"La
persona común -escribe Samuel Vauclain, presidente de la Baldwin
Locomotive Works- puede ser llevada fácilmente si se obtiene su
respeto y se le muestra respeto por alguna clase de capacidad suya."
En
suma, si quiere usted que una persona mejore en cierto sentido,
proceda como_si ese rasgo particular fuera una de sus
características sobresalientes. Shakespeare dijo: "Asume una
virtud si no la tienes". Y lo mismo se puede presumir con respecto
a los demás y afirmar abiertamente que tiene aquella virtud que uno
quiere desarrollar en él. Désele una reputación, y se le verá
hacer esfuerzos prodigiosos antes de desmentirla.
Georgette Leblanc, en su libro “Recuerdos.
Mi vida con Maeterlinck”,
describe la asombrosa transformación de una humilde Cenicienta
belga.
"Una
sirvienta de un hotel cercano me llevaba las comidas. Se llamaba
Marie, la Lavaplatos, porque había comenzado su carrera como
ayudante de cocina. Era una especie de monstruo, bizca, de piernas
combadas, pobre en carne y en espíritu.
"Un
día en que me acercaba con sus rojas manos un plato de fideos, le
dije a boca de jarro:
"-Marre,
no sabe usted qué tesoros tiene ocultos. "Acostumbrada a dominar sus
emociones, Marie esperó unos momentos, sin atreverse a hacer un
gesto por temor a una catástrofe. Por fin dejó el plato en la mesa,
suspiró y exclamó ingenuamente:
"-Señora, jamás lo habría creído.
"No
tuvo una duda, ni hizo una pregunta. Volvió a la cocina y repitió lo
que yo había dicho, y tal es la fuerza de la fe, que nadie se rió de
ella. Desde aquel día se le tuvo cierta consideración. Pero el
cambio más curioso se produjo en la misma Marie. Con la idea de que
era el
receptáculo de maravillas invisibles, comenzó a cuidarse la cara y
el cuerpo, tanto que su olvidada juventud pareció florecer y
ocultar su fealdad.
"Dos
meses más tarde, cuando yo me marchaba de allí, anunció su próxima
boda con el sobrino del `chef'. "-Voy a ser una señora -dijo, y me
agradeció. Una pequeña frase había cambiado su vida entera."
Georgette Leblanc había dado a Marie una reputación que justificar,
y esa reputación la transformó.
Bill
Parker, representante de ventas de una compañía de comida en Daytona
Beach, Florida, se entusiasmó mucho con la nueva línea de productos
que introducía su compañía, y quedó apesadumbrado cuando el gerente
de un gran almacén de alimentos rechazó la oportunidad de introducir
el nuevo producto en su negocio. Bill pasó todo el día lamentando
este rechazo, y decidió volver al almacén antes de irse a su casa
esa noche, y probar una vez más.
-Jack
-le dijo al dueño-, cuando me marché esta semana, comprendí que no
te había presentado un cuadro completo de la nueva línea, y te
agradecería que me des unos minutos para señalarte todos los puntos
que omití. Siempre te he admirado por tu capacidad para escuchar, y
por tu buena disposición a cambiar cuando los hechos piden un
cambio.
¿Podía rehusarse Jack a darle otra oportunidad? No después de que el
vendedor le hubo establecido esa reputación.
Una
mañana, el doctor Martín Fitzhugh, dentista de Dublín, Irlanda, se
sorprendió al oír que una paciente le señalaba que la taza metálica
que estaba usando para enjuagarse la boca no estaba muy limpia. Es
cierto que la paciente bebía del vasito de papel, pero de todos
modos no era digno de un profesional usar equipo sucio.
Cuando la paciente se marchó, el doctor Fitzhugh pasó a su oficina
privada a escribirle una carta a Bridgit, la mujer que venía dos
veces por semana a limpiar su oficina. Escribió esto
"Mi
querida Bridgit:
Nos
vemos tan rara vez que quise tomarme un momento para agradecerle el
excelente trabajo de limpieza que hace. A propósito, querría
decirle que, como dos horas dos veces por semana es un tiempo muy
limitado, puede trabajar una media hora extra de vez en cuando, cada
vez que sienta necesidad de ocuparse de esas cosas que se hacen "de
tanto en tanto", como limpiar la taza de metal donde van los vasitos
de papel, o cosas así. Por supuesto que le pagaré el tiempo extra."
-Al
día siguiente cuando entré al consultorio -contó el doctor Fitzhugh-,
mi escritorio había sido limpiado hasta quedar como un espejo, lo
mismo que la silla, de la que casi me resbalé. Al entrar a la sala
de tratamiento, encontré la taza de metal más brillante que hubiera
visto nunca. Le había dado a la mujer de la limpieza una excelente
reputación que mantener, y este pequeño gesto mío había hecho que se
superara a sí misma. ¿Y cuánto tiempo adicional creen que le tomó?
Ni un minuto.
Hay
un viejo dicho: "Cría fama y échate a dormir". Demos fama a los
demás y veamos qué ocurre.
Cuando la señora Ruth Hopkins, maestra de cuarto grado de una
escuela de Brooklyn, Nueva York, echó una mirada a su clase el
primer día del año, su entusiasmo y alegría por empezar un nuevo
término quedaron matizados por el temor. En su clase este año
tendría a Tommy T., el más notorio "chico malo" de la escuela. Su
maestra de tercer grado se había quejado constantemente de Tommy T.
con sus colegas, la
directora y todos
los que quisieran escucharla. No era sólo un chico díscolo, sino que
además provocaba graves problemas de disciplina en la clase, buscaba
pelea con los chicos, molestaba a las niñas, le respondía a la
maestra, y parecía empeorar a medida que crecía. Su único rasgo
redentor era su facilidad para aprender.
La
señora Hopkins decidió enfrentar el "problema Tommy" de inmediato.
Cuando saludó a sus nuevos alumnos, hizo pequeños comentarios sobre
cada uno de ellos: "Rose, es muy lindo el vestido que tienes",
"Alicia, me han dicho que eres muy buena dibujante". Cuando llegó a
Tommy, lo miró a los ojos y le dijo: "Tommy, tengo entendido que
tienes alma de líder. Dependeré de ti para que me ayudes a hacer de
esta división el mejor de los cuartos grados". Reforzó esto en los
primeros días de clase felicitando a Tommy por cada cosa que hacía,
y comentando lo buen alumno que era. Con esa reputación que
mantener, ni siquiera un chico de nueve años podía defraudarla... y
no la defraudó.