EL DIOS PROTECTOR
(Respuesta
luchar o huir) Los neurólogos han dividido el cerebro desde hace
tiempo en nuevo y viejo. El cerebro nuevo es un órgano del que
podemos estar orgullosos. Cuando tenemos un pensamiento razonado,
esta área de materia gris, primariamente el córtex cerebral, entra
en juego. Shakespeare se refería al nuevo cerebro (y lo utilizaba)
cuando hizo exclamar a Hamlet: «Qué obra de arte es el hombre, cuan
noble en razón, cuan infinito en facultades.» Pero Hamlet estaba
también involucrado en un caso de asesinato que clamaba venganza, y
cuando indagó más profundamente en los pecados de su familia,
también profundizó en su propia mente. El viejo cerebro quería lo
que le era debido, que es la parte de nosotros que clava sus garras
para sobrevivir y matará, si fuera necesario, para protegernos.
El viejo
cerebro está reflejado en un Dios que no parece poseer muy altas
funciones. Es, antes que nada y ampliamente, inmisericorde. Sabe
quiénes son sus enemigos y no es de la escuela del perdón y del
olvido. Si hacemos una lista de sus atributos, que muchos
relacionaran con el Antiguo 35 Testamento, el Dios de la fase uno
es: Vengativo Caprichoso Iracundo Celoso Crítico (decidiendo
recompensa y castigo) Insondable A veces misericordioso Esta
descripción no sólo corresponde a Jehová, que también era amoroso y
benevolente, sino que entre los dioses indios y los del Olimpo
también encontramos el mismo comportamiento testarudo y peligroso.
Dios es muy peligroso en la fase uno: utiliza la naturaleza para
castigar, incluso a sus hijos más queridos, con tormentas,
inundaciones, terremotos y enfermedades. La prueba para el creyente
es ver la parte de Dios que hay en una deidad así, y los creyentes
lo han hecho sobrecogidos. El hombre primitivo percibió amenazas
indecibles en su entorno y su supervivencia se hallaba cada día en
peligro. Sin embargo, sabemos que estas amenazas no estaban
destinadas a triunfar. Por encima de todo había una divina presencia
que, a pesar de su talante aterrador, protegía a los seres humanos.
El Dios protector era tan necesario para la vida como el padre en el
seno de la familia.
El viejo
cerebro es testarudo, como también lo es el viejo Dios. Por muy
civilizado que sea el comportamiento de una persona, si se
profundiza lo suficiente se encuentran respuestas primitivas.
Freud
comparaba esto con desenterrar todas las capas de un yacimiento
arqueológico. Sabemos lo suficiente de esta región, localizada en el
fondo de la parte trasera del cráneo y arraigada en el sistema
límbico, para ver que actúa de forma muy semejante al estereotipo de
Jehová. El viejo cerebro no es lógico, sino que dispara impulsos que
destruyen la lógica en favor de las emociones fuertes, reflejos
instantáneos y con un sospechoso sentido del peligro siempre al
acecho. La respuesta favorita del viejo cerebro es dar golpes
furiosos en defensa propia, y por ello la respuesta de luchar y huir
le sirve como principal detonante.
—No me
importa lo que nos diga, hay algo maligno en esta enfermedad. Tiene
mente propia y nadie podrá detenerla.
El joven
padre había intentado contener las lágrimas pero su voz era
temblorosa.
—Ya sé que
puede interpretarse así —le repliqué tristemente—, pero el cáncer es
sólo una enfermedad.
Le miré y me
detuve en mi explicación sobre el tratamiento de radioterapia de su
hija. El padre estaba fuera de sí, y sus palabras estaban llenas de
horror y rabia.
—Un día
tiene dolor de cabeza por el que no te preocupas y ahora se ha
convertido en esto, sea lo que sea.
—Astrocitoma,
un tipo de tumor cerebral. Su hija ha avanzado hasta la fase cuatro,
lo que significa que no puede ser operada y que el tumor está
creciendo muy rápidamente.
Esta
conversación tuvo lugar hace más de una década, cuando los padres
tenían apenas treinta años; eran jóvenes trabajadores que no tenían
experiencia en este tipo de catástrofes. Habían transcurrido menos
de veinticuatro horas desde que habían traído a su hija de doce
años, que había tenido accesos de vértigo y un dolor recurrente
detrás de los ojos. Después de hacerle una batería de pruebas,
surgió la presencia de algo maligno y, como el cáncer en los niños
crece muy rápidamente, el diagnóstico sería probablemente fatal.
—No nos
damos por vencidos —dije—. Deben tomarse decisiones médicas, y
ustedes dos tendrán que ayudar. —Los padres parecían insensibles—.
Todos estamos rezando por Cristina —les dije—. Algunas veces es sólo
cosa de Dios.
La cara del
padre se ensombreció de nuevo.
—¿Dios?
Podría haber evitado todo este maldito asunto. Si está dispuesto a
permitir que suceda esta tragedia sin sentido, ¿cómo podemos
pretender que la haga desaparecer?
Yo no
respondí y los padres se levantaron para irse.
—Dígales que
empiecen con los tratamientos, nosotros ya nos las arreglaremos
—dijo el padre.
Tomó a su
esposa y volvió a la cabecera de su hija.
En estos
momentos de crisis falla la esperanza, lo que significa, si Somos
totalmente honestos, 36 que Dios falla, el Dios fase uno, que
debería haber protegido a esta criatura. En momentos de crisis,
todos nos sentimos arrollados por un profundo sentido de peligro
físico, y no hablo sólo en el caso de un diagnóstico de cáncer. La
pérdida de un empleo puede parecemos una cuestión de vida o muerte.
Las personas
que discuten por un amargo divorcio actúan como si su antiguo
cónyuge se hubiera convertido en su enemigo mortal. El hecho de que
el viejo cerebro ejerza su influencia generación tras generación da
cuenta de la durabilidad del papel de Dios como protector. Nuestras
reacciones primitivas frente al peligro existen por una razón que no
va a ser resuelta fácilmente, porque la misma estructura del cerebro
lo garantiza. El cerebro activa el sistema endocrino, que inyecta la
adrenalina en el torrente sanguíneo para forzar al cuerpo a cumplir
la orden, sea lo que sea lo que piensa el cerebro elevado.
Pongámonos
en el lugar de un acusado inocente en un juicio. Un extraño presenta
cargos contra nosotros, forzándonos a aparecer delante de un juez. A
pesar del deber de actuar de acuerdo con las normas legales, hay
algunos sentimientos primitivos que son ineludibles y muy del estilo
del Antiguo Testamento: *??Desearemos desquitarnos con nuestro
acusador. Jehová es vengativo.
*??Intentaremos encontrar cualquier cosa que tenga sentido para
probar nuestra causa. Jehová es caprichoso.
*??Nos
enfurecemos al pensar en la injusticia que se nos está haciendo.
Jehová es iracundo.
*??Desearemos que el tribunal nos preste tanta atención como sea
posible, considerando sólo nuestra versión. Jehová es celoso.
*??Desearemos que se castigue a nuestro acusador cuando se demuestre
nuestra inocencia.
Jehová es
justiciero, y decide los premios y los castigos.
*??Por la
noche, permaneceremos despiertos pensando en cómo ha podido
sucedemos esto a nosotros. Jehová es insondable.
*??Nos
sostendrá la fe en que el Tribunal, al final, no nos castigará
injustamente. Jehová es misericordioso a veces.
(Valdría la
pena repetir que he puesto a Jehová como ejemplo ilustrativo, pero
podría ser sustituido por Zeus o por Indra.) Debido a que su papel
es el de proteger, el Dios de la fase uno no funciona cuando el
débil cae presa de una enfermedad, tragedia o violencia, y tiene
éxito siempre que escapamos del peligro y sobrevivimos a una crisis.
Cuando triunfa, sus devotos se sienten escogidos, exultan sobre sus
enemigos y se sienten seguros de nuevo (durante un rato) porque el
cielo está de su parte.
La razón nos
enseña que la agresión engendra represalias, y lo sabemos de forma
innegable, vista la trágica historia de la guerra; pero hay un muro
entre la lógica del nuevo cerebro, que está basado en la reflexión,
la observación y la capacidad de ver más allá de la mera
supervivencia, y la lógica del viejo cerebro, que primero lucha o
huye, y luego pregunta.
¿Quién soy?
Un
superviviente.
En cada una
de las fases, la pregunta básica «¿quién es Dios?» suscita
inmediatamente otras cuestiones, la primera es «¿quién soy?». En la
fase uno, la identidad está basada en el cuerpo físico y en el
entorno, y la consideración prioritaria es la supervivencia. Si
miramos la historia bíblica, encontramos que los antiguos hebreos
podían sobrevivir con mucha más facilidad en un mundo hostil que en
uno sin finalidad alguna. Las penurias de sus vidas eran numerosas:
les costaba trabajos ímprobos e interminables sacar sus cosechas de
la tierra, abundaban los enemigos y, como estaban inmersos en una
cultura nómada, vivieron atrapados entre una migración y otra. ¿Cómo
pudo conciliarse esta vida de pura subsistencia con cualquier tipo
de Dios benigno?
Una de las
soluciones que tenían era convertirlo en un padre caprichoso e
impredecible. En el Génesis, que dedica mucho más tiempo a la caída
de Adán y de Eva que a su creación, este papel se representa con una
gran convicción dramática.
El primer
hombre y la primera mujer son los niños malos por excelencia, siendo
el pecado que cometen el de desobedecer los dictados de Dios de no
comer del árbol del conocimiento. Si examinamos este acto en
términos simbólicos, vemos a un padre celoso de sus prerrogativas de
adulto: tiene más conocimientos, tiene el poder y su palabra es ley.
Para mantener esta posición es preciso que los niños sigan siendo
niños, aunque suspiren por crecer y tener los mismos Conocimientos
que posee el padre. Normalmente, esto es permisible, |¡ero Dios es
el único padre que nunca ha tenido un hijo, cosa que lo nace de lo
más antipático, ya que esta cólera contra Adán y Eva es irracional
de tan dura como es. Veamos la condena de Eva: Aumentaré tus
trabajos y tus sufrimientos, y con dolor parirás hijos.
Tendrás
necesidad de tu marido, y él será tu amo.
Eva tiene
tal reputación de tentadora que olvidamos que no es abiertamente
sexual hasta que Dios la hace así. El hecho de «necesitar a su
marido» es parte de la maldición, como lo es el dolor de dar a luz.
El resto de la vida familiar tendrá que soportar la sentencia
pronunciada sobre el hijo de Dios: Todos los días de tu vida con
trabajos ganarás tu alimento de la tierra, donde no crecerá otra
cosa que espinas y cardos, para ser tu alimento.
Ganarás el
pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra de
donde fuiste tomado.
Porque eres
polvo y en polvo te convertirás.
Toda esta
escena, que termina con Adán y Eva expulsados del paraíso, divide
también a la familia, destruyendo la intimidad de días pasados
cuando Dios paseaba por el Edén y se solazaba con sus hijos. Pero el
paraíso se convirtió pronto en un sueño borroso —no estamos lejos de
la época en que Caín mató a su hermano Abel—, la lección caló hondo:
los humanos son culpables. Como sólo ellos hacen que el mundo sea
duro y difícil, caiga sobre sus cabezas la culpa por la agonía del
parto y los ímprobos trabajos de ganarse la vida.
La historia
del Génesis apareció unos dos mil años antes de Cristo. En su forma
final fue escrita por escribas del templo, probablemente unos mil
años después de que fuera originada. Hacía tiempo que las mujeres
habían sido subyugadas por los hombres, y los rigores de la
subsistencia y del parto son tan viejos como la humanidad. Por
tanto, para llegar al Dios de la fase uno era necesario referirse a
lo que ya existía.
Cuando los
primeros escribas de la escritura se preguntaban «¿quién soy...?»,
sabían que eran mortales sujetos a las enfermedades y al hambre.
Habían visto morir durante el parto a un inmenso porcentaje de niños
y, muchas veces, sus madres también habían perecido. Estas
condiciones tenían que tener una razón y, por lo tanto, la relación
de familia con Dios se desarrolló en términos de pecado,
desobediencia e ignorancia. Pero incluso de este modo Dios seguía en
escena velando por Adán y Eva a pesar de la maldición que pesaba
sobre ellos. Al cabo de un tiempo, encontró suficiente virtud en su
descendiente Noé como para salvarlo de la sentencia de muerte que
había caído sobre todos los que no eran descendientes de la familia
original.
Sin embargo,
aquí nos encontramos con otra ironía, ya que el único personaje que
parece decir la verdad en el episodio de Eva y la manzana es la
serpiente. Susurra al oído de Eva que Dios les ha prohibido comer
del árbol del bien y del mal porque les daría conocimiento y les
haría igual al padre.
Veamos sus
palabras exactas cuando Eva le informa de que, si comen de la fruta
prohibida, morirán: «Desde luego que no moriréis. Dios sabe que tan
pronto como la comáis vuestros ojos se abrirán y seréis como dioses,
porque conoceréis el bien y el mal.» La serpiente ofrece un mundo de
consciencia, independencia y toma de decisiones. Todas estas 38
cosas van aparejadas con el hecho de tener el conocimiento. En otras
palabras, la serpiente aconseja a los hijos de Dios que crezcan y
ésta es una tentación que ellos no pueden resistir. ¿Quién podría
hacerlo? (Una autoridad sobre el tema, Joseph Campbell, subraya que
en aquellos tiempos las tribus hebreas nómadas se mudaron a un
territorio donde la religión mayoritaria era una diosa de la
agricultura, sabia y benigna, cuyo animal tótem era la serpiente.
Dando un giro al asunto, los sacerdotes de Israel convirtieron a la
mujer en el malo de la película y a la perversa serpiente en su
aliado.) ¿Por qué querría Dios oponerse al natural desarrollo de sus
hijos y por qué no quería que tuvieran conocimiento? Actúa como el
más abusivo de los padres, usando el terror para mantener a sus
descendiente en un estado infantil. Nunca saben cuándo volverán a
ser castigados y aún peor, no les da esperanza alguna sobre si la
maldición original va a ser retirada alguna vez. Se pesa a Dios y a
las malas acciones, y el premio y el castigo se administran desde el
estrado del juez, pero sin embargo la humanidad no puede escapar al
peso de la culpa, sin importar cuánta virtud demuestre uno en su
vida.
Más que
considerar severamente al Dios de la fase uno, tenemos que darnos
cuenta de lo real que es. La vida ha sido increíblemente dura para
muchas personas y en la vida familiar se han infligido profundas
heridas psicológicas. Todos nosotros tenemos recuerdos de lo difícil
que fue hacerse adulto y, en determinados momentos, sentimos el peso
de antiguos temores infantiles. El superviviente y el niño culpable
están escondidos debajo mismo de la superficie. El Dios de la fase
uno sana estas heridas y nos da una razón para creer que
sobreviviremos, al mismo tiempo que alimenta nuestras necesidades,
ya que mientras necesitemos un protector nos aferraremos a nuestro
papel de niños.
¿Cómo encajo
en esto?
Voy tirando.
En la fase
uno no se menciona que los humanos tengamos un lugar de favor en el
cosmos, sino todo lo contrario. Las fuerzas naturales son ciegas, y
su poder está más allá de nuestro control.
Recientemente he visto una noticia sobre una pequeña ciudad de
Arkansas que ha sido arrasada por un tornado que se desencadenó a
media noche. Los que sobrevivieron fueron despertados por un
estruendo ensordecedor en la oscuridad y tuvieron la suficiente
presencia de ánimo como para correr a refugiarse en sus sótanos.
Posteriormente, mientras contemplaban las ruinas de sus
pertenencias, los aturdidos supervivientes murmuraban todos la misma
respuesta: «Estoy vivo por la gracia de Dios.» No consideraron, ni
tampoco lo expresaron en voz alta, que el mismo Dios pudo haber
enviado la tormenta. Durante las crisis, las personas buscan formas
de arreglárselas y, en la fase uno, Dios es un mecanismo para ir
tirando. Esto es verdad dondequiera que esté en peligro la
supervivencia. En el peor de los guetos que sufra el azote de la
droga y el crimen callejero, siempre encontraremos la fe más
intensa. Las situaciones más horribles extienden nuestras
habilidades de ir tirando hasta más allá de sus límites —un ejemplo
de ello serían las muertes al azar de niños tiroteados en las
escuelas—. Para escapar completamente a la desesperación, las
personas se proyectan más allá de la desesperanza, encontrando solaz
en Dios, que quiere protegerlas.
¿Qué es la
naturaleza del bien y del mal?
Dios es
seguridad, confort, alimento, asilo y familia.
El mal es
amenaza física y abandono.
Muchas
personas anhelan un absoluto estándar para el bien y el mal,
particularmente en una época en que los valores parecen
desmoronarse. En la fase uno, da la sensación de que el bien y el
mal están bien claros. Dios deriva de la seguridad y el mal deriva
de estar en peligro. Una buena vida tiene recompensas físicas:
alimento, ropas, asilo y una familia afectuosa, mientras que si
llevamos una mala vida, estaremos solos y abandonados y seremos
presa del peligro físico. ¿Pero esto realmente es así de claro?
Una
vez más debemos tener en cuenta el drama de la familia. Los
asistentes sociales saben muy bien que los niños que sufren abusos
sienten un extraño deseo de defender a sus padres. Incluso después
de años de palizas y crueldad emocional, puede ser casi imposible
hacerlos testificar sobre el abuso. Su necesidad de tener un
protector es muy fuerte, ya que podríamos decir que el amor y la
crueldad están tan íntimamente relacionados que la psique no puede
separarlos. Si intentamos apartar al niño del entorno abusivo, él
teme profundamente que se le arrebate su fuente de amor.
Esta
confusión no termina en su vida adulta, porque el viejo cerebro
tiene una imperiosa necesidad de seguridad; por ello tantas mujeres
maltratadas defienden a sus maridos y vuelven con ellos. El bien y
el mal se confunden sin esperanza.
El Dios de
la fase uno es igual de ambiguo. Hace veinte años leí una punzante
fábula sobre una ciudad perfecta en la que todo el mundo gozaba de
buena salud y era feliz y en la que el sol siempre brillaba. El
único misterio en la ciudad era que cada día unas cuantas personas
se iban andando en silencio y sin dar explicaciones. Nadie podía
imaginarse por qué sucedía aquello. Aunque el fenómeno no parecía
tener fin. Finalmente se descubrió que un niño había sido encerrado
por sus padres en el sótano y allí lo torturaban. Las personas que
se marchaban conocían el secreto y para ellas la perfección había
terminado. Una inmensa mayoría no lo sabía, y los que sí lo sabían
volvían las cabezas en otra dirección.
Las fábulas
pueden leerse de muchas maneras, pero ésta dice alguna cosa sobre la
fase uno de Dios. Incluso si es adorado como un padre benigno que
nunca ha hecho caer culpa sobre nosotros, su bondad está corrompida
por el sufrimiento. Un padre que proporciona mucho amor y
generosidad se consideraría un buen padre siempre que no torturara a
su hijo. Cualquiera que se tenga a sí mismo como hijo de Dios debe
considerar este problema que la mayor parte del tiempo, como ocurre
en la fábula, puede permanecer oculto. La necesidad de seguridad es
demasiado grande y, además, no podemos enfrentarnos con muchas cosas
al mismo tiempo.
¿Cómo
encontraré a Dios?
Por medio
del temor y la devoción amorosa.
Si el Dios
de la fase uno otorga con una mano y castiga con la otra, entonces
no puede ser conocido de una sola manera, ya que entran en juego el
temor y el amor. Para cada una de las exhortaciones bíblicas a «ama
al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu fuerza y toda tu
alma», tenemos una contrapartida. La exhortación de temer a Dios es
expresamente mencionada en todos los credos, incluso aquéllos
supuestamente basados en el amor. (Jesús habla muy abiertamente de
los que hacen el mal, que serán «expulsados al exterior con lamentos
y con rechinar de dientes».) Lo que esto significa en un sentido más
profundo es que no se alienta esta ambivalencia. Una paz así reina
en una familia en la que se dice sencillamente a los niños que deben
amar a sus padres pero sienten también en secreto rabia, odio y
celos hacia ellos. La emoción «oficial» es sólo positiva, y un
extraño llamaría a esto falsa paz, aunque para los de la casa
funciona perfectamente. De todos modos, ¿ha desaparecido realmente
la parte negativa? Hace falta una gran transformación antes de que
podamos vivir con ambivalencia y su mezcla constante de claro y
oscuro, amor y odio, que es el camino que no se toma en la fase uno.
Un amigo me
contó una historia muy conmovedora del día en que se convirtió en
adulto. Él era un niño protegido, incluso mimado, cuyos padres eran
muy reservados. Nunca los había visto estar en desacuerdo y eran muy
cuidadosos en no traspasar los límites entre lo que los adultos de
la familia hablaban entre ellos y lo que se le decía a los niños.
Esto es psicológicamente saludable y mi amigo recuerda una infancia
casi idílica, sin ansiedades ni conflictos.
Una noche,
cuando tenía unos diez años, se despertó (era ya tarde) y oyó
fuertes ruidos provenientes del piso inferior. Convencido de que se
estaba cometiendo un crimen sintió un escalofrío de temor. Al cabo
de un momento, se dio cuenta de que sus padres estaban discutiendo a
gritos. Muy consternado saltó de la cama y bajó las escaleras, entró
en la cocina y vio a sus padres gritándose.
«¡No le
pongas una mano encima o te mataré!», dijo dirigiéndose a su padre.
Los padres quedaron desconcertados e hicieron todo lo posible por
calmar al muchacho, diciéndole que no había habido violencia, que
sólo se trataba de un pequeño desacuerdo. Sin embargo, aunque había
entendido la situación, algo muy profundo había cambiado para él y
ya no pudo creer en un mundo perfecto.
En él había
nacido la mezcla de amor y de ira, de paz y de violencia, con la que
todos tenemos que vivir. En lugar de certeza, ahora había
ambigüedad, porque las personas en las que había confiado le habían
mostrado que poseían un lado oscuro. Intrínsecamente, esto es
también verdad para todos nosotros y, por extensión, para Dios.
Cada uno de
nosotros debe enfrentarse con este conflicto, pero todos lo
resolvemos de formas distintas. Algunos niños intentan preservar la
inocencia negando que exista su opuesto y se vuelven pensadores
idealistas e ilusionados, mostrando una fuerte vena de negación
cuando sucede algo «negativo» y sintiéndose ansiosos hasta que la
situación vuelve a ser «positiva». Otros niños toman partido,
asignando todos los rasgos que les provocan ansiedad a uno de los
padres, el malo, mientras que etiquetan al otro como siempre bueno.
Estas dos tácticas caen dentro de la categoría de los mecanismos de
supervivencia. Por lo tanto no debe extrañar que estos mecanismos
influyan tanto en las creencias religiosas en la fase uno.
La solución
del buen padre y del mal padre toma la forma de una batalla cósmica
entre Dios y Satán. En el Antiguo Testamento hay pruebas suficientes
de que Jehová es lo bastante testarudo y cruel para asumir él mismo
el papel de mal padre. Incluso un hombre de titánica honradez como
Moisés queda privado al final de entrar en la tierra prometida. Por
mucho temor y amor que mostremos hacia él, incluso aunque mezclemos
estos sentimientos, no satisfaremos a este Dios porque su capricho
no conoce límites. Sin embargo, si esta descripción es inaceptable,
tiene que haber un adversario (el sentido literal de la palabra
Satán) para cargar con la culpa de Dios. Satán aparece en el Viejo
Testamento como un ladrón de almas tentador e impostor y como el
ángel caído Lucifer que, orgulloso, intentó usurpar la autoridad de
Dios y tuvo que ser arrojado al infierno.
Podríamos
decir que es la luz descarriada, pero ni una sola vez es descrito
como con aspecto de Dios. La división entre ambos nos hace el
panorama más sencillo, de la misma forma que lo es para un niño que
ha decidido que uno de los padres tiene que ser el bueno y el otro
el malo.
La otra
estrategia de supervivencia, que implica negar la negación buscando
siempre ser positivo, es muy común en religión. Tiene que pasarse
por alto mucho daño para hacer a Dios totalmente benigno, aunque
muchas personas consiguen hacerlo. En el drama de la familia, si hay
más de un hijo, se fijan las interpretaciones: uno de los hijos
estará absolutamente seguro de que nunca hubo abuso o conflicto,
mientras que otro estará seguro de que fue una cosa habitual. El
poder de interpretación va ligado a la consciencia, ya que las cosas
no pueden existir si no somos conscientes de ellas, sin importar lo
reales que puedan ser para los demás. En términos religiosos,
algunos creyentes están contentos de amar a Dios y temerle al mismo
tiempo. Esta dualidad no implica en ningún caso condenación alguna
de la deidad, que es todavía «perfecta» (en el sentido de que
siempre tiene razón), porque aquellos a los que castiga están
equivocados.
En este
caso, la fe depende de un sistema de valores predestinado. Si
contraigo alguna enfermedad, es que he cometido algún pecado,
incluso si no tengo conciencia de ello. Lo que debo hacer es mirar
profundamente dentro de mí hasta que encuentre el defecto y entonces
veré el perfecto juicio que Dios ha obrado. Sin embargo, a alguien
que esté fuera del sistema le puede parecer como si un niño
maltratado tuviera que convencerse, a través de una lógica
retorcida, de que debe ser malo para que el padre cruel tenga razón.
En la fase uno, Dios tiene que tener razón. Si no la tuviera, el
mundo sería demasiado peligroso para vivir en él.
¿Cuál es mi
reto en la vida?
Sobrevivir,
proteger y mantener.
Cada una de
las fases de Dios implica un reto en la vida, que puede ser
expresado en términos de las más altas aspiraciones. Dios existe
para inspirarnos, y esto lo expresamos por medio de las aspiraciones
que nos imponemos a nosotros mismos. Una aspiración es el límite de
lo posible. En la fase uno, el límite viene dado por circunstancias
físicas. Si estamos rodeados por amenazas, sobrevivir es una gran
aspiración, como en el caso de un naufragio, una guerra, hambre o
una familia que proporcione malos tratos. Sin embargo, cada fase de
Dios debe dar aplicación a toda la gama de capacidades humanas ya
que, incluso en la peor de las situaciones, una persona aspira a
algo más que a ir tirando.
Podríamos
pensar que el siguiente paso sería escapar. Sin embargo, en la fase
uno, la 41 escapatoria está bloqueada por el principio de realidad;
un niño no puede escapar de su familia, del mismo modo que las
víctimas del hambre no pueden escapar de la sequía. Por lo tanto, la
mente se orienta hacia la imitación de Dios y, como Dios es un
protector, intentamos proteger las cosas más valiosas de la vida.
Los protectores toman muchas formas, de policías que defienden la
ley, de bomberos que velan por la seguridad, o de asistentes
sociales que trabajan a favor de los desvalidos.
En otras
palabras, la fase uno es la más social de los siete mundos que
examinaremos porque en ella aprendemos a ser responsables y
cuidadosos.
La
recompensa por aprender a proteger a los demás es que éstos nos dan
su amor y respeto.
Démonos
cuenta de cómo se enfurecen los agentes de policía si se mofan de
ellos las mismas personas a las que han jurado defender, cosa que
ocurre en los disturbios, las manifestaciones políticas y en los
barrios divididos por problemas raciales ya que el protector anhela
respeto, pero también es inflexible por lo que a las normas y leyes
se refiere. Al ser el guardián, ve peligro en todas partes y lleva a
cabo su función de mantener a la gente a raya «por su propio bien».
Esto es esencialmente un sentimiento paternal y suele ocurrir que
los agentes de policía sean paternales en un sentido positivo y
también en un sentido negativo. Pueden perdonar infracciones cuando
la persona no ha actuado con alevosía, pero también son propensos a
administrar la justicia con contundencia cuando alguien no muestra
remordimiento. El desafío total es la peor respuesta que le podemos
dar al protector, puesto que entonces cuenta con la justificación
necesaria para aplicarnos la ley al pie de la letra. La autoridad
divina puede ser muy cruel incluso con el pueblo escogido, pero para
los que están fuera de la ley, y esto quiere decir para cualquiera
con una religión diferente, no tiene piedad.
¿Cuál es mi
mayor fuerza?