inteligencia organizadora detrás de la ilusión que evita que los
parpadeos de los fotones sean verdaderamente aleatorios; esa
inteligencia crea formas a partir de cargas eléctricas sin forma.
Además, resulta que no es sólo el movimiento de una imagen de
televisión lo que es una ilusión, sino que también lo es el 152
color, la forma, la voz, en caso de que el personaje hable. Sea cual
sea la calidad que buscamos, puede descomponerse en pulsos de
energía, y estas pulsaciones sólo tienen sentido porque un
organizador escondido las ha creado.
Ésta es
esencialmente la función del alma; ella mantiene unida la realidad,
es la que organiza mi vida desde fuera de la escena, es la
inteligencia que me preside. Pienso, hablo, trabajo, amo y sueño
porque tengo alma y, sin embargo, el alma no hace ninguna de estas
cosas. Soy yo. Nunca reconocería mi alma si nos encontráramos cara a
cara. Todo lo que marca la diferencia entre la vida y la muerte debe
pasar por este mundo por vía del alma.
Hoy me he
sentado para ver si podía hacer una lista de todos los
acontecimientos invisibles que suceden a nivel del alma y los
resultados inspiran un profundo respeto por el «trabajo del alma»,
al que la Iglesia medieval llamaba psicomaquia y que se produce cada
vez que respiramos: Lo infinito se vuelve finito.
Lo inmóvil
empieza a moverse.
El universo
se contrae hasta meterse en un lugar dentro de nosotros.
La eternidad
adquiere apariencia de tiempo.
Lo incierto
se vuelve cierto.
Aquello que
no tiene causa empieza la cadena de causa y efecto.
La
trascendencia baja a la tierra.
Lo divino
toma un cuerpo.
Lo aleatorio
adopta un modelo.
Lo inmortal
pretende haber nacido.
La realidad
se pone la máscara de la ilusión.
Nosotros
compartimos este trabajo del alma con Dios, que puede definirse de
infinitas formas, pero una de sus versiones es que él es un proceso,
y este proceso involucra dar vida al ser. La ciencia tiene su propia
teoría sobre cómo se originó la vida hace dos mil millones de años a
partir de una sopa de productos químicos orgánicos. Esta sopa,
contenida probablemente en los antiguos océanos de la Tierra fue
alcanzada por un rayo y empezó a hervir en ácidos nucleicos
primitivos, a partir de los cuales comenzó la larga cadena de la
evolución. Pero desde el punto de vista espiritual, la vida ha sido
constantemente creada por el tipo de trabajo del alma que he
enumerado más arriba.
En la vida
hay algo más que creación pura. El alma, tal y como insisten todas
las tradiciones religiosas, existe para poner fin al sufrimiento,
cosa que no puede decirse de cualquier otro aspecto de nosotros
mismos. La mente, el ego y las emociones causan tanto dolor como
placer y pueden arrojarnos al desorden y la confusión a pesar de
todos nuestros esfuerzos para alcanzar la claridad y la paz. Al alma
se le ha asignado la función especial de trabajar solamente para
aquello que es más evolutivo en la vida de cada persona y no podría
llevarlo a cabo si convirtiera lo infinito en finito, lo intemporal
en temporal, etc., ya que estos procesos no tienen valor humano
hasta que le añadimos otro ingrediente, que es la dispersión del
sufrimiento.
Una persona
que esté en armonía con el alma empieza a percibir que actúa una
sutil orientación; pero el alma es silenciosa y, por lo tanto, no
puede competir con las voces contenciosas que se escuchen en la
mente. Podemos pasar años eclipsados por la ira, el miedo, la
codicia, la ambición y todas las demás distracciones de la vida
interior, pero ninguna de estas actividades toca el Atman, porque el
alma tiene su propio proyecto en mente, que los Vedas describen en
términos de los cinco kleshas o causas de sufrimiento humano, que
son: 1. Ignorancia de la naturaleza de la realidad.
2.
Identificación con el ego.
3. Atracción
hacia objetos de deseo.
4. Repulsión
de objetos de deseo.
5. Miedo a
la muerte.
Todos los
grandes sabios y profetas que nos trazaron este esquema resaltaron
el hecho de que las cinco causas se reducen a una: la primera.
Cuando una persona olvida que tiene un alma y que su origen está
enraizado en el Ser eterno, se produce una separación que viene
seguida de todos los 153 demás sufrimientos y dolores.
Pero para
que estas antiguas aserciones tengan utilidad hoy en día tenemos que
actualizarlas y yo pienso que una moderna reformulación sería algo
así:
1. Una
persona piensa que sólo es real la existencia material, y por lo
tanto, se vuelve totalmente ignorante del origen, que es cuántico y
virtual, y acepta la ilusión del tiempo y el espacio. Cuando esto
sucede se pierde el contacto con el origen y la voz del alma se hace
cada vez más débil.
2.
Arrastrada a la separación, la persona busca desesperadamente algo a
lo que agarrarse porque la vida no puede soportar al Ser sin un
fundamento y, por lo tanto, la mente crea una entidad conocida como
el ego. Este «yo» es lo mismo que la personalidad y está formado por
todo tipo de experiencias y, cuando éstas se vuelven totalmente
importantes, el «yo» y sus necesidades tienen que defenderse a toda
costa.
3. El ego
tiene muchas necesidades y por ello valora el hecho de que sean
satisfechas. El mundo entero se vuelve un medio para hacer que el
ego sea más fuerte, más importante y se sienta más seguro. Para este
fin, atrae hacia sí todo tipo de objetos: comida, refugio, ropa,
dinero, etc.
4. Durante
cierto tiempo esta estrategia parece funcionar, pero aunque nunca
llega a ser verdaderamente segura, el ego siente que la vida puede
llenarse adquiriendo más y más. Sin embargo, nadie puede tener un
control completo del entorno y por tanto, el ego tiene que gastar
mucho tiempo evitando el dolor y el peligro. Hay muchas cosas muy
atractivas, pero otras son igualmente repulsivas.
5. Atrapada
en un torbellino de búsqueda de placeres y de evasión del dolor, la
persona alcanza muchos objetivos, pasan los años y la separación
incluso parece que ha dejado de ser un problema. Sin embargo, hay
una fecha tope para todas estas adquisiciones, todo este
experimentar por el hecho de experimentar, porque sobre todas las
cosas se asoma la certeza de que la vida va a terminar. El miedo a
la muerte se vuelve fuente de sufrimiento porque la muerte es el
recordatorio innegable de que la estrategia del ego para sobrevivir
nunca ha solucionado el problema original, que es la ignorancia de
cómo se desarrollan realmente las cosas.
Si es verdad
que los cinco kleshas todavía tienen vigencia, y ¿quién podría negar
que la tienen?, entonces la influencia del alma es crucial, porque
cada klesha tiene su propia fuerza. Todos sabemos la poderosa
adicción del dinero, del poder, de la profesión y las necesidades de
todo tipo que tiene el ego. Esas fuerzas han mantenido vivo el
sufrimiento a pesar de los enormes cambios en la existencia humana a
través de las generaciones, pero el impulso del alma proporciona un
medio de resolver todas las causas de dolor:
1. La
ignorancia de la realidad se soluciona ahondando más en la mente. La
consciencia se sumerge a un nivel más profundo que material para
encontrar sus raíces.
2. La
identificación con el ego se soluciona aprendiendo a identificarnos
con estos niveles más profundos.
3 y 4. La
atracción de los objetos externos y la repulsión que nos inspiran se
solucionan evaluando la vida interior.
5. El miedo
a la muerte se soluciona cuando se experimenta directamente el alma,
porque el alma ni ha nacido ni nunca morirá.
Del mismo
modo que con las cinco causas de sufrimiento, las cinco soluciones
salen de la primera. Si exploramos la verdadera naturaleza de la
realidad, todo el dolor podría terminar. De una forma u otra, las
enseñanzas religiosas afirman esta verdad repetidamente. Puede sonar
abstracto, pero es así cómo funciona el alma. Nuestra alma trata con
abstracciones como eternidad e infinito para que no tengamos que
hacerlo nosotros, convierte un mundo inconcebible en otro mundo que
podamos asir y entender. El alma hace posible que nuestra vida se
mueva hacia adelante del mismo modo que la transmisión de un coche,
que toma el movimiento de rotación del motor y lo transforma en la
velocidad de avance que nos lleva a donde queremos ir. La eternidad
no necesita respirar y lo 154 infinito no precisa encontrar trabajo,
pero nosotros sí necesitamos estas cosas y más: necesitamos comer,
trabajar, amar y educar hijos, y todo esto es posible gracias al
alma. Sin ella, sólo habría una sopa cuántica, un remolino de
energía y partículas sin forma.
Veamos ahora
si podemos verificar esta nueva concepción del alma alejándonos de
los conceptos tradicionales, pues aunque estemos acostumbrados a
utilizar un lenguaje religioso sobre el alma, sus tareas son
prácticas, no poéticas. Este hecho ha sido difícil de constatar
porque la palabra alma se ha usado muy libremente para significar
las emociones más profundas de una persona, su corazón, sus más
altas aspiraciones, así como conceptos más arcanos como el Espíritu
Santo. En la Biblia, donde la palabra alma se utiliza cientos de
veces, vemos que pasa por todas las luchas de la vida. En el Antiguo
Testamento, encontramos muchos avisos sobre el peligro del alma:
Satán quiere arrebatarla, los enemigos de Israel quieren destruirla,
el hambre y la enfermedad la hacen pesada y siempre hay una excusa,
cosa que se oye muy a menudo en los salmos, para que Dios dé bálsamo
y solaz al alma. Sin embargo, Jehová es inconstante y vemos cómo
traiciona incluso a aquellas almas que se le ofrecen. Recordemos que
el Libro de Job empieza con que Dios y el diablo se juegan el alma
de un hombre justo «temeroso de Dios y que lucha contra el pecado».
Sin otra razón que la de ponerle a prueba, Dios permite a Satán que
le inflija todos los daños que desee excepto «tocar su persona». El
enfrentamiento de Job con la enfermedad, la pobreza, las desgracias
de la familia y el rechazo social describe un tipo de sufrimiento
que era familiar a los hebreos y más tarde a los cristianos, y el
hecho de que Dios no vuelva a hablar en la Biblia es una posdata
ominosa: el alma tiene que arreglárselas para sobrevivir sola a las
pruebas.
El Nuevo
Testamento continúa el mismo drama pero en relación con la salvación
y la redención, porque como Jesús ofrece una promesa explícita de
vida eterna, el hecho de ir al cielo es la meta del alma, y escapar
a la condena eterna es el mayor reto que ésta tiene. En todo este
desorden, se tiene la sensación de que el alma viaja a través de la
vida sufriendo todas las ansiedades que sufre la persona, porque no
está a distancia ni aparte, sino muy metida en el fango de la
batalla diaria. La paradoja es que a través de este entorno tan
emotivo ninguno de los escritores bíblicos define nunca lo que es el
alma. Si alguien nos dice «Me tocó el alma», «Te lo digo con toda mi
alma» o «Esta persona tiene un alma muy grande», no ha dicho nada
concreto.
Yo
aventuraría que los maestros sagrados, sea cual sea la religión a la
que están ligados, querían ser muy concretos. En su consciencia, el
alma significaba una cosa mucho más semejante a lo que hemos
descrito, es decir, una conexión entre el mundo de los cinco
sentidos y un mundo de cosas inconcebibles para nosotros como
eternidad, infinidad, omnisciencia, gracia y cualquier otra de las
cualidades de lo no manifiesto.
Las
parábolas son básicamente historias codificadas que nos hablan del
alma y de su función. En otras palabras, toman una abstracción como
«lo inmóvil empieza a moverse» o «el inmortal pretende haber nacido»
y la expresan en un lenguaje que sea más fácil de entender. Algunas
parábolas son tan sencillas que apenas podemos entender su
significado espiritual. El ciego que le palpa las patas al elefante
dice: «Un elefante es como un árbol»; el que le palpa la trompa
dice: «Un elefante es como una serpiente»; el que le palpa la cola
dice: «Un elefante es como una cuerda», y así sucesivamente.
Originalmente, esta historia tenía relación con los cinco sentidos y
con la incapacidad de la mente de comprender la naturaleza de Dios,
y la moraleja es que la realidad divina es demasiado vasta para ser
comprendida por el pensamiento, la vista, el sonido, el tacto o el
gusto.
Otras
interpretaciones sostienen que los ciegos son ramas de la filosofía
védica que, aun con toda su sabiduría especializada, no pueden
comprender la totalidad de Brahmán, el Uno y el Todo.
Jesús nos
explicó treinta y nueve parábolas, que son fáciles de conectar con
el alma, debido en gran parte a que él mismo nos daba la moraleja.
La primera de todas está en el libro quinto de san Mateo: Vosotros
sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad que está en lo
alto de una colina. Cuando se enciende una vela, no se pone debajo
de un celemín sino en lo alto de un mueble para que alumbre a todos
los de la casa. Y vosotros, como la lámpara, debéis arrojar luz
sobre todos los hombres, para que cuando vean el bien que hacéis
puedan alabar a vuestro Padre que está en los cielos.
A primera
vista, esta parábola es tan sencilla que apenas necesita
interpretación. La frase «no 155 escondáis la luz debajo del
celemín» significa que la virtud debe poder ser vista para que tenga
efectos beneficiosos. Pero la palabra luz tiene un significado
espiritualmente más profundo, en el sentido de la consciencia alerta
y, por lo tanto, es también una parábola sobre el alma. Jesús dice
que, del mismo modo que la luz se esconde debajo del celemín, el
cuerpo esconde al alma, y les dice a sus discípulos que no permitan
que esto suceda, les pide que dejen que la consciencia del alma se
manifieste. En otras palabras, Jesús les dice: vivid orientados por
vuestra alma si esperáis que otras personas crean que estáis
conectados con Dios, pues cuando verán que lo estáis, también ellas
creerán por sí mismos.
Cualquiera
de las otras parábolas famosas, como la del grano de mostaza, o la
del hijo pródigo, o la del sirviente que enterraba sus talentos, son
igualmente multidimensionales. Podemos considerar a sus actores como
aspectos del alma. De hecho, estas historias son tan efectivas y
llenas de color que en ellas se pasa por alto el alma tal como
sucede en la vida real. Es muy duro darse cuenta de que nuestra
procedencia, nuestro origen, no es de este mundo. Yo estoy aquí con
todas mis cualidades y la gente que me ve y me oye cree en mi
existencia. Sin embargo, a nivel cuántico, donde no hay sonidos, ni
imágenes, ni textura, ni color, ni ninguna otra cosa reconocible, mi
realidad es frágil como un papel. El alma es el punto de unión entre
mi ego virtual y mi ego físico; es la inteligencia organizadora que
me mantiene intacto. Esto es un hecho excepcional, debido a que cada
átomo de mi cuerpo es un puro espacio vacío con destellos de energía
pasando por ellos durante unas millonésimas de segundo.