Por lo
que se refiere al cuerpo, la función central de la respiración es un
proceso de intercambio: por la inspiración el oxígeno contenido en
el aire es conducido a los glóbulos rojos y en la espiración
expulsamos el anhídrido carbónico. La respiración encierra la
polaridad de acoger y expulsar, de tomar y dar. Con esto hemos
hallado la simbología más importante de la respiración. Goethe
escribió:
En
la respiración hay dos mercedes,
una inspirar, la otra soltar el aire,
aquélla colma, ésta refresca,
es
la combinación maravillosa de la vida
Todas las lenguas antiguas utilizan para designar el aliento la
misma palabra que para alma o espíritu. Respirar viene del latín
spirare y espíritu, de spiritus, raíz de la que se deriva
también inspiración tanto en el sentido lato como en el figurado. En
griego psyke significa tanto hálito como alma. En indostánico
encontramos la palabra atman que tiene evidente parentesco con el
atmen (respirar) alemán. En la India al hombre que alcanza la
perfección se le llama Mahatma, que textualmente significa
tanto «alma grande» como «aliento grande». La doctrina hindú nos
enseña, también, que la respiración es portadora de la auténtica
fuerza vital que el indio llama prana. En el relato bíblico
de la Creación se nos cuenta que Dios infundió su aliento divino en
la figura de barro convirtiéndola en una criatura «viva»,
dotada de alma.
Esta imagen indica bellamente cómo al cuerpo material, a la
forma, se le infunde algo que no procede de la Creación: el aliento
divino. Es este aliento, que viene de más allá de lo creado, lo que
hace del hombre un ser vivo y dotado de alma. Ya estamos llegando al
misterio de la respiración. La respiración actúa en nosotros, pero
no nos pertenece. El aliento no está en nosotros, sino que nosotros
estamos en el aliento. Por medio del aliento, nos hallamos
constantemente unidos a algo que se encuentra más allá de lo creado,
más allá de la forma. El aliento hace que esta unión con el ámbito
metafísico (literalmente: con lo que está Detrás de la Naturaleza)
no se rompa. Vivimos en el aliento como dentro de un gran claustro
materno que abarca mucho más que nuestro ser pequeño y limitado —es
la vida, ese secreto supremo que el ser humano no puede definir, no
puede explicar— la vida sólo se experimenta abriéndose a ella y
dejándose inundar por ella. La respiración es el cordón umbilical
por el que esta vida viene a nosotros. La respiración hace que nos
mantengamos en esta unión.
Aquí reside su importancia: la respiración impide que el ser
humano se cierre del todo, se aísle, que haga impenetrable la
frontera de su yo. Por muy deseoso que el ser humano esté de
encapsularse en su ego, la respiración le obliga a mantener la unión
con lo ajeno al yo. Recordemos que nosotros respiramos el mismo aire
que respira nuestro enemigo. Es el mismo aire que respiran los
animales y las plantas. La respiración nos une constantemente con
todo. Por más que el hombre quiera aislarse, la respiración lo une
con todo y con todos. El aire que respiramos nos une a unos con
otros, nos guste o no. La respiración tiene algo que ver con
«contacto» y «relajación».
Este contacto entre lo que viene de fuera y el cuerpo se produce en
los alvéolos pulmonares. Nuestro pulmón tiene una superficie interna
de unos setenta metros cuadrados, mientras que el área de nuestra
piel no mide sino entre metro y medio y dos metros cuadrados. El
pulmón es nuestro mayor órgano de contacto. Si observamos con más
atención, distinguiremos las diferencias existentes entre los dos
órganos de contacto del ser humano: pulmones y piel; el contacto de
la piel es inmediato y directo. Es más comprometido y más intenso
que el de los pulmones y, además, está sometido a nuestra voluntad.
Uno puede tocar a otra persona o no tocarla. El contacto que
establecemos con los pulmones es indirecto, pero obligatorio. No
podemos evitarlo, ni siquiera cuando una persona nos inspira tanta
antipatía que no podemos ni olerla, ni cuando otra nos impresiona
tanto que nos deja sin aliento. Existe un síntoma de enfermedad que
puede pasar de uno a otro de estos órganos de contacto: una erupción
cutánea abortada puede manifestarse en forma de asma que, a su vez,
con el correspondiente tratamiento, se convierte en erupción. El
asma y la erupción cutánea corresponden al mismo tema: contacto,
roce, relación. La resistencia a establecer contacto con todo el
mundo por medio de la respiración se manifiesta, por ejemplo, en el
espasmo respiratorio del asma.
Si seguimos repasando las frases hechas relacionadas con la
respiración y con el aire veremos que hay situaciones en las que a
uno le falta el aire, o no puede respirar a sus anchas. Con ello
tocamos el tema de la libertad y la cohibición. Con el primer
aliento empezamos nuestra vida y con el último la terminamos. Con el
primer aliento damos también el primer paso por el mundo exterior al
desprendernos de la unión simbiótica con la madre y hacernos
autónomos, independientes, libres. Cuando a uno le cuesta respirar;
ello suele ser señal de que teme dar por sí mismo los primeros pasos
con libertad e independencia. La libertad le corta la respiración,
es algo insólito que le produce temor. La misma relación entre
libertad y respiración se advierte en el que sale de una situación
de agobio y pasa a otra esfera en la que se siente «desahogado»
o, simplemente, sale al exterior: lo primero que hace es inspirar
profundamente, por fin puede respirar con libertad.
También el proverbial ahogo que nos aqueja en circunstancias
agobiantes es ansia de libertad y de espacio vital.
En resumen, la respiración simboliza los siguientes temas: ritmo, en
el sentido de aceptar «tanto lo uno como lo otro»
RESPIRACIÓN = ASIMILACIÓN DE LA VIDA
En las enfermedades respiratorias, procede hacerse las
siguientes preguntas:
1.
¿ Qué me
impide respirar?
2.
¿Qué es
lo que no quiero admitir?
3.
¿Qué es
lo que no quiero expulsar?
4.
¿Con qué
no quiero entrar en contacto?
5.
¿Tengo
miedo de dar un paso en una nueva libertad?
Asma bronquial
Después de las consideraciones de carácter general hechas acerca de
la respiración, deseamos examinar especialmente el cuadro del asma
bronquial, afección que siempre fue exponente de las manifestaciones
psicosomáticas. «Se llama asma bronquial a una disnea que se
presenta en forma de acceso, caracterizada por una espiración
sibilante. Se produce un estrechamiento de los bronquios y
bronquiolos que puede estar provocada por un espasmo de la
musculatura plana, una inflamación de las vías respiratorias y la
congestión y secreción de la mucosa» (Brautigam).
El ataque de asma es experimentado por el paciente como un ahogo
mortal, el enfermo trata de sorber el aire, jadea y la espiración
queda muy dificultada. En el asmático coinciden varios problemas
que, a pesar de su afinidad, examinaremos por separado, por motivos
didácticos.
1.
Tomar y dar:
El asmático trata de tomar demasiado. Inspira profundamente y
provoca una excesiva dilatación de los pulmones y un espasmo
respiratorio. Uno toma llenándose hasta rebosar y, cuando tiene que
dar, llega el espasmo.
Aquí se ve claramente la perturbación del equilibrio; los polos
«tomar» y «dar» deben estar equilibrados, a fin de poder formar un
ritmo. La ley de la evolución depende del equilibrio interno: toda
acumulación impide la fluidez. El flujo respiratorio es interrumpido
en el asmático porque se excede al tomar. Ocurre luego que no sabe
dar y entonces no puede volver a tomar lo que tanto ansía. Al
inspirar tomamos oxígeno y al espirar expulsamos anhídrido
carbónico. El asmático quiere conservarlo todo y con ello se
envenena, ya que no puede expulsar lo usado. Este tomar sin dar
produce sensación verdadera de asfixia.
El desequilibrio entre tomar y dar, que de forma tan impresionante
se manifiesta en el asma, es un tema que puede aplicarse a muchas
personas. Suena muy simple, y, sin embargo, muchos fallan en este
punto. Sea lo que fuere lo que uno desea tener—ya sea dinero, fama,
ciencia, sabiduría—siempre ha de haber un equilibrio entre el tomar
y el dar, o uno se expone a asfixiarse con lo tomado. El ser humano
recibe en la medida en que da. Si se suspende el dar, el flujo se
interrumpe y tampoco entra nada. ¡ Cuán dignos de compasión son
quienes quieren llevarse su saber a la tumba! Guardan
avariciosamente lo poco que pudieron adquirir y renuncian a la
riqueza que espera a todo el que sabe devolver, transformado, lo que
ha recibido. ¡Si la gente pudiera comprender que hay de todo en
abundancia para todos!
Si a alguien le falta algo es sólo porque se autoexcluye. Observemos
al asmático: él ansía el aire, a pesar de que aire hay tanto. Pero
los hay ansiosos.
2.
El deseo de inhibirse:
El asma puede provocarse experimentalmente en cualquier individuo
haciéndole inspirar gases irritantes, como amoníaco, por ejemplo. A
partir de una determinada concentración, en el individuo se produce
una reacción de protección, mediante la coordinación de varios
reflejos, a saber: inmovilización del diafragma, broncoconstricción
y secreción de mucosidad. Es el llamado reflejo de Kretschmer que
consiste en un bloqueo para impedir la entrada a algo que viene de
fuera. Ante el amoníaco el reflejo es saludable; pero en el asmático
se produce con un estímulo mucho más débil. El asmático percibe las
sustancias más inofensivas del entorno como peligrosas para la vida
y se cierra inmediatamente a ellas. En el capítulo anterior hemos
hablado extensamente del significado de la alergia, por lo que aquí
será suficiente recordar el tema de rechazo y el temor. Y es que el
asma suele estar íntimamente ligada a una alergia.
Asma, en griego, significa «estrechez de pecho», estrecho, en
latín, es angustus, voz que recuerda la palabra alemana Angst
(miedo). Encontramos también angustus en angina (inflamación de las
amígdalas) y en angina pectoris (contracción dolorosa de las
arterias del corazón). Es de observar que la estrechez o contracción
tiene relación con el miedo. La contracción asmática tiene también
mucho que ver con el miedo, con el miedo a admitir ciertos aspectos
de la vida, a los que también nos referimos al hablar de los
alergenos. El afán de cerrarse persiste en el asmático hasta
alcanzar su punto culminante en la muerte. La muerte es la última
posibilidad de cerrarse, de encapsularse, de aislarse de lo vivo. (A
este respecto puede ser interesante la siguiente observación: se
puede enfurecer fácilmente a un asmático diciéndole que su asma no
es peligrosa y que nunca podrá causarle la muerte. ¡Y es que para él
tiene mucha importancia la malignidad de su enfermedad!)
3.
Afán de dominio e insignificancia:
El asmático tiene un gran afán de dominio que él no reconoce y que,
por lo tanto, es transmitido al cuerpo en el que se manifiesta en la
«soberbia» del asmático. Esta soberbia muestra claramente la
arrogancia y la megalomanía que él ha reprimido cuidadosamente en su
conciencia. Por ello gusta de evadirse a lo ideal y formalista. Pero
si el asmático se enfrenta con el afán de poder y dominio de otro
(la ley del símil) el miedo se le pone en los pulmones y le deja sin
habla: el habla que precisamente es modulada por la espiración—. El
asmático no puede exhalar: se le corta la respiración.
El asmático se sirve de sus síntomas para ejercer el poder sobre su
entorno. Los animales domésticos han de ser eliminados, no puede
haber ni una mota de polvo, prohibido fumar, etc.
Este afán de dominio alcanza su punto culminante durante los
peligrosos ataques, los cuales se manifiestan precisamente cuando se
llama la atención del asmático sobre su afán de dominio. Estos
ataques chantajistas son muy peligrosos para el propio enfermo, ya
que suponen un peligro de muerte. Es impresionante comprobar cómo
puede llegar a perjudicarse un enfermo, con tal de dominar. En
psicoterapia se ha observado que el ataque suele ser el último
recurso cuando el enfermo se siente muy cerca de la verdad.
Pero ya esta proximidad entre el afán de dominio y la autoinmolación
nos hace percibir algo de la ambivalencia de este afán de dominio
que se vive inconscientemente. Porque, a medida que aumenta esta
pretensión de poder, que se adquieren más ínfulas, crece también el
polo opuesto, es decir, la indefensión, la sensación de
insignificancia y desamparo. La aceptación y asimilación consciente
de esta insignificancia debería ser tarea obligada del asmático.
Después de una enfermedad prolongada, el pecho se dilata y
robustece. Ello da un aspecto vigoroso, pero limita Ia capacidad
respiratoria, a causa de la pérdida de elasticidad. Imposible
plasmar el conflicto con más elocuencia: pretensión y realidad.
En lo de sacar el pecho hay un mucho de agresividad. El asmático no
ha aprendido a articular debidamente su agresividad en la fase
verbal, pero no puede dar salida a su agresividad con gritos o
juramentos y se le queda dentro, en los pulmones. Y estas
manifestaciones agresivas regresan al plano corporal y salen a la
luz del día en forma de tos y expectoración. Veamos algunas frases
hechas: Toser a alguno = escupir en la cara = quedarse sin
respiración, del disgusto.
La agresividad se muestra también en las alergias, la mayoría de las
cuales están asociadas al asma.
4.
Rechazo del lado oscuro de la vida.
El asmático ama lo limpio, lo puro, lo transparente y estéril y
evita lo oscuro, profundo y terrenal, lo cual suele expresarse
claramente en la elección de los alergenos. Él desea instalarse en
el ámbito superior, para no entrar en contacto con el polo inferior.
Por lo tanto, suele ser una persona cerebral (la doctrina de los
elementos atribuye el aire al pensamiento). La sexualidad, que
también corresponde al polo- inferior, la desplaza el asmático hacia
arriba, al pecho, estimulando con ello la producción de mucosidad,
proceso que en realidad debería estar reservado a los órganos
sexuales. El asmático expulsa esta mucosidad (producida demasiado
arriba) por la boca, solución cuya originalidad apreciará quien vea
la correspondencia existente entre los genitales y la boca (en un
capítulo posterior examinaremos más detenidamente este extremo).
El asmático anhela el aire puro. Le gustaría vivir en la cima de una
montaña (deseo que suele concedérsele bajo el nombre de «climaterapia»).
Allí se satisface también su afán de dominio: arriba, contemplando
desde la cumbre el turbio acontecer del valle sombrío, a distancia
segura, elevado en la esfera donde «el aire todavía es puro»,
situado por encima de las tierras bajas, con sus impulsos y su
fecundidad: arriba, en lo alto de la montaña, donde la vida tiene
una pureza mineral. Aquí realiza el asmático el ansiado vuelo a las
alturas, por obra y gracia de laboriosos climatólogos. Otro lugar
recomendado por sus efectos terapéuticos es el mar, con su aire
salobre. Y el mismo simbolismo: sal, símbolo del desierto, símbolo
de lo mineral, símbolo de la esterilidad. Es el entorno que ansía el
asmático, porque de lo vital tiene miedo.
El asmático es un individuo que tiene sed de amor: quiere amor y por
eso inspira tan profundamente. Pero no puede dar amor: tiene
dificultad en la espiración.
¿Qué puede ayudarle? Al igual que para todos los síntomas, sólo
existe una prescripción: toma de conciencia e implacable sinceridad
consigo mismo. Cuando una persona ha reconocido sus temores debe
acostumbrarse a no evitar las causas del miedo sino afrontarlas
hasta poder quererlas y asumirlas. Este necesario proceso se
simboliza perfectamente en una terapia que, si bien es desconocida
para la medicina académica, suele aplicarla la naturopatía y
es uno de los remedios más eficaces contra el asma y alergia.
Consiste en inyectar al enfermo la propia orina por vía
intramuscular. Vista con una óptica simbólica esta terapia obliga al
paciente a readmitir lo que ha expulsado, la propia inmundicia,
batallar con ella e integrársela. ¡Esto cura!
ASMA
Preguntas
que debería hacerse el asmático:
-
¿En qué aspectos quiero
tomar sin dar?
-
¿Puedo reconocer
conscientemente mi agresividad y qué posibilidades tengo de
exteriorizarla?
-
¿ Cómo me planteo el
conflicto «dominio/desvalimiento»?
-
¿Qué aspecto de la vida
valoro negativamente y rechazo?
-
¿Puedo sentir algo del
miedo que se ha parapetado detrás de mi sistema de valoración?
-
¿Qué aspectos de la
vida trato de evitar, cuáles considero sucios, bajos e inmundos?
No olvidar: cuando se deja sentir la contracción, ¡es
miedo!
El único remedio contra el miedo es la expansión. ¡La
expansión se consigue dejando entrar lo que se evitaba!
Resfriados y afecciones
gripales
Antes
de abandonar el tema de la respiración, examinaremos brevemente los
síntomas del resfriado, el cual afecta principalmente a las vías
respiratorias. La gripe, al igual que el resfriado, es un proceso
inflamatorio agudo, o sea, expresión de la manipulación de un
conflicto. Para hacer nuestra interpretación, no queda sino examinar
los lugares y las zonas en los que se manifiesta el proceso
inflamatorio. Un resfriado siempre se produce en situaciones
críticas, cuando uno está hasta las narices o se le hinchan las
narices. Tal vez haya quien considere exagerada la expresión de
«situación crítica». Naturalmente, no nos referimos a crisis
indecisas, las cuales se manifiestan con símbolos de una importancia
proporcionada. Al decir «situaciones críticas» nos referimos a
aquellas que, no siendo dramáticas, son frecuentes e importantes
para la mente, que nos producen sensación de agobio y nos inducen a
buscar un motivo legítimo para distanciarnos un poco de una
situación que nos exige demasiado. Dado que momentáneamente no
estamos dispuestos a reconocer ni la carga que suponen estas
«pequeñas» crisis cotidianas ni nuestros deseos de evasión, se
produce la somatización: nuestro cuerpo manifiesta ostensiblemente
nuestra sensación de estar hasta las narices permitiéndonos alcanzar
nuestro inconfesado objetivo, y con la ventaja de que todo el mundo
se muestra muy comprensivo, algo impensable si hubiéramos dirimido
el conflicto conscientemente. Nuestro resfriado nos permite
apartarnos de la situación molesta y pensar un poco más en nosotros
mismos. Ahora podemos ejercitar la sensibilidad corporal.
Nos duele la cabeza (en estas circunstancias, no se puede pedir a
una persona que se meta a resolver problemas), nos lloran los ojos,
estamos congestionados, molidos. Esta sensibilización generalizada
puede exacerbarse hasta hacer que nos duela «la punta del pelo».
Nadie puede acercársenos, nada ni nadie puede rozarnos siquiera. La
nariz está tapada y hace imposible toda comunicación (la respiración
es contacto, no se olvide). Con la amenaza: «No te acerques, que
estoy resfriado», se saca uno a la gente de delante. Esta actitud
defensiva puede reforzarse con estornudos, los cuales convierten la
espiración en potente arma defensiva. Incluso la palabra queda
disminuida como medio de comunicación, por la irritación de la
garganta. Desde luego, no permite enfrascarse en discusiones. La tos
de perro denota claramente, por su tono áspero, que el placer de la
comunicación se reduce, en el mejor de los casos, a toserle a
alguno.
Con tanta actividad defensiva, no es de extrañar que también las
amígdalas, que figuran entre las defensas más importantes, echen el
resto. Y se inflaman de tal modo que uno casi no puede tragar,
estado que debe inducir al paciente a preguntarse qué es en realidad
lo que se le ha atragantado. Porque tragar es un acto de admisión,
de aceptación. Y esto es precisamente lo que ahora no queremos
hacer. Este detalle nos revela la táctica del resfriado en todos los
aspectos. El dolor de las extremidades y la sensación de abatimiento
de la gripe dificultan los movimientos y, concretamente, el de los
hombros puede llegar a transmitir la presión del peso de los
problemas que gravita sobre ellos y que uno se resiste a seguir
soportando.
Nosotros tratamos de expulsar una porción de estos problemas en
forma de mucosidad purulenta, y cuanta más expulsamos más alivio
sentimos. La abundante mucosidad que al principio todo lo obstruía y
que congestionó las vías de comunicación debe diluirse a fin de que
algo empiece a moverse y a fluir.