Es difícil expresar con palabras lo que son los mecanismos de
defensa, ya que sólo se puede describir aquello que se reconoce, por
lo menos, en otras personas. Los mecanismos de defensa son la
suma de todo lo que nos impide ser perfectos y completos. En
teoría es fácil definir en qué consiste el camino de la iluminación:
en todo lo bueno. Comulga con todo lo que es y serás uno con todo lo
que es. Éste es el camino del amor.
Cada «sí, pero...»
es una defensa que nos impide conseguir la unidad. Ahora empiezan las
pintorescas estratagemas del ego que, en su afán de separación, no se
priva de esgrimir las más piadosas, hábiles y nobles teorías. Y así le
hacemos el juego al mundo.
Los
espíritus sagaces aducirán que, si todo lo que es, es bueno, también la
defensa tiene que serlo. Desde luego, lo es, pues nos hace experimentar
tanta fricción en un mundo polarizado que, para seguir adelante, no
tenemos más remedio que discriminar, pero, a lo sumo, no es más que una
ayuda que, al ser utilizada, se obvia a sí misma. En el mismo sentido se
justifica también la enfermedad a la que nosotros deseamos transmutar en
salud cuanto antes.
Como las defensas
psíquicas apuntan contra elementos del subconsciente catalogados de
peligrosos y que, por lo tanto, tienen vedado el paso a la conciencia,
así las defensas físicas se orientan contra enemigos «externos»,
llamados agentes patógenos o toxinas. Estamos tan acostumbrados a
manejar despreocupadamente unos sistemas de valores montados por
nosotros mismos que hemos llegado a convencernos de que son patrones
absolutos. Pero en realidad no hay más enemigo que aquel al que nosotros
declaramos como tal. (Basta leer a los distintos apóstoles de la
dietética para descubrir los más diversos criterios en el señalamiento
de enemigos. Los mismos alimentos que un método tacha de absolutamente
perniciosos, otro los califica de muy saludables. La dieta que nosotros
recomendamos es: leer atentamente todos los libros de dietética y comer
lo que a uno le apetezca.) Hay ciertas personas que se dejan impresionar
de tal modo por este subjetivo señalamiento de enemigos que no tenemos
más remedio que declararlas enfermas: nos referimos a los alérgicos.
Alergia: la
alergia es una reacción exagerada a una sustancia que reconocemos como
nociva. Desde luego, la actuación del sistema de defensas del organismo
está justificada cuando se trata de supervivencia. El sistema
inmunizador del cuerpo produce anticuerpos para combatir los
antígenos*, con lo que proporciona una defensa contra invasores
hostiles, lo cual, fisiológicamente, es irreprochable. En los alérgicos,
esta defensa, en sí encomiable, se desorbita. El alérgico construye un
gran parapeto y constantemente alarga la lista de sus enemigos. Cada vez
son más numerosas las sustancias consideradas nocivas y, por lo tanto,
hay que fabricar más armas para mantener a raya a tantísimo enemigo.
Ahora bien, como en el terreno militar el armamento siempre denota
agresividad, así también la alergia es expresión de una actitud
defensiva y agresiva que ha sido reprimida y obligada a pasar al cuerpo.
El alérgico tiene problemas de agresividad que, en la mayoría de casos,
no reconoce y, por lo tanto, no puede asumir.
(Para evitar malas
interpretaciones, recordemos que al hablar de un aspecto psíquico
reprimido nos referimos al que no es conscientemente reconocido por el
individuo. Puede ser que la persona viva plenamente este aspecto sin
reconocer en sí mismo tal propiedad. Pero también, que la propiedad haya
sido reprimida de modo tan absoluto que la persona no la viva. Por lo
tanto, la represión puede existir tanto en un sujeto agresivo como en el
más manso de los mortales.)
En el
alérgico, la agresividad es trasladada de la conciencia al cuerpo y aquí
se expansiona a placer con ataques, defensas, forcejeos y victorias.
Para que la diversión no termine por falta de enemigos, se declara la
guerra a las cosas más inofensivas: el polen de las flores, el pelo de
los gatos o de los caballos, el polvo, los artículos de limpieza, el
humo, las fresas, los perros o los tomates. La variedad es ilimitada: el
alérgico no respeta nada, es capaz de luchar contra todo y contra todos,
si bien, generalmente, da preferencia a ciertos elementos cargados de
simbolismo.
Es sabido que la
agresividad casi siempre va ligada al miedo. Sólo se combate lo
que se teme. Si examinamos atentamente los alergenos**
elegidos, en casi todos los casos, descubriremos enseguida cuáles son
los temas que atemorizan al alérgico de tal modo que tiene que
combatirlos encarnecidamente en el símbolo. En primer lugar, está el
pelo de los animales domésticos, especialmente el de los gatos. Al pelo
del gato (y a cualquier pelo) suelen asociarse las caricias y los
arrumacos: es fino, sedoso, blando, y, no obstante, «animal». Es
un símbolo del amor y tiene una connotación sexual (véanse los animales
de felpa que los niños se llevan a la cama). Algo parecido puede decirse
de la piel del conejo. En el caballo está más acentuado el componente
sensual y, en el perro, el agresivo; pero las diferencias son pequeñas,
insignificantes, ya que un símbolo nunca tiene límites muy marcados.
El mismo tema es
representado por el polen de las flores, alergeno predilecto de los que
sufren la fiebre del heno. El polen es símbolo de fertilidad y
procreación, y la «grávida» primavera es la estación en la que
los enfermos de fiebre del heno más «padecen». Las pieles de los
animales y el polen actuando como alergenos indican que los temas de «amor»,
«sexualidad», «libido» y «fertilidad» suscitan
ansiedad y, por lo tanto, son activamente rechazados, es decir, no son
admitidos.
* Un
antígeno es una sustancia extraña, generalmente una proteína, que es
capaz de estimular el sistema inmunizador. (N. del T.)
**
Alergeno es el antígeno de una reacción alérgica. (Alergia = reactividad
alterada por hipersensibilidad. (N. del T.)
Algo similar ocurre con
el miedo a la suciedad, la inmundicia, la impureza, que se manifiesta en
la alergia al polvo doméstico. (Recordar expresiones como: chiste
guarro, sacar los trapos sucios, llevar una vida limpia, etc.). El
alérgico trata de evitar con el mismo empeño los alergenos y las
situaciones asociadas con ellos, en lo cual le ayudan de buen grado una
medicina comprensiva y el entorno. Nadie se resiste al despotismo del
enfermo: los animales domésticos son eliminados, no se puede fumar en su
presencia, etc. En esta tiranía sobre el entorno, el alérgico encuentra
un campo de actividad que le permite desahogar insensiblemente sus
agresiones reprimidas.
El método de la «desensibilización»
es bueno en sí, pero, para obtener buenos resultados, habría que
aplicarlo no al plano corporal sino al psíquico. Porque el alérgico sólo
hallará la curación cuando aprenda a afrontar conscientemente todo
aquello que evita y rechaza, y asimilarlo en su conciencia. Al alérgico
no se le hace ningún favor ayudándole en su estrategia defensiva: él
tiene que reconciliarse con sus enemigos, aprender a quererlos. Que los
alergenos ejercen exclusivamente un efecto simbólico y nunca un efecto
material o químico es algo que debe quedar perfectamente claro, incluso
para el materialista más empedernido, cuando comprenda que una alergia,
para manifestarse, necesita el concurso de la mente. Por ejemplo, en la
narcosis no hay alergia, igualmente, durante una psicosis, desaparecen
todas las alergias. A la inversa, incluso la simple imagen, como por
ejemplo la fotografía de un gato o la secuencia de una locomotora que
echa humo en una película desencadenan el ataque en el asmático. La
reacción alérgica es absolutamente independiente de la materia de los
alergenos.
La mayoría
de los alergenos sugieren vitalidad: sexualidad, amor, fertilidad,
agresividad, suciedad: en todos estos campos la vida se muestra en su
forma más activa. Pero precisamente esta vitalidad que exige una
expresión infunde miedo en el alérgico. Y es que su actitud es contraria
a la vida. Su ideal es una vida estéril, sin gérmenes, exenta de
sensualidad y agresiones: estado que apenas merece el nombre de «vida».
Por consiguiente, no sorprende que en muchos casos las alergias puedan
degenerar en autoagresiones que llegan a ser mortales, en las que el
cuerpo de estos individuos, ¡ay!, tan delicados, libra largas y
encarnizadas batallas en las que acaba por sucumbir. Entonces la
resistencia, la autoexclusión, el autoencapsulado alcanza su forma
suprema y su plena realización en el ataúd, cámara exenta de todo
alergeno.
ALERGIA = AGRESIVIDAD HECHA MATERIA
El alérgico debe hacerse
las siguientes preguntas:
1.
¿Por qué no
asumo mi agresividad con la conciencia en vez de obligarla a realizar un
trabajo corporal?
2.
¿Qué
aspectos de la vida me infunden tanto miedo que trato de evitarlos por
todos los medios?
3.
¿A qué tema apuntan mis alergenos? Sexualidad, instinto,
agresividad, procreación, suciedad, en el sentido del lado oscuro de la
vida.