CARL SAGAN
Ciencia y tecnología:
avances y retrocesos
Este siglo ha traído nuevos
descubrimientos para prolongar la vida, pero también para destruirla
El siglo XX será recordado por tres grandes innovaciones: unos medios de
salvar, prolongar y mejorar la vida sin precedentes; unos medios, también
sin precedentes, para destruir esas vidas que se trata de salvaguardar, que
incluyen, por primera vez el riesgo de desaparición de toda la civilización
mundial; y un conocimiento, igualmente sin precedentes, de nosotros mismos y
del universo que nos rodea. Estos tres formidables desarrollos han sido
posibles por la ciencia y la tecnología, una espada con dos filos.
Salvar, prolongar y mejorar la vida humana.
Hasta hace unos diez mil años, con la invención de la agricultura y la
domesticación de animales, la comida para consumo humano se limitaba a
frutas y verduras, que crecían espontáneamente en el medio natural, y a la
caza. Pero la dispersión de los frutos naturales era tal que la Tierra no
podía alimentar más que a unos diez millones de habitantes. Por contraste,
al final del siglo XX habrá seis mil millones de habitantes, lo que quiere
decir que el 99% de nosotros debemos nuestra existencia a la tecnología
agrícola y a la ciencia, que conlleva factorías, genética animal, conductas,
fertilizantes químicos, pesticidas, preservativos y nuevos sistemas de arado
que se combinan con irrigación y refrigeración en contenedores, trenes
especialmente acondicionados, almacenes y medios de conservación en los
hogares. Muchos de los más espectaculares avances en tecnología agrícola,
incluyendo la revolución verde, se han conseguido en este siglo.
Mediante el saneamiento urbano y rural, agua potable y otras medidas de
limpieza, la aceptación de la teoría de los gérmenes como productores de
enfermedades, los antibióticos y otros fármacos, la biología genética y
molecular, la ciencia médica ha mejorado notablemente la salud y el
bienestar de la gente en todo el mundo, pero especialmente en los países
desarrollados. La viruela ha sido erradicada a nivel mundial, la zona de la
Tierra donde predomina la malaria se reduce año tras año, y las enfermedades
que yo recuerdo de mi niñez, como la tos ferina, sarampión y polio, casi han
desaparecido en nuestros días.
Entre las más importantes invenciones del siglo XX están los
relativamente baratos métodos de control de la natalidad, que, por primera
vez, permiten a las mujeres mantener un control seguro en su destino
reproductivo y ayudan a la emancipación de la mitad de la especie humana.
Estos métodos permiten un marcado descenso en el peligroso incremento de la
población en muchos países sin requerir una opresiva restricción de la
actividad sexual. También es cierto que la química y la radiación que
producen nuestra tecnología ha inducido enfermedades nuevas y que tienen
incidencia en la provocación del cáncer. La proliferación de cigarrillos a
nivel mundial lleva a estimar que se producen por esta causa tres millones
de muertes al año, todas ellas, naturalmente, evitables. La Organización
Mundial de la Salud estima que para el año 2020 el número de estas muertes
de fumadores llegará a ser de diez millones al año.
Pero la tecnología nos ha dado mucho más de lo que nos quita. El signo
más elocuente de esto es que la expectativa de vida en Estados Unidos y
Europa Occidental en 1901 era de 45 años, mientras que hoy se aproxima a los
80, un poco más para las mujeres y un poco menos para los hombres. La
expectativa de vida es, probablemente, el más efectivo indicador individual
de la calidad de vida, porque si uno está muerto ciertamente que no lo está
pasando nada bien. Dicho esto, todavía existen mil millones de nosotros sin
una alimentación adecuada, y 40.000 niños mueren diariamente por falta de
asistencia y alimentos en nuestro planeta.
Por medio de la radio, la televisión, los magnetófonos, discos compactos,
teléfonos, faxes y las redes de información por ordenadores, la tecnología
ha cambiado drásticamente la cara de la cultura popular. Ha hecho posible
los pros y los contras del entretenimiento a nivel mundial, de las
corporaciones multinacionales sin lealtad a ningún país determinado o grupos
afines transnacionales y con un acceso directo a los puntos de vista
políticos y religiosos de otras culturas. Como vimos en la muy atenuada
rebelión de la plaza de Tiananmen y la de la Casa Blanca en Moscú,
los faxes, teléfonos y redes de ordenadores pueden ser poderosas
herramientas para los levantamientos políticos.
La masiva introducción en el mercado en los años cuarenta de los libros
de bolsillo trajo la literatura mundial y la personalidad de los grandes
pensadores pasados y presentes de la vida cotidiana de cada ciudadano.
Incluso cuando el precio de estos libros se ha incrementado actualmente,
todavía se dispone de grandes ofertas, como los clásicos de Dover Books, a
un dólar por volumen. Junto al progreso cultural, esas corrientes son las
aliadas de la democracia jeffersoniana. Sin embargo, lo que pasa por
alfabetización en Norteamérica a finales de siglo XX es un conocimiento muy
rudimentario de la lengua inglesa, porque la televisión, en particular,
aparta a la masa ordinaria de la lectura de libros. En orden a la
consecución de grandes audiencias, la televisión se ha rebajado al nivel de
programas de bajo relieve cultural, en vez de tratar de enseñar e inspirar a
sus telespectadores.
Desde sujetapapeles, bandas de goma, secadores de pelo, bolígrafos,
lápices, ordenadores, máquinas para dictar y copiar, batidoras eléctricas,
microondas, aspiradoras, máquinas de lavar vajillas y ropa, secadores,
enorme despliegue de luces interiores y exteriores, hasta automóviles,
aviones, maquinaria de herramienta, estaciones hidroeléctricas, fábricas de
producción en línea y un masivo equipo de construcción, la tecnología de
nuestro siglo ha eliminado el trabajo penoso y ha creado más tiempo para
recreo, alegrando la vida de mucha gente. También cabe apuntar en el haber
de la tecnología el fin de muchas rutinas y comportamientos que existían en
1901.
El uso de la tecnología como salvadora de vidas difiere de un país a
otro. Estados Unidos, por ejemplo, tiene el mayor índice de mortalidad
infantil de los países industrializados. Hay más jóvenes negros en la cárcel
que en las escuelas. Sus estudiantes siguen una rutina de aprendizaje con
pobres resultados en ciencias generales y matemáticas, si se les compara con
estudiantes de la misma edad en otros países. La disparidad de los ingresos
reales entre ricos y pobres y el declive de la clase media ha ido
aumentándose marcadamente en los últimos 15 años. La alta tecnología
industrial ha ido abandonando las tierras norteamericanas, por lo que
después de liderar el mundo en casi todos los aspectos hacia la mitad de
siglo, existen al final de él signos de declive en los Estados Unidos. La
calidad del liderazgo tiene mucho que ver con esto, pero también puede
deberse a la disminución de la capacidad crítica en materia política de los
ciudadanos.
Tecnología totalitaria
Los medios para
hacer la guerra, para realizar matanzas en masa y para la aniquilación de
pueblos enteros han alcanzado niveles sin precedentes en el siglo XX. En
1901 no había aviones militares, ni misiles, y la más poderosa artillería
sólo podía alcanzar unas cuantas millas y matar a un puñado de personas. En
el segundo tercio del siglo se habían acumulado unas 70.000 armas nucleares.
Muchas de ellas se acoplaban en cohetes estratégicos que las lanzaban desde
silos o desde submarinos, con una autonomía capaz de alcanzar virtualmente
cualquier rincón del mundo, siendo cada cabeza nuclear suficiente para
destruir por entero una gran ciudad. Hoy, estados Unidos y la antigua Unión
Soviética se encuentran en el proceso de una gran reducción del armamento
nuclear, tanto en cabezas como en sistemas de lanzamiento. Pero, aunque
todos esos tratados -que aún no están ratificados- se observan
escrupulosamente, tanto Estados Unidos como Rusia tendrán todavía poder
nuclear suficiente como para destruir toda nuestra civilización y, quizá, la
especie humana. Otros formidables arsenales nucleares están en posesión del
reino Unido, Francia, China e Israel, con Pakistán, India y muchas otras
naciones capaces de disponer de armas nucleares a corto plazo.
Por añadidura, las horrendas armas químicas y biológicas están en muchas
manos, y no todas responsables, en el mundo. En un siglo agitado por el
fanatismo, radicalismo ideológico y líderes locos, esta acumulación de armas
letales no se compagina bien con un plácido futuro para la humanidad. Más de
150 millones de personas han muerto durante el presente siglo en guerras o
depuraciones bajo órdenes directas de líderes nacionales.
Nuestra tecnología ha llegado a ser tan poderosa que no solamente a
propósito, sino inadvertidamente, podemos alterar el medio ambiente en una
gran escala y amenazar a muchas especies sobre la Tierra, incluida la
nuestra. Los gases contaminantes y los compuestos de bromina atacan
peligrosamente la protectora capa de ozono. La quema de combustibles fósiles
produce un calentamiento global que amenaza con adquirir peligrosas
proporciones para el final del siglo próximo. Destruimos un acre de floresta
cada segundo, y con ello exterminamos cada día la vida de muchas especies.
Además, acumulamos letales residuos radiactivos y químicos que contribuyen a
la lluvia ácida, y es probable que haya otros ataques de nuestra tecnología
al medio ambiente que por ahora desconocemos y de los que, por tanto, somos
ignorantes. El simple factor es que estamos realizando experimentos sin
precedentes sobre el medio ambiente con la sola esperanza de que los
problemas que causen puedan ser solventados por sí mismos, fiándonos de la
sabiduría de la naturaleza. La única nota positiva y brillante es el
Protocolo de Montreal y los subsiguientes acuerdos internacionales, en los
que las naciones industrializadas se comprometen a la reducción paulatina,
hasta su desaparición, de la producción de sustancias contaminantes que
puedan atacar a la capa de ozono. Pero la reducción de las emisiones de
bióxido de carbono a la atmósfera y la solución a los problemas de la
acumulación de residuos químicos y radiactivos, así como otros del orden
ambiental, han tenido un lento progreso hasta ahora, lo que lleva a
desconfiar de su pronta erradicación.
Venganzas étnicas y xenofóbicas han tenido lugar en cada continente, y se
han producido intentos de aniquilación de grupos étnicos enteros, siendo los
más notables en la Alemania nazi, pero no menos importantes en Ruanda, la
antigua Yugoslavia y en muchas otras partes. A través de la historia de la
humanidad han existido tendencias similares, pero sólo el siglo XX ha
dispuesto de la tecnología necesaria para acometer las matanzas en masa. Los
bombardeos estratégicos, los misiles y la artillería de largo alcance tienen
la ventaja de que los combatientes en una guerra no han de llegar a
enfrentarse cara a cara, con la agonía que esto representa en sus temores y
remordimientos. Sus conciencias no se turban porque la tecnología hace su
trabajo. El presupuesto militar mundial al final de siglo es cercano al
billón de dólares, y ante esto ha de pensarse cuántos alimentos y artículos
de primera necesidad podrían comprarse para grandes sectores de gente
necesitada con tan sólo una fracción de esa cifra.
El siglo XX ha estado marcado por el colapso de monarquías e imperios y
el alza de democracias, al menos nominales, así como numerosas dictaduras
ideológicas y militares. Los nazis tenían una lista de gentes reprobables
condenadas a un exterminio sistemático: judíos, homosexuales, lesbianas,
socialistas y comunistas, disminuidos físicos y mentales y personas
originarias de África (que casi no existían en Alemania). En el régimen
militar pro vida de los nazis, las mujeres estaban relegadas a
kinder, küche, kirchen (niños, cocina e iglesia). Hay que imaginar como
se sentiría un buen nazi en una sociedad como la norteamericana, que domina
el planeta más que cualquier otro país, y en la que los judíos,
homosexuales, disminuidos y africanos de origen tienen todos los derechos;
los socialistas son, al menos en principio, tolerados, y las mujeres ocupan
puestos de trabajo en cifras récord.
Thomas Jefferson afirmó que una democracia no era un régimen práctico si
los ciudadanos no estaban educados para ello. Por mucha protección que la
gente pueda tener en la Constitución y en las leyes, Jefferson pensaba que
siempre habría una tentación en los poderosos, los ricos y los faltos de
escrúpulos de minar el ideal de un Gobierno otorgado por el pueblo y
dirigido por él. El antídoto a esto es el apoyo vigoroso a la expresión de
puntos de vista, alfabetismo y cultura generalizados, debates positivos, una
común familiaridad con los pensamientos críticos y escepticismo en los
pronunciamientos de los que tienen autoridad hasta que no demuestran sus
buenas intenciones, que es, además, el eje central de los métodos
científicos.
Revelaciones científicas
Cada rama de la
ciencia ha experimentado espectaculares avances en el siglo XX. Los más
profundos fundamentos de la física han sido revolucionados por las teorías
especial y general de la relatividad y las nuevas leyes de la mecánica. Ha
sido el siglo en el que la naturaleza de los átomos -con protones y
neutrones componiendo un núcleo central y rodeados de una nube de
electrones- se comprendió por primera vez; cuando los componentes que
constituyen los protones y neutrones fueron apreciados primeramente y cuando
una multitud de exóticas partículas elementales de corta vida se mostraron
ante la administración de aceleradores de energía y rayos cósmicos. La
fisión y la fusión han hecho posible la consecución de las armas nucleares,
las centrales de energía de fisión (un avance de inciertos beneficios) y la
perspectiva de centrales de energía de fusión. La comprensión de la
decadencia de la radiactividad hizo posible conocer la edad de la Tierra
(unos 4.600 millones de años) y el tiempo de origen de vida en el planeta,
hace unos 4.000 millones de años.
En geofísica se descubrieron las capas tectónicas, una especie de cinta
transportadora que lleva con sus movimientos de la vida a la muerte bajo la
corteza terrestre y que se mueve a un promedio de una pulgada al año. Las
capas tectónicas son esenciales para estudiar y comprender la naturaleza e
historia de la composición y topografía del fondo de los mares. Ha emergido
un nuevo campo de geología planetaria en la que las formas externas y el
interior de la Tierra pueden ser comparadas con las de otros planetas y sus
lunas, y la química de las rocas de otros mundos -determinada bien
remotamente o bien por traer muestras a nuestros laboratorios, logradas por
las naves espaciales o por la caída de meteoritos que ahora se reconoce
pertenecen a esos mundos- puede ser comparada con la composición de las
rocas terrestres.
La sismología ha sondeado la estructura del interior profundo de la
Tierra y ha descubierto bajo la corteza terrestre una capa semilíquida, un
centro de hierro líquido y otro sólido más abajo, todo lo cual debe ser
explicado si deseamos conocer el proceso de formación de nuestro planeta.
Algunas extinciones de vida en el pasado pueden ser comprendidas ahora ante
la evidencia de innumerables bocas volcánicas que emergían en la superficie
y generaban mares de lava que cubrían lo que hasta entonces era tierra
sólida. Otras destrucciones de tierra potencialmente habitable se debían al
impacto de grandes cometas o asteroides cercanos a la Tierra que incendiaban
los cielos y cambiaban el clima. En el siglo próximo, como mucho, estaremos
en condiciones de hacer un inventarío de cometas y asteroides y ver si
alguno de ellos tiene nuestro nombre.
Un hecho de celebración científica es el descubrimiento de la naturaleza
y función del ADN, la molécula clave responsable de la herencia genética en
los humanos y en la mayoría de las plantas y animales. Hemos aprendido a
leer el código genético y hemos podido realizar mapas de un buen número de
organismos en los que se detallan los genes, conociendo las funciones que
tienen a su cargo. Los expertos genéticos están en el buen camino para hacer
un mapa del genoma humano, lo que representará un acontecimiento de
extraordinaria importancia, con un enorme potencial, tanto como para lo
bueno como para lo malo. El aspecto más significativo de la historia del ADN
es que el proceso fundamental de la vida puede comprenderse en términos
físicos y químicos. No parece estar implicada en el proceso una fuerza vital
sobrenatural, un espíritu, un alma. Como en neurofisiología, la mente parece
ser la expresión de millones y millones de conexiones neuronales en el
cerebro más alguna química simple.
La biología molecular permite ahora comparar dos especies, gen por gen,
bloque molecular por bloque molecular, para descubrir el grado de
relatividad. Estos experimentos han demostrado la profunda similitud de
todos los seres de la Tierra y han confirmado las relaciones generales
previamente encontradas en la evolución de la biología. Por ejemplo, los
humanos y los chimpancés comparten el 99,6% de sus genes activos,
confirmándose así que los chimpancés son nuestros parientes más próximos y
que compartimos con ellos un reciente ancestro común.
Conducta y
lenguaje
En el siglo XX, por
primera vez, los investigadores han vivido con otros primates, observando
cuidadosamente sus conductas en sus hábitat naturales y descubriendo
muestras de compasión, previsión, ética, técnicas de caza, peleas de grupos,
políticas, manejo de herramientas, manufacturas, nacionalismo rudimentario y
muchas otras características que, en un principio, se creían únicas del
hombre. El debate sobre la habilidad de los chimpancés sobre el lenguaje
todavía continúa bajo estudio. Pero hay un bomobo (chimpancé enano) en
Atlanta llamado Kanzi que usa con facilidad un lenguaje simbólico de varios
centenares de caracteres y que es autodidacto en la fabricación de algunas
herramientas.
Muchos de los más resonantes avances en química están conectados con la
biología, pero debo resaltar uno que posee la más amplia significación: se
ha comprendido la naturaleza de las conexiones químicas, las fuerzas que, en
física cuántica, determinan qué átomos están dispuestos a unirse con otros
átomos, hasta qué punto y cuál es su configuración. También se ha sabido que
la radiación aplicada en unas no inverosímiles atmósferas primitivas de la
Tierra y otros planetas genera aminoácidos y otros componentes necesarios
para la vida. Se ha hallado en los tubos de ensayo que los ácidos nucleicos
y otras moléculas se reproducen por sí mismos y reproducen sus mutaciones.
Todo esto ha llevado a que se obtuviera en el siglo presente un sustancial
progreso hacia la comprensión del origen de la vida. La mayor parte de la
biología puede reducirse a la química, y la mayor parte de ésta, a la
física. Esto todavía no es completamente cierto, pero el hecho de que exista
una porción de certeza es el acontecimiento más importante en los esfuerzos
por conocer la naturaleza del universo.
La física y la química, ayudadas por los más poderosos ordenadores sobre
la Tierra, han tratado de entender los problemas y características del clima
y la circulación general en la atmósfera terrestre. Estos poderosos medios
se usan para evaluar las futuras consecuencias de las continuas emisiones de
CO2 y otros gases a la atmósfera. Mientras tanto , y de manera más sencilla,
los satélites meteorológicos permiten efectuar predicciones del tiempo con
varios días de adelanto, ahorrando miles de millones de dólares en pérdidas
de cosechas cada año.
Al principio del siglo XX, los astrónomos estaban anclados en el fondo de
un océano de aire turbulento y desistieron de seguir buscando mundos
distantes. Pero al final del siglo, los grandes telescopios permiten otear
desde la órbita de la Tierra todos los cielos, con rayos gamma, rayos X, luz
ultravioleta, rayos infrarrojos y ondas de radio.
La primera transmisión de radio de Marconi a través del océano Atlántico
sucedió en 1901. Ahora podemos mantener comunicaciones por radio con cuatro
naves espaciales detrás del límite conocido de nuestro sistema solar y
escuchar las emisiones naturales de radio desde distancias de 8 a 10.000
millones de años luz, así como el llamado fondo negro de radiación, que son
los residuos radiactivos del Big Bang, la vasta explosión que comenzó la
actual configuración del universo.
Se han lanzado naves espaciales exploradoras para estudiar 70 mundos y
han aterrizado en tres de ellos. El siglo ha visto la casi mítica aventura
de enviar 12 seres humanos a la Luna y traerlos sanos y salvos, con cerca de
cien quilos de rocas lunares. Naves robot han confirmado que Venus, debido a
un masivo efecto de invernadero, tiene en su superficie una temperatura de
casi 900 grados Fahrenheit; que hace 4.000 millones de años, Marte tenía un
clima parecido a la Tierra; que moléculas orgánicas caen sobre la luna de
Saturno, Titán, como un maná del cielo, y que los cometas están hechos de al
menos un cuarto de materia orgánica.
Una vasta galaxia
Cuatro de nuestras
naves espaciales están todavía en camino de las estrellas. Se han
descubierto recientemente otros planetas alrededor de éstas. Se ha revelado
que nuestro Sol está en un extremo remoto de una vasta galaxia compuesta por
unos 400.000 millones de otros soles. Al comienzo del siglo se creía que la
única galaxia era la Vía Láctea, y ahora que pueden existir 100.000 millones
de otras, rotando una sobre otra porque son los remanentes del Big Bang. Se
han descubierto exóticos habitantes del zoológico cósmico, que no podían ser
ni soñados, incluso al final del siglo, como púlsares o agujeros negros,
cuya observación a distancia puede desentrañar los misterios de las más
complicadas preguntas que se hacen los humanos acerca del origen, la
naturaleza y futuro del entero universo.
Quizá el subproducto más impactante de la revolución científica ha sido
hacer tambalear muchas de nuestras más queridas y arraigadas creencias. El
cuidado proscenio antropocéntrico de nuestros antepasados ha sido
reemplazado por un universo frío, inmenso, indiferente, en el que los
humanos están relegados a la oscuridad. Pero yo puedo ver en todo el proceso
el surgimiento en nuestras conciencias de un universo de una magnificencia,
de un elegantemente intrincado orden, más allá de todo lo que nuestros
antepasados podían imaginar. Y si se entiende el universo como un simple
conjunto de leyes naturales, los que creen en Dios pueden atribuir esas
maravillosas leyes a una razón divina que preside toda la naturaleza. Mi
propio punto de vista es que es mucho mejor entender el universo como
realmente es que pretender el universo que nosotros deseamos que sea.
El que nosotros adquiramos la suficiente comprensión y sabiduría para
entender las revelaciones científicas del siglo XX habrá de ser el mayor
desafío del siglo XXI.
Sagan, científico e
intelectual
EL PAÍS
El astrónomo y
divulgador científico estadounidense Carl Sagan nació en Nueva York el 9 de
noviembre de 1934 en el seno de una familia de origen ruso. La temprana
lectura de los relatos de ciencia-ficción de E.R Burroughs y de Isaac Asimov
contribuyó a despertar el interés de Carl Sagan por otros mundos. Tras
doctorarse en Astronomía y en Física por la Universidad de Chicago, alcanzó
muy pronto reputación científica por sus investigaciones sobre Venus y
Marte. Su teoría sobre la elevada temperatura de Venus, planteada cuando aún
era muy joven, fue confirmada posteriormente por las naves espaciales
soviéticas. Ha enseñado astronomía en Harvard, Berkley y en la Universidad
neoyorquina de Cornell y ha colaborado en los proyectos tecnológicos que
hicieron posible que el hombre llegara al espacio en los años setenta. Pero
la pasión prioritaria de Sagan es la exobiología, nombre con que designa la
investigación científica de formas de vida extraterrestre, debido a su firme
creencia de que el hombre no es el único ser racional que habita en cosmos.
Su entusiasmo por la razón y la ciencia y su necesidad de comunicar sin
intermediarios con el gran público lo han llevado a la divulgación
científica. Es autor de la serie televisiva Cosmos, que, producida
por la empresa Carl Sagan Productions con un presupuesto millonario, ha
alcanzado gran popularidad a nivel internacional. Uno de sus últimos
descubrimientos, fruto de una investigación realizada en 1995 junto con el
investigador Stanley F. Dermott, consiste en que en la superficie de Titán,
el satélite gigante de Saturno, se alternan continentes y lagos, lo que
supone una teoría alternativa a la visión más extendida hasta ahora entre
los especialistas que afirmaban que este satélite estaba cubierto sólo por
líquidos.
En 1979, Sagan obtuvo el Premio Pulitzer por su obra Los dragones del
edén, en la que estudia la evolución de la inteligencia humana. Su
tercera mujer, Ann Druyan, astrónoma y novelista, ha colaborado en los
libros Cometa y Sombras de antepasados olvidados e inspiró a
Sagan la figura protagonista de Contacto.
Sagan tiene una importante obra publicada:
Sombras de antepasados olvidados. En colaboración con Ann Druyan.
Barcelona, 1993.
Contacto, Barcelona 1986.
El frío y las tinieblas. Obra colectiva. Madrid, 1986.
Cometa. En colaboración con Ann Druyan. Barcelona, 1986.
Cosmos. Barcelona 1982.
El cerebro de Broca. Barcelona, 1981.
Los dragones del edén. Barcelona, 1980.
La conexión cósmica. Barcelona, 1978.
Intelligent life in the universe. En colaboración con I.S. Schklovski.
San Francisco, 1966.
(Artículo publicado en el diario "EL PAÍS" el 19-5-96)
|