Recordemos esto la próxima vez que nos veamos en la desagradable
necesidad de despedir a un empleado.
"Despedir empleados no es muy divertido. Ser despedido lo es menos
todavía -dice una carta que me escribió Marshall A. Granger,
contador público-. Nuestro negocio trabaja según las temporadas. Por
lo tanto, tenemos que despedir a muchos empleados en marzo.
"En
nuestra profesión es cosa ya sabida que a nadie le agrada ser el
verdugo. Por consiguiente, se adoptó la costumbre de acabar lo
antes posible, generalmente así:
"-Siéntese, Sr. Fulano. Ha terminado la temporada y parece que ya no
tenemos trabajo para usted. Claro está que usted sabía que lo íbamos
a ocupar durante la temporada... etcétera.
"El
efecto que se causaba en los empleados era de decepción, la
sensación de que se los había `dejado en la estacada'. Casi todos
ellos eran contadores permanentes y no conservaban cariño alguno por
una casa que los dejaba en la calle con tan pocas contemplaciones.
"Yo
decidí hace poco despedir a nuestros empleados extraordinarios con
un poco más de tacto y consideración. He llamado a cada uno a mi
despacho, después de considerar cuidadosamente el trabajo rendido
durante el invierno. Y les he dicho algo así:
"-Sr.
Fulano; ha trabajado usted muy bien (si así ha sido). La vez que lo
enviamos a Newark tuvo una misión difícil. No obstante, la cumplió
usted con grandes resultados, y queremos hacerle saber que la casa
se siente orgullosa de usted. Progresará mucho, dondequiera que
trabaje. La casa cree en usted, y no queremos que lo olvide.
"El
efecto obtenido es que los empleados despedidos se marchan con la
sensación de que no se los `deja en la estacada'. Saben que si
tuviéramos trabajo para ellos los conservaríamos. Y cuando los
necesitamos nuevamente, vienen con gran afecto personal."
En
una sesión de nuestro curso, dos alumnos hablaron ejemplificando
los aspectos negativos y positivos de permitir que la otra persona
salve su prestigio.
Fred
Clark, de Harrisburg, Pennsylvania, contó un incidente que había
tenido lugar en su compañía:
-En
una de nuestras reuniones de producción, un vicepresidente le hacía
preguntas muy insistentes a uno de nuestros supervisores de
producción, respecto de un proceso determinado. Su tono de voz era
agresivo, y se proponía demostrar fallas en la actuación de este
supervisor. Como no quería quedar mal delante de sus compañeros, el
supervisor era evasivo en sus respuestas. Esto hizo que el
vicepresidente perdiera la paciencia, le gritara al supervisor y lo
acusara de mentir.
"En
unos pocos momentos se destruyó toda la buena relación de trabajo
que hubiera podido existir antes del encuentro. A partir de ese
momento este supervisor, que básicamente era un buen elemento, dejó
de ser de toda utilidad para nuestra compañía. Pocos meses después
abandonó nuestra firma y fue a trabajar para un competidor, donde
según tengo entendido ha hecho una espléndida carrera."
Otro
participante de la clase, Anna Mazzone, contó un incidente similar
que había tenido lugar en su trabajo ... ¡pero con qué diferente
enfoque y resultados! La señorita Mazzone, especialista en mercado
de una empresa empacadora de alimentos, recibió su primera tarea de
importancia: la prueba de mercado de un producto nuevo. Le contó a
la clase:
-Cuando llegaron los resultados de la prueba, me sentí morir. Había
cometido un grave error en la planificación, y ahora toda la prueba
tendría que volver a hacerse. Para empeorar las cosas, no tenía
tiempo de exponerle la situación a mi jefe antes de la reunión de
esa mañana, en la que debía informar de este proyecto. "Cuando me
llamaron para dar el informe, yo temblaba de pavor. Había hecho
todo lo posible por no derrumbarme, pero resolví que no lloraría y
no les daría ocasión a todos esos hombres de decir que las mujeres
no pueden recibir tareas de responsabilidad por ser demasiado
emocionales. Di un informe muy breve, diciendo que debido a un
error tendría que repetir todo el estudio, cosa que haría antes de
la próxima reunión. Me senté, esperando que mi jefe estallara.
"Pero
no lo hizo: me agradeció mi trabajo y observó que no era infrecuente
que alguien cometiera un error la primera vez que se le asignaba una
tarea de importancia, y que confiaba en que el informe final sería
correcto y útil para la compañía. Me aseguró, delante de todos mis
colegas, que tenía fe en mí, y sabía que yo había puesto lo mejor de
mí, y que el motivo de esta falla era mi falta de experiencia, no mi
falta de capacidad.
"Salí
de esa reunión caminando en las nubes, y juré que nunca
decepcionaría a ese extraordinario jefe que tenía."
Aún
cuando tengamos razón y la otra persona esté claramente equivocada,
sólo haremos daño si le hacemos perder prestigio.