Decíamos que la postura interna y la postura externa se corresponden
y que esta analogía se expresa en muchas frases hechas: hay personas
rectas y derechas y también las hay que se doblegan con facilidad;
conocemos a gente rígida e inflexible y a los que se arrastran
fácilmente; a más de uno le falta rectitud. Pero también se puede
tratar de modificar artificialmente la firmeza externa a fin de
simular una firmeza interna. Por eso el padre dice al hijo:
«¡Ponte derecho!», o: «¿Es que no puedes erguir la espalda?» Y
así se entra en el juego de la hipocresía.
Después, es el Ejército
el que ordena a sus soldados: «¡Firmes!» Aquí la situación se
hace grotesca. El soldado tiene que erguir el cuerpo pero interiormente
debe doblegarse. Desde siempre, el Ejército se ha empeñado en cultivar
la firmeza externa a pesar de que, desde el punto de vista estratégico
es, sencillamente, una idiotez. Durante el combate, de nada sirve marcar
el paso ni cuadrarse. Se necesita cultivar la firmeza externa únicamente
para deshacer la correspondencia natural entre la firmeza interna y la
externa. La inestabilidad interna de los soldados aflora en el tiempo
libre, después de una victoria y en ocasiones parecidas. Los
guerrilleros no tienen esa actitud marcial, pero poseen una
identificación interna con su misión. La efectividad aumenta
considerablemente con la firmeza interior y disminuye con la simulación
de una firmeza artificial. Comparemos la rígida actitud de un soldado
que permanece con todas sus articulaciones bien rígidas con la del cow–boy,
que nunca sacrificaría su libertad de movimientos bloqueándose las
articulaciones. Esa actitud abierta, en la que el individuo se sitúa en
su propio centro, la encontramos también en el Tai Chi.
Toda postura que no
refleja la esencia interior de una persona nos parece forzada. Por otra
parte, por su postura natural podemos reconocer a una persona. Si la
enfermedad obliga al individuo a adoptar una postura determinada que
voluntariamente nunca asumiría, tal postura revela una actitud interna
que no ha sido vivida, nos indica contra qué se rebela el individuo.
Al observar a una
persona, hemos de distinguir si se identifica con su postura externa o
si tiene que adoptar una postura forzada. En el primer caso, la postura
refleja su identidad consciente. En el segundo, en la rigidez de la
postura se manifiesta una zona de sombra que él no aceptaría
voluntariamente. Así, la persona que va por el mundo erguida, con la
frente alta, muestra cierta inabordabilidad, orgullo, altivez y
rectitud. Esta persona podrá, pues, identificarse perfectamente con
todas estas cualidades. Nunca las negaría.
Algo muy distinto ocurre,
por ejemplo, con el mal de Bechterew, con la típica forma de tallo de
bambú de la columna vertebral. Aquí se somatiza un egocentrismo no
asumido conscientemente por el paciente y una inflexibilidad no
reconocida. En el morbus Bechterew, con el tiempo, la columna vertebral
se calcifica de arriba abajo, la espalda se pone rígida y la cabeza se
inclina hacia delante, ya que la sinuosidad de la columna vertebral en
forma de S ha sido eliminada o invertida. El paciente no tendrá más
remedio que admitir lo rígido e inflexible que es en realidad. Análoga
problemática se expresa con la desviación de la columna: en la giba se
manifiesta una humildad no asumida.
Lumbago y
ciática
Con la
presión, los discos de cartílagos situados entre las vértebras,
especialmente los de la zona lumbar, son desplazados lateralmente y
comprimen nervios, provocando distintos dolores, como ciática, lumbago,
etc. El problema que revela este síntoma es la sobrecarga. Quien toma
mucho sobre sus hombros y no se da cuenta de este exceso, siente esta
presión en el cuerpo en forma de dolor de espalda. El dolor obliga al
individuo a descansar, ya que todo movimiento, toda actividad, causa
dolor. Muchos tratan de eliminar esta justa regulación con analgésicos,
a fin de proseguir sus habituales actividades sin obstáculos. Pero lo
que habría que hacer es aprovechar la oportunidad para reflexionar con
calma sobre por qué se ha sobrecargado uno tanto, para que la presión se
haya hecho tan grande. Cargar demasiado revela afán de aparentar
grandeza y laboriosidad, a fin de compensar con los hechos un
sentimiento de inferioridad.
Detrás de las grandes
hazañas, siempre hay inseguridad y complejo de inferioridad. La persona
que se ha encontrado a sí misma no tiene que demostrar nada sino que
puede limitarse a ser. Pero, detrás de todos los grandes (y pequeños)
hechos y gestas de la Historia, siempre hay personas que fueron
impulsadas a la grandeza externa por un sentimiento de inferioridad. Con
sus actos, estas personas quieren demostrar algo al mundo, aunque en
realidad nadie les exige ni espere de ellas tal demostración, excepto el
propio sujeto. Siempre se quiere demostrar algo, pero la pregunta es:
¿el qué? Quien se esfuerza mucho debería preguntarse lo antes posible
por qué lo hace, a fin de que el desengaño no sea muy grande. La persona
que es sincera consigo misma, hallará siempre la misma respuesta: para
que me lo reconozcan, para que me quieran. Desde luego, el deseo de amor
es la única motivación del esfuerzo que se conoce, pero este intento
siempre fracasa, ya que éste no es el camino para alcanzar el objetivo.
Porque el amor es gratuito, el amor no se compra. «Te querré si me
das un millón», o «Te querré si eres el mejor futbolista del mundo»,
son frases absurdas. El secreto del amor precisamente es no imponer
condiciones. El prototipo del amor lo encontramos, pues, en el amor
materno. Objetivamente, un bebé sólo representa para la madre molestias
e incomodidades. Pero a la madre no le parece así, porque ella quiere a
su bebé. ¿Por qué? No tiene respuesta. Si la tuviera no tendría amor.
Todos los seres humanos —consciente o inconscientemente— anhelan este
amor puro e incondicional que es sólo mío y que no depende de cosas
externas ni grandes hazañas.
Es complejo de
inferioridad creer que la propia persona no pueda ser admitida tal como
es. Entonces el individuo trata de hacerse querer, con su destreza, su
laboriosidad, su riqueza, su fama, etc. Utiliza estas trivialidades del
mundo exterior para congraciarse, pero aunque ahora le quieran, siempre
le quedará la duda de si se le quiere «sólo» por su trabajo, su fama, su
riqueza, etcétera. Se ha cerrado a sí mismo el camino del verdadero
amor. El reconocimiento de unos méritos no satisface el afán que indujo
al individuo a esforzarse por adquirirlos. Por ello es conveniente
afrontar conscientemente, a su debido tiempo, el sentimiento de
inferioridad: el que no quiera reconocerlo y siga imponiéndose grandes
esfuerzos sólo conseguirá empequeñecerse físicamente. El aplastamiento
de los discos le hace más pequeño y los dolores le obligan a encorvarse.
El cuerpo siempre dice la verdad.
La misión del disco es
dar movilidad y elasticidad. Si un disco es pellizcado por una vértebra
que ha sido castigada, nuestro cuerpo se agarrota y adoptamos una
postura forzada. Análogas manifestaciones observamos en el plano
psíquico. Una persona «agarrotada» no tiene flexibilidad: está
rígida, paralizada en una actitud forzada. Se libera a los discos
aprisionados por medio de la quiropráctica, se extrae a la vértebra de
su posición forzada y, por medio de una brusca sacudida o tirón, se le
da la posibilidad de recuperar una posición natural (solve et coagula).
También las almas pueden
desbloquearse como una articulación o una vértebra. Hay que darles una
sacudida fuerte y brusca para darles la posibilidad de reorientarse y
centrarse. Y los que sufren el bloqueo mental temen esta sacudida tanto
como los pacientes la mano del quiropráctico. En ambos casos, un fuerte
crujido indica el éxito.
Articulaciones
Las
articulaciones dan movilidad al ser humano. En las articulaciones se
manifiestan síntomas de inflamación y dolor con los movimientos y pueden
llegar a producir la parálisis. Cuando una articulación se paraliza, es
señal de que el paciente se ha bloqueado. Una articulación paralizada
pierde su función: si una persona se bloquea en un tema o sistema, éste
pierde también su función. Una nuca rígida indica la inflexibilidad de
su dueño. En la mayoría de casos, basta oír hablar a una persona para
descubrir la información de un síntoma. En las articulaciones, además de
inflamación y rigidez, se producen torceduras, distensiones, rebotaduras
y rotura de ligamentos. También el lenguaje de estos síntomas es
revelador, a saber: se puede dislocar un tema —botar a una persona—,
retorcer a otro —estar tenso o un poco descentrado—. No sólo se puede
reducir o enderezar una articulación sino también una situación o una
relación.
En general, para
enderezar una articulación, hay que dar un fuerte tirón situándola en
una posición límite o acentuar la posición forzada que pueda tener, a
fin de que, una vez rebasado el límite, pueda encontrar su justo medio.
Esta técnica tiene su paralelo en la psicoterapia. Si alguien se
encuentra paralizado en una situación límite, se le puede empujar en el
mismo sentido, hasta alcanzar el extremo del movimiento pendular, desde
el que pueda volver al centro. Es más fácil salir de una situación
forzada sumiéndose por completo en ese polo. Pero la cobardía coarta al
ser humano y la mayoría se encallan a la mitad de un polo. Las personas
se quedan atascadas en sus opiniones y formas de conducta y por eso hay
tan poca transformación. Pero cada polo tiene un valor límite, desde el
que se convierte en el polo opuesto. Por ello, de una fuerte tensión
puede pasarse fácilmente a la distensión (sistema Jakobson), también por
ello la física fue la primera de las ciencias exactas que descubrió la
metafísica y también por ello los movimientos pacifistas son militantes.
El ser humano tiene que encontrar el justo medio, pero el afán de
conseguirlo inmediatamente le hace quedarse en la mediocridad.
Pero también, de tanto
exasperar la movilidad, se expone uno a quedarse inmóvil. Las
alteraciones mecánicas de las articulaciones nos indican que hemos
abusado tanto de un polo, que hemos forzado tanto el movimiento en una
dirección que se impone rectificar. Uno ha ido demasiado lejos, ha
rebasado el límite y, por lo tanto, tiene que volverse hacia el otro
polo.
La medicina moderna
permite sustituir por prótesis determinadas articulaciones,
especialmente las de la cadera. Como ya dijimos al hablar de los
dientes, una prótesis siempre es una mentira, ya que simula lo que no
es. A la persona que, estando interiormente anquilosada, finge agilidad,
la afección de la cadera le obliga a rectificar imponiéndole sinceridad.
Esta corrección es neutralizada por medio de una articulación
artificial, otra mentira, y el cuerpo seguirá simulando agilidad.
Para hacerse una idea de
la falta de sinceridad que permite la medicina, imaginemos la siguiente
situación: supongamos que, con un sortilegio, pudiéramos hacer
desaparecer todas las prótesis y las modificaciones que el ser humano ha
introducido en su cuerpo: todas las gafas y lentes de contacto,
audífonos, articulaciones, dentaduras, las operaciones de cirugía
estética, los tornillos de los huesos, los marcapasos y demás hierros y
plásticos. El espectáculo sería dantesco.
Si después, con otro
sortilegio, anuláramos todos los triunfos de la medicina, nos
encontraríamos rodeados de cadáveres, tullidos, cojos, medio ciegos y
medio sordos. Sería un cuadro horrible, pero verdadero. Sería la
expresión visible del alma de las personas. Las artes médicas nos han
ahorrado esta visión horrenda, restaurando y completando el cuerpo
humano con toda suerte de prótesis, de modo que da la impresión de estar
completo. Pero, ¿y el alma? Aquí no ha cambiado nada; aunque no la
veamos, sigue estando muerta, ciega, sorda, rígida, agarrotada, tullida.
Por eso es tan grande el temor a la verdad. Es el caso del retrato de
Dorian Gray. Con manipulaciones externas, es posible conservar
artificialmente la hermosura y la juventud durante un tiempo, pero,
cuando uno descubre su verdadera faz interior, se asusta. Mejor sería
cuidar constantemente nuestra alma que limitarnos a atender el cuerpo,
porque el cuerpo es mortal y el espíritu, no.
Las afecciones reumáticas
Reuma es
una denominación genérica un tanto difusa que abarca una serie de
alteraciones dolorosas de los tejidos que se manifiestan principalmente
en las articulaciones y en la musculatura. El reuma siempre va unido a
la inflamación, la cual puede ser aguda o crónica. El reuma produce
hinchazón de los tejidos y los músculos y deformación y anquilosis de
las articulaciones. El dolor afecta la capacidad de movimientos y puede
llegar a producir la invalidez. Los dolores musculares y de las
articulaciones se manifiestan con mayor fuerza cuando el cuerpo ha
estado en reposo y disminuyen a medida que el paciente se mueve. Con el
tiempo, la inactividad produce atrofia de la musculatura y da un aspecto
fusiforme a la articulación.
La enfermedad suele
empezar por rigidez matinal y dolor en las articulaciones, que aparecen
hinchadas y rojas. Generalmente, las articulaciones son afectadas
simétricamente y el dolor pasa de las periféricas a las mayores. El
proceso es crónico y las anquilosis se acentúan gradualmente.
La enfermedad, por medio
de una anquilosis progresiva, produce una incapacidad que se acentúa
gradualmente. No obstante, el poliartrítico, en lugar de quejarse,
muestra gran paciencia y una sorprendente indiferencia hacia su mal.
El cuadro de la
poliartritis nos conduce al tema central de todas las enfermedades del
aparato locomotor: movimiento/reposo, respectivamente, agilidad y
rigidez. En los antecedentes de casi todos los pacientes reumáticos
encontramos una actividad y una movilidad extraordinarias. Practicaban
deportes de esfuerzo y competición, trabajaban mucho en la casa y el
jardín, desplegaban una actividad incansable y se sacrificaban por los
demás. Se trata, pues, de personas activas, ágiles e inquietas a las que
la poliartritis obliga a descansar por el procedimiento de la atrofia.
Da la impresión de que un exceso de movimiento y actividad es corregido
por medio de la rigidez.
A primera vista, esto
puede desconcertar, después de que hasta ahora no nos hemos cansado de
insistir en la necesidad de la modificación y el movimiento. La aparente
contradicción no se aclara hasta que recordamos que la enfermedad física
da sinceridad. Esto, en el caso de la poliartritis, significa que en
realidad estas personas estaban rígidas. La hiperactividad y movilidad
que mostraban antes de la enfermedad se limitaban a lo corporal, ámbito
en el que trataban de compensar la verdadera inmovilidad de la mente. La
misma palabra rigidez sugiere la idea de rigor y hasta de muerte.
Este concepto encaja en
el tipo del paciente poliartrítico cuyo perfil psicológico es bien
conocido, ya que la medicina psicosomática estudia a este tipo de
pacientes desde hace medio siglo. Hasta ahora, todos los investigadores
coinciden en que «los pacientes poliartríticos suelen ser muy
meticulosos y perfeccionistas y presentan un rasgo masoquista–depresivo
con gran espíritu de sacrificio y deseo de ayudar, unido a una actitud
ultramoralista y una propensión a la melancolía» (Brautigam). Estas
características denotan rigidez y terquedad, indican que se trata de
personas inflexibles e inmovilistas. Esta inmovilidad interior se
compensa con la práctica del deporte y una gran actividad corporal que,
en realidad, sólo pretende disimular (mecanismo de defensa) la
instintiva rigidez.
La frecuente práctica de
los deportes de competición por estos pacientes nos lleva a considerar
otra gran problemática: la agresividad. El reumático limita su
agresividad al plano motor, es decir, bloquea la energía de la
musculatura. Las mediciones experimentales de la electricidad muscular
del reumático indican claramente que cualquier clase de estímulos
provocan un aumento de la tensión muscular, especialmente de la
musculatura de las articulaciones. Estas mediciones ratifican la
sospecha de que el reumático se esfuerza por dominar los impulsos
agresivos que buscan expansión corporal. La energía no descargada se
queda en la musculatura de las articulaciones y produce inflamación y
dolor. Todo el dolor que el ser humano experimenta en la enfermedad, en
un principio, estaba destinado a otro. El dolor siempre es resultado de
un acto agresivo. Si yo descargo mi agresividad dando un puñetazo a
otro, mi víctima sentirá dolor. Pero si reprimo el impulso agresivo,
éste se vuelve contra mí y el dolor lo experimento yo (autoagresión). El
que sufre dolores debería preguntarse a quién estaban destinados en
realidad.
Entre las manifestaciones
reumáticas hay un síntoma muy concreto en el que, a causa de la
inflamación de los tendones de los músculos del antebrazo debajo del
codo, la mano se cierra formando un puño (epicondilitis crónica). La
forma del «puño apretado» denota la agresividad reprimida y el deseo de
«descargar un buen puñetazo sobre la mesa». Análoga tendencia a
apretar el puño se observa en la contractura de Dupuytren que impide
abrir la mano. La mano abierta es símbolo de paz. El ademán de agitar la
mano en señal de saludo se deriva de la costumbre de enseñar la mano
vacía en los encuentros, para demostrar que uno no llevaba armas y se
acercaba en son de paz. El mismo símbolo tiene el acto de «tender la
mano». Si la mano abierta expresa intenciones pacíficas y
conciliadoras, el puño cerrado indica hostilidad y agresividad.
El reumático no puede
realizar sus agresiones, o no las reprimiría y bloquearía; pero, puesto
que existen, producen en él un fuerte sentimiento de culpabilidad que se
traduce en generosidad y abnegación. Se produce una peculiar combinación
de altruismo y deseo de dominio del otro que ya Alejandro Magno definió
acertadamente como «benévola tiranía». Habitualmente, la enfermedad se
manifiesta cuando, en virtud de un cambio de vida, se pierde la
posibilidad de compensar los sentimientos de culpabilidad por medio del
servicio. También el abanico de los más frecuentes síntomas secundarios
muestra la importancia capital de la hostilidad reprimida; son ante todo
dolencias de estómago e intestinos, síntomas cardíacos, frigidez e
impotencia, acompañadas de angustia y depresión. La poliartritis afecta
casi al doble de mujeres que de hombres, y es que las mujeres tienen más
dificultades para asumir conscientemente sus impulsos agresivos.
La medicina naturista
atribuye el reúma a la acumulación de toxinas en los tejidos
conjuntivos. Las toxinas acumuladas simbolizan para nosotros problemas
no planteados, es decir, temas no digeridos que el individuo no ha
resuelto sino que ha almacenado en el subconsciente. Esto justifica el
ayuno como medida terapéutica*. Con la total supresión de la
alimentación externa, el organismo es obligado a practicar la autofagia
y quemar y procesar los «desechos corporales». Trasladado al
plano psíquico, este proceso es el planteamiento y reconocimiento de
temas que hasta el momento habían sido postergados y reprimidos. Pero el
reumático no quiere abordar sus problemas. Es muy rígido y muy
testarudo, está bloqueado. Tiene miedo de analizar su altruismo, su
espíritu de sacrificio, su abnegación, sus normas morales y su
ductilidad. Por lo tanto, su egoísmo, su inflexibilidad, su
inadaptación, su afán de dominio y su agresividad permanecen en la zona
de sombra y se infiltran en el cuerpo en forma de anquilosis y atrofia
que pondrán fin a la falsa generosida
Trastornos motores:
torticolis, calambres del escribiente
La
característica común a estos trastornos es que el paciente pierde
parcialmente el control de las funciones motrices que normalmente pueden
regirse por la voluntad. Determinadas funciones se escapan al control de
su voluntad y se desmandan, especialmente cuando el paciente se siente
observado o se encuentra en situaciones en las que quiere causar una
determinada impresión en los demás. Por ejemplo, en los casos de
tortícolis espasmódica, la cabeza se mueve lateralmente, con lentitud o
brusquedad. Generalmente, al cabo de unos segundos, puede volver a la
posición normal. Generalmente, y por extraño que parezca, basta la
simple presión de los dedos en la barbilla o un collarín para que el
paciente pueda mantener erguida la cabeza. Pero también el lugar que
ocupa la persona en la habitación influye en la posibilidad de controlar
el cuello. Si está de espaldas a la pared y puede apoyar en ella la
cabeza, no tendrá dificultad para prevenir el espasmo.
* Véase R. Dahlke,
Bewusst Fasten, Urania Waakirchen, 1980.
Esta particularidad, así como la influencia
en el síntoma de diversas circunstancias (otras personas), nos indican
que el problema básico de todos estos trastornos gravita en torno a los
polos seguridad / inseguridad. A diferencia de los movimientos
voluntarios, los trastornos motores, entre los que figuran también los
tics, desmienten la ostensible seguridad en sí mismo que exhibe el
individuo e indican que esta persona no sólo no posee seguridad sino que
carece incluso de control sobre sus propios movimientos. Siempre fue
muestra de decisión y valentía mirar a una persona a la cara y sostener
su mirada. Pero en esta situación al paciente aquejado de tortícolis
espasmódica se le ladea la cabeza sin que él pueda evitarlo. Ello hace
que tema más y más relacionarse con personas importantes o ser observado
en sociedad. El síntoma hace, pues, que se rehuyan ciertas situaciones.
Uno da la espalda a sus conflictos y deja de lado un aspecto del mundo.
Un cuerpo erguido obliga
al ser humano a mirar de frente las exigencias y los desafíos del mundo.
Pero si ladeamos la cabeza rehuimos esta confrontación. El individuo se
hace «parcial» y vuelve la cara para no ver lo que no quiere. Uno
empieza a ver las cosas «sesgadas», de «soslayo». A esta
visión sesgada y oblicua alude la expresión alemana de girar a alguien
la cabeza (hinchar la cabeza, manipular a una persona). Este atentado
mental tiene la finalidad de hacer perder a la víctima el dominio sobre
la dirección de su mirada y obligarla a seguirnos con los ojos y el
pensamiento.
Idénticos condicionantes
encontramos en el calambre del escribiente y en los calambres que
agarrotan los dedos de pianistas y violinistas. En la personalidad de
estos pacientes encontramos siempre una extrema ambición y un altísimo
nivel de exigencia. El individuo persigue escalar una posición social,
pero muestra una gran modestia. Sólo quiere impresionar por su trabajo
(buena caligrafía, esmerada interpretación musical). El síntoma del
calambre tónico de la mano nos hace sinceros: muestra el
«agarrotamiento» de nuestros esfuerzos y alardes y demuestra que en
realidad «no tenemos nada que decir (escribir)».
Morderse las uñas
Morderse
las uñas no es un trastorno motor, desde luego, pero por su similitud
puramente externa con estas afecciones lo hemos incluido en este grupo.
También el deseo de morderse las uñas se experimenta como un imperativo
que afecta al control puramente voluntario de la mano. El morderse las
uñas no sólo se presenta habitualmente como un síntoma transitorio en
niños y adolescentes sino también en adultos, y puede prolongarse
durante décadas. Este síntoma tiene difícil tratamiento. El carácter
psíquico del impulso de morderse las uñas está bien claro, y el
reconocimiento de esta motivación tendría que servir de ayuda a muchos
padres cuando este síntoma aparece en un niño. Porque las prohibiciones,
amenazas y castigos son las reacciones menos adecuadas.
Lo que en los seres
humanos llamamos uñas son en los animales las zarpas. Las zarpas sirven
ante todo para la defensa y el ataque, son instrumentos de agresión.
Sacar las uñas es una expresión que utilizamos en el mismo sentido que
enseñar los dientes. Las zarpas muestran la disposición para la lucha.
La mayoría de los animales de presa más evolucionados utilizan las
zarpas y los dientes como armas. ¡El acto de morderse las uñas es
castración de la propia agresividad! La persona que se muerde las uñas
tiene miedo de su propia agresividad y por ello, simbólicamente,
destruye sus armas. Mordiendo se descarga parte de la agresividad, pero
no la dirige exclusivamente contra sí mismo: uno se muerde su propia
agresividad.
Muchas mujeres adolecen
del síntoma de morderse las uñas, sobre todo porque admiran a las
mujeres que tienen las uñas largas y rojas. Las uñas largas, pintadas
del marcial color rojo, son un símbolo de agresividad especialmente
bello y luminoso: estas mujeres exhiben abiertamente su agresividad. Es
natural que sean envidiadas por las que no se atreven a reconocer su
agresividad ni mostrar sus armas. También querer tener uñas largas y
rojas es sólo la formulación externa del deseo de poder ser un día
francamente agresiva.
Cuando un niño se muerde
las uñas, ello indica que el niño pasa por una etapa en la que no se
atreve a proyectar hacia fuera su agresividad. En este caso, los padres
deberían preguntarse en qué medida, en su manera de educarlo o en su
propia conducta, reprimen ellos o valoran negativamente el
comportamiento agresivo. Habrá que procurar dar al niño la ocasión de
manifestar su agresividad sin sentirse culpable. Generalmente, este
comportamiento desencadenará ansiedad en los padres, ya que, si ellos no
hubieran tenido problemas de agresividad, ahora no tendrían un hijo que
se muerde las uñas. Por lo tanto, sería muy saludable para toda la
familia que los padres empezaran por reconocer su falta de sinceridad y
trataran de ver lo que se esconde tras la fachada de este
comportamiento. Cuando el niño, en lugar de respetar los temores de los
padres, aprenda a defenderse, ya habrá vencido prácticamente este
hábito. Pero los padres, mientras no estén dispuestos a rectificar, por
lo menos que no se lamenten de los trastornos y los síntomas de sus
hijos. Desde luego, los padres no tienen la culpa de los trastornos de
los hijos, pero los trastornos de los hijos reflejan los problemas de
los padres.
El tartamudeo
El don de
la palabra es fluido; hablamos de fluidez en el lenguaje, de estilo
fluido. En el tartamudeo el lenguaje no fluye sino que es machacado,
triturado, castrado. Lo que tiene que correr necesita espacio: si
tratáramos de hacer pasar un río por un tubo provocaríamos estancamiento
y presión, y el agua, en el mejor de los casos, saldría a presión pero
no fluiría. El tartamudo impide el flujo de la palabra estrangulándola
en la garganta. Ya hemos visto que lo angosto tiene relación con la
angustia. En el tartamudo la angustia está en la garganta. El cuello es
unión (en sí angosta) y puerta de comunicación entre el tronco y la
cabeza, entre abajo y arriba.
En este punto debemos
recordar todo lo que dijimos acerca de la jaqueca, del simbolismo entre
Abajo y Arriba. El tartamudo trata de estrechar todo lo posible el paso
del cuello, a fin de controlar mejor lo que pasa de abajo arriba o,
análogamente, lo que trata de pasar del subconsciente a la conciencia.
Es el mismo principio de defensa que encontramos en las viejas
fortificaciones, que sólo poseen pasos muy pequeños y bien controlables.
Estos accesos y puertas (pasos fronterizos, portillos, etc.) siempre
provocan la congestión e impiden la fluidez. El tartamudo se pone un
control en la garganta, porque tiene miedo de lo que viene de abajo y
pretende pasar a la conciencia, y lo estrangula en el cuello.
La expresión de cintura
para abajo señala la región «problemática e impura» del sexo. La cintura
es la línea divisoria entre la peligrosa zona baja y la limpia parte
superior. Esta divisoria se le ha subido al tartamudo al cuello, porque
para él todo el cuerpo es zona peligrosa y sólo la cabeza es clara y
limpia. Al igual que el propenso a las jaquecas, el tartamudo traslada
su sexualidad a la cabeza, y se convulsiona tanto arriba como abajo. La
persona no quiere soltarse, no quiere abrirse a las exigencias y los
instintos del cuerpo cuya presión se hace más fuerte y más angustiosa
cuanto más se reprime. Luego, a su vez, el síntoma del tartamudeo se
aduce como causa de dificultades de contacto y comunicación, y aquí se
cierra el círculo vicioso.
Por efecto de la misma confusión, en los niños tartamudos se
interpreta la timidez como consecuencia del tartamudeo. Pero el
tartamudeo es únicamente manifestación de retraimiento: el niño se
retrae y ello se muestra en el tartamudeo. El niño tartamudo se siente
cohibido por algo y teme soltarlo, darle libre curso. Y, para mejor
controlar lo que dice, estrecha el paso. Si uno quiere atribuir esta
inhibición a la agresividad o la sexualidad reprimidas o, por tratarse
de un niño, prefiere otras expresiones es indiferente.