En esa jerarquía que aún podría prolongarse hacia uno y otro lado,
cada unidad individual (célula, órgano, individuo) está siempre en
conflicto entre la vida propia personal y la supeditación a los
intereses de la unidad superior. Cada organización compleja
(Humanidad, Estado, órgano) se basa para su buen funcionamiento en
que la mayoría de las partes se sometan a la idea común y la sirvan.
Normalmente, todo sistema soporta la separación de algunos de sus
miembros sin peligro para la totalidad. Pero existe un límite y, si
éste es superado, el conjunto corre peligro.
Un Estado puede apartar a
unos cuantos ciudadanos que no trabajen, que tengan un comportamiento
antisocial o que combatan al Estado. Pero, cuando este grupo que no se
identifica con los objetivos del Estado crece y alcanza una magnitud
determinada, constituye un peligro para el todo y, si llega a conseguir
la superioridad, puede poner en peligro la existencia del todo. Desde
luego, el Estado tratará durante mucho tiempo de protegerse contra este
crecimiento y de defender su propia existencia, pero cuando estos
intentos fracasen su caída es segura. La mejor política consiste en
atraer a los grupitos de ciudadanos disidentes a los objetivos del bien
común, proporcionándoles buenos incentivos. A la larga, la represión
violenta o la expulsión casi nunca tienen éxito sino que favorecen el
caos. Desde el punto de vista del Estado, las fuerzas opositoras son
enemigos peligrosos que no tienen más objetivo que destruir el orden y
propagar el caos.
Esta visión es correcta,
pero sólo desde este punto de vista. Si preguntáramos a los insurgentes
oiríamos otros argumentos no menos correctos, desde su punto de vista.
Lo cierto es que ellos no se identifican con los objetivos y conceptos
de su Estado sino que propugnan sus propias ideas e intereses que
quieren ver realizados. El Estado quiere obediencia y los grupos quieren
libertad para realizar sus propias ideas. Se puede comprender a unos y
otros, pero no es fácil dar gusto a ambos al mismo tiempo sin hacer
sacrificios.
No se trata aquí de
desarrollar teorías ni de exponer creencias sociopolíticas sino de
describir el proceso del cáncer en otro plano, a fin de ensanchar un
poco el ángulo desde el que suele contemplarse. El cáncer no es un hecho
aislado que se presenta únicamente bajo las formas así denominadas sino
un proceso muy diferenciado e inteligente que debería ocupar a los seres
humanos en todos los planos. En casi todas las demás enfermedades
sentimos cómo el cuerpo combate, con las medidas adecuadas, una anomalía
que amenaza una función. Si lo consigue, hablamos de curación (que puede
ser completa o no). Si no lo consigue y sucumbe en el intento, es la
muerte.
Pero con el cáncer
experimentamos algo totalmente distinto: el cuerpo ve cómo sus células,
cada vez en mayor número, alteran su comportamiento y, mediante una
activa división, inician un proceso que en sí no conduce a ningún fin y
que únicamente encuentra sus límites en el agotamiento del huésped
(terreno nutricio). La célula cancerosa no es, como por ejemplo los
bacilos, los virus o las toxinas, algo que viene de fuera a atacar el
organismo sino que es una célula que hasta ahora realizaba su actividad
al servicio de su órgano y, por consiguiente, al servicio del organismo
en su conjunto, a fin de que éste tuviera las mejores posibilidades de
supervivencia. Pero, de pronto, la célula cambia de opinión y deja de
identificarse con la comunidad. Empieza a desarrollar objetivos propios
y a perseguirlos con ahínco. Da por terminada la actividad al servicio
de un órgano determinado y pone por encima de todo la propia
multiplicación. Ya no se comporta como miembro de un ser multicelular
sino que retrocede a una etapa anterior de vida unicelular. Se da de
baja de su asociación celular y con una multiplicación caótica, se
extiende rápida e implacablemente, cruzando todas las fronteras
morfológicas (infiltración) y estableciendo puestos estratégicos
(metástasis). Utiliza la comunidad celular, de la que se ha desprendido,
para su propia alimentación. El crecimiento y multiplicación de las
células cancerosas es tan rápido que a veces los vasos sanguíneos no dan
abasto para alimentarlas. En tal caso, las células cancerosas prescinden
de la oxigenación y pasan a la forma de vida más primitiva de la
fermentación. La respiración depende de la comunidad (intercambio)
mientras que la fermentación puede realizarla cada célula por sí sola.
Esta triunfal
proliferación de las células cancerosas termina cuando ha consumido
literalmente a la persona a la que ha convertido en su suelo nutricio.
Llega un momento en el que la célula cancerosa sucumbe a los problemas
de abastecimiento. Hasta este momento, prospera.
Queda la pregunta de por
qué la que fuera excelente célula hace todas estas cosas. Su motivación
debería ser fácil de explicar. En su calidad de miembro obediente del
individuo multicelular sólo tenía que realizar una actividad prescrita
que era útil al multicelular para su supervivencia. Era una de tantas
células que tenía que realizar un trabajo poco atractivo «por cuenta
ajena». Y lo hizo durante mucho tiempo. Pero, en un momento dado el
organismo perdió su atractivo como marco para el propio desarrollo de la
célula. Un unicelular es libre e independiente, puede hacer lo que
quiera, y con su facultad de multiplicación, puede hacerse inmortal. En
su calidad de miembro de un organismo multicelular, la célula era mortal
y esclava. ¿Tan raro es que la célula recuerde su libertad de antaño y
regrese a la existencia unicelular, a fin de conquistar por sí misma la
inmortalidad? Somete a la comunidad a sus propios intereses y, con
implacable perseverancia, empieza a labrarse un futuro de libertad.
Es un proceso próspero
cuyo defecto no se descubre hasta que ya es tarde, es decir, cuando uno
se da cuenta de que el sacrificio del otro y su utilización como tierra
nutricia acarrea también la propia muerte. El comportamiento de la
célula cancerosa es satisfactorio únicamente mientras vive el casero, su
final significa también el fin del desarrollo del cáncer.
Aquí reside el pequeño
pero trascendental error en el concepto de la realización de la libertad
y la inmortalidad. Uno se retira de la antigua comunidad y no se da
cuenta de que la necesita hasta que ya es tarde. Al ser humano no le
hace gracia dar su vida por la vida de la célula cancerosa, pero la
célula del cuerpo tampoco daba su vida con gusto por el ser humano. La
célula cancerosa tiene argumentos tan buenos como los del ser humano,
sólo que su punto de vista es otro. Ambos quieren vivir y hacer realidad
sus ansias de libertad. Ambos están dispuestos a sacrificar al otro para
conseguirlo. En el «ejemplo del Estado» ocurría algo parecido. El Estado
quiere vivir y hacer realidad su ideología, un par de disidentes también
quieren vivir y hacer realidad sus ideas. En un principio, el Estado
trata de eliminar a los disidentes. Si no lo consigue, los
revolucionarios sacrifican al Estado. Ninguna de las partes tiene
piedad. El individuo extirpa, irradia y envenena las células cancerosas
mientras puede, pero si ganan ellas aniquilan al cuerpo. Es el eterno
conflicto de la Naturaleza: comer o ser comido. Sí, el ser humano se da
cuenta de la implacabilidad y la miopía de las células cancerosas, pero
¿ve también que él se comporta del mismo modo, que nosotros, los
humanos, tratamos de asegurar nuestra supervivencia por el mismo
procedimiento que utiliza el cáncer?
Aquí está la clave del
cáncer. No es casualidad que prolifere tanto en nuestra época ni que se
le combata con tanto empeño y tan poco éxito. (¡Las investigaciones del
oncólogo norteamericano Hardin B. Jones indican que la esperanza de vida
de los pacientes no tratados parece mayor que la de los pacientes
tratados!) La enfermedad del cáncer es expresión de nuestra época y de
nuestra ideología colectiva. Experimentamos en nosotros como cáncer sólo
aquello que nosotros mismos vivimos. Nuestra época está caracterizada
por la expansión implacable y la persecución de los propios intereses.
En la vida política, económica, «religiosa» y privada, el ser
humano trata de extender sus propios objetivos e intereses sin
miramientos sobre las fronteras (morfología), establecer puestos
estratégicos para favorecer sus intereses (metástasis) y hacer
prevalecer exclusivamente sus ideas y objetivos utilizando a todos los
demás en beneficio propio (parasitismo).
Todos argumentamos como
la célula cancerosa. Nuestro crecimiento es tan rápido que también
nosotros tenemos problemas de abastecimiento. Nuestros sistemas de
comunicación se extienden por todo el mundo, pero a veces falla la
comunicación con nuestro vecino o con nuestra pareja. El ser humano
tiene tiempo libre, pero no sabe qué hacer con él. Producimos alimentos
y luego los destruimos, para manipular los precios. Podemos dar la
vuelta al mundo cómodamente, pero no nos conocemos a nosotros mismos. La
filosofía de nuestro tiempo no conoce otro objetivo que el crecimiento y
el progreso. El ser humano trabaja, experimenta, investiga, ¿para qué?
¡Por el progreso! ¿Qué objetivo tiene el progreso? ¡Más progreso! La
Humanidad va en un viaje sin destino. Constantemente se fija cada vez
nuevos objetivos, para no desesperar. La ceguera del hombre de nuestro
tiempo no tiene nada que envidiar a la ceguera de la célula del cáncer.
A fin de favorecer la expansión económica, durante décadas el hombre
utilizó el medio ambiente como un suelo nutricio y hoy comprueba
«consternado» que la muerte del huésped significa también la muerte
propia. Los seres humanos consideran todo el mundo su suelo nutricio:
plantas, animales, minerales. Todo está ahí únicamente para que nosotros
podamos extendernos sobre toda la Tierra.
¿De dónde sacan los
hombres que así se comportan el valor y la desfachatez para quejarse del
cáncer? ¡Si no es más que nuestro espejo! Él nos muestra nuestra
conducta, nuestros argumentos y también el final del camino.
No hay que vencer el
cáncer, sólo hay que comprenderlo, para poder comprendernos a nosotros
mismos. ¡Pero los seres humanos siempre tratan de romper el espejo
cuando no les gusta su cara! Los seres humanos tienen cáncer porque son
cáncer.
El cáncer es nuestra gran
oportunidad para ver en él nuestros vicios mentales y equivocaciones.
Por lo tanto intentemos descubrir los puntos débiles de ese concepto que
tanto el cáncer como nosotros utilizamos como ideología. En última
instancia, el cáncer naufraga por la polarización «Yo o la comunidad».
Él sólo ve esta disyuntiva y se decide por la propia supervivencia,
independiente del entorno para comprender demasiado tarde que él depende
del entorno. Le falta la conciencia de una unidad mayor y más completa.
Él sólo ve la unidad en su propia limitación. Esta falta de comprensión
de la unidad es algo que las personas tienen en común con el cáncer.
También el individuo se limita en su propia mente, marcando ante todo la
división entre Yo y Tú. Se piensa en «unidades» sin advertir que
es un concepto aberrante. La unidad es la suma de todo lo que es y no
conoce nada fuera de sí. Si se divide la unidad, se forma la
multiplicidad, pero esta multiplicidad sigue siendo, a fin de cuentas,
parte integrante de la unidad.
Cuanto más se aísla un
ego más pierde la conciencia del todo de que él sólo es una parte. El
ego concibe la ilusi6n de poder hacer algo «por sí solo». Pero el
verdadero aislamiento del resto del universo no existe. Es algo que sólo
puede imaginar nuestro Yo. En la medida en que el Yo se aísla, el ser
humano pierde la «religión», la trabazón con el principio del
Ser. Después el Ego trata de satisfacer sus necesidades y nos traza el
camino a seguir. Al Yo le resulta grato todo aquello que favorece la
separación, que sirve a la diferenciación, porque con cada acentuación
de los límites se percibe más claramente a sí mismo. El Ego sólo tiene
miedo de la unión con el todo, porque eso presupone su muerte. El Ego
defiende su existencia con ahínco, con inteligencia y buenos argumentos,
utilizando las teorías más sacrosantas y los prop6sitos más nobles,
cualquier cosa con tal de sobrevivir.
Y así se crean objetivos
que no son tales objetivos. El progreso como objetivo es absurdo, ya que
no tiene punto final. Un objetivo auténtico sólo puede consistir en una
transformación del estado anterior, pero no en la simple continuación de
algo que ya existe. Nosotros, los humanos, estamos en la polaridad, ¿de
qué nos sirve un objetivo que sólo sea polar? Ahora bien, si el objetivo
es la «unidad», ello significa una cualidad del Ser totalmente
diferente de la que experimentamos en la polaridad. Al individuo que
está en la cárcel no se le motiva proponiéndole otra cárcel, aunque ésta
sea un poco más cómoda; pero la libertad es un paso cualitativamente
mucho más importante. Ahora bien, el objetivo de la «unidad» sólo
puede alcanzarse sacrificando el Yo, porque mientras haya un Yo habrá un
Tú y seguiremos en la polaridad. Para «renacer en espíritu» antes
hay que morir y esta muerte afecta al Yo. Rumi, el místico islámico,
condensa graciosamente el tema en este cuento:
«Un hombre
llamó a la puerta de la amada. Una voz preguntó: "¿Quién es?" "Soy yo",
respondió él. Y la voz dijo: "Aquí no hay sitio suficiente para mí y
para ti" Y la puerta siguió cerrada. Al cabo de un año de soledad y
añoranza, el hombre volvió a llamar a la puerta. Una voz preguntó desde
dentro: "¿Quién es?" "Eres tú", respondió el hombre. Y la puerta se
abrió.»
Mientras nuestro Yo luche
por la vida eterna, seguiremos fracasando como la célula del cáncer. La
célula del cáncer se diferencia de la célula corporal por la
sobrevaloración de su Ego. En la célula, el núcleo hace las veces de
cerebro. En la célula cancerosa, el núcleo adquiere más y más
importancia y, por lo tanto, aumenta de tamaño (el cáncer se diagnostica
también por la alteración morfológica del núcleo de la célula). Esta
alteración del núcleo equivale a la hiperacentuación del pensamiento
cerebral egocéntrico que marca nuestra época. La célula cancerosa busca
su vida eterna en la proliferación y expansión material. Ni el cáncer ni
el ser humano han comprendido todavía que buscan en la materia algo que
no está ahí, la vida. Se confunde el contenido con la forma y con la
multiplicación de la forma, se trata de conseguir el codiciado
contenido. Pero ya Jesús advirtió: «El que quiera conservar la vida
la perderá.»
Por lo tanto, todas las
escuelas iniciáticas enseñan desde tiempo inmemorial el camino opuesto:
sacrificar la forma para recibir el contenido o, en otras palabras: el
Yo debe morir para que podamos volver a nacer en el Ser. Desde luego el
Ser no es mi ser, sino el Ser. Es el punto central que está en todo. El
Ser no posee un ser diferenciado, puesto que abarca todo lo que es. Y
por fin aquí huelga la pregunta: «¿Yo o los otros?» El ser no
reconoce a otro, porque es todo uno. Este objetivo, naturalmente,
resulta peligroso para el Ego y poco atractivo. Por ello no debemos
admirarnos que el Ego haga todo lo que puede por cambiar este objetivo
de la unión con el todo por el objetivo de un Ego grande, fuerte, sabio
e iluminado. La mayoría de los peregrinos, tanto los que siguen el
camino esotérico como los que eligen el religioso, fracasan porque
tratan de alcanzar con su Yo el objetivo de la salvación o la
iluminación. Muy pocos son los que comprenden que su Yo, con el que aún
se identifican, nunca puede ser iluminado ni redimido.
El
objetivo supremo exige siempre Sacrificio del Yo, la Muerte del Ego.
Nosotros no podemos redimir nuestro Yo, sólo podemos desprendernos de él
y entonces estamos salvados. El miedo que en este momento suele sentirse
a no ser en adelante, sólo confirma lo mucho que nos identificamos con
nuestro Yo y lo poco que sabemos de nuestro Ser. Y precisamente aquí
está la posibilidad de solución de nuestro problema con el cáncer.
Cuando al fin, lenta y gradualmente, aprendemos a cuestionarnos nuestra
obsesión por el Yo y nuestro afán de diferenciarnos, y nos decidimos a
abrirnos, empezamos a vivir como parte del todo y también a asumir
responsabilidad por el todo. Entonces comprendemos que el bien del todo
y nuestro bien son el mismo porque nosotros somos uno con todo (pars pro
toto). También cada célula recibe toda la información genética del
organismo. ¡Ella sólo debe comprender que, en realidad, ella es el Todo!
«Microcosmos = Macrocosmos», nos enseña la filosofía hermética.
El vicio mental reside en
la diferenciación entre Yo y Tú. Así se crea la ilusión de que uno puede
sobrevivir como Yo sacrificando al Tú y utilizándolo como suelo
nutricio. En realidad, la suerte del Yo y del Tú, de la Parte y el Todo,
no puede separarse. La muerte que la célula cancerosa produce en el
organismo es también su propia muerte, del mismo modo que, por ejemplo,
la muerte del medio ambiente trae consigo nuestra propia muerte. Pero la
célula del cáncer cree en un Exterior separado de ella, lo mismo que los
seres humanos creen en un Exterior. Esta creencia es mortal. El remedio
se llama amor. El amor cura porque suprime las barreras y deja entrar al
otro para formar la unidad. El que ama no coloca su Yo en primer lugar
sino que experimenta una unidad mayor. El que ama siente con el amado
como si fuera él mismo. Esto no sólo vale para el amor humano. El que
ama a un animal no puede contemplarlo desde el punto de vista del
ganadero. No nos referimos a un pseudoamor sentimental sino a ese estado
que realmente hace sentir algo de la unión de todo lo que es y no esa
actuación con la que con frecuencia uno trata de neutralizar sus
inconscientes sentimientos de culpabilidad por las propias agresiones
reprimidas, por medio de «buenas obras» y de un exagerado
«amor a los animales».
El cáncer no muestra amor
vivido, el cáncer es amor pervertido:
El amor
salva todas las fronteras y barreras.
En el
amor se unen y funden los opuestos.
El amor
es la unión con todo, se hace extensivo a todo y no se detiene ante
nada.
El amor
no teme la muerte, porque el amor es vida.
El que no
vive este amor en su conciencia corre peligro de que su amor pase a lo
corporal y trate de imponer ahí sus leyes en forma de cáncer.
También
la célula cancerosa salva todas las fronteras y barreras. El cáncer pasa
por alto la individualidad de los órganos.
También
el cáncer se extiende por todas partes y no se detiene ante nada
(metástasis).
Tampoco
las células cancerosas temen a la muerte.
El cáncer
es amor en el plano equivocado. La perfección y la unión sólo pueden
realizarse en el espíritu y no en la materia, porque la materia es la
sombra del espíritu. Dentro del mundo transitorio de las formas, el ser
humano no puede realizar lo que pertenece a un plano imperecedero. A
pesar de todos los esfuerzos de los que aspiran a mejorar el mundo,
nunca existirá un mundo perfectamente sano, sin conflictos ni problemas,
sin fricciones ni disputas. Nunca existirá el ser humano completamente
sano, sin enfermedad ni muerte, nunca existirá el amor que todo lo
abarca, porque el mundo de las formas vive de las fronteras. Pero todos
los objetivos pueden realizarse —por todos y en todo momento— por el que
descubre la falsedad de las formas y en su conciencia es libre.