El médico que posee buen ojo clínico, examinando y palpando la piel
averigua el estado de los órganos y trata las afecciones de éstos
desde las zonas de su proyección en la piel.
Ni lo que ocurre en la
piel, mancha, tumefacción, inflamación, granito, absceso, ni el lugar de
su aparición, es casual sino indicación de un proceso interno.
Antiguamente se utilizaban sistemas muy sofisticados para tratar de
averiguar el carácter de la persona por el lugar en el que aparecían las
manchas hepáticas, por ejemplo. La Ilustración echó por la borda estas
«tonterías y supersticiones», pero, poco a poco, volvemos a acercarnos a
estas prácticas. ¿Es realmente tan difícil comprender que, detrás de
todo lo creado, hay un esquema invisible que sólo se manifiesta en el
mundo material? Todo lo visible es sólo expresión de lo invisible, como
una obra de arte es expresión visible de la idea del artista. De lo
visible podemos deducir lo invisible. Es lo que hacemos continuamente en
la vida diaria. Entramos en una sala y de lo que allí vemos deducimos el
gusto del que la habita. Y otro tanto habríamos podido hacer mirando su
armario. No importa dónde uno mire: si una persona tiene mal gusto, éste
se mostrará por todas partes.
* Zonas
de la piel que corresponden a la proyección de los reflejos víscero–cutáneos.
(N. del T.)
Por ello la información total
se muestra siempre en todas partes. En cada parte encontramos el todo (pars
pro toto, llamaban los romanos a este fenómeno). De manera que es
indiferente la parte del cuerpo que se contemple. En todas puede
reconocerse el mismo esquema, el esquema que representa a cada
individuo. El esquema se encuentra en el ojo (diagnóstico por el iris),
en el pabellón auditivo (auriculopuntura francesa), en la espalda, en
los pies, en los meridianos (diagnóstico por los puntos terminales), en
cada gota de sangre (prueba de coagulación, dinamolisis capilar,
hemodiagnóstico holístico), en cada célula (genética), en la mano (quirología),
en la cara y configuración corporal (fisiognomía), en la piel (¡nuestro
tema!).
Este libro enseña a
conocer al ser humano a través de los síntomas de la enfermedad. Es
indiferente dónde se mire: lo que importa es poder mirar. La verdad está
en todas partes. Si los especialistas consiguieran olvidarse de su
(totalmente inútil) intento de demostrar la casualidad de la relación
descubierta por ellos, inmediatamente verían que todas las cosas
mantienen entre sí una relación analógica: así arriba como abajo, así
dentro como fuera.
La piel no sólo muestra
al exterior nuestro estado orgánico interno sino que en ella y por ella
se muestran también todos nuestros procesos y reacciones psíquicos.
Algunas de estas manifestaciones son tan claras que cualquiera puede
observarlas: una persona se pone colorada de vergüenza y blanca de
susto; suda de miedo o de excitación; el cabello se le eriza de horror,
o se le pone la piel de gallina. Invisible exteriormente, pero
mensurable con aparatos electrónicos, es la conductividad eléctrica de
la piel. Los primeros experimentos y mediciones de esta clase se
remontan a C. G. Jung, quien con sus «experimentos asociativos»
exploró este fenómeno. Hoy, gracias a la electrónica, es posible
amplificar y registrar las constantes oscilaciones de la conductividad
eléctrica de la piel y «dialogar» con la piel de una persona, ya
que la piel responde a cada palabra, cada tema, cada pregunta, con una
inmediata alteración de su conductividad eléctrica, llamada PGR o ESR.
Todo ello
nos confirma que la piel es una gran superficie de proyección en la que
se ven tanto procesos somáticos como psíquicos. Pero, puesto que la piel
revela tantas cosas de nuestro interior, es fácil caer en la tentación
no ya de cuidarla con esmero sino de manipularla. A esta operación de
engaño se llama cosmética, y en este arte de la impostura se invierten
de buen grado sumas fabulosas. No es el objetivo de estas líneas
denostar las artes de embellecimiento de la cosmética, pero sí examinar
brevemente el afán que informa la antigua tradición de la pintura
corporal. Si la piel es expresión externa de lo que hay en el interior,
todo intento de modificar artificialmente esta expresión es,
indiscutiblemente, un acto de falsedad. Se trata de disimular o
aparentar algo. Se aparenta lo que no se es. Se levanta una fachada
falsa y se pierde la coincidencia entre contenido y forma. Es la
diferencia entre «ser bonita» y «parecer bonita», o entre ser y parecer.
Este intento de mostrar al mundo una máscara empieza por el maquillaje y
termina grotescamente por la cirugía estética. La gente se hace estirar
la cara; ¡es curioso que tantos se preocupen tan poco de perder la faz!
Detrás de todos estos
afanes por ser lo que no se es, está la realidad de que el ser humano
a nadie quiere menos que a sí mismo. Quererse a sí mismo es una de
las cosas más difíciles del mundo. El que cree que se gusta y que se
quiere, seguramente confunde su «ser» con su pequeño ego.
Generalmente, sólo cree que se quiere el que no se conoce. Dado que
nuestra personalidad, en conjunto, incluida nuestra sombra, no nos
gusta, constantemente estamos tratando de modificar y pulir nuestra
imagen. Pero, mientras el ser interior, es decir, el espíritu, no se
modifique, esto no pasa de pura «cosmética». Con esto no
pretendemos descartar la posibilidad de que, mediante modificaciones de
forma, pueda iniciarse un proceso dirigido hacia el interior, como se
hace, por ejemplo, en el Hatha Yoga, la Bioenergía y
métodos similares. De todos modos, estos métodos se diferencian de la
cosmética porque conocen el objetivo. Al más leve contacto, la piel de
un individuo ya nos dice algo acerca de su psiquis. Bajo una piel muy
sensible hay un alma muy sensible también (tener la piel fina), mientras
que una piel áspera nos hace pensar en un pellejo duro, una piel
sudorosa nos muestra la inseguridad y el miedo de nuestro oponente y la
piel colorada, la excitación. Con la piel nos rozamos y establecemos
contacto unos con otros. El contacto, ya sea un puñetazo o una caricia,
se establece por la piel. La piel puede romperse desde el interior (por
una inflamación, una erupción, un absceso) o desde el exterior (una
herida, una operación). En ambos casos, nuestra frontera es atacada. Uno
no siempre consigue salvar la piel.
Erupciones
En la erupción, algo
atraviesa la frontera, algo quiere salir. La forma más simple de
expresar esta idea nos la facilita el acné juvenil. En la pubertad,
aflora en el ser humano la sexualidad, pero casi siempre sus imperativos
son reprimidos con temor. La pubertad es un buen ejemplo de situación
conflictiva. En una fase de aparente tranquilidad, bruscamente, de unas
profundidades desconocidas, brota un nuevo deseo que, con una fuerza
irresistible, trata de hacerse un lugar en la conciencia y la vida de un
ser humano. Pero el nuevo impulso que nos acomete es desconocido e
insólito y nos atemoriza. A uno le gustaría eliminarlo y recobrar el
familiar estado anterior. Pero no es posible. No se puede dar marcha
atrás.
Y uno se encuentra en un
conflicto. La atracción de lo nuevo y el temor a lo nuevo tiran de uno
casi con igual fuerza. Todos los conflictos se desarrollan según este
esquema, sólo cambia el tema. En la pubertad, el tema se llama
sexualidad, amor, pareja. Despierta el deseo de hallar un oponente, el
Tú, el polo opuesto. Uno desea entrar en contacto con aquello que a uno
le falta, y no se atreve. Surgen fantasías sexuales, y uno se
avergüenza. Es muy revelador que este conflicto se manifieste como
inflamación de la piel. Y es que la piel es la frontera del Yo que uno
tiene que cruzar para encontrar el Tú. Al mismo tiempo, la piel es el
órgano con el que el ser humano entra en contacto con los demás, lo que
el otro puede tocar y acariciar. La piel tiene que gustar para que el
otro nos quiera.
Este tema candente hace
que la piel del adolescente se inflame, lo que señala tanto que algo
pugna por atravesar la frontera —una nueva energía que quiere salir—,
como que uno pretende impedírselo. Es el miedo al instinto recién
despertado. Por medio del acné uno se protege a sí mismo, porque el acné
obstaculiza toda relación e impide la sexualidad. Se abre un círculo
vicioso: la sexualidad no vivida se manifiesta en la piel como acné: el
acné impide el sexo. El reprimido deseo de inflamar al prójimo se
transforma en una inflamación de la piel. La estrecha relación existente
entre el sexo y el acné se demuestra claramente por el lugar de su
aparición; la cara y, en algunas chicas, el escote (a veces, también la
espalda). Las otras partes del cuerpo no son afectadas, ya que en ellas
el acné no tendría ninguna finalidad. La vergüenza por la propia
sexualidad se transforma en vergüenza por los granos.
Muchos médicos, contra el
acné recetan la píldora, y con buenos resultados. El fondo simbólico del
tratamiento es evidente: la píldora simula un embarazo y, desde el
momento en que «eso» parece haber ocurrido, el acné desaparece:
ya no hay nada que evitar. Generalmente, el acné cede también a los
baños de sol y mar, mientras que cuanto más se cubre uno el cuerpo más
se agrava. La «segunda piel» que es la ropa acentúa la inhibición
y la intangibilidad. El desnudarse, por el contrario, es el primer paso
de una apertura, y el sol sustituye de modo inofensivo el ansiado y
temido calor del cuerpo ajeno. Todo el mundo sabe que, en última
instancia, la sexualidad vivida es el mejor remedio contra el acné.
Todo lo dicho acerca de
la pubertad puede aplicarse, a grandes rasgos, a todas las erupciones
cutáneas. Una erupción siempre indica que algo que estaba reprimido
trata de atravesar la frontera y salir a la luz (al conocimiento). En la
erupción se muestra algo que hasta ahora no estaba visible. Ello también
indica por qué casi todas las enfermedades de la infancia, como el
sarampión, la escarlatina o la roséola, se manifiestan a través de la
piel. A cada enfermedad, algo nuevo brota en la vida del niño, por lo
que toda enfermedad infantil suele determinar un avance en el
desarrollo. Cuanto más violenta la erupción, más rápido es el proceso y
el desarrollo. La costra de leche de los lactantes denota que la madre
tiene poco contacto físico con la criatura, o que la descuida en el
aspecto emotivo. La costra de leche es expresión visible de esta pared
invisible y del intento de romper el aislamiento. Muchas veces, las
madres utilizan el eccema para justificar su íntimo rechazo del niño.
Suelen ser madres especialmente preocupadas por la «estética»,
que dan mucha importancia a la limpieza de la piel.
Una de las dermatosis más
frecuentes es la psoriasis. Se manifiesta en focos de inflamación de la
piel que se cubren de unas escamas de un blanco plateado. En la
psoriasis se incrementa exageradamente la fabricación de escamas de la
piel. Nos recuerda la formación del caparazón de algunos animales. La
protección natural de la piel se trueca en coraza: uno se blinda por los
cuatro costados. Uno no quiere que nada entre ni salga. Reich llama muy
acertadamente al resultado del deseo de aislamiento psíquico «blindaje
del carácter». Detrás de toda defensa hay miedo a ser heridos.
Cuanto más robusta la defensa y más gruesa la coraza, mayor es la
sensibilidad y el miedo.
Ocurre lo
mismo entre los animales: si a un crustáceo le quitamos el caparazón,
encontraremos una criatura blanda y vulnerable. Las personas
aparentemente más ariscas son en realidad las más sensibles. De todos
modos, el afán de proteger el alma con una coraza encierra un cierto
patetismo. Porque, si bien la coraza protege de las heridas, también
impide el acceso al amor y la ternura. El amor exige apertura, pero
entonces la defensa queda comprometida. El caparazón aparta al alma del
río de la vida y la oprime, y la angustia crece. Es cada vez más difícil
sustraerse a este círculo vicioso. Más tarde o más temprano, el ser
humano tendrá que resignarse a recibir la temida herida, para descubrir
que el alma no sucumbe, ni mucho menos. Hay que hacerse vulnerable, para
comprobar la propia resistencia. Este paso se produce sólo bajo presión
externa, aplicada ya por el destino y por la psicoterapia.
Si nos hemos extendido en
el comentario de la relación entre la vulnerabilidad y el blindaje es
porque, en el plano corporal, la psoriasis muestra esta relación: la
psoriasis llega a producir ulceración de la piel lo que aumenta el
peligro de infección. Con ello vemos cómo los extremos se tocan, cómo
vulnerabilidad y autodefensa ponen de manifiesto el conflicto entre el
deseo de compenetración y el miedo a la proximidad. Con frecuencia, la
psoriasis empieza por los codos. Y es que con los codos uno se abre
paso, en los codos uno se apoya. Precisamente en este punto se muestran
a un tiempo la callosidad y la vulnerabilidad. En la psoriasis,
inhibición y aislamiento llegan al extremo, por lo que obligan al
paciente, por lo menos corporalmente, a abrirse y hacerse vulnerable.
Prurito
El prurito es un fenómeno
que acompaña a muchas enfermedades de la piel (por ejemplo, urticaria),
pero que también puede presentarse solo, sin «causa» alguna. El
prurito o picor puede llevar a una persona a la desesperación;
continuamente tiene que rascarse algún lugar del cuerpo. El picor y el
rascarse también tienen idiomáticamente un significado psíquico: Al que
le pique que se rasque. Es decir, al que le «irrite». El picor,
con sus sensaciones asociadas de cosquilleo, irritación y ardor, tiene
connotaciones sexuales, pero no dejemos que la sexualidad nos haga pasar
por alto otros conceptos afines al tema. También, en el sentido
agresivo, se puede «picar» a alguien. Se trata, en suma, de un
estímulo que puede ser de índole sexual, agresiva o amorosa. Es un
estímulo que tiene una valoración ambivalente, que puede ser grato o
molesto, pero siempre excitante. La palabra latina prurigo significa,
además de picor, alegría y el verbo prurire significa picar.
El picor corporal indica
que, en el plano mental, algo nos excita, algo que, evidentemente, hemos
pasado por alto, o no habría tenido que manifestarse en forma de
prurito. Detrás del picor existe alguna pasión, un ardor, un deseo que
está pidiendo ser descubierto. Por eso nos obliga a rascar. El rascarse
es una forma suave de escarbar o cavar. Como se escarba y se cava en la
tierra para sacar algo a la luz, así el que tiene picores rasca su
superficie, su piel, en busca de lo que le pica, le hace cosquillas, le
excita y le irrita. Cuando lo encuentra, se siente aliviado. Es decir,
el prurito siempre anuncia algo que me pica, anuncia algo que no me deja
frío, algo que me hace cosquillas: una pasión ardiente, una exaltación,
un amor fogoso o, también, la llama de la ira. No es de extrañar que el
picor esté acompañado de erupciones cutáneas, manchas rojas e
inflamaciones. El lema es: rascar en la conciencia hasta encontrar qué
es lo que pica.
ENFERMEDADES DE LA PIEL
En las enfermedades de
la piel y erupciones, preguntar:
1.
¿Me aíslo excesivamente?
2.
¿Cómo llevo mi capacidad de contacto?
3.
¿No reprimo con mi actitud distante, el deseo de compenetración?
4.
¿ Qué es lo que está tratando de salir a la luz? (Sexualidad,
instinto, pasión, agresividad, entusiasmo.)