G. B.
R., representante de uno de los fabricantes, llegó
a la ciudad con un ataque de laringitis muy fuerte. "Cuando me llegó
el turno de reunirme con los directores en conferencia -relataba el
Sr. R. ante una de mis clases- había perdido la voz. Apenas podía
hablar en un susurro. Se me hizo entrar en una sala, donde me
encontré ante el jefe de tapicería, el agente de compras, el
director de ventas y el presidente de la compañía. Yo hice un
valiente esfuerzo por hablar, pero de mi garganta no salió más que
un chillido.
"-Estaban todos sentados en torno a una mesa, de modo que escribí en
un trozo de papel: `Señores, he perdido la voz. No puedo hablar'.
"-Yo
hablaré por usted -dijo el presidente. Así lo hizo. Exhibió mis
muestras y ensalzó sus ventajas. Se planteó una viva discusión
acerca de los méritos de mi mercancía. Y el presidente, como hablaba
por mí, tomó mi partido en la discusión. Yo no participé más que
para sonreír, asentir con la cabeza y hacer unos pocos gestos.
"Como
resultado de esta conferencia extraordinaria se me concedió el
contrato, que significaba la venta de un millón de metros de tejidos
para tapizados, con un valor total de 1.600.000 dólares, o sea el
negocio más grande que jamás he realizado.
"Sé
que lo habría perdido si hubiese conservado la voz, porque tenía
ideas erróneas de todo el asunto. Sólo por este accidente descubrí
cuánto beneficio rinde a veces que el interlocutor sea el que
hable."
Dejar
hablar a la otra persona ayuda en situaciones familiares, así como
en los negocios. Las relaciones de Bárbara Wilson con su hija,
Laurie, se estaban deteriorando rápidamente. Laurie, que fue siempre
una criatura quieta, complaciente, se convirtió en una joven hostil
y algunas veces agresiva. La Sra. de Wilson le hablaba, la
amenazaba y castigaba, pero sin lograr nada.
Un
día, la Sra. de Wilson dijo en una de nuestras clases: "me di por
vencida. Laurie me desobedeció y dejó la casa para visitar a una
amiga antes de completar sus quehaceres. Cuando retornó a la casa
yo estaba por gritar por milésima vez, pero ya no tenía fuerzas para
hacerlo. Simplemente la miré y tristemente le pregunté: ¿por qué,
Laurie, por qué?
"Laurie
notó mi estado de ánimo y en voz calmada respondió: ¿De verdad
quieres saber? Yo afirmé con la cabeza y Laurie comenzó a hablar,
primero con hesitación y luego fue un torrente de palabras. Yo jamás
la escuchaba. Siempre estaba ordenándole lo que debía hacer. Cuando
ella quería contarme sus pensamientos, sentimientos, ideas, yo la
interrumpía con más órdenes. Entonces comencé a darme cuenta de que
ella me necesitaba, no como una madre dominadora, sino como una
confidente, un escape por toda la confusión que sentía en sus años
de crecimiento. Y todo lo que yo estuve haciendo fue hablar, cuando
lo que debía haber hecho era escucharla.
"Desde ese momento la dejo hablar. Ella me dice lo que piensa y
nuestras relaciones han mejorado inmensurablemente. Ella es otra
vez una persona que colabora."
En la
página financiera de un diario de Nueva York apareció un gran
anuncio en que se pedía un hombre de capacidad y experiencia.
Charles T. Cubellis respondió al anuncio, con una carta enviada a
una casilla postal. Unos días más tarde se le invitó, también por
carta, a entrevistarse con los patrones. Antes de ir pasó varias
horas en Wall Street para averiguar todo lo que pudiera acerca del
fundador de la casa. Durante la entrevista final declaró
francamente:
-Sería para mí un orgullo estar vinculado con una gran entidad como
esta. Creo que usted se inició hace veintiocho años sin más
elementos que una oficina y una estenógrafa. ¿No es cierto?
Casi todos los hombres que
han triunfado se complacen en recordar sus luchas iniciales.
Este hombre no
era una excepción. Habló un largo rato acerca de cómo había
comenzado en los negocios, con cuatrocientos cincuenta dólares y
una idea original. Relató sus luchas contra el desaliento y sus
batallas contra las mofas ajenas, cómo trabajaba los domingos y
feriados, de doce a dieciséis horas por día y cómo triunfó al fin,
contra todas las probabilidades, hasta que ahora los hombres más
importantes de Wall Street iban a pedirle consejo e informaciones.
Estaba orgulloso de esa historia. Tenía derecho a sentirse
orgulloso, y pasó un rato espléndido contando su actuación. Por fin
interrogó brevemente a Cubellis acerca de su experiencia, llamó
entonces a uno de los vicepresidentes y le dijo:
-Creo
que este es el hombre que necesitamos.
El
Sr. Cubellis se había tomado el trabajo de averiguar los
antecedentes de su patrón en perspectiva. Demostró interés en los
demás y por sus problemas. Lo alentó a hablar de él, y así causó una
impresión favorable.
Roy
G. Bradley, de Sacramento, California, tenía el problema opuesto.
Escuchó cuando un buen candidato para un puesto se convenció a sí
mismo de aceptar el trabajo en su firma. Nos contó esto:
-Como
éramos una firma pequeña, no teníamos beneficios sociales para
nuestros empleados, como hospitalización, seguro médico y pensiones.
En nuestra compañía, cada representante es un agente independiente.
Ni siquiera les damos tantas facilidades de trabajo como nuestros
competidores más importantes, por cuanto no podemos publicitar su
trabajo.
"Richard Pryor tenía el carácter y la experiencia que necesitábamos
para este puesto, y lo entrevistó primero mi ayudante, quien le
explicó todos los aspectos negativos de este empleo. Cuando entró
en mi oficina, parecía ligeramente desalentado. Yo me limité a
mencionar el único beneficio claro de asociarse con mi firma, que
era el de ser un contratista independiente, y en consecuencia no
tener prácticamente patrones.
"El
respondió hablando de esta ventaja, y poco a poco empezó a sacarse
de encima las ideas negativas con que había entrado para la
entrevista. En varias ocasiones me pareció como si estuviera
hablando para sí mismo. Por momentos me sentía tentado de agregar
algo; pero, cuando la entrevista llegó a su fin, sentí que él se
había convencido a sí mismo, él solo, de que le gustaría trabajar
para mi firma.
"Al
escucharlo con atención y dejar que Dick hablara, sin interrumpirlo,
le permití sopesar los pros y los contras, y llegar a la conclusión
de que el empleo era un desafío que le gustaría enfrentar. Lo
contratamos, y desde entonces ha sido un prominente representante de
nuestra empresa."
La
verdad es que hasta nuestros amigos prefieren hablarnos de sus
hazañas antes que escucharnos hablar de las nuestras.
La
Rochefoucauld, el filósofo francés, dijo "Si quieres tener
enemigos, supera a tus amigos; si quieres tener amigos, deja que tus
amigos te superen".
¿Por
qué es así? Porque cuando nuestros amigos nos superan tienen
sensación de su importancia; pero cuando los superamos se sienten
inferiores y ello despierta su envidia y sus celos.
De
lejos, la más querida de las consejeras de colocación de la Agencia
de Personal Midtown, era Henrietta G., pero no siempre había sido
así. Durante los primeros meses de su asociación con la agencia,
Henrietta no tenía un solo amigo entre sus colegas. ¿Por qué? Porque
todos los días se jactaba de las cuentas nuevas que había abierto y
de todo lo que había logrado.
-Yo
era buena en mi trabajo; y estaba orgullosa de ello -contó Henrietta
en una de nuestras clases-. Pero mis colegas, en lugar de alegrarse
de mis triunfos, parecían resentirse por ellos. Yo quería ser
apreciada por esta gente. De veras quería que fueran mis amigos.
Después de escuchar algunas de las sugerencias hechas en este
curso, empecé a hablar menos sobre mí y a escuchar más a mis
asociados.