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EL MEDIO AMBIENTE ¿DÓNDE RADICA LA PRUDENCIA?, de Carl Sagan.

  "Miles de millones" es otro excepcional libro de Carl Sagan, el último que nos dejó. Esta vez nos habla de diferentes temas: matemática, medio ambiente, aborto... 
   Pasamos aquí unos fragmentos del capítulo "El medio ambiente ¿Dónde radica la prudencia?", donde el autor se refiere al cambio climático y las catástrofes que se pueden producir si no tenemos conciencia de como estamos alterando la naturaleza mediante el uso irresponsable de la tecnología. Dionís TC.

   (...) Nuestra tecnología se ha hecho tan potente que -consciente e inconscientemente- estamos convirtiéndonos en un peligro para nosotros mismos. La ciencia y la tecnología han salvado millones de vidas, han mejorado el bienestar de muchas más y han transformado poco a poco el planeta en una unidad anastomósica, pero al mismo tiempo han cambiado tanto el mundo que la gente ya no se siente cómoda en él. Hemos creado toda una gama de nuevos demonios: difíciles de ver, difíciles de comprender, problemas no resolubles de manera inmediata (y, desde luego, no sin enfrentamiento con quienes ejercen el poder).
   Aquí, más que en cualquier otro ámbito, resulta esencial una comprensión de la ciencia por parte de público. Muchos científicos afirman que existe un peligro real si se siguen haciendo las cosas como hasta ahora, que nuestra civilización industrial constituye una trampa explosiva. Sin embargo, resulta muy costoso tomar en serio advertencias tan horrendas. Las industrias afectadas perderían beneficios. Aumentaría nuestra propia ansiedad. Hay muchas y buenas razones para desoír esas voces. Tal vez los numerosos científicos que nos previenen de la inminencia de catástrofes sean unos agoreros. Quizás amedrentar a los demás les proporcione un perverso placer. Tal vez no sea más que una manera de conseguir subvenciones oficiales. Al fin y al cabo, otros científicos dicen que no hay nada de qué preocuparse, que tales afirmaciones no están demostradas, que el medio ambiente se curará solo. Como es lógico, ansiamos creerles. ¿Quién no? Si tienen razón, nos aliviarán de una inmensa carga. Así que no nos precipitemos. Seamos cautelosos. Procedamos lentamente. Asegurémonos primero. Por otro lado, es posible que quienes nos tranquilizan acerca del medio ambiente sean como Pollyannas* o tengan miedo de enfrentarse con los que asumen el poder o quieran gozar del apoyo de los beneficiarios del expolio de medio ambiente. Así que démonos prisa; arreglemos las cosas antes de que sea tarde.
   ¿A quién hay que escuchar?

* Pollyanna, la protagonista de la novela (1913) del mismo título de Elenaor Porter, se caracteriza por su optimismo ciego e ilimitado. (N. del T.)

(...) De vez en cuando se oye hablar del “océano” de aire que envuelve la Tierra; sin embargo, el grosor de la mayor parte de la atmósfera -contando la implicada en el efecto invernadero- sólo supone un 0,1 % del diámetro terrestre. Aun tomando en consideración la alta estratosfera, la atmósfera no llega a constituir el 1 % de diámetro de nuestro planeta. “Océano” suena a enorme, imperturbable. Sin embargo, en relación a nuestro planeta entero, el espesor de la capa de aire equivale al del revestimiento de goma laca de un globo terráqueo escolar. El espesor de la capa de ozono estratosférica en relación al diámetro de la Tierra guarda una proporción de uno a 4.000 millones. Al nivel de la superficie resultaría prácticamente invisible. Muchos astronautas han declarado que, después de haber visto el aura delicada, fina y azul en el horizonte de la hemisfera terrestre a la luz del día -aura que representa el grosor de toda la atmósfera- de forma inmediata y espontánea han tomado conciencia de su fragilidad y su vulnerabilidad y se han sentido inquietos. Tienen razones para estarlo.
   En la actualidad nos enfrentamos a una circunstancia absolutamente nueva, sin precedente en toda la historia humana.

(...) Dado que nuestra vida depende de cantidades minúsculas de gases como el ozono, los motores de la industria pueden producir un gran quebranto ambiental a escala incluso planetaria. Las limitaciones impuestas al empleo irresponsable de la tecnología son débiles y a menudo tibias, y casi siempre están subordinadas a intereses nacionales o empresariales a corto plazo. Ahora somos capaces, voluntaria o involuntariamente, de alterar el entorno global. Sigue siendo materia de debate entre los estudiosos hasta qué punto hemos llegado en el camino hacia las diversas catástrofes planetarias profetizadas. Ya nadie discute que son una posibilidad real.
   Quizá lo que ocurre es que los productos de la ciencia son, sencillamente, demasiado poderosos y peligrosos para nosotros. Tal vez no hayamos madurado lo bastante para manejarlos. ¿Sería juicioso regalar una pistola a un bebé, o a un niño, o a un adolescente? También podrían tener razón quienes han sugerido que ningún civil debería poseer armas automáticas, porque en un momento u otro a todos nos puede cegar la pasión; ante una tragedia pensamos muchas veces que de no haber habido una arma al alcance de la mano nunca se habría producido. (...) La analogía es imperfecta, per algo semejante pasa con las repercusiones ambientales globales de la moderna tecnología industrial.

   (...) La ciencia y la tecnología han transformado espectacularmente nuestra vida a través del progreso de la medicina, la farmacopea, la agricultura, los anticonceptivos, los transportes y las comunicaciones, per también han traído nuevas armas devastadoras, efectos secundarios imprevistos de la industria y la tecnología, y retos amenazadores a concepciones de mundo de larga raigambre.

   (...) La Tierra constituye una anomalía. Por lo que hasta ahora sabemos, es el único planeta habitado en todo el sistema solar. La especie humana es una entre millones en un mundo rebosante de vida. Sin embargo, la mayor parte de las especies que han existido en el pasado ya no existen. Los dinosaurios se extinguieron tras un florecimiento de 150 millones de años. Hasta el último; no ha quedado ni uno. Ninguna especie tiene garantizada su permanencia en este planeta. Nosotros, que estamos aquí desde no hace más de un millón de años, somos la primera especie que ha concebido los medios para su autodestrucción. Somos una especie rara y preciada porque estamos capacitados para reflexionar y tenemos el privilegio de influir en nuestro futuro y, quizá, de controlarlo. Creo que tenemos el deber de luchar por la vida en la Tierra y no sólo en nuestro beneficio, sino en el de todos aquellos, humanos o no, que llegaron antes que nosotros y ante quienes estamos obligados, así como en el de quienes, si somos lo bastante sensatos, llegarán después. No hay causa más apremiante, ni afán más justo, que proteger el futuro de nuestra especie. Casi todos los problemas que padecemos son obra de los seres humanos. No existe convención social, sistema político, hipótesis económica o dogma religioso que revista mayor importancia.

Carl Sagan, Miles de Millones. Ediciones B, Barcelona, 1998. (pp. 93-101).

 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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