¿ASTROLOGÍA O CIENCIA?, de Carl
Sagan.
En la sociedad contemporánea
occidental, es fácil comprar una revista de astrología, en un quiosco de
periódicos por ejemplo; es mucho más difícil encontrar una de astronomía.
Casi todos los periódicos norteamericanos publican una columna diaria sobre
astrología, pero apenas hay alguno que publique un artículo sobre astronomía
ni una vez a la semana. En los Estados Unidos hay diez veces más astrólogos
que astrónomos. En las fiestas, a veces cuando me encuentro con personas que
no saben que soy un científico, me preguntan: “¿Eres Géminis?” (posibilidad
de acertar: una entre doce). O: “De qué signo eres?” Con mucha menos
frecuencia me preguntan: “¿Estabas enterado de que el oro se crea en las
explosiones de supernovas?” O: “¿Cuándo crees que el Congreso aprobará el
vehículo de exploración de Marte?”
La astrología mantiene que la constelación en la cual se hallan los
planetas al nacer una persona influye profundamente en el futuro de ella.
Hace unos miles de años se desarrolló la idea de que los movimientos de los
planetas determinaban el destino de los reyes, de las dinastías y de los
imperios. Los astrólogos estudiaban los movimientos de los planetas y se
preguntaban qué había ocurrido la última vez en que, por ejemplo, Venus
amanecía en la constelación de Aries; quizás ahora volvería a suceder algo
semejante. Era una empresa delicada y arriesgada. Los astrólogos llegaron a
ser empleados exclusivamente por el Estado. En China los astrólogos de la
corte que realizaban predicciones inexactas eran ejecutados. Otros apañaban
simplemente los datos para que estuvieran siempre en perfecta conformidad
con los acontecimientos. La astrología se desarrolló como una extraña
combinación de observaciones, de matemáticas y de datos cuidadosamente
registrados, acompañados de pensamientos confusos y de mentiras piadosas.
Pero si los planetas podían determinar el destino de las naciones,
¿cómo podrían dejar de influir en lo que me pasará a mí mañana? La noción de
una astrología personal se desarrolló en el Egipto alejandrino y se difundió
por los mundos griego y romano hace aproximadamente 2.000 años. Hoy en día
podemos reconocer la antigüedad de la astrología en palabras como
desastre, que en griego significa “mala estrella”, influenza,
gripe en inglés, que proviene del italiano y presupone una influencia
astral; mazeltov, en hebreo –proveniente a su vez del babilonio- que
significa “constelación favorable”, o la palabra yiddish shlamazel,
referida a alguien a quien atormenta un destino implacable, y que también se
encuentra en el léxico astrológico babilonio. Según Plinio, a algunos
romanos se les consideraba sideratio, “afectados por los planetas”.
Se convirtió en opinión que los planetas eran causa directa de la muerte. O
consideremos el verbo considerar que significa “estar con los planetas” lo
cual era evidentemente un requisito previo para la reflexión seria. La
figura de la página 51 muestra las estadísticas de mortalidad de la ciudad
de Londres en 1632. Entre terribles pérdidas provocadas por enfermedades
posnatales infantiles y por enfermedades exóticas como “la rebelión de las
luces” y el “mal del rey” nos encontramos con que, de 9.535 muertes, 13
personas sucumbían por el “planeta”, mayor número que las que morían por
cáncer. Me pregunto cuáles eran los síntomas.
Y la astrología personal está todavía entre nosotros: examinemos dos
columnas de astrología publicadas en diferentes periódicos, en la misma
ciudad y el mismo día. Por ejemplo podemos analizar el New York Post
y el Daily News de Nueva York del 21 de septiembre de 1979.
Supongamos que uno es Libra, es decir nacido entre el 23 de septiembre y el
22 de octubre. Según el astrólogo del Post, “un compromiso le ayudará
a aliviar la tensión”; útil, quizás, pero algo vago. Según el astrólogo del
Daily News, debes “exigirte más a ti mismo”, recomendación que
también es vaga y al mismo tiempo diferente. Estas “predicciones” no son
tales predicciones, son más bien consejos: dicen qué hacer, no que pasará.
Recurren deliberadamente a términos tan generales que pueden aplicarse a
cualquier persona. Y presentan importantes inconsecuencias comunes. ¿Por qué
se publican sin más explicaciones, como si fueran resultados deportivos o
cotizaciones de bolsa?
La astrología puede ponerse a prueba aplicándola a la vida de los
mellizos. Hay muchos casos en que uno de los mellizos muere en la infancia,
en un accidente de coche, por ejemplo, o alcanzado por un rayo, mientras que
el otro vive una próspera vejez. Cada uno nació exactamente en el mismo
lugar y con minutos de diferencia el uno del otro. Los mismos planetas
exactamente estaban saliendo en el momento de su nacimiento. ¿Cómo podrían
dos mellizos tener destinos tan profundamente distintos? Además los
astrólogos no pueden ni ponerse de acuerdo entre ellos sobre el significado
de un horóscopo dado. Si se llevan a cabo pruebas cuidadosas, son incapaces
de predecir el carácter y el futuro de personas de las que no conocen más
que el lugar y la fecha de nacimiento.
(...) Perseguimos una conexión con el Cosmos. Queremos incluirnos en
la gran escala de las cosas. Y resulta que estamos realmente conectados: no
en el aspecto personal, del modo poco imaginativo y a escala reducida que
pretenden los astrólogos, sino con lazos más profundos que implican el
origen de la materia, la habitabilidad de la Tierra, la evolución y el
destino de la especie humana. Temas a los que volveremos.
Carl Sagan: Cosmos, Ed. Planeta, 5ª ed. 1982, pp. 48-51.
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